Sayas y Adanero: dos diputados dignos

Ponciano: león del Palacio de las Cortes

El gobierno del pueblo por sí mismo, o democracia, es más real cuanto más pequeña sea una comunidad política, porque los individuos pueden elegir a sus magistrados entre quienes conocen bien. Es casi imposible que el pueblo se equivoque en tales condiciones. Como dice Montesquieu, conoce los hechos en la plaza pública mejor que el rey en su palacio.

Pero es precisamente una plaza pública lo que no hay en comunidades políticas grandes. Hay, sí, municipios y provincias y regiones. Mas las regiones son ya demasiado grandes como para que un candidato sea de todos conocido. También son demasiado grandes las provincias y los municipios. Para que la democracia fuera real los grandes municipios deberían dividirse en distritos menores, de donde saldrían elegidos sus representantes, que elegirían a los provinciales, que a su vez elegirían a los regionales, y éstos a los nacionales. Lo sería más aún si los magistrados superiores estuvieran sujetos al mandato imperativo y pudieran ser destituidos en cualquier momento por sus mandantes.

¿Que se trata de una utopía? Ciertamente: la utopía de la democracia. Fácil es comprender por qué a los jefes de las masas que han irrumpido durante los últimos 150 años en la escena política les repugna un régimen así. Usurparon el poder de los monarcas absolutos y no estuvieron dispuestos a permitir que se debilitara. Heredaron y fortalecieron el imperium que, en palabras de Sieyès, “recae con todo el peso de una fuerza irresistible sobre las mismas voluntades que han concurrido a formarlo”, sobre las de la población. ¡Y todavía dicen que nos representan!

Sin embargo, la oposición entre mandato representativo y mandato imperativo les desmiente. El partido aparece como un tercero entre el gobernante y el súbdito, entre el mandante y el mandatario, y desnaturaliza la relación. No hay ni ha habido representación en este sentido del término. Antes al contrario, la soberanía parlamentaria ha reemplazado a la soberanía nacional, pese a lo que digan las constituciones, y la soberanía parlamentaria ha sido reemplazada a su vez por el grupo parlamentario. Ahí reside, pues, la tan mentada soberanía del pueblo, en la testa del jefe del grupo, que antes estaba en la del monarca absoluto. No debe extrañar que reclamen también la representación del Estado que conserva el rey. Quien detenta el poder lo exige por entero.

Hay otro sentido del término “representación” que sí se aplica aquí: la semejanza entre las opiniones públicas, o publicadas, y las de los partidos. Una semejanza que se trata por todos los medios de forzar, como el que intentara que el territorio se pareciera al mapa en lugar del mapa al territorio. Una semejanza que también sabe el político adoptar confundiéndose con el paisaje. Entonces no es el guía de la masa amorfa, sino su catalizador. No se alza a las alturas del poder por sus cualidades fuera de lo común, sino por su vulgaridad (de “vulgo”).

Pero volvamos a la soberanía nacional usurpada por el grupo parlamentario. En España se ha llegado hace tiempo a anular las opiniones e iniciativas de los diputados de las Cortes Generales. Los diputados no debaten, no votan, no actúan, no hacen nada, siguiendo su propia conciencia. No toman decisiones por sí, no son libres, sino que están sujetos a la más estricta tiranía. Suprimido el mandato imperativo, debería quedar en pie el juicio maduro y la mente ilustrada del diputado. Pero no. Lo que queda en pie es el grupo parlamentario. He aquí la soberanía nacional real y efectiva.

Algunas veces, sin embargo, algún diputado no soporta la humillación y se rebela. Ha vuelto a suceder hace unos días. Carlos García Adanero y Sergio Sayas, dos hombres dignos y honorables, han negado la obediencia a su jefe, que había vendido el voto de ambos por un plato de lentejas y ni siquiera les había comunicado el precio del plato. Solo les había mandado votar la reforma laboral del Gobierno de Sánchez, pero ellos han preferido guardar fidelidad a sus votantes, representarlos, aun corriendo el riesgo de ser expulsados de su partido. ¿Quién representa en realidad a esos votantes, estos dos diputados o su partido? En ocasiones así es cuando se ven con claridad las brechas del sistema.

(Publicado previamente en Minuto Crucial el 10/02/2021)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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