Miseria moral del pacifismo

Jura de Bandera para civiles. Año 2014. Efectivos del Regimiento de Infantería Ligera «Isabel la Católica»

Bruno Velasco fue hace unos días el protagonista de nuestra tertulia, dedicada al pacifismo. Esto fue lo que dijo:

“Para exponer lo que pienso os contaré un relato urdido por mí mismo. Si lo he compuesto bien, llevará a concluir que el pacifismo es moralmente miserable. Comienzo.

Hubo alguna vez un pequeño poblado que cultivaba sus huertos, situados a la orilla de un río. La vida discurría entre iguales y era pacífica.

Describiré primero la razón de la igualdad y luego la de la paz.

Había igualdad entre aquellos pobladores porque, salvo algunas pocas ocupaciones diversificadas por la edad y el sexo, todos dedicaban su trabajo a lo mismo, a la producción hortofrutícola; así fue en el Paleolítico y la mayor parte del Neolítico, cuando los humanos se organizaban en tribus.

En el poblado de mi relato hubo un joven inteligente que ideó un artefacto capaz de extraer el agua del río aprovechando el impulso de la corriente. Lo puso a prueba a pequeña escala en unas regueras que él mismo había desviado del río y pudo comprobar que funcionaba bien. Había nacido la noria. Una vez seguro de su utilidad, propuso a los huertanos construir aguas arriba una que fuera lo bastante grande como para que, a través de acequias excavadas con ese fin, llegara el agua a los cultivos, de modo que en adelante no tuvieran que usar la fuerza de sus brazos para llevarla, como siempre habían hecho. La propuesta fue aprobada, se construyó la noria y el agua llegó regularmente a todos los huertos, que pronto dieron una producción mucho mayor que antes.

Pasadas varias cosechas, se vio la necesidad de mantener la noria en buen funcionamiento, las acequias bien drenadas y que quienes se dedicaran a esa tarea lo hicieran a tiempo completo. Había nacido el Cuerpo de Ingenieros Hidráulicos y la igualdad de oficios y tareas se fragmentó. La producción seguía aumentando y, con ella, la reproducción, pues los hombres suelen incrementar su tendencia a la procreación cuando ven ante sí un futuro halagüeño. Ya no era posible volver atrás, a la productividad de los iguales, porque había muchas más bocas que alimentar.

Sobre la paz hay que decir que, si la habían mantenido hasta que llegó la nueva fuerza productiva, fue porque ningún otro poblado ambicionaba su producción anterior, que apenas bastaba para su propio consumo. Sin embargo, una vez que intervinieron los Ingenieros en la producción, era inevitable que se alterara la paz primitiva, pues los poblados vecinos desearon aquella riqueza abundante. Hubo invasiones, robos, saqueos y las plantaciones quedaron muchas veces arrasadas.

Los habitantes de aquel poblado comprendieron que era preciso disponer de un nutrido cuerpo de hombres bien entrenados para rechazar aquellos ataques y que éstos debían dedicarse a ese cometido también a tiempo completo. Había nacido la Milicia, que construyó murallas, fabricó armas, vigiló caminos y preotegió a las gentes del poblado.

La igualdad fue reemplazada por la división del trabajo y la paz por las armas. La vida del poblado dependía necesariamente de una y otras. Pese a lo cual, algunos añoraron los viejos tiempos míticos de paz e igualdad y predicaron la conveniencia de derribar las murallas, repartir entre todos los poblados su producción económica y suprimir la Milicia. Se llamaron a sí mismos pacifistas e igualitaristas.

Ante el grave peligro de pillaje y devastación que contenían aquellas ideas si se ponían en práctica, se desterró a quienes las propagaban. La guerra se evita con armas y si, pese a todo se desata, se gana con ellas. Los miembros del poblado sabían que su prosperidad y su estabilidad, incluidas las de los pacifistas, se debían a la tecnología y los guerreros. La razón es de índole moral. Dado que las reglas emanadas de las mores se encaminan al buen orden y la pervivencia del grupo, cualquier conducta que sea contraria a las mismas es inmoral. Igual que un individuo es indigente o miserable por carecer de bienes, así es indigente o miserable moral por carecer de normas dirigidas el bien de su comunidad.

Creo, pues, que he llegado a la conclusión que anuncié”.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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