¡El rey no paga!

Un boom es un globo que se hincha poco a poco hasta hacerse tan grande que el más leve roce le hace explotar. Entonces sucede el crac. Krack en alemán, o crash en inglés, es el sonido de un cristal que se rompe. En un cielo azul sin nubes estalla de pronto un trueno, se desata el vendaval y las ventanas del salón saltan en añicos. Un boom y un crac.

Dice Kostolany en Así es la bolsa (Vergara, Barcelona, 1962, pág. 85 y stes.) que el primer boom y el primer crac sucedieron en las monarquías española y francesa en 1557. Eran los tiempos de Carlos V y Felipe II en España y Enrique II en Francia. La cantidad de dinero que entonces disponía un rey era infinitamente menor que la que ahora pueden manejar Zapatero o Rajoy. Téngase en cuenta que ni el Imperio Español ni el Reino de Francia eran estados asistenciales como los actuales. No tenían que pagar las televisiones públicas, la sanidad, la educación, las pensiones, las subvenciones a las ONGs, el cine y los sueldos de casi medio millón de profesionales de la política.

Pero necesitaban dinero y, como no lo tenían, porque los impuestos que podían cobrar no llegaban ni de lejos a la mitad de la riqueza nacional, como ahora, lo tenían que pedir prestado. Los prestamistas eran entonces sobre todo los Fugger, los Welser y otros banqueros de Augsburgo, algunas casa genovesas, etc.

La firma del monarca era la garantía de devolución: ¡el rey siempre paga!. Los reconocimientos de deuda del Imperio Español empezaron a cotizar en Amberes, Brujas, Luca y Génova. Los de la Corona de Francia en Lyon y Toulouse. Los deudores únicos eran los Estados francés y español.

Los negocios sobre letras reales crecieron de forma espectacular. Muchos comerciantes abandonaron sus actividades anteriores y se entregaron al nuevo mercado de deuda, que era mucho más lucrativo. Si algún importuno preguntaba que de dónde iba a salir tanto dinero para devolver los préstamos se le contestaba que de América, donde había montañas de oro y plata, de la fabulosa América, que contaba con más riquezas de las que toda Europa pudiera prestar al Emperador.

La fábula animó a unos a pedir más y a otros a prestar más todavía. ¡El rey siempre paga! La seguridad era completa. El globo no paraba de hincharse. ¿Cómo podía ser de otra manera, sabiendo todos que de un momento a otro empezarían a arribar al puerto de Cádiz las carabelas y los galeones cargados de esmeraldas, rubíes, oro y plata? ¿O no era verdad acaso que no hacía falta más que llegar a América, hundir la pala en la tierra y cargar los barcos con aquella carga preciosa?

La euforia era grande, tan grande que el dinero prestado contagió a Francia a pesar de que allí no tenían la fábula americana. Lo que sí tenía el rey francés era un Superintendente de Hacienda que tuvo la genial idea de refundir todas las letras reales que circulaban por el Reino de Francia y fuera de él en una única modalidad de empréstito que llamó el Gran Partido y puso bajo el interés del 16% frente al 12% como promedio de los anteriores, pero para beneficiarse de ello había que suscribir un 30% más de deuda. Muchas mujeres vendieron sus joyas, muchos hombres se desprendieron de sus ahorros, hasta algunos bajás y mercaderes turcos aprovecharon la ocasión que el destino y el Rey de Francia les brindaban. ¡El rey siempre paga!

Y entonces vino el roce, el diminuto alfiles que pinchó el globo. Pudo ser un marinero procedente de América que había arribado a Cádiz y contó que allí no había montañas de plata y oro ni nada que se le pareciera, sino, como mucho, patatas, tomates, cacao, piñas tropicales y otras cosas así. El rumor se extendió como la pólvora en alas de la imprenta, un invento reciente. El pánico fue tras el rumor y las gentes quisieron liquidar cuanto antes sus empréstitos. Los monarcas impusieron una moratoria. Luego descubrieron todos algo terrible: no había dinero. ¡El rey no paga!

Enrique II de Francia, que había ponderado hasta las nubes la deuda de su reino, comprendió de pronto que no podía pagar ni los intereses ni el capital. El mismo descubrimiento hizo Felipe II, el rey de España. Y no pagaron. Fueron el primer boom y el primer crac.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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