Origen de la sociedad

El problema del origen no se ha planteado históricamente con respecto a cualquier tipo de sociedad. El problema se ha planteado con respecto a las sociedades de tipo suprafamiliar, especialmente con respecto a esa sociedad más amplia que aspira a proporcionar al hombre todo cuanto para su realización personal necesita, en todas las actividades que es capaz de desarrollar. Nos referimos a la llamada sociedad civil. Institucionalizada la sociedad civil se convierte en un Estado. La sociedad civil se caracteriza por la aspiración que tienen sus componentes a encontrar en ella todo cuanto precisa para su plena realización personal, desde la base económica hasta la diversión más o menos banal, pasando por la formación cultural, la adquisición de bienes de consumo, etc.

El problema del origen natural o convencional de la sociedad implica lógicamente preguntar acerca de la autosuficiencia o insuficiencia del individuo, las soluciones propuestas descansan en concepciones del hombre notablemente distintas. Estas teorías o soluciones diversas se pueden agrupar en dos clases: las que defienden con tal fuerza el carácter social del hombre que lo que entonces pasa a ser problemático es explicar sus tendencias individualistas; y la postura de quienes afirman la prioridad del individuo con respecto a la sociedad. Al segundo grupo de teorías se las puede denominar Individualistas, al primero socialistas.

A.- Teorías individualistas

Salvo la excepción de algunos sofistas, y de los epicúreos y estoicos, la tesis individualista tuvo escasa fortuna en la antigüedad. Es lógico que fuese a partir del Renacimiento, con toda la serie de factores (de todo tipo) que contribuyeron a configurarlo culturalmente, que la tesis individualista empezase a tener representantes de talla. Nos limitaremos a los dos más destacados y originales: Th. Hobbes (siglo XVII) y J.J. Rousseau (siglo XVIII).

Th. Hobbes

La teoría de Hobbes es totalmente pesimista con respecto a su concepción del hombre: analizada su naturaleza individual sin falsos idealismos, cree que debe reconocerse que el hombre es un mecanismo que, al igual que los demás animales, se mueve exclusivamente por el egoísmo y por el temor. Como ese egoísmo es ilimitado y común a todos, constituye a la vez un deseo y un derecho innato en todo individuo a la apropiación de todos los bienes capaces de proporcionarle placer. Lógicamente, cualquier individuo deviene un competidor, igualmente ávido de poder. En su “estado de naturaleza” es inevitable la guerra de todos contra todos recurriendo tanto al engaño como a la violencia: “Homo homini lupus” (Plauto), el hombre es un lobo para el hombre. Ese temor es lo que mueve a los hombres a buscar la paz, y la única forma de lograrla es la de renunciar a ese deseo-derecho absoluto que todos tienen sobre todo. Urge, pues, un acuerdo, un pacto, hecho de renuncias, pero también de constitución mutua positiva de un poder absoluto, muy fuerte y temible, único capaz de evitar cualquier rebrote del egoísmo individual y, por tanto, único capaz de liberarnos y salvarnos. Ese poder absoluto lo otorgan voluntariamente a un individuo, cuya voluntad no va a representar la de todos o la de la mayoría, sino que va a sustituir la de todos, convirtiéndose en la fuente de toda ley. Ellos quedan obligados; el soberano o amo que se han dado, no. Lo denomina Leviathan (monstruo bíblico), considerándolo como un dios mortal dotado de tanto poder y tanta fuerza que puede, gracias al terror que inspira, dirigir las voluntades de todos hacia la paz interior y la ayuda mutua contra los enemigos exteriores. Hobbes precisa la conveniencia de que este poder esté en manos de una sola persona, el monarca, del que traza un perfil curiosamente, interesado, por egoísmo también, en el bienestar de sus súbditos, a los que sabrá dar las leyes (pocas) imprescindibles para hacerlo posible.

La postura de Hobbes implicaba, pues, una defensa de la monarquía absoluta, pero sin apelar al derecho divino de los reyes, por lo que fue censurado por los tradicionales defensores del mismo.

J. J. Rousseau

Rousseau defiende un individualismo contractualista de matiz muy distinto. Optimista, a diferencia de Hobbes, en su concepción del hombre, lo concibe como siendo bueno por naturaleza, espontáneamente inocente y libre, sin ánimo ninguno de perjudicar a los demás, ni siquiera de sobreponerse a ellos, tergiversando su constitutiva igualdad.

Con la propiedad privada desapareció la igualdad, surgió la necesidad de herramientas y de esclavizar a otros hombres, se multiplicaron los deseos, surgió la división del trabajo y, con ella, la atomización de los hombres, la anulación de la libertad y autonomía; finalmente, la creación de las grandes ciudades, centros de corrupción física y moral. Los innegables avances técnicos que todo esto supuso, nada valen, si se miran los males morales que los suscitaron y que ellos, a su vez, provocaron.

El intento de Rousseau consiste no en volver a la naturaleza, cosa imposible, sino en construir una sociedad en la que los hombres recobren su condición natural de igualdad, bondad, libertad y felicidad. Encontrar, pues, un tipo tal de asociación en la que todo esto sea posible, es lo que cree conseguir con el “Contrato Social” por el cual cada individuo renuncia a sus privilegios tradicionales, casi siempre artificiales e injustos, pero no a sus derechos innatos o naturales, constituyendo entre todos una autoridad no real ni personificada en un individuo determinado privilegiado, sino ideal, moral e interior a cada uno, a saber, la autoridad de la voluntad general, expresión equivalente a esa voluntad buena, bien intencionada, que vive en nuestra intimidad más profunda y, por ello mismo, es una, latente bajo las voluntades particulares, frecuentemente ya viciadas. El pacto social nace de esta voluntad general y no aspira a otra cosa más que ella sea lo que en todo momento impere sobre todos los componentes de la sociedad. Única forma de que cada uno, uniéndose a todos los demás, no haga más que obedecerse a sí mismo, permaneciendo libre como lo era en un principio. Aunque la voluntad de la mayoría suele expresar esa voluntad general, y es la única forma práctica de hacerla salir a flote (de ahí su defensa del sufragio universal), no se identifican forzosamente. Rousseau define la voluntad general en términos cualitativos y no cuantitativos.

B.- Teorías Socialistas

El término socialistas significa aquí que la prioridad entre el individuo y la sociedad civil de que forma parte, recae en la sociedad.

Carlos Marx

El materialismo de Marx le lleva a sostener que los hombres primitivamente formaban una sociedad animal, en la cual ocurría lo mismo que ocurre en una colmena, en donde la abeja queda enteramente supeditada a la colectividad. Sólo después, al desarrollarse su cerebro, asegurarse la estación vertical, dejando con ello disponibles las extremidades anteriores y, especialmente, la mano, se fue concienciando el individuo como tal. Sin embargo, al principio siguió dejando prevalecer su instinto social, que la llevaba a pensar más en la comunidad que en sí mismo; es ese estadio de la vida da la humanidad en que todo era de todos y reinaba un bienestar “comunista” verdaderamente paradisíaco. Sólo después brotó en algunos individuos una fatal desviación en ese proceso de concienciación individual: su ego se volvió egoísta en cuanto se apropió de determinados bienes (tierra, mujer, descendencia propia, útiles de trabajo o bienes de producción), resquebrajando la igualdad inicial con la aparición de una polémica dualidad de clases; de una competitividad desgarrada y de otros muchos comportamientos socialmente negativos. Rota la igualitaria colaboración en la praxis característica del vivir humano, que en la transformación de la naturaleza en provecho de toda la comunidad, el individualismo no ha hecho sino incrementarse, llegando incluso a autojustificarse ideológicamente, no sin introducir precisiones correctivas de posibles excesos. Esto es lo que pretende hacer el liberalismo de un Rousseau, criticable, a pesar de todo, según el marxismo, en la medida en que presupone lo que no sólo es la raíz de todos los males, sino más fundamentalmente, una falsedad: la prioridad del individuo sobre la sociedad. Marx cree que ese mismo incremento desmedido del individualismo le acarreará su ruina, precipitando la revolucionaria desposesión de los pocos explotadores por la gran masa de los explotados y estableciendo así, finalmente, una sociedad sin clases, en la que los individuos recuperarán el sentido social perdido, asumiendo plenamente la convicción de que lo primero es el bien de todo el colectivo, del cual y en función del cual brotan los derechos y los deberes individuales.

Origen de la autoridad civil.

Ya en el plano puramente descriptivo-sociológico, constatábamos el hecho de que en todo grupo social existe una estructuración que comporta un reparto de papeles, uno de los cuales es siempre el de encauzar a todos los miembros del grupo hacia la consecución de los fines que el mismo pretende alcanzar. Las preguntas filosóficas que este hecho suscita son varias: ¿le es o no, esencial a todo grupo una autoridad? Si la respuesta es afirmativa, ¿a quién le corresponde designar el o los individuos del grupo deben ejercerla?, ¿quién debe detentarla?. Lógicamente,  a estas preguntas la filosofía las ha referido fundamentalmente a la sociedad civil, por lo que a ella vamos a seguir ciñéndonos también a propósito de este problema. Su formulación, entonces, podría ser esta: ¿Qué fundamento tiene la autoridad civil? En el doble sentido de autoridad en abstracto y de autoridad en concreto.

1.- Es natural que los filósofos defensores del individualismo (Hobbes, Rousseau) sostengan que,  teniendo la sociedad civil misma un origen no natural, sino circunstancial, la autoridad en abstracto no pase de tener también un origen circunstancial. Brotando la sociedad del pueblo, aunque por circunstancias muy distintas, sólo en el pueblo puede residir la autoridad y el poder anejo a ella. El principio de la soberanía popular es común a ambos pensadores, pero el uso que de tal soberanía hace el propio pueblo es muy distinto en ellos. En Hobbes los individuos usan de ella justamente para renunciar a ella y a la vez para escoger a la persona que quieren que asuma toda esa imponente autoridad y ese poder sin límites que es la condición necesaria de un convivencia social pacífica y reglamentada enteramente desde arriba. En Rousseau en cambio, la soberanía popular no desaparece por el hecho ineludible de escoger el pueblo a una o a un grupo de personas para encargarlas de gobernar según los imperativos de la voluntad general en la que aquella soberanía de todos los ciudadanos en cada momento se concreta: la autoridad de quien gobierna no deja nunca de provenir y pertenecer al pueblo.

2.- En las teorías socialistas, aunque pueda parecer lo contrario la autoridad tiene un origen supraindividual, en consonancia con la concepción que defienden de la sociedad-estado. En Hegel es el “Espíritu Absoluto” quien lo confiere al pueblo escogido para la misión histórica de avance hacia la Libertad y, más en concreto, al individuo que debe guiar a la sociedad para el mejor cumplimiento de tal papel.

Por lo que se refiere a la concepción marxista, heredera directa de Hegel, aunque es obvio que no hallamos en ella ninguna apelación a ninguna entidad supraindividual que pudiera ser la fuente de la autoridad civil, sin embargo, la propiedad que la colectividad tiene en su concepción de la sociedad impide equipararla a la concepción individualista de Rousseau.

El anarquismo es una doctrina revolucionaria que surge en la primera mitad del siglo XIX y que, junto con el marxismo, domina y orienta gran parte del movimiento obrero a lo largo de los siglos XIX y XX; su influencia llega hasta hoy, especialmente en los países latinos. Su tesis central es la negación del poder político (del estado), en efecto, el Estado surgido de la Revolución francesa proclama la igualdad, libertad y fraternidad; sin embargo, estos ideales sólo se cumplen a nivel político o abstracto no a nivel social o real. El estado es siempre el dominio de una clase sobre otra, o el dominio de una élite sobre la mayoría; el poder engendra desigualdad, opresión; el Estado es compromiso entre una clase política desligada del pueblo al que no hace más que dominar y engañar. La destrucción del Estado en todos sus aspectos es el objetivo perseguido por el anarquismo; de ella surgirá una vida comunitaria libre, armoniosa y progresiva, puesto que habrán desaparecido las estructuras externas alienantes, esclavizadoras y opresivas que impiden un desarrollo integral y espontáneo del hombre en libertad, comunidad o igualdad. Sus teóricos más importantes han sido: Proudhon, Bakunin, etc.

Funciones y límites de la autoridad civil

El tema de las funciones de la autoridad puede entenderse de dos modos:

A)   Desde Montesquieu ha venido significando la existencia de tres misiones distintas de la autoridad, que él y todo el pensamiento liberal-individualista consideran necesario independizar bajo la forma de tres poderes: la función legislativa o de confección de unas leyes justas; la función ejecutiva o de hacer cumplir las leyes establecidas; y la función judicial o de castigar las infracciones que a las mismas se cometan.

B)   La determinación del círculo hasta donde debe llegar la acción de la autoridad o del estado con respecto al individuo y a los grupos sociales que existen en el interior de la sociedad civil. Según la concepción individualista, el estado no tiene otra misión que mantener el orden público y hacer posible toda clase de actividades individuales, fruto de la libertad que se propone amparar. Su papel debe limitarse a evitar que algunas de estas actividades tomen tanto alcance que puedan llegar a imposibilitar a algunos ciudadanos el realizar sus propias iniciativas. El supuesto que esta concepción descansa es el de que, siendo el hombre naturalmente bueno, el bien público se producirá por el natural desarrollo de los individuos. Toda injerencia estatal en la iniciativa privada no hará más que perturbar la buena marcha espontánea de las cosas. Se ha bautizado a este estado no intervencionalista con el nombre de Estado Gendarme.

En las antípodas de la anterior postura se encuentra la del llamado Estado Providencia, preconizado por los pensadores socialistas, de acuerdo con su tesis básica de la prioridad del estado sobre los individuos, es Estado debe asumir todas las funciones individuales y corporativas, planificándolas desde arriba y obligando a los ciudadanos a amoldarse a ellas para el bien de la colectividad.

Entre ambas posiciones volvemos a encontrar la de los defensores de la sociabilidad natural del hombre, que, precisamente por reconocerla, entienden que al Estado le corresponden dos funciones principales, a saber; la función de promover el pleno disfrute de los derechos humanos y la función de complementar la limitación individual, aportando cuanto el individuo necesita para poder realizarse personalmente de un modo total.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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