Lo primero que llegó a mis oídos fue que la madre había concebido un niño en el vientre de otra mujer con un óvulo propio y esperma de su propio hijo. Yo pensé en Edipo -esposo de su madre, hermano de sus hijos, etc.- y el aviso de Tiresias, el adivino ciego que veía mejor que él: “no quieras saber quién eres”.
La biotecnología, sin embargo, puede haber superado a Sófocles y haber hecho del parentesco algo más intrincado y terrible. Cuando supe que en este caso no había sido así, pues la madre no había puesto su propio material genético para engendrar a la criatura, no dejé de sentir cierta inquietud, porque estoy seguro de que han sucedido muchos casos de los que no tenemos noticia, de aquellos que ponían espanto en el ánimo de los atenienses antiguos.
No es, pese a todo, momento de sentir espanto. Más bien conviene saber qué umbral ha cruzado en nuestro tiempo la tecnología y comprender que no habrá retroceso. Que el hombre es un ser natural está fuera de toda duda. Por eso es por lo que tiende a realizar su naturaleza, porque es natural lo que por sí mismo llega a su fin y su final. El ojo, un órgano natural, llega a ver como resultado de su propio desarrollo, aunque no ve los rayos X ni los gamma. Eso no está en su naturaleza. Los pies son naturales porque llegan a andar también por sí solos, no a volar ni a moverse a velocidades elevadas, pues tampoco eso está en su naturaleza.
Las cosas naturales llegan a su fin siempre o casi siempre. Cuando no llegan, acude la técnica en su auxilio, para que un ser complete su naturaleza. Por eso tenemos gafas para ver cuando nuestros ojos se vuelven miopes, bastones para andar cuando nuestros pies se vuelven torpes, y otros adminículos semejantes. Es la técnica natural, que no tiene su fin en sí sino en la naturaleza. Fácil es comprender si sólo existiera esta clase de técnica no habría nada nuevo bajo el sol natural.
A nadie se le había pasado por la cabeza que la técnica pudiera sobrepasar la naturaleza. Ni a griegos, ni a romanos, ni a medievales, ni a modernos se les ocurrió tal cosa. Para ellos eran cosas naturales las producidas por la técnica, como palas, picos, arados, bueyes, molinos de viento o agua, barcos de vela o de remo y, por supuesto, la selección natural darwiniana. Lo natural era límite real y moral de la técnica.
Pero entre nosotros existe la propulsión nuclear, la energía atómica, la selección artificial, etc. Estamos en un tiempo nuevo, porque esos y otros artilugios rebasan los límites de la realidad natural. De otro modo: la tecnología, forma adoptada por la técnica cuando en ésta se introducen la ciencia y las matemáticas, ya no tiene la naturaleza como fin, sino como medio.
Esto equivale a reconocer que la naturaleza humana ha llegado a un límite que la tecnología no dejará de rebasar. Se ha llegado a la cumbre de la montaña y parecía que no es posible subir más arriba. Así creían todos los que nos han precedido. Pero lo que es un límite y una finalidad para todos los antiguos es para la tecnología un trampolín desde el que saltar más alto. Aplicado a la naturaleza humana, quiere decirse que ésta es un medio maleable en manos del tecnólogo, que ya está planeando producir hombres según sus planes.
¿Cuál es la finalidad de la tecnología? Ninguna. El hombre puede haber llegado al punto de haberse quedado sin fines, en particular los fines de su propio ser. O, mejor dicho, su fin puede no ser otro que no detenerse, no descansar en nada.
Si se piensa despacio en estas cosas puede otearse un horizonte fascinante a la par que aterrador. Posiblemente, no sabremos nunca quiénes somos. Ni siquira Tiresias lo sabrá. Pero no porque esté oculto, sino porque nuestro natural humano se irá produciendo al albur de nuestra voluntad.
Pero esto de la voluntad es otro grave asunto.