Las ideologías llamadas progresistas y de izquierdas, presentes en todos los partidos, que hoy compiten en el mercado de los votos, no son ideologías políticas, sociales o económicas. Las ideologías políticas aspiraban a la mejora de la pólis, del Estado, las sociales procuraban reformar la sociedad y las económicas pretendían transformar la economía para ponerla al servicio de los desheredados de la fortuna.
En los últimos ciento cincuenta años han sido el liberalismo, el marxismo, el anarquismo, el socialismo y la socialdemocracia los depositarios de esas ideologías. Pero en el presente han fenecido todas ellas. Si ahora se pregunta, por ejemplo, qué es el socialismo, la respuesta dependerá de quién la dé y del día en que la dé. Es una señal clara de que ha se ha extinguido.
Hasta ahora se había pensado que la estructura política, social y económica debe ajustarse a la naturaleza humana con el fin de que ésta se desarrolle del mejor modo posible. Ahora lo que se busca es cambiar la naturaleza humana sin preocuparse gran cosa de las estructuras. Y esto cuando se cree que existe una naturaleza humana, lo que no siempre sucede.
Si creen que existe, están convencidos de que es moldeable a voluntad y si creen que no piensan que los humanos somos asimilables a otros animales y que debe darse rienda suelta a nuestros instintos e inclinaciones, que ven como derechos. En ambos casos se concluye en lo mismo. Los derechos humanos no se atribuyen a sujetos jurídicos, sino a sujetos vivos en cuanto vivos, es decir, en cuanto animales. Por eso pueden extenderse también a los simios.
Frente a la religión, que admite una sola naturaleza humana universal, se propone una moral sin contenido de la que, dicho sea de paso, forma parte la educación para la ciudadanía. Frente a la familia se propone el derecho al propio cuerpo, que rompe los lazos y arrastra a las personas al individualismo. Frente a la nación política, que considera a cada hombre igual a cualquier otro, se propone la nación étnica, que los distingue según su nacimiento.
Por lo demás, los herederos de las ideologías del pasado conviven hoy muy bien con las estructuras que sus ancestros combatían. Se sienten muy a gusto en el hipercapitalismo, amasan riquezas y se olvidan de la pólis.
Por suerte para todos hay una mayoría de la población cuyo modo de vida hunde sus raíces en la moral católica, la fortaleza de los lazos familiares, la exigencia de que la ley sea la misma para todos, y ello a pesar de que cuando expresan sus convicciones lo hacen en los términos de la fraseología progresista e izquierdista del presente. Es una mayoría que salva los Estados, las sociedades y la economía. Que Dios nos la conserve.
(Publicado en La piquera, de Cope-Jerez el 16/11/2011: Sonido16-11-11))