Newton se sabía capaz, según él mismo dijo, de calcular los movimientos de los astros en el cielo, pero no la locura de la gente en la tierra. Confiado en que las trayectorias de la insania tienen alguna regularidad, el año 1720 vendió sus acciones en la Compañía de los Mares del Sur y ganó 7.000 libras, el 100% de lo que había invertido, pero, yendo en pos de su buena estrella, volvió a tentar su suerte en un momento posterior de máxima efervescencia de la bolsa, lo que le llevó a perder unas 20.000, que equivalen a más de tres millones de dólares actuales. Después de aquel descalabro prohibió que se nombrara en su presencia la Compañía de los Mares del Sur.
El coeficiente intelectual de Sir Isaac Newton ha debido ser uno de los más elevados de la especie. Sin embargo, al dejarse contagiar del entusiasmo bursátil de la gente se portó como un estúpido. Entre la sabiduría y la necedad hay un corto paso que muy pocos son capaces de no dar.
Por esto es la necedad una de las fuerzas más poderosas que rigen la conducta humana y ni siquiera el gran físico inglés calculó su momento. Más bien se dejó arrastrar por ella. Pero no se debe insistir en ello más de lo necesario. Los humanos somos animales de normas y tenemos que ajustarnos al grupo. Ello no obliga, sin embargo, a pensar que el calor del grupo sea una guía invariable para el que se haya propuesto alguna finalidad.
En la bolsa el grupo acierta a menudo, especialmente cuando la nave es movida por un fuerte viento de popa. Ahora bien, cuando más elevadas son las valoraciones de las compañías cotizadas, cuando con más pasión se entrega la masa a la compra de acciones con la esperanza de obtener beneficios rápidos, cuando por causa de esto suben más aún todos los valores bursátiles, más cerca está la catástrofe y más desprevenidos encuentra a todos.
La secuencia es más o menos como sigue. Primero se introduce un nuevo producto, como una innovación tecnológica, farmacéutica, etc. Es cuando entra en escena el dinero inteligente o smart money. La novedad viene acompañada de publicidad convincente y convencida. En ella participan los medios de comunicación de masas con un empeño digno de mejor causa: el medicamento definitivo contra el cáncer, la red que cambiará el mundo, etc. El segundo momento es el alza del valor, acompañada muchas veces de dinero a crédito. El tercer paso es el de la euforia. Una gran cantidad de personas se tiran de cabeza a la piscina sin saber si hay agua en ella. Pocos se esfuerzan en entender los riesgos y casi nadie se deja guiar de la lógica. La cuarta fase pertenece de nuevo a los dueños del dinero inteligente, que empiezan a vender cuando todos compran porque comprenden que la buena racha no puede durar mucho. Ellos obtienen grandes beneficios, pero los precios caen. Quinta fase: los que antes fueron presa de la euforia se retiran bruscamente y todo se hunde ante sus ojos. Sobrevienen los discursos políticos y económicos sobre lo que debiera hacerse, se producen muchas reuniones y muchas decisiones de los gobernantes, pero las cosas siguen su marcha sin que nadie sepa muy bien a qué obedecen.
Ahora es muy fácil saber que Sir Isaac Newton perdió 20.000 libras porque compró acciones de la Compañía de los Mares del Sur en la cuarta fase. Su dinero no fue smart money, por más que su dueño fuera una de las más elevadas inteligencias de la especie humana.