Las izquierdas de que aquí se ha hablado son relativas entre sí y todas ellas son relativas a la derecha originaria, a la que no se ha dedicado hasta ahora ni una sola línea de este blog.
Parece claro que si me siento en el banco vacío de un parque no estoy a la derecha ni a la izquierda de nadie. Si un momento después llega alguien que se sienta a mi izquierda yo estaré a su derecha sin haberme movido. Y si se sienta después al otro lado estaré a su izquierda también sin haberme movido. Mis sucesivas posiciones serán relativas sin que yo haga nada por cambiarlas.
La posición liberal fue la primera izquierda porque negó a la derecha originaria, la cual no fue derecha hasta que aquella la negó. El liberalismo quedó luego a la derecha cuando llegaron otros que se sentaron a su izquierda. Lo que sucede en el banco del parque es lo que ha sucedido desde que hay izquierdas y derechas, es decir, desde hace doscientos años aproximadamente.
Una cosa es clara por tanto: que la izquierda es por fuerza posterior desde un punto de vista lógico (y también desde un punto de vista temporal) a la derecha, porque niega lo que ésta afirma. Esto no sucede en el terreno topográfico ni sucedió en la asamblea francesa de donde tomaron su nombre las primeras izquierdas. En estos dos casos las posiciones son simultáneas. Pero en el registro de lo político la izquierda solo ha existido por negación de la derecha y ésta ha tomado su nombre, pero no su posición, de esa negación. Luego es posterior. A partir de dicha negación se constituye, pues, la izquierda y solo después de ello puede tratar de reconstruir lo negado, como así sucedió, por ejemplo, cuando los revolucionarios franceses restauraron y ensancharon el poder de Luis XIV o cuando los bolcheviques hicieron lo mismo con el poder de los zares. Que unos cortaran la cabeza de Luis XVI y otros fusilaran a Nicolás II no es una objeción. Muy al contrario: para fortalecer aquel poder era necesario que desaparecieran los mandatarios débiles. ¿O no fueron débiles Luis XVI y el zar Nicolás para conservar y fortalecer la monarquía que habían heredado, el uno cuando ordenó que los batallones suizos no dispararan contra el pueblo, y el otro cuando no fue capaz de tomar venganza por el asesinato de su amado Rasputín? ¿Habrían triunfado acaso los revolucionarios contra Luis XIV o contra Pedro el Grande?
Solamente es necesario ahora saber qué es lo que afirma la derecha para así comprender qué es lo que niega la izquierda. Algunos, como Maritain y Molnar, han querido contestar esta pregunta llevándola al terreno ontológico, situando a ambas en el ser. La primera se definiría, según ellos, como intuición de la nada y la segunda como intuición del ser. La filosofía de Heidegger, con su autor militando en el partido nacionalsocialista, sería entonces de izquierdas, y la de Santo Tomás de derechas. Esta psicología metafísica guarda poca o nula relación con lo político y no ofrece una buena perspectiva de exploración.
Más confusa aún es la opinión según la cual la derecha se identifica con el intento de conservar el estado de cosas social, político y económico tal como lo encuentra y la izquierda con el deseo de cambiarlo, pero esta perspectiva, aparte de denotar la ignorancia de quienes se llaman a sí mismos de izquierdas y proceden del marxismo, que ha sido y sigue siendo el manantial de donde fluyen más abundantes las aguas izquierdistas, es también inservible, porque hay derechas mucho más progresistas que muchas izquierdas, como ya percibió Marx con toda claridad y dejó escrito en el Manifiesto comunista:
La burguesía ha desempeñado en la historia un papel eminentemente revolucionario.
Para comprender la negación de la derecha originaria que la primera izquierda lleva a cabo es necesario retroceder más allá del lugar en que se oponen los conservadores y los progresistas. Hay que retroceder hasta la posibilidad de conceptualizar el espacio antropológico por parte de algunas sociedades. Este espacio humano es una totalidad ideológica que comprende en su ejercicio la multiplicidad de las partes socializadas, como tribus, familias, reinos, etc., en las cuales se supone repartida aquella totalidad.
Una tal conceptualización es algo que solamente algunas sociedades han podido formarse ideológicamente y luego poner en práctica en la realidad.
Así lo hicieron, por ejemplo, los españoles que descubrieron América. En su cabeza llevaban la idea de un mundo que no podía residir en la cabeza de los guaraníes, los aztecas, los toltecas, etc. Ellos pertenecían a una sociedad en que había universidades para transmitir y cultivar el saber, había cartógrafos, naves para atravesar los océanos, ciencia para calcular la redondez de la Tierra, etc. Una vez llegados a América tardaron poco en saber que estaba dividida en dos subcontinentes y que cada uno de ellos estaba poblado por diversos reinos y tribus, algo que los zuñis, los mayas, los aztecas o los guaraníes tampoco podían tener en su cabeza.
Algo semejante había pasado antes con los romanos en la península ibérica. ¿Cómo iban a saber las tribus que poblaban entonces esta península, tribus como los ilergetes, carpetanos, astures, etc., que habitaban en una península? Esa visión globalizadora solamente podían tenerla los romanos “invasores”. ¿Invasores de qué territorio? ¿Es que tenían los aborígenes noción alguna de lo que era el territorio de la piel de toro para definir como invasores del mismo a las legiones romanas?
Los navegantes españoles no solamente sabían, o acabaron por saber, que América era una “totalidad continental”. Sabían también que el planeta entero era también una totalidad “terráquea”. Incluso, después de los cálculos de Eratóstenes de Cirene (276-197 a. C.), director de la Biblioteca de Alejandría, de una ciudad fundada por Alejandro Magno, lo que da idea de la conexión existente entre los imperios, después de esos cálculos que llegaron hasta el Renacimiento, sabían, como Cristóbal Colón lo supo, cuál era su radio y, en consecuencia, cuál era su perímetro y cuántas millas había que recorrer para dar la vuelta al mundo.
Solamente los individuos que pertenen a un tipo de sociedad como la de los españoles del Renacimiento o los romanos del Imperio, podían tener en su mente la Idea del Género Humano. A esa Idea solo puede acceder una sociedad cuando que haya llegado a un cierto nivel de complejidad. Los ilergetes, los astures, los guaraníes y los aztecas no pertenecían a una sociedad así. Por eso los primeros no estaban en condiciones de invadir Roma ni los segundos de descubrir Europa, porque carecían de esa conceptualización y de los medios para obtenerla.
El Género Humano, en consecuencia, no es algo que esté al principio de la Historia, sino, por así decirlo, al final, si es que es posible que la Historia tenga un final. Pero es preciso, antes que nada, tener historia, es decir, poder echar la mirada hacia atrás para poder englobar todo en un conjunto. Es necesario, por ejemplo, que haya una tradición filosófica y política que permita al emperador Marco Aurelio, seguidor del estoicismo, definirse como habitante del mundo, cosmo-polita, pues nadie que no sepa lo que es el cosmos y lo que es la pólis, es decir, el Estdo, puede definirse así. Y es necesario también que haya una tradición religiosa implicada en la organización política de las sociedades para que alguien pueda definirse como católico, es decir, como universal, recogiendo la tradición estoica romana. Solo desde sociedades que han llegado a un punto semejante de desenvolvimiento es posible concebir la Idea del Género Humano y tratar de promocionarla. Tal Idea no surge, pues, del conjunto de la humanidad ni está dada ab initio, sino de alguna de las partes de esa humanidad, que a continuación trata de extenderla a las demás.
Pues bien, esas partes de la humanidad, constituídas en Estados, partes que están en disposición de promocionar una Idea así a todas las demás, son las que dan lugar a la apropiación originaria, que a través de las leyes estatales se trueca en propiedad. Mucho tiempo antes de Marx, Panecio de Rodas (185-110 a. C.) ya definió el Estado como Estado de propietarios. Pero esta definición debe ser ampliada al Estado mismo para verlo como propietario de los territorios que caen dentro de sus fronteras, de los que ha tomado posesión frente a otros estados, grupos tribales o cualesquiera otras agrupaciones políticas. Los propietarios no son anteriores al Estado, sino el Estado anterior a los propietarios. Aquí el todo es el que es anterior a las partes y no al revés.
Esa apropiación del territorio podrá ser un desarrollo de la apropiación que las bandas de primates ponen en marcha frente a otras bandas de congéneres, felinos, etc., pero no consiste en ella. La apropiación estatal presupone la representación o conceptualización del territorio que son capaces de formar ya las bandas nómadas humanas del Paleolítico cuando vuelven a él y se lo apropian real y efectivamente frente a otras bandas, sean amigas o enemigas. Tal apropiación tiene que ser real y efectiva, ejercida por la fuerza cuando es preciso, pues en caso contrario carece de valor, como sucede con la “apropiación” que los Estados Unidos hicieron de la Luna con el viaje del Apolo XI, enviado a nuestro satélite el 16 de julio de 1969, que se mantendría únicamente si hubieran podido dejar una guarnición allí para mantener la propiedad del astro.
La apropiación real y efectiva de un territorio exige además que esa representación o conceptualización puedan transmitirse mediante el lenguaje hablado y, sobre todo, escrito, de unas generaciones a otras.
Esta apropiación se convertirá con el tiempo en propiedad en sentido jurídico a través del Estado. La propiedad es, no se olvide, una relación entre hombres que, justamente en esa relación se hacen personas, algo que pueden perder por el delito. En esto están básicamente de acuerdo Rousseau y Hegel. La violación de los derechos y deberes que brotan de los hombres convertidos en personas merece una pena. Pero pena no es lo mismo que castigo. Es más bien la puerta que se abre al delincuente para que vuelva a ser persona una vez que ha dejado de serlo por el delito. Cuando la pena es de muerte Rousseau afirma que es porque ya no hay nada que hacer con el delincuente y que entonces no se mata a la persona, sino al hombre.
La apropiación y la propiedad son por tanto originarias entre los hombres. El comunismo primitivo a que se refiere Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, no puede haber consistido más que en una ausencia de propiedad por parte de los individuos que compusieran el grupo, pero no de apropiación por parte del propio grupo. Y aquella afirmación de Proudhon, según la cual toda propiedad es un robo, no es más que un disparate. Si para que haya robo tiene que haber antes propiedad, ¿cómo puede ser un robo toda propiedad?
Ahora bien, no son los grupos, los grupos políticos, los que resultan de las apropiaciones individuales, sino al revés.
Todo esto explica que la lucha de las clases de que habla Marx, una lucha que se libraría en el interior de los estados, no es comprensible si antes no se tiene en cuenta la lucha de los estados entre sí. Esta es la fundamental.
Desde esta perspectiva no puede negarse el “derecho” de un estado a entrar en el territorio de otro alegando que éste tiene ya propietario. El derecho de propiedad, en contra de lo que dice la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1792, no es un derecho natural, sino un derecho civil, un derecho establecido jurídicamente por un Estado para los miembros del mismo. “Usucapión” se llama a esto según el DRAE: adquisición de una propiedad o de un derecho real mediante su ejercicio en las condiciones y durante el tiempo previsto por la ley. En la Epaña de los siglos IX y X se llamaba asimismo “presura” a una forma legal de repoblación que consistía en la libre ocupación de las tierras yermas y abandonadas reconquistadas al Islam, especialmente en el valle del río Duero.
Es un abuso de los términos pretender extender este derecho a las relaciones entre estados y decir, por ejemplo, que los españoles no tenían derecho a entrar en las Indias. No solo lo tenían ellos en verdad, sino que también lo tenían los indios, solo que éstos no tenían capacidad para hacerlo. Luego no se trata de derecho, sino de capacidad, de poder. El derecho internacional no es más que una transposición a las relaciones entre estados de las relaciones entre miembros o grupos en el interior de cada estado. No procede del derecho natural, sino del equilibrio siempre inestable entre las potencias.
Esta situación muestra que la derecha tiene carácter primario frente a la izquierda. Aunque como concepto político no se configura hasta el siglo XVIII, por oposición a la izquierda que surge entonces, la derecha absoluta es una situación originaria que ha precedido a la izquierda en varios centenares de siglos y la ha engendrado por contraste. La derecha es anterior a la izquierda como la madre a la hija, pero la primera es madre solamente cuando la segunda es hija.