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Marx: el fetichismo de la mercancía
1. Valor de uso
Que haya oscuridad y misterio en las obras de sus manos es algo desconocido habitualmente para los propios hombres, pero es asimismo algo habitual en ellos. En su trato con la naturaleza producen cosas de una utilidad inmediata que saben apreciar sin vacilaciones. Humanizan lo natural y, así transformado, lo convierten en objeto de uso. No hay otra alternativa para ellos si pretenden satisfacer sus necesidades, cualesquiera que sean. Si solamente existiera uno de ellos, consumiría los bienes que produjera él mismo. En éstos no habría nada oculto para él. Robinson Crusoe en su isla lleva a cabo diversos trabajos: caza, pesca, construye herramientas, fabrica muebles, etc. Todos son más o menos útiles, sea para su supervivencia o sea para su distracción. Las actividades son distintas, pero Robinson es uno. Nada hay de extraño en todo ello. Algunos le cuestan más esfuerzo que otros, dependiendo de su destreza o de la resistencia que le opone la naturaleza, pero no son un obstáculo para que lleve la cuenta del trabajo que emplea en hacer cada cosa, de los bienes de uso producidos, de las funciones asignadas a cada herramienta, etc. La sola existencia de un inventario así muestra a las claras su situación. Su trabajo es privado y su consumo también lo es. La relación entre ambos es, además, directa. ¿Qué enigma podría ocultarse tras ella?
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Publicado en Filosofía práctica, Economía, Política
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¿Progresismo malthusiano?
La Revolución Francesa parecía una promesa de realización de los ideales utópicos que muchos hombres de letras –philosophes- habían alimentado durante el siglo XVIII: desaparición de los privilegios de la nobleza, igualdad de todos los hombres, difusión de las luces y retroceso de las tinieblas, liberación de los oprimidos, paz perpetua, pan, prosperidad, seguridad, etc. El fervor revolucionario llevó a algunos a creer que a la familia y a la propiedad les había llegado también su hora.
El resultado buscado no coincidió exactamente con el logrado, pues la nueva etapa se abrió con guerras mucho más sangrientas que las anteriores, el poder político culminó la concentración y la potencia que había comenzado a adquirir con Luis XIV, apareció la nación política, la época del terror, etc. Fueron luces y sombras, aunque al principio predominaron las segundas. Los partidarios de la Revolución, muy numerosos hasta que cayeron las primeras gotas de sangre, se escindieron en partidarios y adversarios.
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John Stuart Mill
John Stuart Mill fue un niño prodigio. Fue educado por su padre, que estaba convencido de que la mente es como una tabla rasa en la que no hay nada escrito(tanquam tabula rasa in qua nihil scriptum est) Esta falsa convicción fue aparentemente corroborada sin embargo por su puesta en práctica en la educación de Mill. Sin ir a ningún colegio ni universidad, aprendió griego a los tres años, aritmética poco tiempo después, latín a los ocho, lógica a los doce, economía a los trece. A todo ello se iban juntando largas lecturas de historia. A los trece años había culminado su instrucción según los planes de su progenitor.
Las disparatadas concepciones pedagógicas del padre no surtieron el efecto deseado, al menos en teoría económica. Había enseñado a su retoño las teorías clásicas, que no establecían una neta distinción entre los sistemas productivos y las instituciones de distribución basadas en la propiedad privada. Contra esa idea se acabaría rebelando Stuart Mill. Así fue cuando se convenció de que los sistemas de producción obedecen a leyes estrictas, como las de la física o la química, sin depender por tanto de los hombres, y de que la distribución de los productos es efecto exclusivo de las instituciones humanas. Lo primero venía a ser natural e inmutable, lo segundo cultural y sujeto a la voluntad política. Era posible entonces dejar que la producción siguiera su ritmo propio y diseñar planes de "justicia social" para la distribución.
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El impuesto de la inflación
Es creencia común que la inflación, o encarecimiento de los bienes y servicios, se debe al flujo normal de la economía, pero no es así. La inflación es en realidad un impuesto que antiguamente recibía el nombre de señoreaje, porque consistía en la ganancia que el príncipe obtenía de la manipulación de la moneda. Seguiré a Bernanke y Abel –Macroeconomics- para ilustrarlo.
Supóngase que un presidente de gobierno desea gastar 5.000 millones de euros en la financiación de un cierto proyecto -ponga aquí cada lector el que mejor le cuadre. Como las arcas del Estado están vacías y él no puede gravar con más tributos a la población, porque teme una reacción que le restaría votos en las próximas elecciones, recurre a la vieja solución de imprimir billetes.
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El sueldo del legionario
En sus Discursos políticos (1), “Discurso tercero. Sobre el dinero”, Hume se apoya en el libro IV de los Annales de Tácito para traer a colación que un soldado de Roma cobraba un dinero al día, lo que equivale a algo menos de ocho sueldos de su tiempo en Inglaterra. Un emperador mantenía normalmente unas veinte y cinco legiones, que a cinco mil hombre por legión suman un total de ciento veinticinco mil. Había también legiones auxiliares, pero, siendo variables su número y la paga de de sus legionarios, no es preciso tenerlas en cuenta aquí. Si se cuentan solo los soldados rasos, la paga de las veinticinco legiones no iban más allá de 1.600.000 libras esterlinas de la época de Hume, lo que es bien poco en verdad, pues, como él dice, el Parlamento Inglés había concedido para la última guerra 2.500.000 libras. Hay 900.000 de diferencia, que podrían haber bastado para pagar a los oficiales y atender otros gastos de las legiones de Roma. Y habría sobrado a buen seguro, pues en estas legiones había muy pocos oficiales en comparación con los que hay en los ejércitos modernos. Además la paga de aquéllos era muy exigua. Un centurión, por ejemplo, solo cobraba el doble que un solado, según dice Tácito en el libro I de sus Annales. A esas soldadas hay que descontar además el coste de la tienda, las armas y la ropa, que el emperador se cobraba del sueldo del legionario. Luego resultó muy barato mantener un ejército tan poderoso como el de Roma y extender los dominios del Imperio a todo el mundo conocido. Roma no dispuso de grandes cantidades de dinero ni siquiera después de la conquista de Egipto.
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Newton y la bolsa
Newton se sabía capaz, según él mismo dijo, de calcular los movimientos de los astros en el cielo, pero no la locura de la gente en la tierra. Confiado en que las trayectorias de la insania tienen alguna regularidad, el año 1720 vendió sus acciones en la Compañía de los Mares del Sur y ganó 7.000 libras, el 100% de lo que había invertido, pero, yendo en pos de su buena estrella, volvió a tentar su suerte en un momento posterior de máxima efervescencia de la bolsa, lo que le llevó a perder unas 20.000, que equivalen a más de tres millones de dólares actuales. Después de aquel descalabro prohibió que se nombrara en su presencia la Compañía de los Mares del Sur.
El coeficiente intelectual de Sir Isaac Newton ha debido ser uno de los más elevados de la especie. Sin embargo, al dejarse contagiar del entusiasmo bursátil de la gente se portó como un estúpido. Entre la sabiduría y la necedad hay un corto paso que muy pocos son capaces de no dar.
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