Democracia fundamentalista

Lo mismo que existe un fundamentalismo islámico y otro cristiano, existe también un fundamentalismo democrático y no es menos peligroso que los otros. Para no referirme a ninguno de los muchos secuaces de esta fe política recordaré a Rousseau, su más conocido fundador.

Es opinión de este filósofo que el punto de partida y la meta de lo político es la libertad individual. Un Estado donde no haya nadie que no sea libre es un tipo de asociación en que cada uno se une a los demás por un acuerdo libre y luego se obedece a sí mismo al obedecer la voluntad general, quedando tan libre como antes del pacto. El pacto se toma por unanimidad. En todo lo que venga después la mayoría puede obligar a la minoría.

En la idea del derecho natural cristiano cada individuo es portador de un alma inmortal creada directamente por Dios, redimida por Cristo y destinada a la eternidad. Un individuo así está por encima de toda construcción política. El Estado es limitado y al individuo no se le debe limitar.

En la idea de Rousseau, por el contrario, cada uno de nosotros pone su persona y sus bienes –la propiedad no es natural, según él- en común bajo el dominio de la voluntad general, de la cual ha pasado a ser un miembro inseparable. Esa voluntad es un todo ilimitado y cada hombre algo finito dentro de ella, con lo que el derecho al mando del todo sobre las partes es absoluto, como absoluto es el dominio de uno mismo sobre sus miembros.

La voluntad general es además buena en sí. Lo mismo que lo bueno es lo querido por Dios y lo querido por Dios es bueno, así también la voluntad general es lo que debe ser por el mero hecho de existir y nunca puede cometer error: veinte millones de franceses no pueden equivocarse. La voluntad de los individuos yerra y es mala cuando se sale de ella. Ellos no pueden tener derechos inalienables.

La división del poder estatal –“Montesquieu ha muerto”, dijo el sabio sevillano- para que su peso no aplaste a los ciudadanos tiene sentido si a éstos se les concede un valor moral por el mero hecho de ser sujetos humanos y carece de él si el fantasma de la voluntad general se presenta como la única persona política existente. Y así el fundamentalismo democrático resulta ser una tiranía.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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