El ojo humano

La visión de un objeto comienza con alguna corriente de luz visible que atraviesa la córnea transparente, pasa después por la pupila, el diafragma del ojo, que puede abrirse o cerrarse mecánicamente por la acción de la propia luz, y, por último, atraviesa el cristalino, una estructura elástica capaz de abombarse o aplanarse, para caer finalmente sobre la retina, donde se hallan unos ciento cincuenta millones de células específicas capaces de reaccionar a los estímulos luminosos.

La retina es la pantalla interior sobre la que se proyecta la imagen del objeto exterior, cosa que no sucede antes de que de ella broten ciertas corrientes nerviosas reflejas que llegan a los músculos ciliares con el fin de que éstos contraigan o extiendan el cristalino hasta enfocar bien la imagen. Si el objeto se halla lejos o el ojo está en reposo el cristalino está alargado y se curva progresivamente a medida que aquél se acerca. El resultado de todo esto es la proyección de la imagen invertida sobre la retina.

Pero todavía no hay visión. Si todo se redujera a esto los individuos estarían completamente ciegos, aunque tuvieran los ojos sanos. Sucede, sin embargo, que este juego de acciones y reacciones físicas se continúa con otro de acciones y reacciones nerviosas que empieza básicamente por los conos y los bastones, células susceptibles de ser estimuladas por la luz visible y de reproducir los objetos externos a modo de dibujos en la retina por medio de un complejo de puntos, como los puntos –píxels– en las pantallas de los ordenadores. Cada uno de ellos corresponde a un cono o a un bastón, que logran este resultado por procedimientos químicos.

La capa de bastones y conos se reúne en una sola región, el punto ciego de la retina, y constituye el nervio óptico, que se dirige a cada uno de los dos lóbulos ópticos, situados en los hemisferios cerebrales, donde las fibras nerviosas se conectan sinápticamente con las neuronas de esos centros y donde, después de una nueva serie de acciones y reacciones, se produce por fin la conciencia de estar viendo algo.

Si no se ven las cosas cabeza abajo a pesar de que sus imágenes se proyectan invertidas en el fondo de la retina, es porque los centros cerebrales, interpretando dichas imágenes y relacionándolas con la sensación del sentido de la fuerza gravitatoria, les dan la vuelta.

En la producción de la percepción visual, como en la de cualquier otro sentido, se dan, pues, tres niveles:

a) Físico.- Algún estímulo físico tal como una onda luminosa, una alteración aérea en la atmósfera circundante, la presión de algún objeto sobre la piel o cualquier otra cantidad determinada de energía ambiental capaz de provocar una reacción en el receptor apropiado.

b) Fisiológico.- El mecanismo del sistema nervioso, que empieza en los neurorreceptores capaces de excitarse ante un estímulo, continúa en los canales nerviosos aferentes, encargados de transmitir los impulsos al cerebro, y culmina en el córtex.

c) Psicológico.- La conciencia de estar viendo, oyendo, oliendo, etc. Nadie siente la maquinaria biológica merced a la cual se obtiene esta conciencia, que es para cada individuo una representación fiel de la realidad, si no la realidad misma. Nadie es consciente de que entre el objeto y el conocimiento del objeto se interpone una maquinaria compleja que transforma el primero en el segundo.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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