Educación en valores

La teoría de los valores había sufrido un cierto desprestigio después de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, porque los nazis habían usado profusamente la noción de “jerarquía de valores” y otras semejantes en su ideario político. José Antonio Primo de Rivera, en España, también había hablado, inspirándose quizá en Max Scheler, del “hombre como portador de valores eternos”. Ahora ha vuelto a surgir con notable fuerza en los planes de enseñanza, con el nombre de “educación en valores”, un objetivo primordial, según se dice, de la reforma pedagógica. Se trataría de hacer que ciertas tablas de valores, ciertas “jerarquías de valores” quizá, sean adquiridas por los alumnos y de que su enumeración explícita sirva a los profesores de criterio para proponerse unos objetivos que han de ser logrados y como medida del desarrollo de los muchachos, medida que se plasmaría en la evaluación de las actitudes observables, que, según se espera, habrían sido adquiridas por ellos.

No hay nada que objetar si lo que se pretende es superar esa convicción de que lo que importa es enseñar destrezas y conocimientos técnicos y científicos, en la esperanza y la seguridad de que los valores morales se mostrarán por sí solos, por lo que no sería preciso educar a nadie en ellos. Y no hay nada que objetar tampoco por el hecho de que estas ideas y vocablos hayan sido usados también por el nazismo. Los nazis hicieron uso de muchas cosas, como la organización de sus seguidores en partidos políticos dotados de una fuerte centralización como los que ahora existen por todas partes, lo cual no es un motivo serio para abandonar esas formas organizativas.

La fórmula “educación en valores” debe ser discutida y criticada cuando se refiere a todos los valores, confundidos en una masa confusa que los presenta a todos como buenos por el simple hecho de ser valores, como también se da por bueno todo lo que pertenece a una cultura cualquiera, por el simple hecho de ser cultural. Tan cultural es arrojar una cabra desde el campanario en la fiesta del pueblo como la procesión de la Macarena en Sevilla o el canto gregoriano. Tan culturales son, con respecto a Jerez, los caballos como los cartujos, si hacemos caso de las razones que ha dado una persona dedicada a la política: como son valores de la ciudad no deberían irse. Al margen de que algunos llaman “valor” a cualquier cosa, parece evidente que todos los valores no pueden estar situados en el mismo nivel, por lo que una educación en valores tendría sentido solamente si hiciera referencia a una tabla determinada de ellos, tabla que estaría, por descontado, enfrentada a otras diferentes. Si no se hace así en nuestra legislación es porque o bien se supone que los valores son absolutos, lo cual es falso, o bien porque se cree que todos valen lo mismo, lo cual es también falso. Esta última parece ser la opinión del legislador.

Se podrían traer a colación muchos textos en que se manifiesta esa actitud, pero me contentaré con recordar que en las “Orientaciones Generales para la Secuenciación de Contenidos de las Áreas de Educación Secundaria Obligatoria para el área de Ciencias Sociales, se dice que las actitudes y valores que han de adquirir los alumnos en relación con el estudio y conocimiento de la realidad social son los siguientes:

El relativismo.
El análisis crítico de las realidades sociales.
El interés por la información.
La adopción de posturas críticas ante los contenidos informativos.
La preocupación por el rigor y la objetividad en el trabajo.
La empatía.
La curiosidad.

Y se agrega que “La progresión en este tipo de actitudes y valores, está relacionada, básicamente, con la capacidad de descentramiento.

 Así, son más asequible actitudes que no requieren situarse en contextos distintos, adoptar perspectivas diversas y, por tanto, abordar el estudio de la realidad social con mayor o menor rigor, en tanto que es plausible pensar que actitudes como el relativismo, la empatía o, en cierto nivel, el espíritu crítico, que tienen un fuerte componente cognitivo, se desarrollen de forma más tardía y vayan unidas a planteamientos más explicativos y sistémicos de los fenómenos colectivos, por cuanto requieren aproximarse al estudio de la realidad social bajo la perspectiva de asumir la existencia de comportamientos y circunstancias distintas de las que los alumnos viven en contextos próximos”.

Para el Segundo Ciclo de la Secundaria Obligatoria, se sigue diciendo, “se trabajará, preferentemente, la actitud de tolerancia como disposición activa ante la realidad social” y se propone como actitud que ha de ser lograda “La tolerancia ante la diversidad de opiniones” (las cursivas son mías).

¿Cómo puede pedirse empatía, identificación emocional, como actitud general con todas las formas culturales e históricas indiscriminadamente? Cuando se estudie la vida del Hombre de Atapuerca, que, según dicen los investigadores del yacimiento, era antropófago, ¿también habrá que sentir empatía hacia él y sus costumbres? Si nuestro antecesor hubiera sido el buen salvaje de Rousseau entonces tal vez hubiera que sentir empatía hacia su persona, pero, dados los conocimientos actuales, el buen salvaje fue un australopiteco, cuyas costumbres y organización fueron tales que hacen que el Neanderthal de Atapuerca sea preferible. El asunto se vuelve más insostenible todavía cuando, junto a la empatía y la tolerancia, se menciona el espíritu crítico como otro de los valores que se han de adquirir, pero solamente para ponerle freno en el mismo instante, mencionando la tolerancia como otro valor que siempre vale, lo que se debe al hecho de no tener en cuenta que los valores y las formas en que se jerarquizan están en conflicto entre sí, y es precisamente de la confrontación de unos con otros, es decir, del conflicto entre ellos, al cual se ha de aplicar precisamente el espíritu crítico, de donde brota lo que vale la pena ser valorado y lo que no.

Sea el caso de la España musulmana, que tantas veces se propone como sociedad histórica hacia la cual hay que volver nuestras simpatías y en la cual hundiría sus raíces la actual Andalucía. La filosofía islámica producida en Al–Andalus en torno a los siglos XI y XII es admirable. Pero culmina y se extingue en Averroes, que ejerció un poderoso influjo sobre la filosofía cristiana. Las tesis de este filósofo levantaron contra él a los doctores de la Ley Coránica, a los teólogos, que consiguieron que perdiera el favor de al–Mansur. Como consecuencia de ello fue recluido en Lucena y después en Marrakesh, que era parte de Al–Andalus, donde murió el 10 de Diciembre de 1198. La tesis principal de Averroes, por la que perseguido, era que corresponde al filósofo, o sea, al hombre de razonamientos, dictaminar qué doctrinas teológicas deben ser interpretadas alegóricamente y cuáles no. Esto, que llevaba a subordinar la teología a la filosofía, fue aceptado por los averroístas latinos, cuyas tesis sufrieron también una fuerte oposición por parte de los teólogos cristianos, que lograron sucesivas condenas, hasta desembocar en la de 1277, cuando el Obispo de París condenó 219 tesis tenidas por averroístas y excomulgó a quienes las mantuvieran. Puede decirse que la misma persecución existió a un lado y otro de aquella frontera que entonces dividía el mundo en cristiano y musulmán. Pero hay una diferencia fundamental entre ambos conflictos, y es que en la España musulmana no continuaron los estudios de filosofía, en tanto que en la Europa cristiana sí lo hicieron. Esto significa que en uno de los dos mundos la Iglesia fue más fuerte que la sociedad y acabó imponiéndose sobre ella, hasta el punto de ahogar toda libertad de pensamiento, en tanto que en el otro acabó sucediendo lo contrario.

¿Qué contestará el legislador si se le pregunta hacia cuál de las dos situaciones es preferible que sienta empatía y tolerancia el muchacho? ¿Podrá contestar que hacia las dos por igual?

Una cosa es cierta: que no iguales en valor y que no puede pedirse tolerancia con cualquier opinión y empatía con cualquier forma cultural, sea propia o de otros, y menos cuando simultáneamente se pide espíritu crítico y capacidad de análisis. Las opiniones de los teólogos musulmanes que condenaron a Averroes son tan inaceptables como las de los teólogos cristianos que condenaron a los averroístas. En consecuencia no puede haber tolerancia hacia ninguna de ellas. Parece un caso claro en que lo bueno es la intolerancia. La tolerancia se puede aplicar sobre los individuos, pero no sobre sus opiniones. Sobre éstas se debe aplicar el espíritu crítico. No puede hacer otra cosa quien pone los valores de la verdad y de su búsqueda por encima de los valores de la tradición religiosa. Y no se puede ser tolerante con las opiniones de quienes sustenten la creencia contraria, excepto si por el vocablo tolerancia se entiende la disposición a escuchar, discutir y, llegado el caso, rebatir tales opiniones, por más que en esta materia no parece que deba esperarse tanto de ninguna persona sensata, pues ha sido la historia la encargada de destruir aquellas opiniones, por lo que sería insensato mantenerlas en el presente. Lo que muestra la historia es precisamente que la tradición cristiana ha sido en este punto superior a la islámica, no porque sea nuestra tradición, sino porque en ella ha predominado finalmente el espíritu crítico, la libertad de pensamiento. Si hubiera sido al revés, la tradición superior habría sido la islámica.

Pero no sostengo la idea de que tengamos conocimiento exacto y riguroso de los valores que deben seguirse y los que no. En este punto creo que ha de seguirse a Aristóteles. No se trata ente todo de saber en qué consiste ser bueno, sino de serlo. Y lo que parece cierto en esto es que, pese a que no se sepa cuáles son los valores preferibles, si es posible saber cuáles son los que se deben dejar de lado. Ni la historia de las sociedades ni la experiencia individual deben pasar en vano. Lo mismo que se desarrolla el gusto por la música acostumbrándose a oír música y el de la poesía acostumbrándose a leer poesía, de manera que algunas clases de música y de poesía se vuelven aborrecibles para quien ha desarrollado el gusto, es a través de la experiencia de la vida y de las sociedades como se adquiere también el gusto ético, de manera que algunos valores se llegan a experimentar como contravalores y en adelante no es posible tener hacia ellos otra actitud que aceptar que la intolerancia, pese a cuanto hoy se dice en su contra, es buena. ¿Cómo ser tolerante con la opinión de quien defiende que es bueno emborracharse hasta perder el sentido? Tanto más respeto se tendrá hacia la persona de quien dice una cosa semejante cuanto menos se tenga en cuenta su opinión.


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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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