Averroes: unidad del entendimiento humano

§ 9. La escuela aristotélico-averroista (en el Renacimiento)

Ya dejamos indicado que el peripatetismo averroísta, y con especialidad la teoría del filósofo cordobés acerca de la unidad del entendimiento humano, tuvo partidarios más o menos fieles, más o menos manifiestos, a contar desde los últimos años del siglo XII. A la sombra del Renacimiento, y favorecido por la confusión, amalgama y choque de sistemas filosóficos iniciado por éste, el averroísmo levantó la cabeza, y tuvo muchos y ardientes partidarios en las universidades de Italia, y principalmente en la de Padua, en la cual puede decirse que dominó hasta mediados del siglo XVII. La tesis capital del averroísmo en la época que nos ocupa, y considerado desde el punto de vista cristiano, es su teoría sobre el entendimiento humano, teoría que entraña la negación de la inmortalidad del alma.

Aunque son muchos los que han hablado y escrito acerca de esta teoría averroísta, son pocos, muy pocos, los que lo han hecho con verdad y exactitud filosófica, contribuyendo a ello la ignorancia de la terminología y de la doctrina escolásticas, condición absolutamente indispensable para comprender el sentido real y verdadero de la teoría psicológica de Averroes. Los que quieran formar idea, ya que no cabal y completa, al menos exacta y clara, de la doctrina averroísta en este punto, deben no perder de vista lo siguiente:

1.º Para el filósofo cordobés, lo mismo que para los antiguos escolásticos, el alma sensitiva de los brutos superiores o más perfectos lleva consigo o posee cuatro potencias o sentidos interiores, que son: el sentido común, la imaginación, la memoria y la estimativa. El oficio o función propia de esta última es percibir y juzgar, pero con juicio instintivo y no comparativo, ciertas cualidades y atributos de los objetos singulares y sensibles, como cuando la oveja huye del lobo, porque percibe y juzga que es su contrario y enemigo.

2.º Lo que en los animales es y se llama estimativa, y es principio de percepciones meramente instintivas, en el hombre adquiere cierto grado de perfección, por lo mismo que radica en una alma más perfecta que la de los brutos. En virtud de esta mayor perfección de la estimativa en el hombre, éste percibe y juzga ciertas cualidades y atributos que existen en los objetos sensibles singulares, pero no de una manera puramente instintiva y fatal, sino comparando esos objetos singulares sensibles, razón por la cual lo que se llama estimativa en los brutos recibe el nombre de cogitativa en el hombre, y también el de razón particular (ratio particularis) para distinguirla del entendimiento o razón universal.

3.º De lo dicho se infiere, que lo que Averroes –lo mismo que los antiguos escolásticos cristianos– apellida cogitativa, vix cogitatrix, ratio particularis, es una potencia sensitiva quoad substantiam; es una facultad perteneciente al orden sensible, y que, por consiguiente, nace y perece con el alma sensible de que es potencia.

Esto supuesto, he aquí ahora la teoría de Averroes:

Averroes

a) Cada hombre particular se halla constituido en la especie humana, y se halla vivificado e informado substancialmente por la que llamamos generalmente alma humana, la cual, aunque es más perfecta que la de los brutos, no pertenece, sin embargo, a la esfera de las formas o substancias espirituales subsistentes e intelectuales, sino más bien al orden sensible, a la esfera de los seres sensibles

b) Además de esta alma humano-sensitiva, que es la forma substancial intrínseca de cada hombre individual, existe otra alma, que pudiéramos llamar humano-inteligente, la cual se une a cada hombre, no con unión substancial, no por información interna y específica, sino por unión de asistencia y de presencia, por comunicación de potencias y funciones intelectuales.

c) De manera que esta alma humano-inteligente debe concebirse como una substancia intelectual, subsistente por sí y separada de todo cuerpo, la cual sirve de forma a toda la especie humana, no por información propiamente substancial e interna, sino con información accidental y externa, o sea por razón de su presencia, asistencia y comunicación con todos y cada uno de los hombres, sin formar parte esencial y constitutiva de los mismos, pues esto pertenece al alma humano-sensitiva.

d) Por medio de la facultad cogitativa, que es la potencia y la función más perfecta de esta alma humano-sensitiva, se establece, conserva y desarrolla la comunicación permanente entre el individuo humano y la inteligencia universal de la especie, o sea con el [33] alma humano-inteligente, el alma una y superior, que es independiente en cuanto a su esencia, existencia y substancia de cada individuo humano; porque esta inteligencia o alma universal, que está siempre presente y asiste a cada hombre singular, percibe y conoce los objetos universales y las verdades necesarias, abstrayendo y elaborando sus ideas y concepciones universales de las especies o representaciones sensibles y singulares contenidas en la cogitativa, después de haber pasado por otros sentidos externos e internos. En suma: la intelección, el conocimiento de la verdad y la ciencia, como actos y manifestaciones de lo que llamamos entendimiento humano, proceden, pertenecen y residen exclusivamente en el alma humano-inteligente, forma separada y distinta in essendo, in substantia et in existendo de cada individuo; pero pertenecen al individuo, y se dice que existen en el individuo humano, en cuanto que son ocasionadas y excitadas por la cogitativa, facultad que suministra los objetos y representaciones necesarias al efecto, y que sirve de lazo de unión entre el alma personal (la humano-sensitiva) y el alma inteligente separada y común a todos los individuos.

e) El alma humano-sensitiva, que es la verdadera forma substancial del hombre, comienza a existir con el cuerpo humano; pero el alma universal o humano-inteligente, sólo comienza a existir en el hombre, o, digamos mejor, asiste al hombre-individuo, cuando la cogitativa se halla en disposición de suministrarle los materiales necesarios para la intelección y demás funciones puramente intelectuales. Cuando muere el hombre, perece el alma humana individual que le sirve de [34] forma substancial, desaparece la comunicación personal y consciente del mismo con la inteligencia separada, o sea con el alma humano-inteligente, y desaparece, por lo mismo, la personalidad consciente e inteligente del individuo, del cual es parte esencial y substancial la forma humano-sensitiva.

Tal es, en resumen, la famosa teoría averroísta de la unidad del entendimiento humano, teoría que, según se desprende de lo dicho, es absolutamente incompatible con la inmortalidad del alma humana en el sentido propio de la palabra, y con la existencia de una vida futura, con premio y castigo para las acciones de cada hombre. No es de extrañar, por lo tanto, que la Iglesia haya mirado siempre con recelo y con aversión marcada al averroísmo, oponiéndose a sus manifestaciones y progresos.

§ 10. Partidarios principales de la escuela aristotélico-averroista

Los principales representantes del averroísmo fueron:

a) Nicolás Vernias, profesor de Filosofía en la universidad de Padua desde 1471 hasta 1499. Aunque enseñó y defendió la teoría psicológica de Averroes en toda su crudeza, la abandonó en los últimos años de su vida, admitiendo la inmortalidad de las almas particulares en el sentido de la religión y de la Filosofía cristiana. [35]

b) Alejandro Achillini, que enseñó Filosofía en Bolonia y Padua, y que murió en 1518, fue partidario y propagandista del averroísmo, pero haciendo reservas más o menos explícitas en favor de la inmortalidad del alma humana.

c) Agustín Nifo, discípulo de Vernias, que nació en 1473 y murió en 1546, defendió, como su maestro, la unidad del entendimiento humano en el sentido averroísta; pero después abandonó esta doctrina, y defendió contra Pomponazzi la inmortalidad del alma en el sentido cristiano.

d) Ya se ha dicho que el averroísmo tuvo muchos partidarios en Italia hasta mediados del siglo XVII, distinguiéndose entre ellos el médico del Papa Clemente VIII, AndrésCesalpini, el cual apellidaba a Dios anima universalis, y amalgamó con el averroísmo ciertas ideas panteístas.

Al lado y en pos de los dichos, preséntase el nombre del desgraciado

e) Vanini (Lucilio o Julio César), el cual parece haber querido concertar y reunir en su persona y en su doctrina todos los extravíos y errores, no sólo de Averroes, que es para él el primero de los filósofos, sino también de la escuela más o menos materialista y anticristiana de Pomponazzi y demás partidarios del aristotelismo alejandrino. Vanini, que nació en Nápoles por los años de 1585, y pereció en Tolosa en 1619, condenado por el Parlamento a ser quemado como ateo, «era, dice Cousin, un espíritu ligero e inquieto, imbuido en las opiniones peores de la escuela de Padua, donde había estudiado, despreciador de Platón y de Cicerón, admirador apasionado de Aristóteles, [36] enseñado, según su propio testimonio, a jurar sobre la palabra de Averroes, ocultando unas veces sus principios bajo apariencias de gran celo católico, y otras haciendo ostentación de los mismos con impudencia.»

A pesar de las reiteradas protestas de sumisión a la Iglesia que se encuentran en sus obras, y principalmente en su Amphiteatrum aeternum Providentiae[1], es lo cierto que se burla casi abiertamente del Cristianismo y que hace pública profesión de ateísmo.

No sólo admite la eternidad del mundo, sino que le considera independiente de toda voluntad e inteligencia supremas, considerando su movimiento como inherente y resultado de su propia forma o esencia (a sua forma, non ab intelligentiae voluntate moveri), a la manera que los modernos materialistas hacen de la fuerza el atributo de la materia. La virtud y el vicio dependen del clima, alimentación, sistema de vida y demás condiciones naturales o medios ambientes. Excusado parece añadir que se burlaba de la inmortalidad del alma, punto sobre el cual había hecho voto de no pronunciarse abiertamente, decía, «sino cuando fuera viejo, rico y alemán». Para cualquiera que haya leído sus obras, y principalmente sus diálogos De Admirandis, etc., es cosa punto menos que evidente, que [37] Vanini, por medio de alusiones más que transparentes, claras y explícitas, cómbate y rechaza los dogmas cristianos y hasta la existencia de Dios, so pretexto[2] y bajo la máscara de combatir y rechazar a los herejes y a la religión de los antiguos gentiles.

Sus costumbres estaban en armonía con su doctrina. «Se le imputaban, no sin fundamento, costumbres infames, escribe Cousin: fue acusado de tener conciliábulos secretos, donde propalaba sus opiniones entre los jóvenes de las mejores familias. Fue acusado y [38] convencido de ateísmo (ante el Parlamento de Tolosa), después de un largo proceso, de confrontación de testigos y de debates contradictorios.»

A juzgar por lo que dice en sus diálogos De Admirandis naturae reginae deaeque mortalium arcanis, la madre de Vanini debió ser española u oriunda de España, pues se dice que se apellidaba López Noguera.

f) Hablando de Filosofía o escuela aristotélico-averroísta, sería injusto pasar en silencio el nombre de Zimara (Marco Antonio, †1532), el cual fue uno de los que más contribuyeron con sus escritos a propagar y difundir por las escuelas de Italia y de la Europa toda la doctrina de Aristóteles comentada por Averroes. Entre aquellos escritos merecen citarse las Solutiones contradictionum in dictis Aristotelis et Averrois, y sobre todo la que lleva por epígrafe Tabula dilucidationum in dictis Aristotelis et Averrois. Contiene esta última un índice copiosísimo de la doctrina del Estagirita y del filósofo cordobés, pero índice acompañado de digresiones, y éstas encaminadas a fijar su sentido, indicando a la vez sus relaciones con la doctrina de los principales filósofos griegos y árabes. Zimara, sin embargo, procura mantenerse generalmente en el terreno del expositor, sin aprobar las opiniones averroísticas que encierran sentido contrario al Cristianismo.


[1]  Las pretensiones extravagantes de este filósofo y el desorden de sus ideas, se revelan hasta en los títulos de sus obras. La que vio la luz pública en Lyon, año de 1615, lleva el siguiente encabezamiento: Amphiteatrum aeternum Providentiae, divino-magicum, christiano-physicum, necnon astronomico-catholicum, adversus veteres philosophos, atheos, epicureos, peripateticos et stoicos. Al año siguiente publicó en Paris otra obra con este título: De admirandis naturae, reginae, deaeque mortalium, arcanis, dialogorum inter Alexandrum et Julio Caesarem libri IV.

[2]  Entre las muchas citas que pudieran aducirse para demostrar lo dicho en el texto, bastara el siguiente pasaje, en el cual se transparenta con sobrada claridad su pensamiento acerca de la Trinidad católica y acerca de Dios y la religión. Después de exponer el misterio de la Trinidad, Vanini dice por boca de su interlocutor: «Discurres con tanta fuerza, que hasta podrías convencer a los filósofos que se ríen del misterio de la Trinidad como de un hecho quimérico e imposible…. a fuerza de genio, serás capaz de elevar al nivel de la razón las fábulas de los poetas.

«¿Según qué ley honraron a Dios de una manera verdadera y piadosa los antiguos filósofos? –Según la ley natural solamente; porque la naturaleza, que es Dios, puesto que es el principio del movimiento, grabó esta ley en el corazón de todos los hombres. En cuanto a las demás leyes, los filósofos las miran como ficciones y engaños inventados, no por algún mal genio, sino por los príncipes para la educación de sus súbditos, y por los sacerdotes para tener honores y riquezas. Y así es como la plebe ignorante está sujeta en servidumbre por el temor de un Dios supremo que lo ve todo y todo lo compensa por medio de castigos eternos: por esta razón el epicúreo Lucrecio dijo en sus versos, que el primero que introdujo los dioses en el mundo, fue el temor.»

«Si la religión de los paganos, añade después, era falsa, ¿cómo es que estaba apoyada por milagros y prodigios extraordinarios? –Preguntad a Luciano, el cual os responderá que todas eran imposturas de los sacerdotes. Por lo que a mi hace, atribuyo todas estas maravillas a causas naturales.» Œuvres Philos. de Vanini, pág. 227, trad. de Rousselot.

Zeferino González, Historia de la filosofía. III, capítulos &9 y &10.

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Materialismo histórico

1. El Prefacio de 1859

El materialismo histórico es la teoría en que Marx expone el motor que mueve las sociedades, para lo cual distingue en éstas varios sectores y atribuye a algunos de ellos un papel preponderante sobre los demás. El texto donde se expone la teoría es el Prefacio de 1.859 a la Crítica de la Economía Política. Empieza así:

Retrato de Carlos Marx, de John Jabez Edwin Mayall

En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de esas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio jurídico y político, ya a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social [1].

Es útil representarse el contenido de estas líneas según la metáfora arquitectónica a que ellas mismas aluden: Sigue leyendo

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Marx: el fetichismo de la mercancía

1. Valor de uso

Que haya oscuridad y misterio en las obras de sus manos es algo desconocido habitualmente para los propios hombres, pero es asimismo algo habitual en ellos. En su trato con la naturaleza producen cosas de una utilidad inmediata que saben apreciar sin vacilaciones. Humanizan lo natural y, así transformado, lo convierten en objeto de uso. No hay otra alternativa para ellos si pretenden satisfacer sus necesidades, cualesquiera que sean. Si solamente existiera uno de ellos, consumiría los bienes que produjera él mismo. En éstos no habría nada oculto para él. Robinson Crusoe en su isla lleva a cabo diversos trabajos: caza, pesca, construye herramientas, fabrica muebles, etc. Todos son más o menos útiles, sea para su supervivencia o sea para su distracción. Las actividades son distintas, pero Robinson es uno. Nada hay de extraño en todo ello. Algunos le cuestan más esfuerzo que otros, dependiendo de su destreza o de la resistencia que le opone la naturaleza, pero no son un obstáculo para que lleve la cuenta del trabajo que emplea en hacer cada cosa, de los bienes de uso producidos, de las funciones asignadas a cada herramienta, etc. La sola existencia de un inventario así muestra a las claras su situación. Su trabajo es privado y su consumo también lo es. La relación entre ambos es, además, directa. ¿Qué enigma podría ocultarse tras ella? Sigue leyendo

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Mística y utopía

San Bernardo de Claraval (1091 – 1153), llamado doctor melifluus por su elocuencia, que predicó la segunda cruzada, fue el máximo exponente del misticismo de la abadía de San Víctor, movimiento cuyo iniciador fue Guillermo de Champeaux. Se opuso fervientemente a Abelardo.

San Bernardo utilizó la mística como un arma contra la herejía, en la cual le pareció que desemboca todo movimiento filosófico. De ahí que negara el valor de la razón y del hombre mismo, que solamente puede alzarse sobre sí en la mística y la ascesis que la precede. Inspirado en De amicitia, de Cicerón, y en el Cantar de los Cantares, pensó que la mística es el abandono total del alma en la voluntad de Dios después de haberse liberado de los vínculos corporales. El alma que llega al éxtasis, el supremo estado del proceso ascético, se disuelve en Dios como una gota de agua en el vino. Sigue leyendo

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Filosofía política de Platón

I. La sociedad como un todo

La descripción del mejor de los estados va en Platón ligada a la descripción del mejor y más saludable estado del alma. La analogía es completa: la ética y la política son inseparables, si es que no son lo mismo.

Cuando un grupo social es pequeño y sencillo, la obediencia a las leyes reporta beneficios al individuo tanto como al grupo, pues no se percibe la diferencia entre obligación moral e interés común. Pero la civilización griega había dejado de ser pequeña y sencilla hacía ya bastante tiempo. Se había extendido más allá de sus fronteras, había asimilado costumbres, religiones y saberes ajenos, se había vuelto más compleja en suma. Esa expansión podía convencer a muchos de que el bandolerismo a gran escala, en el que podían incluirse las conquistas militares, o a una escala más reducida, la de los particulares o las bandas de ladrones, era beneficioso. Que la obediencia a las leyes podía convertirse en un peligro. Y que, en fin, lo bueno tiene que ser agradable para uno mismo y que el placer del fuerte es su único deber. Así se resolvía la diferencia entre la ley y la naturaleza. Sigue leyendo

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El socialismo desde el punto de vista de sus medios de acción

El socialismo es el fantástico hermano menor del despotismo casi difunto, cuya herencia quiere recoger; sus esfuerzos son, pues, reaccionarios. Desea una plenitud de poder del Estado como el propio despotismo no tuvo jamás; sobrepasa lo que enseña el pasado, porque trabaja por reducir a la nada formalmente al individuo: es que éste le parece un lujo injustificable de la Naturaleza y debe ser corregido por él en un órgano útil de la comunidad. Como consecuencia de esta afinidad, se deja ver siempre alrededor de todos los desarrollos excesivos de poder, como el viejo socialista tipo, Platón, en la corte del tirano de Sicilia: anhela (y aun exige en ocasiones) el despotismo cesáreo de este siglo, porque como he dicho, desearía ser su heredero.

Dezrobirea Muncitorilor («Emancipación de los trabajadores»), Romanian magazine Lumea Nouă, 11/1895.

Pero aun esta herencia no bastaría a sus fines; le es necesaria la servidumbre completa de todos los ciudadanos al Estado absoluto, tal como jamás ha habido otra semejante, y como no tiene el menor derecho para contar con la vieja piedad religiosa hacia el Estado, sino que al contrario, debe de buen o mal grado trabajar constantemente por su supresión –pues que en efecto trabaja por la supresión de todos los Estados existentes– no puede tener esperanza de una exigencia futura, sino por cortos períodos, aquí y allá, gracias al más extremo terrorismo. Por esto se prepara silenciosamente para la dominación por el terror, y hunde en las masas medio cultas, como un clavo en la cabeza, la palabra «Justicia», a fin de quitarles toda inteligencia (después de que esta inteligencia ha sufrido bastante por cierto en la semicultura) y de procurarles, por el villano juego que ellos tendrán que hacer, una buena conciencia. El socialismo puede servir para enseñar de manera brutal el peligro de todas las acumulaciones de poder en el Estado, y en este sentido insinuar una desconfianza contra el Estado mismo. Cuando su ruda voz se mezcla al grito de guerra «Lo más Estado posible», este grito resultará de pronto más ruidoso que nunca; pero en seguida estallará con no menor fuerza el grito opuesto: «Lo menos Estado posible.»

Nietszche, Humano, demasiado humano, aforismo 472


 

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Conocimiento y realidad en Platón

1. La percepción sensible

De las varias clases de conocimiento, el más fiable, el auténtico, tendrá que ser aquél que no pueda ser puesto en duda razonablemente por nadie. Para ello deberá ser infalible. Pero no sería suficiente: podría tratarse de un conocimiento infalible pero vacío, lo que le impediría ser auténtico. Luego el conocimiento debe ser infalible y tener por objeto lo que es, no lo que no es.

¿Puede la percepción sensible ser esta clase de conocimiento? Para contestar es preciso ver antes si cumple las dos condiciones mencionadas. En primer lugar, si fueran lo mismo la percepción y el conocimiento, de tal manera que no hubiera ningún conocimiento que no fuera percepción, habría otras actividades mentales que no podrían ser utilizadas para conocer. Tal la memoria: debería admitirse que quien ha conocido y recuerda, pero sin percibir en ese instante, no conoce de verdad. Si, por el contrario, se defiende que recordar algo es conocerlo, será porque percepción sensible y conocimiento no son exactamente equivalentes. Luego parece claro que la percepción no es todo el conocimiento. Sigue leyendo

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Mito y razón

  1. El milagro griego

La explicación usual de la historia de la filosofía da por sentado que ésta nació en Grecia hacia el siglo VI antes de nuestra era, concretamente en las ciudades jónicas del Asia Menor. Destaca además un acontecimiento y una fecha como indicadores de la aparición de esta nueva forma de pensar: la correcta predicción, en el año 585 a. C., de un eclipse de sol por el filósofo Tales de Mileto, a la sazón el primer representante de la más primitiva escuela griega de ciencia. La razón del hecho no habría estado en que Tales hubiera hecho una buena predicción, sino en que fue un hombre que había adoptado una nueva actitud intelectual: en lugar de consultar al oráculo, observó y calculó las trayectorias de los cuerpos celestes[1]. Tal actitud, se concluye, obedecía a una diferente concepción del universo, a una aceptación de la existencia de leyes por las que éste se rige. Esta novedad, este gran acontecimiento con que se inicia la historia de la filosofía y la ciencia de la tradición europea, no puede ser explicado si no es aludiendo al «milagro griego». Sigue leyendo

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La política según Aristóteles

Los fines de la vida ética no son suficientes para un hombre. Necesitan completarse en la vida política, necesaria para él porque no puede vivir en soledad. Todo hombre nace en alguna clase de comunidad.

1) Clases de comunidad humana

La más antigua y sencilla de las comunidades es la familia, que existe porque un individuo no se basta a sí mismo. La familia es ante todo división del trabajo para satisfacer las necesidades cotidianas del alimento, el vestido, la crianza de los pequeños, la protección, etc. El segundo peldaño en la escala de las comunidades es la aldea, o unión de varias familias, que aparece para atender necesidades no cotidianas de la vida. La última es la pólis, o comunidad de aldeas, que no surge meramente para vivir, sino para vivir bien, porque es el único suelo en que puede arraigar una vida plenamente civilizada y autárquica. Solamente en una pólis bien ordenada pueden los mejores hombres, no las pasivas mujeres, los torpes esclavos o los artesanos y campesinos embrutecidos por el trabajo manual, alcanzar la plenitud de la vida humana. Sigue leyendo

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Ética de Aristóteles

Tres son los temas principales de la ética aristotélica: el bien, la felicidad y la virtud, que conviene precisar en cuanto sea posible para evitar equívocos, pues se trata de tres nombres tan comunes que, como suele suceder, creamos saber todo y en realidad no sepamos nada.

1. El bien

Aristóteles en «Crónica de Nuremberg».

El primero, el bien, es aquello a que cada cosa tiende, sea en el orden de la naturaleza, sea en el de la acción humana. En aquél es, en general, el Dios-razón, en éste los fines que los hombres persiguen. Éstos no buscan nunca el mal a sabiendas, aunque muchas veces dan con él sin quererlo. Como son una gran muchedumbre de individuos tan distintos entre sí, unos buscarán un fin y otros otro, de manera que habrá muchas clases de bien, tantas como clases de hombres haya: la riqueza para el pobre, la salud para el enfermo, el placer para el voluptuoso, la libertad para el preso, la victoria para el estratega, etc.

De estos fines, unos se buscarán por sí mismos y otros con vistas a otra cosa. No se busca, por ejemplo, la guerra por sí, sino por la victoria, y ésta tampoco por sí, sino por la paz, por la liberación o por algún otro fin parecido. Tampoco se busca la riqueza por el afán de acumularla, sino para vivir con holgura. Si hubiera algún bien que se buscara por sí mismo y no por otro, ése sería el mejor y todos los demás serían medios en comparación con él. Conocer un fin así es por fuerza necesario para elegir una buena vida. ¿Dónde hallarlo? En la ciencia política, sin duda alguna, dice Aristóteles, porque, aun no siendo distintos el bien del individuo y el de la pólis, siempre será preferible el de un pueblo entero antes que el de un individuo solo.

No debe esperarse que esta ciencia sea necesaria, pues es ciencia práctica. Como no puede exigirse al orador que eche mano de la demostración exacta, tampoco puede esperarse que lo haga el que entiende de ética y política, porque este saber solamente es útil para quienes, una vez llegados a la edad adulta, son capaces de encauzar su vida según los dictados de la razón, no para los jóvenes, que no tienen experiencia de las cosas de la vida. La razón no entra en los hombres hasta que son adultos, debido a que hasta entonces se dejan guiar por la intemperancia y el sentimiento. Lo mismo da a este respecto que sean jóvenes de edad o de carácter (Aristóteles, Política, 1094 b).

Además de ello, lo que importa en esta investigación no es saber con precisión en qué consisten el bien y la felicidad, sino ser buenos y felices. Así sucede siempre con las prácticas y los oficios: el carpintero no saca ningún provecho del conocimiento del ángulo recto, sino de su utilización para hacer la silla, ni el general es mejor por haber contemplado la idea en sí, sino por vencer en la batalla.

2. La virtud

Ser bueno es tener virtud y tener virtud es ejecutar la función o finalidad propia (v. Ética a Nicómaco, II, 1106 a 20). La función del hombre es la de un compuesto que ha de vivir en conformidad con todo su ser. Por una parte es alma vegetativa, que le impone acciones como el alimento y la reproducción. En esto no se diferencia de una planta. Por otra es alma sensitiva, que le impone las acciones del animal. Como no parece que la vida de un hombre haya de ser la de un matorral o la de un caballo, no puede consistir en esto todo. Resta la parte específica de su naturaleza, su alma racional, en lo que no se distingue de un dios. Sería absurdo pretender que un caballo o un matorral hubieran de vivir como un hombre, que es de naturaleza superior, pero no lo es que un hombre viva como un dios, pero, teniendo que contar también con los lados vegetativo y sensitivo de su naturaleza, no puede vivir así ininterrumpidamente.

Aunque la razón es la parte más alta del hombre y debe regir al resto, es preciso asignar otras funciones a las demás. Por esto las virtudes son de varias clases. Están por un lado las dianoéticas o intelectuales, que se adquieren por experiencia y tiempo. Entre éstas se cuentan la sabiduría, la inteligencia, la prudencia, etc. Por el otro están las virtudes éticas, que, como la fortaleza, la templanza, la generosidad, etc., necesitan costumbre.

La virtud no se hereda ni se recibe como un regalo, sino que es efecto de la propia actividad. Es

un hábito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón, y por aquélla por la cual decidiría un hombre prudente (Aristóteles, Ibidem, 1107 a)

Que sea un término medio no quiere decir que sea posible calcularla con exactitud, pues ya se ha acordado que no cabe ser totalmente rigurosos en asuntos prácticos. Lo que la definición de virtud dice es que en las acciones suele haber un término medio entre un exceso y un defecto. La valentía con exceso es temeridad, con defecto, cobardía; el hombre valiente está entre un extremo y otro, como el templado está entre el licencioso y el insensible, el generoso entre el derrochador y el tacaño, el hombre agradable entre el bufón y el desabrido, etc. Ese medio entre dos extremos no es una medida absoluta con validez objetiva para todos los hombres. La generosidad no se mide con la misma vara para un rico y para quien no lo es, ni el valor para un guerrero y para un niño o una mujer. El medio que se debe ejecutar en cada acción es algo que corresponde a cada hombre que actúa y no puede ser dado de una vez por todas y para todos por igual. Conviene, sí, dejarse guiar por aquello que se sabe que haría en las mismas o parecidas circunstancias un hombre prudente, cargado de experiencia en las cosas de la vida. Estos hombres, capaces de servir de modelo para los otros, son los que deberían legislar en las ciudades.

Hay que hacer alguna excepción a esta norma general, pues no de toda acción hay exceso, defecto y término medio. El homicidio y el adulterio, entre otras, no los tienen. Sería ridículo o malvado decir que un homicida que se cuide de los extremos y mate según un término medio actúa bien, o que el adulterio es honroso si se comete con la mujer adecuada, sin excederse y sin quedarse corto. En esas acciones y en otras que se les parecen siempre se yerra y nunca se acierta.

Aparte de estos casos indiscutibles, hay muchas maneras de ser malo y una sola de ser bueno. Será bueno el que, disponiendo de un discernimiento adecuado, sea capaz de acertar en la mayor parte de las ocasiones, y más bueno será cuantas más veces lo logre y menos esfuerzo le cueste hacerlo, lo que sólo se consigue cuando se convierte en hábito. Lo mismo que una golondrina no hace verano, no bastan tampoco para vivir de acuerdo con lo razonable y ser bueno un día o un año, sino la vida entera. Tampoco es buen músico el que ha tocado bien una pieza en una ocasión, sino el que lo hace siempre y sin esfuerzo, lo que solamente se consigue cuando el hábito se ha convertido en naturaleza.

3. La felicidad

Un hombre así encuentra placer en su propia actividad y es feliz. Es un hombre bien educado, pues la buena educación no es más que complacerse y dolerse como es debido (Aristóteles, Ibidem, 1104 b.) Cada uno encuentra placer en aquello a que se aficiona. Son placenteras por naturaleza las acciones acordes con la virtud, de manera que quien es virtuoso no necesita esperar ningún placer añadido. Ésta es la felicidad propiamente humana, la que puede alcanzarse por el propio esfuerzo y no debe abandonarse a los azares de la fortuna. Quien, además de esto, no carece de bienes materiales suficientes, que no deben ser tampoco excesivos, no está privado de amigos, no es repugnante, no tiene hijos depravados, etc., se halla en posesión de la mejor de las cosas humanas. Cierto es que hay una parte de su vida que depende de la fortuna, pero sería un error dejar en manos de ésta también la otra parte, que es lo más hermoso que se puede adquirir por medio de la práctica y el estudio.

Si la práctica de la virtud hace la felicidad y si los hábitos bien seleccionados construyen una naturaleza para el hombre, ¿qué decir de aquellas doctrinas de los sofistas sobre la maldad o bondad natural del hombre? Unos habían defendido que es perverso por naturaleza y que es imposible dirigirlo al bien, otros lo contrario. Aristóteles opone a ambas doctrinas ésta que hemos visto, según la cual los hombres no son buenos ni malos por naturaleza ni contra naturaleza. En ellos no hay inclinación natural hacia el bien o el mal, sino la posibilidad de ser bueno o malo. No sucede aquí como con el ojo, que primero se recibe de la naturaleza y luego se usa para ver, sino como con la música, que no se nace citarista, sino que se es a fuerza de práctica y estudio. Es en nuestras actividades, en nuestros hábitos y costumbres, donde nos hacemos virtuosos o viciosos. Quien no actúa no es bueno ni malo, como no gana triunfos y honores el atleta por el mero hecho de ser atleta, sino por competir. La diferencia es que al hombre le es imposible no actuar.

Quedan, pues definidos el bien, la virtud y la felicidad. El primero es aquello a que cada cosa tiende, la segunda es «un hábito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros…» y la última la práctica de la virtud.


 

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