Archivo de la categoría: Economía

La crisis del 29

La crisis de 1929 llegó de forma inesperada casi para todos. A algunos, sin embargo, les resultaba familiar la música. La situación anterior a ese año les recordaba la burbuja del tulipán, la del salami, la del Partido Único, etc. Los beneficios eran demasiado fáciles. Los billetes eran como las hojas de los árboles en otoño. Joe Kennedy, el fundador de la dinastía de los Kennedy fue uno de los que percibió la canción cuando, según se cuenta, recibió de su limpiabotas el consejo de comprar acciones del ferrocarril y el petróleo, lo que le hizo pensar que si todo el mundo podía comprar acciones y un limpiabotas sabía predecir el futuro era porque había una sobrevaloración excesiva en el mercado. Por ese motivo vendió todo y no volvió a comprar. La burbuja había llegado a su máxima expansión. Solo faltaba el ligero roce que la hiciera explotar. Los economistas no se ponen de acuerdo todavía en cuál fue ese motivo, pero eso importa poco. El año 1929, en septiembre, había estallado el crac del Photomatón en Londres. Se trataba de una sociedad cuyos artilugios, hoy llamados con su nombre, o sea, fotomatones, se han extendido por todo el planeta. Quebró unas semanas antes del crac. Como aquellas máquinas representaban la tecnología más avanzada del momento y la gente no entendía bien su utilidad, se alarmó en seguida: “¿no será todo un negocio ficticio? ¿qué clase de producto fabrica un fotomatón?, ¿y la radio, los coches, la seda artificial, las plumas estilográficas, etc.?, ¿no será todo un castillo de naipes?”   Además, muchas empresas recién creadas creaban a su vez otras empresas hijas, las hijas creaban otras y unas se compraban acciones a otras sin que ya nadie distinguiera las hijas de las madres o las nietas. Era cierto que todos los valores subían, pero nadie sabía por qué y se empezó a creer que había gato encerrado en el mercado de acciones. De pronto todos pensaron que aquello no podía seguir así. La tormenta empezó el 22 de octubre. Ese día tuvo lugar la primera oleada de ventas. Al día siguiente, sin embargo, los valores volvieron a su nivel anterior. Había sido un susto nada más. Así lo creyó la mayoría porque le convenía creerlo así. Y como el día anterior los precios habían bajado, muchos volvieron a comprar, provocando nuevas subidas. Los motivos para convencerse no faltaban. El Diario de Wall Street lo reflejó así: “Solo es una reacción de Bolsa, natural y saludable. Ciertos títulos se vendían por encima de su valor intrínseco y era necesaria una enmienda”.   “Valor intrínseco”… Es una insensatez. Las cosas no tienen valor intrínseco. Que su precio suba a las alturas o descienda al abismo no depende de ellas, sino del estado de ánimo de una multitud de individuos, el cual puede cambiar cada día.   Los banqueros, reunidos en casa de J. P. Morgan II, ya ventearon el grave peligro. Decidieron inyectar una enorme cantidad de dinero, doscientos cuarenta millones de dólares de entonces, en Wall Street. Pero no fue más que un alivio pasajero. De pronto todo el mundo quiso salir por la misma puerta. Las llamadas a la calma no sirvieron de nada. La gente había perdido la cabeza. Todos vendían y nadie compraba. Hubo un jueves negro, un martes negro, etc., y en el mes de noviembre los precios llegaron al suelo.   Las acciones de General Motors habían bajado desde 92$ a 1,25$, las de General Electric desde 220$ a 20$, las de Chrysler desde 135$ a 5$, las de Radio Corporation desde 115$ a 3,50$, las de New York Central desde 256$ a 5$, las de Montgomery Ward desde 70$ a 3$, las de United Steel desde 375$ a 22$.   Los valores bajaron y los suicidios subieron. A un caballero que pidió una habitación elevada en un hotel-rascacielos le preguntó el conserje si era para dormir o para saltar. Algunas estadísticas son dignas de conocerse: -179.397 maridos abandonaron a sus amantes porque les resultaban demasiado caras. La moral salió fortalecida en este asunto. -123.884 especuladores que habían ido a Wall Street en Cadillac regresaron a su casa a pie. -111.835.248 monedas de cinco centavos fueron acuñadas por la Casa de la Moneda para gentes que nunca habían tomado el metro.   Cosas de los americanos.   Sigue leyendo

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La deuda estatal

En ontología se aprende que todo ser es limitado porque es él en exclusiva y no puede ser lo que es otro. En economía se aprende un principio parecido: que los recursos son escasos porque lo que un sujeto consume no puede ser consumido por otro. En los dos casos son afirmaciones de valor universal y necesario. Lo que yo soy no puedes serlo tú. Lo que yo gasto no puedes gastarlo tú. Uno queda fuera del ser del otro. Uno es expulsado del consumo por el otro. Así de sencillo e incontestable es en ambos casos.
Aplíquese ahora este principio general de la economía a la deuda pública y la escasez de crédito para familias y empresas.
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La burbuja del salami

En todas partes hay burbujas. Son una de las distracciones más queridas por los niños. El titiritero aparece tarde o temprano en la plaza del pueblo, pone en funcionamiento su artilugio y sus mañas y exhibe ante los asombrados ojos infantiles unas burbujas más y más grandes que él extrae del agua jabonosa. Alguna es más grande que las demás. Se levanta majestuosa y lenta en el aire, más y más grande cada vez. Las caras de los niños se llenan de alegría… hasta que de pronto la burbuja estalla y solo quedan unas cuantas gotas sobre el suelo. Pero no importa mucho. Hay otras y otras. Esta que ahora os cuento se hinchó en Budapest hace muchos años. Allí tenía su asiento la famosa Sociedad Anónima del Salami Húngaro. El salchichón que salía de aquella fábrica era exquisito y hacía las delicias de los húngaros. Muchos creían incluso que superaba al salami de Milán. Las ventas y exportaciones no paraban de subir. La Sociedad Anónima del Salami Húngaro cotizó en Bolsa. Sus acciones empezaron valorándose en cincuenta coronas, pero llegaron muy pronto a trescientas. Algunos especuladores creyeron que aquella cotización era excesiva y se constituyeron en un sindicato para ir a la baja con el fin de hacer dinero cuando se derrumbara la cotización de aquel fino manjar. Habían calculado bien y de modo racional, pero no habían tenido en cuenta que en estas cosas muchas veces manda más Afrodita que Atenea. Había una mujer muy hermosa casada con un banquero y especulador de la ciudad. Además de la esposa y el marido había otro, afiliado al sindicato de bajistas. Ella se había encaprichado de un maravilloso collar de perlas de una joyería de la calle La Paz. El del sindicato quería regalárselo, pero no le era posible. ¿Cómo justificaría ella ante el marido un regalo como ése? Entonces se les ocurrió una estratagema. El amante acordó con el joyero el pago de tres cuartas partes del collar con la condición de que lo dejara en el escaparate con el fin de ofrecérselo al marido por el resto del importe. Al encontrarlo tan barato, éste no dejaría pasar la oportunidad de regalárselo a la esposa. El collar se quedó en el escaparate, según lo acordado, aguardando al incauto banquero. Al poco tiempo llegó éste a la joyería guiado por su mujer, que de inmediato se deshizo en alabanzas de la joya y suplicó a su marido que se la regalara por su cumpleaños. El banquero accedió, pero al conocer el precio dijo a la bella que le parecía muy mal regalarle algo tan barato. En cuanto pudo, el hombre volvió solo a la joyería, pagó el poco dinero que el joyero le pedía y marchó a casa. Antes de que llegara, el joyero ya había llamado por teléfono a la esposa avisándole de que la trampa había funcionado a la perfección. La bella mujer esperó el regalo. Pero el regalo no llegó. Pasó un día, luego otro y otro y el marido no se lo entregaba. Investigó la causa de tan extraña conducta. Y se enteró, como toda la ciudad, de lo que había sucedido cuando el collar apareció en el cuello de la prima donna más bella de Budapest. La venganza había sido sutil y efectiva, pero el marido despechado quería más. Ahora tenía que matar a su rival, pero sin ruido de pistolas ni de espadas. Los duelos le parecían algo vulgar. Su rival era un especulador a corto. La especulación a corto consiste en alquilar acciones cuando uno cree que su precio va a bajar obligándose a devolverlas en un plazo fijado de antemano. Una vez alquiladas, las vende de inmediato. Si bajan, las vuelve a comprar y las devuelve a su alquilador, quedándose con la diferencia. El banquero se apoderó casi de todas las acciones del salami, lo que provocó un alza de los precios. Pasaron de 100 a 1.000, a 2.000, a 3.000 e incluso más. Llegó a acudir a capitales extranjeros para comprar más y provocar un alza superior aún. Cuando llegó el plazo de devolución para los bajistas, éstos no tuvieron más remedio que comprar a un precio que era hasta cien veces superior al del principio. Su ruina fue total. Pero la alegría del marido se esfumó pronto. Al poco tiempo las acciones, que él había comprado a precios altísimos, cayeron a plomo hasta el punto de que apenas tuvieron valor y no encontró comprador para ellas. Final de la historia. El joyero se trasladó a Nueva York, donde continuó su negocio con éxito. El amante quedó arruinado y emigró a algún lugar de Hispanoamérica. El banquero se suicidó en París. La esposa adúltera emigró a Italia y allí vivió en la pobreza. La prima donna mudó su residencia a Hollywood. Nadie sabe lo que pasó con el collar. Sigue leyendo

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Impuestos y déficit

Muchos dirigentes se están convenciendo a costa de las exacciones de propiedad a que nos someten de que el problema de las finanzas públicas consiste más bien en que la Administración gasta demasiado y no en que sus ingresos han disminuido. Pero les cuesta mucho aprender la lección, que, repito, es a costa nuestra. Y como les cuesta tanto se dedican más a subir impuestos que a recortar gastos. En los libros de pedagogía del siglo XIX se decía que a los imbéciles hay que repetirles muchas veces las cosas para que las aprendan. No digo yo que sean imbéciles nuestros políticos, pero sí algo duros de mollera.
Desde su posición de directores de la cosa pública estos señores vivieron el tiempo de burbuja económica y para ellos fue la ocasión de amontonar una enorme recaudacion de tributos debida justamente a la burbuja. Pero, en lugar de tomar ese dinero como lo que realmente era, como un regalo caído del cielo, debido a que procedía de un espectacular, pero falso, crecimiento económico, creyeron que el ciclo era indefinido y, llevados de su ceguera, construyeron sobre arena una mole administrativa que ahora tenemos todos que soportar con nuestro peculio, lo que equivale a pagarla dos veces, una ahora y otra con los impuestos de los años de vacas gordas.
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La flor del tulipán

Unas décadas después del boom y el crac de la deuda española y francesa hubo otro boom y otro crac en Holanda. Fue un terremoto en las finanzas de este país provocado por la delicada flor del tulipán. El tulipán es una planta bulbosa de la familia de las liliáceas. Cuenta en la actualidad con unas ciento cincuenta especies, entre las naturales y las obtenidas por medio de los cambios genéticos introducidos en su cultivo por los floricultores y botánicos desde el siglo XVI. Es una planta poco resistente. Una helada o un exceso de sol hacen que se marchite.
El nombre se lo puso Herr Busbeck embajador de su Majestad Imperial de Austria en la corte de Soleimán el Magnífico. Haciendo el camino de Viena a Constantinopla, este diplomático no se cansaba de admirar una flor que los turcos llamaban turbán, procedente de un vocablo persa que significa turbante. Él tradujo la palabra turca por “tulipán”. Desde su puesto en la corte del rey turco escribió a su señor ensalzando la belleza de la flor. En pocas semanas el tulipán viajaba desde el reino de la Sublime Puerta en dirección a Europa. El bulbo recaló en los invernaderos imperiales y en los jardines de los Fugger. Merced a las buenas labores del botánico Closius se aclimató pronto a los fríos del Mar del Norte. Pero tuvieron que transcurrir más de cincuenta años hasta que los holandeses enloquecieron por él.
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¡El rey no paga!

Un boom es un globo que se hincha poco a poco hasta hacerse tan grande que el más leve roce le hace explotar. Entonces sucede el crac. Krack en alemán, o crash en inglés, es el sonido de un cristal que se rompe. En un cielo azul sin nubes estalla de pronto un trueno, se desata el vendaval y las ventanas del salón saltan en añicos. Un boom y un crac.
Dice Kostolany en Así es la bolsa (Vergara, Barcelona, 1962, pág. 85 y stes.) que el primer boom y el primer crac sucedieron en las monarquías española y francesa en 1557. Eran los tiempos de Carlos V y Felipe II en España y Enrique II en Francia. La cantidad de dinero que entonces disponía un rey era infinitamente menor que la que ahora pueden manejar Zapatero o Rajoy. Téngase en cuenta que ni el Imperio Español ni el Reino de Francia eran estados asistenciales como los actuales. No tenían que pagar las televisiones públicas, la sanidad, la educación, las pensiones, las subvenciones a las ONGs, el cine y los sueldos de casi medio millón de profesionales de la política.
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