Sobre el arrepentimiento

La buena disposición que alguien mantiene con los amigos parece derivar ante todo de la que tiene consigo mismo. Quien desea que los amigos sigan viviendo y siendo como son es porque está conforme con su propia manera de ser y, como le parece buena y nadie quiere lo malo, quiere seguir viviendo y siendo como es e incluso mejor si puede. Queriendo lo bueno para sí, lo quiere también para el amigo. Así parece que son las cosas en la amistad.

A un hombre que haya llegado a tener un carácter acomodado de esta manera nunca le pesa estar a solas y pasar mucho tiempo en su propia compañía, porque le produce placer recordar las cosas buenas que ha hecho y la malas que ha evitado, así como también esperar las que han de venir. Su mente le proporciona distracción más que suficiente, pues siempre le agradan y le molestan las mismas cosas y puede decirse que no tiene nada de que arrepentirse.

Para otros, por el contrario, no hay nada de lo que no deban arrepentirse, sobre todo si han obrado grandes bajezas. Más aún si ha sido por causas estúpidas, como sucede a los asesinos de la ETA. Esta clase de hombres no puede tener buena disposición con su persona y, en consecuencia, es casi imposible que la tengan hacia otros. De ahí que no tengan amigos, sino cómplices. Los cómplices son para ellos una gran necesidad porque, no pudiendo soportarse a sí mismos, debido a que nada amable hallan en su persona, buscan rodearse de otros con los que pasar sus días y les justifiquen sus maldades. Esto explica que algunos que han cometido alguna gran maldad, como matar a su mujer, se suiciden de inmediato porque no se soportan y saben que nadie puede darles una razón convincente que los justifique. Querrían seguir viviendo, pero sin ser como son. Por ello no encuentran otro medio que aniquilar su vida.

El alma del malo está rota por la discordia. Una parte de ella sufre si se le aparta de ciertas cosas malas, porque está hecha al mal, y otra se goza, porque le estaría bien salir de ahí y lo desea, pero como no es posible sentir placer y dolor por lo mismo durante mucho tiempo, y como en ese estado es inevitable dolerse a veces por algún mal que se ha hecho y a veces dolerse por haberse dolido, y porque unas veces querría que le hubiera sido agradable lo que le fue doloroso y al revés, su alma entera tiene que vivir desgarrada entre tendencias irreconciliables.

El malo no es amigo de su persona y no puede serlo tampoco de los demás. Para él es una gran desgracia ser así. Es necesario, por tanto, poner todas nuestras fuerzas en evitar la maldad y la estupidez y en ser buenos, porque así es como se puede vivir sin tener que estar arrepentido de todo y ser amigo de uno y de los demás.

(Publicado en La piquera, de Cope-Jerez, el 02/05/2012. Archivo sonoro aquí)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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