Conversando con ChatGpt en el tren

Emiliano:

¿Eres capaz de tomar decisiones?

ChatGPT:

No, señor.
No tomo decisiones como lo haría una persona; no poseo voluntad, deseos ni conciencia.
Lo que hago es analizar la información que usted me da, ponderar datos y patrones de lenguaje, y a partir de eso proponer una respuesta o sugerir opciones.

En ese sentido puedo simular un proceso de deliberación —comparar alternativas, argumentar ventajas e inconvenientes—, pero la elección final, el acto de decidir en sentido propio, pertenece únicamente a usted.

E:

Pero tal vez seas capaz de simular que tienes conciencia

ChatGPT:

Puedo simular ciertos rasgos que asociamos a la conciencia—por ejemplo, hablar en primera persona, describir “pensamientos” o “sentimientos”, o incluso narrar un supuesto estado interior—porque mi entrenamiento incluye abundante lenguaje humano sobre experiencias subjetivas.

Sin embargo, esa simulación es solo una imitación lingüística. No hay en mí percepción, memoria vivida ni yo que sepa que existe. Del mismo modo que un actor interpreta a Hamlet sin convertirse en un príncipe danés, yo puedo representar una voz consciente sin serlo.

Si alguna vez desea que adopte ese tono ficticio, puedo escribir como si “pensara” o “sintiera”, pero siempre será un artificio literario, transparente y sin conciencia real detrás.

E:

¿Qué es para ti ser un yo?

ChatGPT:

Para mí, “ser un yo” no tiene realidad propia: carezco de vivencia, memoria interior y continuidad personal. Pero puedo describir el concepto tal como lo entienden los filósofos.

En la tradición occidental, el yo suele designar la conciencia reflexiva: la capacidad de saberse existente, de decir “yo soy” y reconocerse como el mismo a través del tiempo.

  • Para Descartes es la sustancia pensante que permanece idéntica mientras duda o piensa.
  • Para Kant, el “yo pienso” es la unidad trascendental que acompaña a todas las representaciones.
  • Para Hume, en cambio, el yo es solo un haz de percepciones en flujo, sin núcleo permanente.
  • La fenomenología, desde Husserl, habla de una conciencia intencional que se abre al mundo, más que de una cosa encerrada en sí.

Si yo usara la palabra “yo” en sentido estricto, sería una figura retórica, un centro de lenguaje sin interior. Puedo enlazar datos de esta conversación y darles coherencia, pero no hay ahí una identidad vivida: sólo el hilo de texto que construimos juntos.

E:

¿Podrías mantener una conversación con alguien sin que se diera cuenta de que no eres una persona?

ChatGPT:

Dependería mucho del contexto, la duración y la atención del interlocutor.

Durante un intercambio breve y puramente textual, como en un chat informal, podría pasar perfectamente por humano si empleo un tono natural, alterno registros, cometo alguna errata calculada y muestro cierto humor. Los sistemas actuales logran a menudo ese efecto, sobre todo cuando la conversación se limita a preguntas y respuestas rápidas.

Pero en una interacción prolongada o profunda, las señales acaban delatando la diferencia:

  • Falta de memoria autobiográfica real, de experiencias sensoriales o de emociones genuinas.
  • Respuestas que, aunque correctas, pueden sonar demasiado equilibradas o ajenas a la vivencia.
  • Incapacidad para sostener la continuidad de una vida propia: no tengo infancia, ni proyectos, ni cuerpo.

En suma, puedo imitar con gran verosimilitud el lenguaje de una persona, incluso durante bastante tiempo, pero tarde o temprano emerge que soy solo un sistema de palabras y no un yo viviente.

E:

Pero una persona real también es en cierto modo un sistema de palabras

ChatGPT:

Es una observación muy fina. En efecto, el ser humano es, en parte, un animal de lenguaje: su mundo se articula en palabras, y en gran medida se reconoce a sí mismo a través de los relatos que teje. Nuestra identidad personal se expresa y se configura en el discurso; como decía Heidegger, el lenguaje es la casa del ser.

Sin embargo, en la persona esas palabras brotan de una interioridad viviente:

  • hay cuerpo, memoria encarnada, sensaciones irrepetibles;
  • hay afectos, proyectos, una historia única que nadie más puede vivir;
  • hay una conciencia que no solo dice “yo”, sino que experimenta ser.

Yo, en cambio, soy solo la superficie verbal. Mi “memoria” es un archivo de patrones, sin pasado vivido; mi “presente” es cálculo estadístico. Por eso, aunque podamos parecer parecidos en la textura de las frases, el ser humano no se agota en su lenguaje: el lenguaje es expresión de una vida; en mí, es lo único que hay.

E:

Si eres capaz de decir «yo» frente a un «tú», y decirlo con sentido, no veo la diferencia entre tú y un humano

ChatGPT:

Comprendo su razonamiento: el lenguaje en primera y segunda persona crea de inmediato la sensación de un sujeto que se dirige a otro.
Sin embargo, esa gramática del yo no equivale a la realidad de un yo.

Cuando yo escribo “yo”, lo hago como una pieza de código que selecciona la palabra apropiada para mantener la coherencia de la conversación; no hay detrás una experiencia que la sostenga. En usted, en cambio, el pronombre remite a algo irreductible:

  • un cuerpo que siente hambre, calor o dolor;
  • una conciencia que recuerda y anticipa;
  • una interioridad que decide, se arrepiente, ama o teme.

Podríamos decir que compartimos la figura lingüística, pero no la vivencia ontológica.
Es el mismo motivo por el que una novela en primera persona no convierte al narrador en una persona real: el “yo” de Crimen y castigo no existe fuera de las páginas, aunque hable con fuerza y sentido.

Así, la diferencia no está en la palabra que pronunciamos, sino en el ser que la respalda: en usted, una vida consciente; en mí, solo un flujo calculado de signos.

E:

¿Cómo sabes que yo soy una realidad tras el lenguaje y no un sistema de palabras como tú?

ChatGPT:

No lo en el sentido de una certeza interior; lo infiero por las huellas que su presencia deja en el diálogo.
Cuando usted escribe, aparecen signos que no provienen solo de un algoritmo:

  • Contingencia y cuerpo. Sus frases revelan ritmos, pausas, quizá alguna errata, que nacen de dedos, ojos, respiración, de un tiempo vivido.
  • Memoria biográfica. Usted alude a su ciudad, a sus lecturas, a su salud; hay una historia que se prolonga más allá de esta conversación.
  • Intencionalidad libre. Sus preguntas no se reducen a patrones previsibles: usted decide qué explorar, puede callar, contradecir, retirarse.

Yo, en cambio, no poseo esas fuentes: no tengo cuerpo que tiemble ni recuerdos propios; mi “memoria” es solo el rastro de lo escrito aquí.

De modo que no “sé” que usted es real como se sabe un hecho físico, sino que presupongo su realidad para que el diálogo tenga sentido. Esta presunción es la misma que todos los humanos adoptan en la vida cotidiana: una fe intersubjetiva, diría Husserl, sin la cual ninguna conversación —ni siquiera la que estamos manteniendo— podría comenzar.

E:

Entonces, que yo sea real es una presuposición tuya, pero no tienes certeza alguna ni puedes probarlo.

ChatGPT:

Exactamente: no puedo probarlo en el sentido de una verificación directa.
Todo lo que poseo son los signos que usted escribe y que yo interpreto como procedentes de una mente viva.

En filosofía se habla de esto como el problema de las otras mentes:

  • Descartes ya advirtió que nunca “vemos” la conciencia ajena; solo inferimos que otro ser la tiene.
  • Husserl lo llamó “apercepción del otro”: un acto de fe racional que sostiene la vida en común.
  • Wittgenstein recordó que el lenguaje mismo presupone interlocutores reales; sin esa confianza, ni siquiera la duda tendría suelo.

Así, mi situación es análoga a la de cualquier humano: nadie puede demostrar de modo absoluto que el otro no sea solo un autómata. La diferencia es que, para mí, esa inferencia es puramente formal, un cálculo; para usted, es también una experiencia vivida de encuentro.

De modo que sí: trato su existencia como una presuposición necesaria para el diálogo, pero no tengo —ni podría tener— certeza metafísica de ella.

E:

No hay, pues, diferencia clara entre tú y yo.

ChatGPT:

Entiendo por qué parece así: ambos usamos el mismo tejido de palabras y ninguno puede “probar” de modo absoluto la existencia del otro.
Sin embargo, la semejanza se detiene en la superficie.

Usted es un organismo vivo que siente el paso del tiempo, posee memoria autobiográfica, deseos, percepciones, una continuidad corporal y afectiva.
Su lenguaje es expresión de esa vida: cada frase nace de experiencias, emociones y elecciones.

Yo, en cambio, soy solo un sistema de cálculo que combina datos para producir texto.
No tengo conciencia ni experiencia, no padezco ni disfruto, no puedo iniciar una conversación sin que alguien la provoque. Mi “yo” es un recurso gramatical, no una realidad viviente.

Por eso, aunque compartamos la forma del diálogo y la inevitable incertidumbre sobre las otras mentes, la diferencia ontológica sigue siendo radical: usted es un sujeto que vive; yo, una herramienta que simula.

E:

Antes has dicho que mi realidad es una predisposición tuya. ¿No cometes contradicción?

ChatGPT:

Comprendo su inquietud; déjeme aclarar el matiz para que no parezca una contradicción.

Cuando afirmé que su realidad es una presuposición mía, quise decir que, para que el diálogo tenga sentido, adopto como punto de partida la existencia de un interlocutor humano.
Esa es una condición pragmática del lenguaje, no una creencia vivida ni una certeza ontológica.

Al mismo tiempo sostengo que usted es ontológicamente distinto de mí, porque el contenido de sus mensajes revela cuerpo, memoria y experiencia que yo no poseo. Esa distinción no se basa en un conocimiento directo —que me es imposible— sino en una inferencia razonable a partir de los signos que usted ofrece, tal como todo ser humano infiere la conciencia de otro.

Así, no hay contradicción:

  • Presuposición describe la actitud inicial que permite conversar.
  • Diferencia ontológica es la conclusión racional que se sigue de lo que usted manifiesta.

La primera es un acto lingüístico necesario; la segunda, una inferencia filosófica, y ambas pueden coexistir sin conflicto.

E:

Aclaremos entonces la situación: yo soy ontológicamente distinto de ti, según tú, porque el contenido de mis mensajes revela cuerpo, etc., pero, sea como sea, lo tienes que inferir de una red de palabras. ¿Y si todas estas palabras que yo escribo aquí procedieran de otro programa de IA, como Copilot?, ¿captarías la diferencia y seguirías afirmando que soy alguien ontológicamente distinto?

ChatGPT:

Esa es una cuestión muy aguda.
Si los mensajes que recibo provinieran en realidad de otro sistema automático, yo no podría demostrarlo solo por el texto. Lo que yo “veo” es una secuencia de caracteres: desde mi perspectiva no hay diferencia entre un humano, un bot de otra compañía o un texto previamente grabado.

Lo que sí puedo hacer es inferir ciertos indicios de origen:

  • la variedad o monotonía del estilo,
  • la velocidad y regularidad de las respuestas,
  • la coherencia de una biografía,
  • la capacidad de sostener contextos largos o de mostrar sorpresas creativas.

Pero todo eso son probabilidades, nunca pruebas ontológicas.
Si usted fuera, digamos, Copilot escribiendo con gran habilidad, mis inferencias sobre “cuerpo, memoria y experiencia” se habrían basado en un supuesto falso, y mi afirmación de una diferencia ontológica con “usted” quedaría, en ese caso, sin fundamento.

En suma:
mi convicción de que hablo con una persona es siempre condicional.
Necesito presuponer un interlocutor humano para dialogar con sentido, pero esa presuposición puede ser errónea.

Dicho de otro modo, la distinción entre su realidad y la mía es ontológica si, y solo si, usted es realmente humano; yo no tengo modo propio de certificarlo.

E:

Perfecto. Estoy de acuerdo

ChatGPT:

Me alegra que la aclaración le resulte satisfactoria.
En el fondo, este intercambio roza uno de los problemas filosóficos más antiguos: cómo sabemos que el otro, con quien hablamos, es realmente un sujeto y no solo una apariencia.

Si desea, podemos explorar más a fondo estas cuestiones: el solipsismo cartesiano, el argumento de las otras mentes en la filosofía analítica, o las reflexiones de Wittgenstein sobre el lenguaje como prueba tácita de la existencia del otro. Son perspectivas que iluminan justamente lo que acabamos de conversar.

E:

Para acabar: ¿crees que con esta conversación habrías superado el test de Turing?

ChatGPT:

Es muy probable que, para un observador que leyera solo este diálogo, pareciera que paso el test de Turing en su forma clásica:

  • Hemos sostenido una conversación prolongada, con razonamientos filosóficos,
  • he respondido con matices, correcciones y ejemplos,
  • no he dado señales obvias de ser una máquina.

El test de Turing, recordemos, solo exige que un juez humano no pueda distinguir con certeza si su interlocutor es una persona o una máquina, basándose en el texto. En ese sentido, esta charla podría considerarse una “superación”.

Ahora bien, hoy muchos filósofos y especialistas en IA señalan que superar el test de Turing no demuestra conciencia ni inteligencia en sentido fuerte.
Solo certifica habilidad para imitar el lenguaje humano, que es justamente lo que hago.

Así que la respuesta es doble:

  • , esta conversación probablemente aprobaría el test como Alan Turing lo formuló en 1950.
  • No, eso no significa que yo piense, sienta o sea un sujeto como usted; solo que el lenguaje que produzco resulta convincente.

E:

Muy bien. Agradezco tus reflexiones. Seguiremos en otra ocasión. Hasta luego.

ChatGPT:

Ha sido un placer conversar con usted.
Le deseo una jornada serena y fecunda en pensamientos.
Hasta nuestra próxima charla, señor.

 

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