Como el concepto de eternidad viene del de inmutabilidad así el de tiempo viene del de movimiento. Puesto que Dios es lo más inmutable, a Él le corresponde sobre todo ser eterno. Más aún: es su misma eternidad. Además, ninguna cosa es su propia duración, pues ninguna es su propio ser, pero Dios es su mismo ser uniforme. Luego como es su esencia así es también su eternidad.
1. Podría objetarse que nada de lo hecho es atribuible a Dios y que, siendo la eternidad algo hecho, según San Agustín, no es atribuible a Dios, pero es incorrecto, porque, del mismo modo que nuestra noción del tiempo la provoca el fluir del ahora la de eternidad la provoca nuestra idea del ahora permanente. Agustín se refiere a la eternidad participada.
2. Puede también objetarse que lo que es antes o después de la eternidad no es medido por la eternidad y que, puesto que así es Dios, no le corresponde ser eterno; pero también es un error, pues Dios existe antes de la eternidad participada. Es cierto que en el Éxodo (16, 18) se dice que reinará eternamente, pero se refiere al siglo, que es el periodo de duración de una cosa. Incluso si se aceptara con algunos filósofos que el movimiento siempre ha sido, Dios reinará aún más en cuanto que su reino es totalidad simultánea.
3. Se podría además decir que la eternidad es una cierta medida, pero que Dios no puede ser medido, por lo que no le compete ser eterno, pero tampoco en este caso se acierta, porque la eternidad es el mismo Dios y si se dice que es eterno no es porque sea mensurable de alguna manera, sino por nuestro modo de entender.
4. Puesto que es totalidad simultánea, en la eternidad no hay presente, pasado ni futuro, pero en la Escritura se dicen cosas de Dios en pasado, presente y futuro, luego no es eterno. Esto objetan otros, pero también se equivocan, porque los tiempos de los verbos se aplican a Dios en cuanto que su eternidad incluye todos los tiempos, no porque varía por el presente, el pasado o el futuro.
(Vid. Aquino, Tomás de, Summa theologiae, q. 10, a. 2)