Manuel II Paleólogo

Manuel II Paleólogo fue un monarca desgraciado. Hombre de una gran inteligencia y belleza hierática propia de los cuadros bizantinos, comprendía a la perfección el momento que la divinidad le había asignado. Autoridad espiritual del cristianismo de Oriente, vivía recluido en su palacio de Constantinopla, la segunda Roma, fundada por Constantino mil años antes. La ciudad estaba asediada por los turcos selyúcidas. Él sabía que no había salvación para su reino y su civilización. Viendo acercarse el final viajó a la primera Roma en demanda de auxilio de sus hermanos de religión. Su séquito llevaba obras de Homero, Píndaro, Sófocles, Aristófanes, Herodoto y Tucídices, imprescindibles para que comenzara el Renacimiento en Italia. También fue a París y Londres.

No recibió ayuda militar. Constantinopla cayó en 1453, fecha fatídica que da comienzo, según algunos, a la Edad Moderna. El turco pudo penetrar a partir de entonces en los Balcanes y llegar hasta Hungría, no antes de anexionarse Estiria y Carintia, de constituir en vasallaje a Moldavia, de ganar una batalla naval a los venecianos en 1499, de tomar en 1521 la plaza de Belgrado, etc. La civilización bizantina fue barrida y un Estado musulmán se alzó ante Europa en sustitución del califato español. Para los cristianos del momento fue como la Unión Soviética durante la guerra fría del siglo XX.

Por entonces hacían frente al islam los reyes Isabel y Fernando en la guerra de Granada. De su propósito dejó constancia Elio Antonio de Nebrija en su Historia de los Reyes Católicos: “¿Quién no ve que aunque el título del Imperio reside en Alemania, la realidad de él está ya en manos de los príncipes españoles, que, dueños de la gran Italia y de las islas del Mediterráneo, tratan ahora de llevar la guerra al Africa, y siguiendo con sus escuadras el movimiento del sol han de llegar ya a las puertas de la India?”. Los monarcas hispanos abrigaban el propósito de continuar por el norte de Africa la extensión del poderío cristiano, cuando apareció un marino genovés que les brindó la posibilidad de coger al turco por la espalda. Entonces se cruzó América en los designios de aquel reino.

Pero el propósito siguió adelante. El sucesor de Constantino XII, hijo de Manuel II Paleólogo, cedió a los Reyes Católicos la herencia del Imperio Romano de Oriente. Hubo de ser el nieto de éstos, Felipe II, quien organizara en 1571 una armada que obtuvo una victoria en Lepanto. Allí combatió un insigne soldado de 24 años, Miguel de Cervantes, que en el capítulo XXXVIII de su Quijote argumentó que las armas son más dignas que las letras.

Manuel II denunció la violencia del islam. Se conserva un diálogo suyo con un sabio persa en que éste dice que Dios envió primero a Moisés, pero los judíos no le siguieron, luego a Jesús, mas los cristianos pervirtieron sus enseñanzas añadiéndoles doctrinas herejes y politeístas, como la Trinidad, y por último a Mahoma, que sentó la doctrina definitiva. A lo que respondió el monarca bizantino preguntando si lo único nuevo que había traído Mahoma no habrían sido más bien cosas crueles e inhumanas, entre ellas la espada para imponer la fe.

El 12 de septiembre de 2006 dio Ratzinger, ya Papa, una hermosa lección inaugural en la Universidad de Ratisbona. En ella mencionó el diálogo de Manuel II con el sabio persa, distanciándose del dictamen de aquél sobre el islam por parecerle un dictamen brusco. Pero se identificaba con otras palabras suyas: “la difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma”. Luego hizo suya también esta sentencia del rey bizantino: “Dios no se complace con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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