Sobre España

Busto de Séneca en Sanssouci (Fotografía de Yair Haklai)

La historia de España se parece a las fases alta y baja de las mareas, a la bajamar y la pleamar, como si no atinara a reposar en el intermedio. Unas veces sufre convulsiones que le hacen retraerse, hasta casi desaparecer; su problema en esos momentos no es ser de una u otra manera, sino ser o no ser. Otras, por el contrario, concentra todas sus fuerzas en un punto y se expande, incontenible, hasta alcanzar una plenitud desconocida para otros pueblos. Otros pueblos han soportado también movimientos telúricos, pero su devenir es en general más suave y apacible. Ejemplo de lo primero, de la contracción, fue el colapso de la monarquía de los godos, un hecho que determinó una nueva edad, el Medievo, la cual no comienza con la deposición de Rómulo Augústulo por Odoacro el año 476, sino con el desembarco de Táriq ben Ziyad en la Roca de Calpe el 711. Hoy vemos que la Edad Media no estuvo definida por la invasión de los bárbaros del Norte, sino por la de los bárbaros del Sur, que originaron una espléndida civilización. España, occidental y católica, casi se extinguió en esa colosal confrontación del islam y el cristianismo. No obstante, un hispano de Roma, el cordobés Séneca, parece que hubiera señalado unos siglos antes el destino que aguardaba a esa España cerrada sobre sí tras unas montañas. En su Medea dejó escrito que si un barco se hacía a la mar desde la costa más occidental de la península y el viento del Este le era favorable, llegaría a nuevos mundos en el Oeste. Esta suerte de profecía mantuvo su luz durante los llamados siglos oscuros. Muchos la juzgaron locura entonces. Hasta que Colón, que la había traducido e incorporado en su Libro de las profecías, la llevó a cumplimiento y las tierras descubiertas por él se llamaron Nuevo Mundo. El matrimonio de la reina Juana había establecido en España la monarquía de los Habsburgo, una monarquía del centro de Europa que poseía otros muchos dominios. Pero sólo el español estaba preparado para esa gesta, por la dura presión que el islam ejerció sobre él durante muchos siglos. Esa presión fue como la del brazo que extiende con vigor la cuerda del arco. Cuando cedió, la flecha tuvo que partir y la historia de Europa se aceleró como nunca antes había sucedido. Un pueblo que era entonces el centro y referencia de Europa, se hizo a la mar rumbo al Oeste con viento del Este y ensanchó los confines de Occidente. Sus otros reinos se estaban territorializando mientras tanto. España siguió un impulso católico, universal, que la llevó a extenderse por todo el orbe. Con él dio comienzo la Edad Moderna, una edad durante la cual el mundo occidental, como un árbol frondoso, acabó por cobijar bajo sus ramas a los pueblos de la tierra. Los conocimientos, la organización política y económica, la técnica, el derecho, la lengua, la civilización europea, en suma, empezaron entonces a ser universales. A los españoles de ambos hemisferios, como nos define la Constitución del 12, nos queda una constancia que es difícil hallar en otros contornos: un aire de familia y vecindad por muy lejanos entre sí que sean los lugares de procedencia. Se vive como algo cotidiano cuando uno tiene un amigo o familiar de Santiago de Chile, de Lima, de Bogotá, La Paz o Méjico. Ahora, las aguas han vuelto a la bajamar. Difícil es prever la senda del destino que aguarda. Pero destino y carácter son tal vez lo mismo. Puede que vengan otros tiempos. (Publicado en Minuto Crucial)
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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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