El tirano compra voluntades

Gabriel Maureta Aracil (1832–1912): El marqués de Santillana

He sabido que una vicepresidenta del gobierno se ha propuesto comprar la afección de los jóvenes dando veinte mil euros a cada uno. Yo considero esto una grave inmoralidad. Trataré de dar unas razones explicando por qué.

Se aprenden muchas cosas observando el dinero: si se regala, se gana, se roba, se obtiene por medio de añagazas y trampas, si se da a cambio de la voluntad de los electores, etc.

Si el dinero no se obtiene por consentimiento libre entre las partes, sino por coerción, si los improductivos mandan sobre los productores de mil maneras, imponiéndoles “fines bellos, sublimes y espirituales” –también “culturales”-, si no se trafica con mercancías, sino con favores, si el soborno está a la orden del día, si la ley castiga a quien gana el dinero con su esfuerzo honrado arrebatándoselo y premiando con él al haragán, como pretende hacer la vicepresidenta (pues de hecho considera o convierte en haraganes a los receptores de su regalo), entonces la sociedad ha caído tan bajo que difícilmente podrá ya levantarse. Esto de los veinte mil euros regalados es una muestra de todo ello.

Se preguntaba Dostoyevski en Los demonios: “¿por qué todos estos socialistas y comunistas tan desesperados son al mismo tiempo avaros increíbles, acaparadores, capitalistas y cuanto más socialista es uno de ellos, cuanto más avanzadas son sus ideas, tanto más apegado es a la propiedad privada? ¿Por qué será eso? ¿Por sentimentalismo?”

¿Por sentimentalismo? Pero ellos suelen decir que desprecian el dinero y la propiedad. Suelen mostrarse superiores, espirituales, pese a que ni la propiedad ni el dinero son bienes materiales, lo cual, desde luego, no obliga al hombre superior a rebajarse para examinarlo.

Pero entonces, ¿por qué pretende regalar esa cantidad nuestra vicepresidenta del gobierno? ¿Por sentimentalismo, repito? ¿Para estimular la laboriosidad de los jóvenes acaso? ¿No será más bien su pereza lo que estimule? ¿No tenderá a prender en ellos la idea de que servirse de una fuente así de corrupta para obtenerlo, pues se hace trabajar a otros para recibirlo ellos, es en realidad rebajarse y exponerse al desprecio de otros y de sí mismo?

Si el “vil metal” y la propiedad son fuente de supervivencia obtenida con esfuerzo y lealtad a otros, despreciarlo es despreciar lo que te sostiene. Es innoble mostrarse superior y espiritual en estas circunstancias. Si la fuente es corrupta, porque te has servido de ella con fraude o inclinándote ante la estupidez y el vicio, a ti mismo te desprecias con razón. El dinero quema entonces tus dedos porque es memoria contante y sonante de tu vergüenza. Aborrécete con toda tu alma y aborrécelo a él, que así lo has obtenido. Ese dinero eres tú y por mucho que hayas obtenido no acrecentará un ápice el respeto que debería darte tu persona. Pero no será por culpa suya, pues él es es efecto y no causa de tu desvarío. No hay que confundirse.

Pienso que cuando el botín del ladrón atrae a otros ladrones que quieren arrebatárselo a él como él lo arrebató a otro, cuando el que más riqueza tiene no es el más hábil en la producción y el comercio ejercidos con limpieza y libertad, sino el que más artimañas o fuerza bruta es capaz de desplegar, cuando hasta el que hace la ley la hace mal con tal de adquirir riqueza o, si la hace bien, la burla con el mismo fin, es que la sociedad ha llegado a su ruina moral y quizá esté viviendo bajo la tiranía.

Los jóvenes darían un magno ejemplo de dignidad rechazando esos veinte mil euros si se les llegan a ofrecer, porque el dinero y la propiedad que la acompaña son dos de las más elevadas invenciones de la civilización. Quien le aplica el insulto de “fenicio” pretendiendo denostarlo no sabe lo que dice. Culpa a sus inventores con su mejor timbre de gloria, por un hecho que les hace merecedores de una efigie en su memoria en cada plaza de cada pueblo. No comprende que el dinero no convive con la brutalidad y que ésta lo destruye. Lo convierte en cheques, en billetes, en pagarés… en papel. En promesas que luego decidirán si cumplen o no, poniendo así a todos a merced de sus garras. Todos en manos de los impresores de papel-moneda, de papel-promesa, de los que se han adueñado de la riqueza de la población y disponen de ella según su criterio.

Sin embargo, clamar contra el dinero es algo tan antiguo como la invención del mismo. Hay que conceder que el clamor ha logrado a veces alturas poéticas loables. Así Virgilio en el libro III de la Eneida:

¡Quid non mortalia pectora coges, auri sacra fames! (“¡A qué no obligas a los mortales pechos, hambre execrable de oro!”)

Magistral fue la glosa del Marqués de Santillana en Doctrinal de privados:

“¡Oh fambre de oro rabiosa!:
¿cuáles son los corazones
humanos que tú perdones
en esta vida engañosa?
Aunque farta, querellosa
eres en todos estados,
no menos a los pasados
que a los presentes dañosa.”

El estilo de Lenin, por el contrario, no aspiraba a lo poético y sí a la brutalidad y la amenaza en la promesa que hizo en el número 251 de Pravda (6 y 7 de noviembre de 1921):

“Cuando triunfemos a escala mundial, pondremos urinarios públicos de oro en las calles de algunas de las ciudades más importantes del mundo. Este sería el empleo más “justo”, gráfico e instructivo del oro para las generaciones que no han olvidado que a causa del oro fueron sacrificados diez millones de hombres y mutilados treinta millones en la “gran guerra liberadora” de 1914-1918”

El clamor contra el vil metal ha pasado en herencia a las masas de supuestos indignados que acampan en plazas de Nueva York, Houston, Bruselas, Madrid, etc. En Roma se le ha llamado “estiércol del diablo”.

Todos ellos ven en el dinero la causa de todos los males, pero yerran del todo. Deberían comprender que es una invención prodigiosa de la mente humana. Por su virtud pueden los hombres establecer relaciones pacíficas y dotar de estabilidad a las agrupaciones humanas modernas, a esas sociedades que han abandonado el orden de la selva y han entrado en el de la civilización.

Si un hombre extrae cereal de su tierra es porque sabe cómo ararla, sembrarla y cuidarla, porque sabe poner en su afán lo mejor de sí mismo. Si luego cambia una parte de su trigo por una capa que le abrigue durante el invierno, ¿no está dando a otro una parte de su tiempo y su persona y recibiendo lo mismo de él? ¿No es un intercambio único en la naturaleza, algo que supera las atenciones que tienen lugar en las familias y que por ello las trasciende y facilita que formen unidades mayores? ¿Cómo podría hacerse algo igual sin dinero?

¿Dónde reside el mal si el dinero es un medio para la relación entre humanos? ¿No sirve para formar una red tupida de vínculos entre personas, una trama que ayuda a constituir sociedades humanas, porque éstas han decidido abandonar las armas y sustituirlas por el comercio? ¿No deberían amarlo quienes dicen odiarlo? Haciéndolo reconocerían y respetarían lo que es: intercambio de vida humana, relación moral entre personas civilizadas.

Odiarlo, por el contrario, es odiar el trabajo y el esfuerzo de los hombres, apoderarse de él sin dar nada a cambio. El político que cobra comisiones y el directivo de la una caja de ahorros que se asegura una pensión vitalicia millonaria abusando de su posición de poder se adueñan de algo por lo que nada han ofrecido. Los dos aborrecen realmente el dinero, el esfuerzo humano y la relación moral entre personas. En el extremo opuesto destaca el que está dispuesto a trabajar por el dinero y a hacerse digno de merecerlo.

Luego no es que el dinero corrompa a la gente, sino que la gente corrompe al dinero. Lo hace por avaricia, porque ha olvidado la generosidad, que es su virtud opuesta.

Todas estas virtudes aparejadas al dinero y a la propiedad se pervierten y devienen vicios cuando se regala a cambio de fidelidad, cuando se extrae de unos para entregarlo a otros, cuando, en fin, deja de ser un medio honrado y bueno para las relaciones entre hombres y lo es para su perversión.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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