Notas sobre metafísica

1. Origen y sentido del concepto

Este mundo nuestro, civilizado, poderoso, dueño y señor de cantidades enormes de energía, habría hecho enmudecer de asombro al mismísimo Júpiter, al dios que representaba el ideal de poder máximo de la Antigüedad Clásica porque disponía de los rayos que Vulcano, el dios de la fragua, hacía uno a uno exclusivamente para él.

Hoy sabemos que un rayo es una descarga eléctrica grande pero insuficiente para mantener una casa iluminada más de seis meses, mientras que la electricidad actual, no producida por un herrero, aunque sea dios, sino por centrales hidráulicas, térmicas, nucleares, etc., y no producida tampoco de vez en cuando, según haya necesidad de castigar a algún dios o algún mortal, sino con asiduidad, metódicamente, racionalmente, matemáticamente, mantiene todas las casas iluminadas y los alimentos refrigerados a diario. Poco podía sospechar Júpiter que su poder acabaría por ser domesticado y utilizado sin temor para las tareas cotidianas. Es que la ciencia actual ha sustituido realmente a los dioses antiguos por artefactos mucho más potentes, que ha puesto a disposición del común de los mortales.

Júpiter era un dios neolítico, un representante de las artes descubiertas hace 10.000 años: la alfarería, la metalurgia, el tejido, la agricultura, etc. En comparación con nosotros era un dios natural. Perteneció a un momento en que solía creerse que bastaba ver, oír u oler las cosas para comprenderlas. Ahora es un asunto cotidiano, tan cotidiano que a muchos se les escapa, que el enorme potencial energético sobre el cual descansa la vida civilizada brota como un manantial inagotable de la entraña del mundo, de aquel lugar donde no es posible ver, oír ni oler.

Demócrito: Uno debe aprender por esta regla que el hombre está separado de la realidad

Este motivo es suficiente para percatarse de que algunos hombres de la Antigüedad, como Platón, Aristóteles, Euclides, Eratóstenes, etc., son nuestros más directos antecesores, si es que no son contemporáneos nuestros en espíritu. En ese grupo debería incluirse sin duda alguna a Demócrito, aunque sólo fuera porque se dio cuenta de que la naturaleza está lejos de los hombres.

Por convención, dulce es dulce; por convención, amargo es amargo, y por convención, caliente es caliente, frío es frío, calor es calor. Pero en la realidad sólo hay átomos y vacío. Es decir, los objetos de la sensación se suponen reales y es costumbre considerarlos como tales, pero en verdad no lo son. ¡Sólo los átomos y el vacío son reales! (en Einstein: La física, aventura del pensamiento, p. 51)

Sustitúyase “sólo los átomos y el vacío son reales” por algo como “sólo las cargas energéticas y el espacio cuatridimensional son reales” para obtener una seguridad más acorde con los nuevos tiempos, y el resto de lo que dice Demócrito permanecerá siendo cierto con la misma fuerza que él le imprimió.

Ante un contraste tan grande entre lo que creen todos aquellos que, antiguos o modernos, toman por real lo que les indican sus sentidos naturales y el hecho incontestable de que es en lo profundo de la materia donde habita la verdad de ésta, parece inútil preguntarse todavía si las fórmulas matemáticas que dicen esa verdad manifiestan verdaderamente la realidad material o son meras construcciones teóricas que producen resultados satisfactorios cuando se experimentan sin que se sepa exactamente por qué. Tales resultados satisfactorios no serían solamente los que se obtienen en los experimentos científicos, sino los artefactos mismos de la vida civilizada.

No obstante, este dilema se presenta ya en el nacimiento mismo de la ciencia actual. La astronomía de Ptolomeo no era inferior a la de Copérnico en lo tocante a las predicciones que ambas podían hacer. Los resultados eran equivalentes, pues las dos permitían anticipar con suficiente exactitud los movimientos y posiciones de los planetas. En aquel momento ninguna era útil para fabricar artefactos. Pero la primera quedó olvidada en los estantes de la historia no solamente por la mayor simplicidad para el cálculo de la segunda, sino también porque los sabios del momento pensaron que reflejaba la realidad.

En el presente debe admitirse sin discusión que los resultados de la ciencia actual son difícilmente superables. Su éxito viene avalado tanto por la producción de objetos técnicos cuanto por la de explicaciones satisfactorias de hechos experimentales. Pero subsiste todavía la segunda parte del dilema, la de saber si las fórmulas matemáticas de la ciencia expresan verdaderamente la realidad de las cosas.

Esta parte del problema no es científica, sino filosófica, porque es deber de la filosofía presentar los requisitos que algo debe cumplir para ser real y la pregunta que ahora nos hacemos no puede contestarse antes de conocerlos. En esa parte de la filosofía que se llama “metafísica” desde antiguo tiene que hallarse una explicación suficiente de este asunto.

Es sabido que el término “metafísica” tiene su origen en la redacción y edición de las obras de Aristóteles en el siglo I a. C., tarea llevada a cabo por Andrónico de Rodas, escolarca del Liceo entre los años 78 a 47 a. C. Aquella edición reunió catorce libros de la obra aristotélica bajo ese título (ta’ meta’ ta’ fusika’: los que están más allá de los escritos físicos)

A partir del siglo XVIII se supuso erróneamente que se trataba sólo de una denominación extrínseca, adaptada por razones de ordenación bibliotecaria, de aquellos libros que sin un título común específico fueron catalogados por Andrónico después de los de la Física. Pero el nombre tuvo una significación temática desde un principio, pues en ellos se trataba en verdad de lo que viene después o está detrás de lo físico, de algo que sólo se alcanza superando lo físico y descubriendo su fundamento. Así se explica que el vocablo “metafísica” se convirtiese finalmente en el título habitual de lo que Aristóteles había llamado “sabiduría”, “filosofía primera” o, también, “teología”, y que se conciba como la ciencia de la realidad, la cual debe ser considerada a partir de sus últimas causas.

2. La ciencia del ente en cuanto ente

El término “metá”, antepuesto al vocablo “física”, se refiere en consecuencia a los problemas de la ciencia natural, problemas sobre los fundamentos reales de lo que en ella se ha descubierto. Ahora bien, ninguna solución podría encontrárseles antes de establecer con claridad en qué consiste ser real, como se ha dicho antes.

La primera noción de realidad que Aristóteles utiliza procede de Platón, a lo cual se debe que en una primera determinación la metafísica sea ciencia de lo suprasensible. Platón había señalado que la realidad es un conjunto de formas o ideas universales. De aquí se seguía que lo real de un hombre, por ejemplo, no reside en su estatura, el color de su cabello ni cualquier otro rasgo individual, sino en su humanidad, lo que no es exclusivo de individuo alguno, sino universal a todos por igual. No es este hombre, Alejandro por ejemplo, lo que es real, sino el hombre. Alejandro, un particular, es lo que es por el hombre, un universal.

Existen serias objeciones contra esta preeminencia de las ideas universales sobre las cosas particulares. La más conocida es el argumento del tercer hombre, al que Aristóteles mismo hace referencia en varios pasajes de su Metafísica y que adquirió la forma siguiente por obra de Fanias de Ereso, un discípulo suyo:

Si se dice “el hombre anda” no se dice que anda la idea de hombre, pues las ideas no andan. Tampoco que anda un hombre particular, como Alejandro, pues entonces se habría dicho que anda Alejandro. Luego se habla de un tercer hombre, que no es el hombre ni Alejandro.

A lo cual añadió Alejandro de Afrodisia, un comentarista posterior de la filosofía aristotélica, que si la idea común a muchos es algo real y tiene existencia propia, entonces lo común a la idea y a los muchos debe ser también algo real, en cuyo caso habría otro ser más, lo que hubiera de común entre el tercero y los otros dos, pero también habría un quinto, y así hasta el infinito.

Aristóteles mismo pensó que si se acepta que las ideas son seres reales éstos se multiplican innecesariamente, por lo que decidió no seguir a Platón en esta tesis. Esa decisión ligó la metafísica a las cosas sensibles, de cuyo conocimiento habría de partir en adelante el de las suprasensibles, y se convirtió en ciencia de la sustancia particular.

No es al hombre, efectivamente, a quien sana el médico, a no ser accidentalmente, sino a Calias o a Sócrates, o a otro de los así llamados, que, además, es hombre. Por consiguiente, si alguien tiene, sin la experiencia, el conocimiento teórico, y sabe lo universal pero ignora su contenido singular, errará muchas veces en la curación, pues es lo singular lo que puede ser curado (Aristóteles, Metafísica, 981a, 15-25)

Extendida a todo lo que tiene ser real y considerando que solamente es real el ser de la sustancia individual, la metafísica es desde su fundación hasta el día de hoy ciencia del ser en cuanto ser o, dicho con términos latinos que son ya usuales, del ente en cuanto ente. Por esto se extiende absolutamente a todo lo que es en cuanto que es.

La ciencia del ente en cuanto ente engloba dentro de sí forzosamente la ciencia de los principios de los entes, e igualmente la ciencia de lo suprasensible y de los entes divinos. De aquí surge una tensión o contradicción que radica en el centro mismo de este conocimiento: por una parte es ontología, ciencia del ente en cuanto ente y su tarea es el estudio de la realidad total según las estructuras y leyes del ser comunes a todo, pero por otra es teología, conocimiento de lo divino, origen de todo ser, porque investigar lo divino no puede ser cosa de una ciencia particular, sino únicamente de la ciencia primera o filosofía primera.

Aristóteles: “Es propio del filósofo poder especular acerca de todas las cosas” (Metafísica, etc., 1004 b)

Como teología queda ligada y reducida a la ontología general, puesto que sólo alcanza lo divino en cuanto principio de todo ente; y como ontología se eleva hasta la teología, ya que ha de investigar no sólo todo lo ente, sino también los principios últimos de lo que es. Así dejó señalada Aristóteles la dirección que había de tener la metafísica en la posteridad.

3. El ser se dice de varias maneras

Llegados a este punto se hace necesario comprender qué es el ser. De él dice Aristóteles que es el mismo para todos los seres. Hay, pues, unidad en él. Pero añade a renglón seguido que el ser se dice de varias maneras, lo cual se explica porque no es un término unívoco ni equívoco, sino análogo.

Unívoco es el vocablo que conserva el mismo significado cuando se aplica a dos objetos diferentes: “persona” se dice lo mismo de la mujer y del varón.

Equívoco es el que tiene significado diferente: “temperatura” no es lo mismo para el no entendido y para el entendido.

Análogo es el que tiene significado en parte parecido y en parte no parecido, como al aplicar el vocablo “negro” al color y al estado de ánimo.

La unidad del ser es unidad de analogía. Aunque se insiste en que sólo es real la sustancia particular, de modo que sólo ella existe separadamente y las demás cosas existen por referencia a elle, hay que convenir en que también éstas participan del ser en algún grado.

Cuando se dice que Alejandro es hijo de Filipo, conquistador de Persia, matador de Darío, etc., se entiende que Alejandro está dotado de existencia propia e independiente, pero también que lo demás es ser algo y no nada, de manera que es real en algún sentido, aunque no pueda darse aparte de Alejandro, sino en él.

Según Aristóteles, Alejandro es la sustancia y el resto son accidentes o predicados suyos. Lo peculiar de éstos es que pueden ser atribuidos a otro, o, dicho de modo diferente, que unos tienen su ser en la sustancia y ésta lo tiene en sí.

Los accidentes, concluye nuestro filósofo, son varios -nueve, según dice en alguna ocasión- y la sustancia una. Estos son los varios modos del ser, pero sólo a uno se le aplica con todo rigor.

4. La sustancia

Al individuo concreto, a la sustancia particular, se dirige entonces la metafísica aristotélica. Pero que la sustancia sea concreta e individual no significa que sea simple, antes bien es un compuesto. Se compone, en primer lugar, de forma, pues la idea universal platónica entra en ella como su ser propio.

¿Qué es Alejandro? Hombre. ¿Qué es Darío? Hombre igualmente, ni más ni menos. Y si no lo fueran ya no serían Alejandro ni Darío. Luego lo universal es el ser de cada uno de ellos. Hasta aquí Platón. Pero Aristóteles objeta que el universal está en el particular. En palabras del idioma español, las utilizadas por García Bacca (v. Tres ejercicios, etc.,): lo que es Alejandro, a saber, hombre, está siendo en Alejandro. Lo mismo pasa con Darío. Los particulares, considerados al margen del universal, son solamente la materia o posibilidad de que esté en ellos el universal. Esta materia o posibilidad es el segundo componente de la sustancia.

El único ser real, la sustancia, se define, según Aristóteles, así:

La sustancia consiste en estar siendo lo que se es (quod quid erat esse)

Luego real es ser lo que se es y estar siéndolo efectivamente. Un círculo es la superficie barrida por un segmento que gira sobre uno de sus extremos, pero no basta con ese para ser real, para que haya algún círculo. Eso es solamente lo que es. Para ser real tiene además que estar siéndolo en algún objeto. La fórmula que hace equivaler la masa y la energía según el cuadrado de la velocidad de la luz es verdadera, pero tampoco basta con eso. Para ser real tiene que estar siendo masa o energía en un momento dado.

García Bacca: “Ser”, lo es más y mejor por “estar” (Tres ejercicios, etc., p. 75)

Loque se es equivale para el círculo a la superficie barrida, etc., para la materia a la energía según c2, para Alejandro y Darío a hombre, para el agua del mar a agua, para una circunferencia cualquiera a 2r. Los seres universales son reales a condición de estar siendo lo que son en algo determinado y concreto y son irreales en caso contrario.

Luego lo que se es, que los filósofos medievales llamaron esencia, es una cosa distinta del hecho de estar siéndolo, que llamaron existencia. Ambas son separables en el entendimiento pero no en la realidad, pues ¿qué sería algo que no estuviera siendo en algo?

Puede decirse por todo esto que la sustancia es también un compuesto de esencia y existencia, o de ser y estar siendo. Lo primero es estructura permanente, universal, repetida en todos los individuos de una misma clase. Es la especie y el género, principios de inteligibilidad de los individuos. Por esto no hay ciencia de los particulares, sino de los géneros y las especies, es decir, de los universales.

De esta composición de esencia y existencia se sigue que Alejandro no es hombre, sino que el hombre está siendo Alejandro, lo que no puede suceder más que durante un cierto tiempo. Luego Alejandro acompaña al hombre y no al revés. La esencia del individuo es el universal; lo demás es una suma de caracteres particulares que lo distinguen de otros, la materia en que el hombre está existiendo durante un tiempo. Cada hombre es un ejemplar del hombre.

La forma ideal se individualiza para ser real, lo que no es otra cosa que estar siendo en un tiempo y un espacio precisos, adquirir cantidad. El universal no puede permanecer en su mera universalidad inespacial e intemporal si es que ha de ser real y ha de adquirir determinaciones concretas, cualidades de tiempo y espacio. Pasar de ser meramente posible a ser existente de hecho, de potencia a acto, es pasar de universal a particular, o de ser solamente esencia a estar siendo lo que esefectivamente.

Una persona corriente, sin formación científica o filosófica, pensará tal vez que un avión es un artilugio con cierto color, figura, aptitud para a volar a lugares distantes, hacer turismo, etc., pero el ingeniero aeronáutico hará mejor en pensar que lo que en realidad es tal objeto se expresa en fórmulas matemáticas y que el color, la figura y todo lo demás, son cosas necesarias para que lo dicho matemáticamente se haga real, es decir, se realice; son cosas que acompañan al verdadero avión y en ellas está éste, pero no consiste en ellas.

El avión está construido no sólo según matemáticas, cual si fuesen andamio a retirar, sino de matemáticas. Son ellas molde que deja, hace, a la cosa “moldeada” -cuajada, cristalizada, matemáticamente.

El avión no está escrito en caracteres y fórmulas matemáticas. El avión está siendo matemático; lo matemático -tales fórmulas- están siendo forma intrínseca de la masa del avión. ( ) Difícil de pensar, ce convencerse “racionalmente”, es que lo matemático sea forma intrínseca de lo real, que esté en lo real, en su material, etc.,  Difícil de “pensamiento y de palabra”; mas fácil de “obra”. Subir al avión muestra la fe, la creencia, en que las fórmulas matemáticas de aeronáutica, mecánica terrestre y celeste están intrínsecas en el material del avión (Bacca, Tres ejercicios, etc.,  pp. 83-84)

Esas cosas son irrelevantes desde el punto de vista del saber, que se ocupa sólo de lo universal y prescinde de lo existente de hecho en un momento y un lugar dados. La fórmula que hace equivaler la materia a la energía es un buen ejemplo de esto mismo. No importa que algo esté siendo efectivamente masa o energía; lo que importa es lo que es según un coeficiente de transformación determinado cuantitativamente. Para ser físicamente real, algo tiene que estar siéndolo como masa o como energía, pero en ambos casos es el mismo ser.

En conclusión, lo que se es corresponde determinarlo al saber, sea filosófico o científico. De lo que se está siendo es de lo que hablamos todos a diario. Así, no hablamos del hombre, sino de Alejandro. Del hombre hablan la antropología o la sociología. Tampoco hablamos a diario de la masa de un mueble, de su coeficiente gravitatorio, sino de su estilo, de su utilidad, etc. De su coeficiente gravitatorio habla el físico. La metafísica se limita a constatar que lo que se es está siendo necesariamente en algo particular, que es posible ocuparse intelectualmente de lo primero sin ocuparse de lo segundo, pero que no pueden darse por separado uno del otro.

5. La teología

Repárese bien en que lo primero, lo universal, es importante para el saber y lo segundo, lo particular, lo es para nosotros. No nos importa tanto el ser que somos cuanto el estar siéndolo, a ser posible sin cesar. No parece, sin embargo, que esto preocupe al resto de las criaturas, de lo que se colige que el hombre es un ser aparte, diga lo que diga el pensamiento científico, empeñado desde hace casi cuatro siglos en mostrar que la naturaleza es isomorfa y el hombre un elemento más de ella.

¿No sería posible que el ser consistiera en estar, que la esencia fuera la existencia? Esta pregunta, inocente en apariencia, con la que manifestamos de manera metafísica nuestro deseo de no dejar nunca de estar siendo, es en realidad una pregunta por algo cuyo ser fuera de tal índole que no pudiera dejar de seguir siéndolo, por un ser cuya esencia fuera su existencia. Es, en fin, una pregunta sobre Dios.

Platón: “La naturaleza mortal busca en lo posible existir siempre y ser inmortal” (Banquete, 207 A-D)

El filósofo no puede pasarla por alto, aun cuando después de examinarla tenga que responder con una negativa, porque él tiene derecho a pensar sobre todas las cosas. La ontología, estudio del ser común, del ente en cuanto ente, ha de abrirse a la teología, estudio del ente supremo, de los primeros principios y sus causas. La teologíaes ciencia de aquel ser cuya realidad es tal que no requiere pasar de potencia a acto porque siempre está en acto, siempre es forma pura. Por eso no cambia y es eterno, porque no se realiza en estas o aquellas determinaciones concretas.

Visto queda más atrás que nada puede pensarse fuera del objeto de la ontología, del ser común y universal, razón por la cual es un objeto presupuesto por todo conocimiento y toda ciencia.

Queda visto también que el ser no se da en estado puro, como universal, sino en las cosas o personas naturales. Que no se da siendo, sino estando, y, por tanto, disminuido, existente en un grado menor de lo que es como universal. Ahora bien, siempre que algo es más o menos lo es por referencia a algo que sirve de medida o patrón de comparación.

Sin una unidad de medida es imposible saber algo sobre las medidas de las cosas. Decimos, por ejemplo, que un objeto mide 1,1 metros por comparación con la unidad de medida del Sistema Métrico Decimal, establecido en Francia en la década de 1790 a 1800. En aquella década se pensaba que la Tierra era una esfera perfecta y que el metro era la diezmillonésima parte de la distancia existente entre el Ecuador y el Polo Norte a lo largo del meridiano que pasa por París. Esa distancia fue la medida común establecida, el metro universal. Pronto se descubrió, sin embargo, que la Tierra no es una esfera perfecta y hubo que buscar un nuevo patrón universal de medida. Se acordó que era la distancia entre dos líneas finas trazada en una barra de platino iridiado que se conserva en París. Pero no bastó para las necesidades de los científicos y hubo que afinar más aún. Entonces se definió a partir de la longitud de onda de luz roja emitida por el criptón 86. Y más tarde aún se comprobó que no era suficiente, por lo que volvió a definirse como el espacio recorrido por la luz en el vacío durante 1/299.792.458 segundos.

Se estaba buscando el metro real, que tenía que ser universal, o, como algunos prefieren, el metro en sí, por aproximaciones sucesivas.

Esto fue así porque lo que es más o menos no es en sí, no es realidad pura,  sino que la realidad que esté siendo le ha debido ser comunicada por lo que es realidad pura en sí.

Lo real en sí, aquello con respecto a lo cual todos los demás seres de la naturaleza no son más que aproximaciones, tiene que recibir el nombre de Dios y, si todo lo que se ha dicho hasta aquí es correcto, su ser y su estar siendo son por fuerza lo mismo y lo son de tal manera que no es posible lo contrario.

Un ser así no puede poseer cualidades determinadas y concretas, pues lo limitarían: si alguna perfección poseyera como la posee una cosa particular cualquiera ya no la poseería como otra distinta y carecería por esto de algo. Luego Dios no tiene ni cantidad, ni cualidad, no está en ningún lugar, ni en el tiempo, no mantiene ninguna relación, ni está en ninguna situación, ni tiene necesidad de actuar y no sufre ninguna pasión, como los demás particulares. Él es la sustancia eterna, inmóvil y separada de las cosas sensibles que estudia la teología, la más excelsa de las ciencias. Es el ser sin materia: Acto Puro, que tiene que estar libre de todas las perfecciones concretas que determinan a los particulares.

A diferencia de los objetos físicos, que no pueden pensarse ni existir sin materia, y de los matemáticos, que pueden pensarse, pero no existir, sin materia, el ser máximo no puede pensar ni existir en ella.

Esta es la causa profunda de que la metafísica se divida en dos ramas: en ontología, que versa sobre la sustancia del ser universal existente en la materia o del ser que está siendo lo que es materialmente, y en teología natural, que versa sobre el ser universal que está siendo lo que es inmaterialmente. En conclusión, la metafísica es conocimiento de lo inmaterial. Al menos así se ha pensado desde Aristóteles, que recibió esta idea de Platón, como queda dicho más arriba.

Esta duplicidad persiste en los pensadores medievales. Así en Santo Tomás de Aquino, que la subordina a la sagrada doctrina, es decir, a la teología revelada, el objeto inmediato de la metafísica es el ente en cuanto ente. Ahora bien, de este modo, igual que en Aristóteles, se pone en tela de juicio la unidad de la metafísica, debido a la multiplicidad de sus objetos. Sin embargo, Santo Tomás defiende decididamente esta unidad y elabora más sutilmente que Aristóteles su fundamento intrínseco. El objeto inmediato de la ontología es el ente en cuanto ente, pero a una ciencia pertenece esencialmente la pregunta por los fundamentos de su objeto. Esa pregunta se refiere no sólo a los principios constitutivos internos, sino también a la última y suprema causa de todo ente, es decir, a Dios. En otras palabras: para captar plenamente el ente como tal y comprenderlo en su ser, la metafísica tiene que salir de sí misma y orientarse hacia el ser absoluto como origen creador de todo ente finito. Metafísica es la doctrina universal del ser, u ontología, y saber de Dios al mismo tiempo, o teología, ya que cada uno de los elementos exige y presupone al otro.

El desarrollo de la metafísica llega a su desenlace con Christian Wolff (1679-1754), quien populariza entre el público el término “ontología” y conduce a la definitiva separación entre la doctrina del ser y la doctrina de Dios. En su división de las ciencias filosóficas, Wolff identifica metafísica con filosofía teorética, en contraste con la ética, como filosofía práctica, y distingue entre una Metaphysica generalis y una Metaphysica specialis. La primera, denominada “ontología”, es la ciencia filosófica básica del ente en cuanto tal. Pero cuando Wolff le atribuye la tarea de deducir, a partir de conceptos bien definidos y de axiomas, las proporciones que son válidas para todo objeto pensable, una tal metafísica ya no es una investigación temática sobre el ser, sino únicamente una axiomática formal ontológica, o teoría de los principios. La metafísica especial, por el contrario, se divide en tres ramas, que Wolf denomina “cosmología”, “psicología” y “teología”. Estas tres disciplinas teóricas son racionales, no empíricas ni reveladas.

La novedad de la división wolffiana consiste en que la metafísica abarca la cosmología y la psicología, aparte de separarla ontología y la teología. La metafísica general es solo teoría universal del ser y es concebida únicamente como teoría formal de los primeros conceptos y principios, a partir de los cuales pueden deducirse todos los contenidos posibles de nuestro conocimiento.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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