Lévi-Strauss afirma que la misión de la Antropología Social es hacer un inventario general de las diferentes sociedades, en el que los datos brutos obtenidos por el observador en una cualquier de ellas siempre ocuparán el lugar que en otra distinta corresponden a otros datos. O, lo que es lo mismo, que dichos datos serán siempre resultado de una serie de elecciones efectuada por algún grupo concreto entre un conjunto de otras múltiples posibilidades. Puesto que lo que hace que una cosa sea un signo es su aptitud para reemplazar alguna otra cosa para alguien, se concluye que la cultura es para este autor un sistema de signos.
Aunque Lévi-Strauss insiste en que no puede separarse la cultura material de la espiritual, porque en el estudio del arte, de la religión, de los ritos, de las reglas sociales…, donde todo es signo, no puede prescindirse de los medios materiales, sean las imágenes, las sustancias y objetos que el oficiante utiliza, las personas…, ello no parece suficiente para liberar a la antropología estructuralista de la acusación de idealismo, pues todavía queda por explicar cuál es el papel que lo material desempeña en su relación con lo simbólico. Podría introducirse por este lado la noción del acontecimiento en la de estructura, con lo que se abriría una puerta verdadera a la ciencia de la historia, desdeñada por el doctrinarismo positivista de los antropólogos anteriores. Lévi-Strauss parece admitirlo. Incluso dice aceptar la idea de Durkheim, quien, a pesar de atribuir más estabilidad a los fenómenos estructurales que a los funcionales, no vio entre ellos sino diferencias de grado y afirmó que la estructura misma se halla en el devenir, donde se hace y se deshace, pues es la vida misma con algo de estabilidad, que no puede disociarse de la otra vida de que deriva… Pero concluye que es preferible ocuparse del orden de la estructura porque, aparte de no disponer de medios para alcanzar la perspectiva histórica sino en última instancia, el número de sociedades humanas permite considerarlas como instaladas en el presente. Luego el método no será histórico, sino de transformaciones.
Traduciendo esta opción a los términos de la lingüística de Saussure, es fácil determinar la preferencia por la norma y la gramática en detrimento del suceso y la diacronía. El antropólogo estructuralista entiende a todas las sociedades como entidades situadas en la intemporalidad y las analiza como transformaciones de una sola estructura fundamental, dejando para otros investigadores el comportamiento empírico, las descripciones del habla. Luego la estructura de que se ocupa no se halla entre lo empírico.
Con otras palabras. El hombre juega con símbolos. Si atendemos a los que sirven de base a las ciencias, hallamos que las matemáticas y la lógica, localizadas en el centro de los enunciados científicos, deben gran parte de su eficacia, si no toda, a que una proposiciones son capaces de generar otras nuevas que en todo rigor corresponden a las primeras, pero abren el camino a la comparación con otras distintas que, en un principio al menos, no se consideraban pertenecientes al mismo campo. Generalizando ahora esta tesis, cabe decir que el hombre juega con símbolos porque se halla en posesión de unas reglas que, como las de las matemáticas y la lógica, le enseñan cómo manejarlos. Que existen unos códigos capaces de transmitir mensajes traducibles a los términos de otros códigos a la vez que de expresar en su propio sistema los mensajes recibidos por el canal de códigos diferentes. En consecuencia, si hay una ciencia que interpreta lo social como un sistema de comunicación, una semiología que se ocupa de los signos y los símbolos, es inevitable que se dedique al estudio de las transformaciones, en vista de que los símbolos y los signos solamente pueden desempeñar su función en cuanto pertenecientes a sistemas y de que tales sistemas se caracterizan ante todo por ser traducibles a los lenguajes de sistemas diferentes.
En este punto parece inevitable inferir que la decisión del antropólogo no es solamente metodológica, pues ya no se dice que la sociedad debe entenderse a la manera de un sistema de signos, sino que lo es en realidad. No hay aquí analogía sino descripción. En realidad, antes ya tuvo lugar una opción semejante, pero de signo naturalista, en el momento de máximo auge del positivismo empirista de Malinowski y Radcliffe-Brown, cuando, pese a los reparos puestos por este último a la identificación entre la vida orgánica y la vida social, se admitió que la sociedad era de hecho un sistema natural y como tal se la estudió, para extraer leyes generales por el método inductivo.
N. B.: Omito deliberadamente la procedencia de algunas de las ideas expresadas en este escrito, porque opino que los comentarios de una tertulia no deben cargarse con referencias bibliográficas o citas literales, pero debo advertir que las más importantes vienen de libros de Lévi-Strauss y Durkheim. Otras vienen de Quine, Evans-Pritchard…