Ayatolás, mujeres y Satán

Vas paseando a tu cita diaria con el periódico y el café. La gran luminaria brilla en lo alto, prometiendo una jornada gozosa. La brisa matinal colabora en esa promesa. Ves a cierta distancia una silueta de mujer bella; al aproximarte compruebas que sus ojos son verdes, que son grises, que son zarcos; te sonríe cuando te acercas porque le has cedido el paso. Te preguntas si puede haber una mujer de ojos verdes, de ojos grises, de ojos zarcos, que no sea bella. Te respondes tú mismo que no. Que no hay mujer alguna que carezca de toda gracia, que sin ellas no habría dicha en este mundo. ¿Qué sería de nosotros sin nuestras madres, esposas, hermanas, hijas…?

Estás ante el periódico y el café, servido por una joven que también ha sonreído. Sus ojos son también verdes, grises, zarcos, su talle esbelto y su figura airosa. Entonces te das de bruces con un reportaje terrible de Ivannia Salazar: los policías iraníes disparan con escopetas de perdigones contra los genitales, los senos y la cara de las mujeres que se han insubordinado por la muerte de Masha Amina, que llevaba mal puesto el velo. A los hombres, por el contrario, les disparan en las piernas y la espalda. Lo confirma el personal sanitario que trata en secreto a quienes son heridos en manifestaciones.

¡La autoridad de los ayatolás busca destruir la belleza de las mujeres! Un médico revela que atendió a una chica de veinte años por más de doce perdigones incrustados “entre la uretra y la abertura vaginal”, y que lo hicieron un grupo de policías que, luego de rodearla, apuntaron adrede contra esa zona de su cuerpo. Los disparos a la cara han dejado varias mujeres ciegas o con lesiones oculares graves. Pasa por tu mente el adjetivo “satánico” para describir estos ataques. Pero no, no es el apropiado.

Pensando que la raza de los hombres, muy parecida a la de los ángeles, podría unirse a su rebelión contra Dios, Satán propuso sus secuaces averiguar qué seres vivían en el Jardín del Edén, de qué materia estaban hechas y dónde residían su debilidad y su poder. Pero cuando consiguió entrar en el Jardín y se encontró con Eva, quedó prendado de la belleza de aquella criatura y por unos instantes fue bueno, se desvanecieron su astucia, su envidia y su rencor y olvidó su ansia de venganza. Tardó en recobrarse y recordar que su objetivo era el odio, no el amor.

De este hecho, levantó acta John Milton en el Paraíso perdido, te dices. Tú, siguiendo su historia, descubres que no hay adjetivo que pueda describir tanta maldad.

Concluyes que hay mujeres en Irán, mujeres de ojos verdes, de ojos grises, de ojos zarcos, que no volverán a sonreír. Maldices el fanatismo de los ayatolás y a todos cuantos consienten o secundan ese régimen, como a quienes reciben dinero de él. Y vuelves a tus ocupaciones. La luz del sol es ahora dura y fría.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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