El comunismo

Se trata del comunismo tal como pretendió encarnarse o quizá se encarnó de hecho en la Unión Soviética durante el siglo XX. Este género de izquierda siguió el camino bonapartista en cuanto se esforzó por implantar el comunismo mundial a partir de su propio establecimiento en un estado, el soviético.

Los grandes jefes de este género de izquierda nunca pensaron que el comunismo era de izquierda, porque ellos pensaban superar a la izquierda originaria, la del estado burgués, por cuyos adalides sentían un gran respeto, pues reconocían que habían dado nacimiento a una nueva era superior a la feudal y se habían convertido así en el eslabón necesario que había recorrido la historia en su marcha hacia el comunismo final, que habría de extenderse a todo el género humano. La verdadera oposición no era la que había entre la izquierda y la derecha, sino entre el imperialismo, última fase del capitalismo, y el comunismo bolchevique. Como izquierda y como derecha se tenían las desviaciones del bolchevismo.

Pero este fue la perspectiva que tenían en la cabeza los dirigentes soviéticos y sus secuaces, pero la realidad era distinta. El comunismo de la URSS debe ser situado en la realidad a la izquierda del fascismo, del nazismo, del imperialismo depredador, como se pensó acertadamente en la España de Franco y en la Italia de Mussolini. También se pensó así en la España de la Segunda República y en la de la democracia, pues los votos del PCE siempre se computaron como de izquierdas, con el consentimiento de sus dirigentes. No es una izquierda que continúe a la primera generación o a la segunda, sino que más bien va contra ellas, y, sobre todo, se concibe como una superación de las fases anteriores, según los principios del materialismo histórico.

Los comunistas también se distanciaron de los anarquistas de la Primera Internacional y de los socialistas de la Segunda. Frente a la socialdemocracia, el comunismo se propuso la transformación racional y revolucionaria del estado burgués imperialista en un estado comunista orientado a una transformación igual de todos los demás estados como una primera fase previa a la desaparición de todos ellos. Estos último, claro está, ad calendas graecas.

Las tensiones resultantes de la necesidad de transformar un estado y la de transformar todos ellos fueron parecidas a las que hubieron de vivir los revolucionarios de la primera izquierda entre los derechos del hombre y los del ciudadano. Se vio, por ejemplo, en el Tratado de Brest-Litovks, firmado el 22 de marzo de 1918 con Alemania, por el que se cedía Finlandia, los Países Bálticos y una parte de Polonia. En aquel tratado se vio el dilema a que se enfrentaba una fuerza que actuaba a la vez como impulsora de una revolución mundial y como autoridad soberana de una nación particular.

Esto lo entendieron perfectamente los dirigentes del partido bolchevique, como Lenin, que propuso la idea de “dos pasos adelante, uno atrás” para justificar el hecho de tenerse que replegar dentro de los límites de Rusia con la seguridad de que eso sería el primer paso de la revolución mundial (algo que Wittfogel puso de relieve como un fiasco crucial en su Despotismo oriental). Los sucesos posterioresd han puesto las cosas en su sitio. Y esto dejando de lado las explicaciones que Lenin hubo de dar para justificar que la Revolución prendiera en Rusia, que no era un estado burgués y por tanto carecía de un proletariado maduro. Lo cierto es que creyó firmemente que, una vez hecha la revolución en Rusia, el eslabón más débil, se extendería de inmediato a los estados burgueses europeos, lo cual ha resultado falso.

Se sucedieron tres periodos, con fundamento en la dialéctica de las clases, o dialéctica interna, y de los estados en guerra, o dialéctica externa. Cada uno abarca unos treinta y cinco años: el primero llega hasta la muerte de Lenin, en 1924, el segundo hasta la desaparición de Stalin, en 1956, y el tercero hasta la caída de la URSS en 1990)

En el primero se entrelaza la guerra de los estados habida durante la Primera Guerra Mundial con la lucha de las clases del imperio zarista. La Primera Guerra Mundial hizo posible la victoria de Lenin y Trotsky. Este es el periodo de la dictadura del proletariado, por la demolición del Antiguo Régimen, la reproducción de la Revolución Francesa, la economía de guerra, o NEP, la Tercera Internacional, etc.

En el segundo se reanuda la guerra exterior en el escenario de la Segunda Guerra Mundial, lo que favorece la unidad interna de las clases. Es el momento de una muy intensa estatalización y centralización, imprescindibles para seguir adelante con la racionalización, o planes quinquenales. Es la época del terror. Solo desde un racionalismo dialógico se puede llamar irracional a esta etapa.

En el tercero cesa la guerra caliente y tiene lugar la fría. Se produce la desaparición de la lucha de clases en el interior por causa de la economía y la educación soviéticas, (y también de la eliminación física de una de ellas) Este momento asiste a la consolidación del Estado Soviético como una potencia entre las demás. Se espera el triunfo del socialismo en la URSS hacia los años ochenta por Krutchev y la derrota del capitalismo por el incremento del PIB, la nueva organización de la educación, la competencia tecnológica, etc. Pro la batalla estaba perdida. El resquebrajamiento se anuncia en la ruptura con China en 1978, la revuelta de Hungría en 1956, las crisis de la producción de trigo en 1972, la Perestroika, el derrumbamiento de los partidos comunistas de Italia, Francia, España, Portugal, etc.

Este quinto género de izquierda, que todavía alienta en algunas partes del mundo, se propuso transformar revolucionariamente el mundo partiendo del sistema capitalista. Su derrumbamiento se debió precisamente a sus éxitos en cuanto Estado del Bienestar. El más grave fue quizá su consecución del pleno empleo, que destruyó la rentabilidad de casi todos los sectores de la producción. La idea de la armonía compensatoria entre ellos no pasó de un pío deseo. Y es que la racionalización de un dominio no implica forzosamente la verdad de sus resultados; ni siquiera la de sus premisas.

Lo que interesa subrayar es que la corriente comunista del siglo XX define un género de izquierda, el quinto, heredero de las primera izquierdas, que lleva sus principios a una escala tal que resultaron desbordados.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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