El imperio y su crepúsculo

“El poder sin medida es como el fuego en la mies: lo devora todo, incluso a quien lo encendió.”
—Tácito

I. La historia entre permanencia y caducidad

“Nada permanece, salvo el cambio.”
—Heráclito

Desde los antiguos griegos hasta las escuelas modernas de filosofía política, la historia ha sido concebida como una danza entre la duración y el ocaso, entre el ascenso y la ruina. Para Polibio, todo régimen político está sometido a un ciclo ineludible de auge, corrupción y reemplazo; para san Agustín, la historia es el escenario donde se confrontan dos amores: el amor de sí hasta el desprecio de Dios (la civitas terrena) y el amor de Dios hasta el desprecio de sí (la civitas Dei)[1].

Joseph Nye retoma —aunque de forma secularizada— esta tensión entre orden y desorden, entre hegemonía y multiplicidad. Rechaza la idea de una caída absoluta de Estados Unidos, pero señala que su poder ya no es exclusivo ni ilimitado, y que su permanencia exige adaptación moral e institucional[2].

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[1] San Agustín, De civitate Dei, XIX, 24.
[2] Joseph Nye, Is the American Century Over?, Polity Press, 2015, cap. 1.

II. Imperio y hybris

“Cuando la medida se pierde, entra la justicia con castigo.”
—Esquilo, Los persas

Todo imperio, por su propia lógica expansiva, tiende a traspasar los límites que lo fundan. Esta es la advertencia trágica de los griegos: la hybris (desmesura) conduce inexorablemente a la némesis (castigo). En esta línea se inscribe Graham Allison, quien recupera el modelo histórico de Tucídides para explicar cómo el ascenso de Atenas provocó el temor de Esparta, y con él, la guerra[3].

Aplicado al presente, Allison advierte que el crecimiento de China puede precipitar un conflicto con Estados Unidos, no por voluntad explícita, sino por una dinámica estructural de desconfianza, orgullo y rivalidad. El poder, en esta concepción, es fatalidad antes que elección: lo trágico no es caer, sino no poder evitarlo.

[3] Graham Allison, Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap?, Houghton Mifflin, 2017.

III. El pluralismo del mundo post-hegemónico

“La historia del mundo no es la de la lucha por el poder, sino la de su repartición.”
—Raymond Aron

Fareed Zakaria ofrece una lectura menos sombría: no estamos ante el fin de Estados Unidos, sino ante el surgimiento de un mundo donde otros también cuentan. India, Brasil, China, Indonesia… ya no son actores periféricos, sino centros de decisión económica y cultural. El poder no desaparece, sino que se distribuye, como ocurre en toda madurez histórica.

Lejos del determinismo trágico de Allison o del liderazgo renovado que propone Nye, Zakaria postula una forma de relativismo estratégico: Estados Unidos sigue siendo importante, pero ya no es imprescindible. La historia avanza hacia una pluralidad de polos, y con ella, hacia un equilibrio de poderes menos jerárquico[4].

[4] Fareed Zakaria, The Post-American World, W. W. Norton, 2008.

IV. El poder como forma de presencia

“Donde hay poder, hay relación; y donde hay relación, hay responsabilidad.”
—Hannah Arendt

En el plano más profundo, el poder no es solo una cuestión de recursos o armamento: es una forma de estar en el mundo. Para Platón, el poder ideal es el del sabio; para Nietzsche, el del creador de valores; para Arendt, el del consenso fundado en la palabra.

Joseph Nye propone una visión afín a esta última: el poder como capacidad de influir sin violentar. Su noción de soft power y smart power no es una técnica de seducción, sino una ética de la influencia. El verdadero poder consiste en hacer que los otros quieran lo que uno quiere, sin perder su libertad[5].

[5] Nye, Is the American Century Over?, cap. 3.

V. Decadencia y resiliencia: la filosofía de la medida

“Todo lo grande está en peligro de perderse. Solo lo medido permanece.”

El verdadero problema de la decadencia no es caer, sino no saber envejecer con dignidad. Roma supo convertirse en Iglesia. Grecia, en civilización. Estados Unidos, si aspira a mantener su centralidad, debe convertirse —según Nye— no en imperio, sino en auctoritas: no imponer, sino inspirar.

Este es el punto de fusión con la filosofía estoica, que enseña a distinguir entre lo que depende de uno (su virtud) y lo que no (el aplauso del mundo). El siglo americano puede terminar como hegemonía, pero no tiene por qué extinguirse como ejemplo.

Epílogo

“La historia juzga a los poderosos no por cuánto dominaron, sino por cómo cedieron.”

Hay una medida que redime el poder: el saber retirarse con gracia, sin resentimiento ni soberbia. Nye parece sugerir que la hegemonía no es un derecho, sino una carga; y que el siglo XXI no necesitará de emperadores, sino de guardianes l de emperadores, sino de guardianes l\u00fucidos del equilibrio.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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