Pedofilia

Uno se extraña siempre al comprobar que algunas ideas, por grotescas y atrabiliarias que sean, se hacen reales. Hoy sigo el hilo de una de ellas, la que conduce a la pedofilia. El hilo empieza en una sesión de la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados. La ministra del ramo dijo allí con voz un tanto destemplada que es un derecho de los niños tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, “basadas, eso sí, en el consentimiento”. No sé si debo suponer que es el propio Gobierno de la Nación quien habló por boca de la señora ministra, puesto que se trataba de un acto oficial. Pero dejemos eso, que es otra cosa lo que hoy me trae aquí.

El derecho a las relaciones sexuales de los niños defendido por la ministra se entiende que se aplica a las relaciones entre niños y entre niños y adultos. Y esto último es pedofilia. Ella, tratando quizá de evitar esta acusación, añadió la necesidad del consentimiento. Y aquí hay una clave importante del asunto. Dejo de lado lo que dice el Código Penal Español y sigo solamente la deriva de las ideas hasta la realidad.

Tal vez sepa la ministra que la apología de la pedofilia cuenta con ilustres intelectuales, ya que no filósofos: Jean-Paul Sartre, Jacques Derrida, Simone de Beauvoir, Michel Foucault y otros muchos. La mayor parte de la intelectualidad de izquierdas de los años sesenta quería que se legalizara.

El hilo que yo quiero seguir pasa por Foucault. Según él, poder es represión y, si esto se entiende, también se entiende que las relaciones sexuales son relaciones de poder. Se trata de fuerzas que pugnan entre sí por el dominio o bien son efecto suyo. Esta fue su idea básica. En su exposición y desarrollo hizo gala de una gran inteligencia y un estilo literario deslumbrante. De ahí la retórica poderosa -la retórica es el arte de la mentira, se decía en Roma- que se sobreponía a la realidad, subordinándola a la idea.

La sociedad, decía también, existe por la interacción entre individuos. Esto es obvio. Sólo hay que corregir un punto: la sociedad no es otra cosa que la interacción entre individuos. Eso lleva consigo poder, añadió. Lo cual es también obvio, por trivial. Más: ese poder se ejerce para beneficio de una clase de individuos. Esto es gratuito y aproxima su teoría a la teoría de la conspiración, por más que se apoye en Marx y su idea de que la burguesía ejerce el poder desde 1789.

Hay que destruir ese poder, sigue diciendo Foucault, comenzando por la eliminación de los tribunales, la destitución de los jueces, la destrucción de los procesos, etc. Esta es la ley de la selva. Si entre dos partes enfrentadas no hay un tercero imparcial que sopese las pruebas, entonces quedan las partes frente a frente y domina la más fuerte. Esto es abogar por la destrucción de la civilización.

Foucault no dice quién ejerce el poder, porque ni lo sabe ni puede saberlo. Otros siguieron el hilo de sus ideas y lo encontraron: es el patriarcado, modelo de dominación apoyado en el género, que es una creación suya. Destrúyase ese demiurgo siniestro que ha introducido determinaciones injustas y aflorará la masa humana amorfa, asexuada, y cada cual podrá determinarse a su gusto y placer, según le dé la gana. Lo indeterminado, la indistinción, es el estado natural de las cosas. Ahí brotan la pedofilia, el incesto, la zoofilia y otras aberraciones.

Consentimiento, dicen, para que haya libertad. La ministra no entra en esa idea. Foucault sí, pero de forma ambigua, sibilina. Hay que comprender al niño, dejarle hablar, oírlo con simpatía, dice, y entonces se comprenderá si consiente o no. Es intolerable creer que un niño es incapaz de consentimiento. No tiene sentido que la ley establezca barreras de edad.

Hasta aquí las ideas que yo quería seguir. Ahora una de las muchas puestas en acción en seguimiento de ellas. Una sola, la Commune 2 de Berlín.

El año 1967 se unieron cuatro hombres, tres mujeres, un niño de cuatro años y una niña de tres. Hubo actividad sexual ante los niños, con los niños, entre adultos, etc. Por lo que después se supo, parece que nadie penetró a la niña por motivos fisiológicos: el tamaño (¡horrible es decirlo!) Pero, excluyendo eso, hubo todas las formas imaginables de sexo con los niños y, por supuesto, entre los adultos. No fue un experimento único. En muchos países europeos se trataba de crear el hombre nuevo.

Los de la Commune 2 dijeron luego que en cada ocasión había habido consentimiento por parte de los niños. Y uno se pregunta: ¿cómo lo lograron? ¿Comprendiendo al niño, dejándole hablar, oyéndolo con simpatía? Imposible que hubiera consentimiento. Lo que hubo fue explotación sexual de niños, utilización de sus cuerpos, envilecimiento de la persona de cada uno de ellos, degradándolos hasta el nivel de objetos. Cualquier cosa menos libertad. Única y exclusivamente dominio brutal.

Así se convierten a veces las ideas en acciones reales.

(Publicado en Minuto Crucial)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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