Vasili Grossman

Campo de concentración de Treblinka

Aunque estuviera uno de acuerdo en que el  de los bolcheviques y el nacionalsocialismo son diferentes, obviando que posiblemente sean dos especies de un mismo género, el socialismo, hay que convenir en que los procedimientos utilizados (y probablemente las ideas políticas) por ambos son iguales. De ello da fe Grossman en el texto citado más abajo, un alegato implacable sobre esta semejanza.

Vasili Grossman, que apoyó la revolución bolchevique de 1917, perteneció a la Unión de Escritores Soviéticos. Acompañó al Ejército Rojo, creado por Trotsky, como corresponsal de guerra para el periódico Krasnaya Zvezda (Estrella Roja) entre los años 1941 y 1945, en la conquista de Berlín. Fue el primero que describió un campo de concentración nazi. A. una novela suya, Vida y destino, pertenece este diálogo entre el Obersturmbannführer Liss y el intelectual bolchevique Mijaíl Sídorovich Mostovskói, que está preso en el campo de concentración que rige el primero. En él se niega la diferencia entre bolcheviques y nazis: «Ud. es mi espejo», le dice el jerarca nazi al intelectual comunista en este texto.

«-Le aconsejo que no pierda el tiempo conmigo. Póngame contra la pared, cuélgueme, vuéleme la tapa de los sesos.

-Nadie quiere matarle -repuso Liss de inmediato- cálmese, por favor.
-Estoy tranquilo -replicó alegremente Mostovskói-, no estoy preocupado por nada.
-Pues debería estarlo. Tendría que compartir mi insomnio. Pero ¿cuál es la razón de nuestra enemistad?; no puedo entenderlo… ¿Tal vez porque Adolf Hitler no es un Führer, sino el lacayo de los Krupp y los Stinnes? ¿Por qué no hay propiedad privada en su país? ¿Por qué las fábricas? ¿Porque las fábricas y los bancos pertenecen al pueblo? ¿Porque son internacionalistas mientras nosotros predicarnos el odio racial? ¿Porque hemos provocado el incendio y ustedes se esfuerzan por apagarlo? ¿Por qué somos odiados mientras que la humanidad mira con esperanza hacia su Stalingrado? ¿Es eso lo que ustedes dicen? ¡Tonterías! ¡No existen abismos entre nosotros! ¡Los han inventado! Somos formas diferentes de una misma esencia: el Estado de Partido. Nuestros capitalistas no son los verdaderos amos, el Estado les asigna un plan y un programa. El Estado torna su producción y sus beneficios. Como salario se quedan con el seis por ciento de los beneficios. Su Estado-Partido, exactamente del mismo modo que el nuestro, establece un plan, un programa, y se apodera de la producción. Y aquellos a los que ustedes llaman amos, los obreros, también reciben un salario de su Estado-Partido.
Mijaíl Sídorovich observaba a Liss y pensaba: «¿Es posible que esta vulgar palabrería me haya confundido por un instante? ¿Cómo he podido ahogarme en este torrente de veneno y de lodo pestilente?».
Liss hizo un gesto de desaliento con la mano.
-También sobre nuestro Estado ondea la bandera del proletariado, también nosotros apelamos a la unidad nacional y al esfuerzo de los trabajadores, también nosotros proclamamos que el Partido expresa las aspiraciones del obrero alemán. Y ustedes también apelan al «nacionalismo», al «trabajo». Ustedes saben tan bien como nosotros que el nacionalismo es la fuerza más poderosa del siglo XX. ¡El nacionalismo es el alma de nuestra época! ¡El socialismo en un solo país es la expresión suprema del nacionalismo!
«No veo razón para nuestra enemistad. Pero el genial maestro y líder del pueblo alemán, nuestro padre, el mejor amigo de las madres alemanas, el estratega más grande de todos los tiempos y todos los pueblos es quien ha empezado esta guerra. ¡Y yo creo en Hitler! Sé que la mente de vuestro Stalin no está nublada por la cólera y el dolor. A través del fuego y el humo de la guerra puede ver la verdad. Sabe quiénes son sus enemigos. Lo sabe, sí, lo sabe incluso ahora, cuando estudia con ellos la estrategia militar que desplegará contra nosotros, y se bebe una copa a nuestra salud. En el mundo existen dos grandes revolucionarios: Stalin y nuestro Führer. Es la voluntad de ambos la que ha dado origen al socialismo nacional del Estado. Para mí la fraternidad con ustedes es más importante que la guerra que libramos por los territorios del Este. Construimos dos casas que deben estar la una al lado de la otra. Ahora, maestro, quiero que durante un tiempo viva en una soledad tranquila y que reflexione, que reflexione antes de nuestra próxima conversación.
-¿Para qué? ¡Es estúpido! ¡Absurdo! ¡Un disparate -gritó Mostovskói-. ¿Y a qué viene esa estupidez de llamarme «maestro»?
-No hay nada de estúpido en ello -replicó Liss-. Usted y yo debemos comprender que el futuro no se decide en los campos de batalla. Usted conoció personalmente a Lenin. Él fundó un nuevo tipo de partido. Fue el primero en comprender que sólo el Partido y su líder son los que expresan el impulso de la nación. Por eso puso fin a la Asamblea Constituyente. Pero así como Maxwell destruyó la mecánica newtoniana pensando que estaba confirmándola, Lenin se consideró el fundador de la Internacional cuando en realidad había creado el gran nacionalismo del siglo XX. Después Stalin nos ha enseñado muchas cosas. Para construir el socialismo en un solo país era necesario privar a los campesinos del derecho a sembrar y vender libremente, y Stalin no vaciló: liquidó a millones de campesinos. Nuestro Hitler advirtió que al movimiento nacionalsocialista alemán le estorbaba un enemigo, el judaismo, y decidió liquidar a millones de judíos. Pero Hitler no es sólo un discípulo, es también un genio. Fue en la Noche de los cuchillos largos donde Stalin encontró la idea para las grandes purgas del Partido en 1937. Debe creerme. Yo he hablado, usted ha callado, pero sé que para usted soy un espejo.
-¿Un espejo? -replicó Mostovskói-. Todo lo que ha dicho es mentira, desde la primera a la última palabra. Sería indigno de mi parte refutar su charlatanería sucia, nauseabunda, provocadora. ¿Un espejo? ¿Qué le sucede? ¿Ha perdido la cabeza? Stalingrado le hará volver en sí.
Liss se puso en pie y Mostovskói, presa de la confusión, lleno de odio y éxtasis al mismo tiempo, pensó: «Ahora va a fusilarme, se acabó».
Pero Liss parecía no haber oído a Mostovskói. Se inclinó e hizo una profunda y respetuosa reverencia.
-Maestro -dijo-, ustedes nos enseñarán siempre y serán nuestros discípulos. Pensaremos juntos.»
(Grossman, V., Vida y destino, trad. de M. Rebón, Círculo de Lectores, S. A.-Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2007, cap. 15)
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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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