Sócrates y el caballo

Que una finalidad de la educación sea la libertad es decir algo muy general. Un griego antiguo podía pensar lo mismo, pero al ponerlo en práctica se alejaba mucho de nuestras ideas. El modelo de hombre libre que quiso alcanzar la educación en la Antigua Grecia, la paideia, tiene en verdad poco que ver con el nuestro.

Según aquel modelo es libre el que no se tiene que dedicar a un trabajo productivo y no sirve a nadie. Un hombre libre es lo contrario de un esclavo, que vive para otro y no se pertenece. Ser libre es ser rico, pero la administración de la riqueza propia no debe ocupar demasiado tiempo. Además, hay que vivir en la ciudad, no en el campo, pues es preciso cultivar la filosofía, la política y otras actividades propias de su rango. Estas cosas no se aprenden entre higueras y nogales. El hombre libre tiene, por último que gobernar a los inferiores o, como mucho, puede ser temporalmente gobernado por sus iguales, porque de otro modo su vida estaría a merced de otros menos dignos que él.

Un hombre así tiene bien formados el carácter y el gusto. Ha estudiado a los poetas y teólogos, conoce la cosmología, las matemáticas y la astronomía, sabe administrar con prudencia su casa, sabe combatir a pie o a caballo, dirigir una batalla, regir la pólis, etc. Sabe también hacer discursos bellos y convincentes y administrar con nobleza los asuntos públicos. Es, en suma, un hombre bien educado. Esto exige tener todo el tiempo libre. ¿Cómo podrían un pobre o un rústico llegar a ser así?

Sócrates, perteneciente a la clase los mejores, encontró algún inconveniente en estas ideas. En cierta ocasión vio que mucha gente se agrupaba para admirar un buen caballo y preguntó si el caballo era rico, a lo que alguien, extrañado de la pregunta, le respondió que cómo podía tener propiedades un animal. Él no respondió. Pensó que tal vez se puede ser bueno, libre y pobre.

¿Quién no es socrático ahora? Nadie. Esto es debido a que entre los griegos antiguos y nosotros ha mediado la cristiandad. Ésta ha dado por bueno lo que Sócrates pensó a propósito de un caballo, lo que equivalía a dudar de que fuera justo que en sociedad haya quienes gobiernen por derecho propio. Se puede responder que no es injusto que así suceda, pero entonces habría que probar que los mejores son los únicos capacitados para no dañar a nadie siguiendo su propio interés. Y también habría que responder de manera convincente a otra pregunta: si la justicia exige tratar a los iguales como iguales y a los desiguales como desiguales, pero estos últimos no son inferiores a los otros por naturaleza, sino por educación, ¿no se les debe dar también a ellos la misma educación para abolir la injusticia? Parece que de esa manera se eliminarían las desigualdades y todos estarían capacitados igualmente para el gobierno.

El problema de si la libertad debe ser el fin de la educación es, como se ve, inseparable del problema de si debe serlo también la igualdad.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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