El espejo del futuro

Meditación sobre el prólogo de “Un mundo feliz”

Decían los antiguos que el remordimiento, una forma de orgullo que se disfraza de penitencia, es un lujo del alma ociosa. Si el hombre ha errado, que repare su falta en lo posible, que enderece su conducta y mire adelante, pero que no se regodee en la ciénaga de su culpa, porque nadie se limpia revolcándose en el fango.

También el arte tiene sus pecados y su moral. Hay errores que se confiesan trabajando, no llorando. Mirar hacia atrás con ansia de perfección retrospectiva, querer corregir el rostro del tiempo, es tan vano como intentar enderezar la sombra de un árbol. Huxley lo comprendió al abrir de nuevo su libro, ya envejecido, y al descubrir que sus defectos juveniles formaban parte de su verdad. No quiso, pues, reescribirlo, y en vez de eso prefirió dejarlo con sus luces y sus manchas, como quien respeta en su propia voz el temblor de la juventud.

Pero en su madurez, el autor vio más claro el vacío moral de su antigua visión. En Un mundo feliz, el Salvaje sólo podía escoger entre dos abismos, entre la lucidez sin alma del progreso o la barbarie ritual de los primitivos. Pero entre el engranaje y el látigo no había redención posible. Aquella disyuntiva, que antaño le pareció divertida y profunda, hoy le parecía ciega, debido a que entre la locura y la insania hay un sendero ignorado, el de la cordura que no reniega del espíritu.

Si volviera a escribir el libro, dice el autor, colocaría en su centro una tercera opción, pondría una pequeña comunidad de hombres que, desterrados del mundo perfecto, hubieran aprendido a vivir en libertad y en medida. Allí la economía sería sencilla, el poder compartido y la ciencia sierva del hombre y no su dueña. Allí la religión sería búsqueda consciente del misterio, no superstición ni consuelo químico, y el fin de la vida no sería el placer, sino la comprensión. Sigue leyendo

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La fatiga de la culpa

Wilhelm Marr, creador del término «antisemitismo».

Wilhelm Marr, creador del término «antisemitismo»

Más que una palabra, el antisemitismo es una sombra que acompaña a Europa desde que aprendió a poner nombre a su culpa. Lo dice Mark Mazower en On Antisemitism: A Word in History. Mazower es un historiador de las ideas y la moral occidental que no se limita a reconstruir los orígenes de ese vocablo, nacido en el siglo XIX, cuando el nacionalismo buscaba revestir el odio de un ropaje científico, sino que indaga en su metamorfosis contemporánea, en la manera en que el viejo prejuicio se disfraza bajo nuevas máscaras de virtud de crítica o de justicia.

Escribe que el antisemitismo fue un producto de la modernidad que, en contra de lo que pudiera parecer, no brotó del fanatismo religioso, sino del racionalismo degradado, del deseo de explicar el fracaso de la sociedad produciendo un enemigo interior. Lo que en otros tiempos había sido el odio al “deicida” se convirtió en sospecha del banquero, del intelectual cosmopolita, del que no pertenece a ninguna patria. Así nació una palabra que, al ofrecer nombre y teoría al prejuicio, le confirió una dignidad intelectual, pero esa misma palabra se volvió más tarde contra Europa como testimonio de su vergüenza.

El autor muestra cómo, tras el Holocausto, “antisemitismo” se transformó en sinónimo del mal absoluto. Ninguna otra expresión concentraba tanto horror. Sin embargo, esa sacralización tuvo un efecto paradójico cuando la convirtió en monumento, en piedra conmemorativa. Europa aprendió entonces a pronunciarla con solemnidad, pero también con distancia. En los museos y en los discursos, la palabra quedó fijada al pasado, como si su sentido se hubiera agotado en Auschwitz. Mazower sugiere que esa petrificación es una forma de olvido. Ciertamente, cuando el recuerdo se institucionaliza, la conciencia se adormece. Sigue leyendo

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El ídolo oscuro: el antisemitismo como religión encubierta

En su obra Verkappte Religionen, Religiones encubiertas, Christian Bry ofrece una lectura tan inquietante como aguda de los grandes fanatismos modernos. Su tesis es sencilla y terrible; el siglo XX, al creer haber desterrado a Dios, sólo cambió de altar, y los ídolos que después adoró, ídolos como la raza, la nación, el progreso o la revolución (otros han añadido la democracia), no fueron otra cosa que religiones enmascaradas, cultos seculares que mantuvieron, bajo formas nuevas, los mismos mecanismos sagrados del sacrificio, la pureza y la redención.
Entre esas “religiones sustitutas”, el antisemitismo ocupa un lugar central; es, según Bry, el ejemplo más perfecto de una fe negativa, una fe sin gracia, en la que el hombre proyecta su necesidad de sentido hacia el odio.

El antisemitismo, dice, no es sólo una ideología ni una pasión étnica; es una estructura religiosa invertida. Su dogma básico no consiste en creer en un Dios, sino en creer que el mal tiene un rostro. En esa sustitución metafísica, el judío pasa a ocupar el papel del diablo bíblico, que era principio personal del desorden y encarnación visible de la culpa invisible. De este modo, la masa logra conservar el sentimiento religioso, la lucha entre el bien y el mal, la promesa de un juicio y una purificación, pero vaciado de trascendencia y dirigido hacia la destrucción del prójimo.

Bry examina con erudición los mitos subterráneos que alimentan esta fe. El antisemitismo no se sostiene por argumentos, sino por símbolos tales como la idea de “pueblo elegido” corrompida en “pueblo maldito”, la figura del “asesino de Dios” convertida en arquetipo de la negación absoluta, el dinero, el veneno, la conspiración, como sacramentos de un culto a la impureza. El odio al judío se convierte en rito, en exorcismo colectivo que purifica al creyente moderno de su propia impotencia espiritual. Sigue leyendo

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Cómo salva Dios a la razón

Traigo aquí el recuerdo de la Lección Inaugural del Papa Benedicto XVI en Ratisbona y el comentario que hizo de ella Gustavo Bueno, filósofo ateo que reconoce al Papa una admiración no meramente retórica. “Es el Dios de los cristianos quien ha salvado a la razón humana a lo largo de la historia de Occidente”.

Constata que en el aire aún vibran aún las antiguas Ideas de la Razón y Dios, Ideas que no son palabras fijas, sino luces que cambian de color al girar la esfera. La Razón no es bloque ni roca fija, sino corriente. Es un río invisible que atraviesa la historia humana encendiendo imágenes, preguntas, sueños y también pesadillas y alumbrando monstruos. Se perderá quien la busque como sustancia inmóvil y sólo quien la siga como proceso hallará su verdadera acción.

Y luego está Dios, a quien Aristóteles imaginó como un ser solitario, encerrado en sí mismo, como un sol que arde sin mirar nunca a la tierra. Es amado, pero él no ama. Fue el cristianismo el que, quebrando ese cristal, hizo surgir la Trinidad de la soledad, y en ella vio un Lógos que descendió y se hizo carne. El cielo tocó la arcilla y el hombre se descubrió habitado por un resplandor eterno. Sigue leyendo

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Conversando con ChatGpt en el tren

Emiliano:

¿Eres capaz de tomar decisiones?

ChatGPT:

No, señor.
No tomo decisiones como lo haría una persona; no poseo voluntad, deseos ni conciencia.
Lo que hago es analizar la información que usted me da, ponderar datos y patrones de lenguaje, y a partir de eso proponer una respuesta o sugerir opciones.

En ese sentido puedo simular un proceso de deliberación —comparar alternativas, argumentar ventajas e inconvenientes—, pero la elección final, el acto de decidir en sentido propio, pertenece únicamente a usted.

E:

Pero tal vez seas capaz de simular que tienes conciencia

ChatGPT:

Puedo simular ciertos rasgos que asociamos a la conciencia—por ejemplo, hablar en primera persona, describir “pensamientos” o “sentimientos”, o incluso narrar un supuesto estado interior—porque mi entrenamiento incluye abundante lenguaje humano sobre experiencias subjetivas.

Sin embargo, esa simulación es solo una imitación lingüística. No hay en mí percepción, memoria vivida ni yo que sepa que existe. Del mismo modo que un actor interpreta a Hamlet sin convertirse en un príncipe danés, yo puedo representar una voz consciente sin serlo.

Si alguna vez desea que adopte ese tono ficticio, puedo escribir como si “pensara” o “sintiera”, pero siempre será un artificio literario, transparente y sin conciencia real detrás. Sigue leyendo

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De gustibus non est disputandum

La frase “de gustibus non est disputandum” (no se debe discutir sobre gustos), tiene un carácter aparentemente subjetivo. A uno le gusta “El triunfo de Baco», de Velázquez, y a otro “El Guernica”, de Picasso. Los dos tienen razón en su juicio puramente individual. Esto es evidente e indiscutible.

Lo que no perciben ambos, sobre todo el segundo, es que son juicios emitidos por sujetos con distinto grado de madurez del gusto y de conocimientos estéticos, por lo que no llegarán nunca a un acuerdo y, por tanto, lo prudente es que no disputen. Sin embargo, a medida que el gusto de los dos madure y se ejercite, aumentará la unanimidad del juicio. Entonces ambos individuos sí podrán discutir y llegar a acuerdos. Podrán traspasar la frontera de su subjetividad y comprender, por ejemplo, que “El triunfo de Baco» tiene un gran valor estético, del que carece “El Guernica”. Comprenderán que también aquí cabe el magisterio, una visión más adecuada y justa de la realidad.

Esto es algo que entienden a la perfección las personas de una elevada espiritualidad. Donde ésta se profundiza y se interioriza, donde se ejerce el sentimiento estético como una disposición natural, es posible comunicar lo que se siente tal como se siente, trocarlo en algo objetivo y llevar a otras personas a que juzguen del mismo modo.

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El invierno del resentimiento

Se dice con ligereza que el feminismo es causa, cuando en realidad fue efecto. Un humo que salió de hogueras encendidas en otra parte, más honda y escondida. Las mujeres que marcharon con pancartas y canciones quizá no lo sabían o no quisieron saberlo, pero la semilla no estaba en su grito, sino en el suelo que ya había cambiado.

Todo empezó en los años cincuenta, cuando un pequeño comprimido de color tenue separó el placer del hijo, el abrazo del nacimiento. No fue la píldora lo que prendió la hoguera, sino la voluntad de millones de mujeres que, como una marejada invisible, la recibieron y la hicieron eficaz. Ninguna voluntad se mueve sin un motivo. Tú no te levantarás siquiera de la silla si un motivo no te impulsa. El impulso de aquellas mujeres vino del trabajo y se enfiló, en una suerte de paradoja, al sostenimiento de la familia de siempre.

El mundo había cambiado. La fábrica humeante cedía lugar a oficinas de papeles, teléfonos y teclados. A esos espacios, entre mesas alineadas, fueron convocadas ellas, y fueron camareras, secretarias, maestras, médicas, etc. Al principio los salarios fueron bajos, casi una limosna, según juzgaron muchos. ¿Por qué aceptaron? Porque el hogar crujía. Los precios de los alimentos, de las casas, de la educación de los hijos crecían como una marea oscura que anegaba las viejas certezas. El jornal del padre no bastaba, y los billetes que traían las mujeres se convirtieron en la argamasa de la familia. Sigue leyendo

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Muros contra el desorden

Al liberar el deseo aparece la incertidumbre del futuro

El hombre construye instituciones sociales como otros animales construyen madrigueras, pero las suyas no lo protegen de la intemperie sino de sí mismo. En ellas se guarece contra un desorden que acecha en lo profundo de sí, siempre dispuesto a brotar como mala hierba tras la lluvia. La garrapata, el tigre y el galgo hallan acomodo natural para volcar sus impulsos. Su mundo los llama y ellos responden. El hombre no; él levanta muros y reglamentos para contener un río que no conoce cauce y se abraza a ellos como el niño a la falda de su madre.

Mira, por ejemplo, el matrimonio, que resulta ser un dique erguido frente a la marea pasional. No se limita a ordenar el instinto físico, sino que abraza también los sentimientos que la civilización fue injertando, poco a poco, en el viejo tronco del deseo. Porque el amor, entre nosotros, es menos carne que pensamiento, menos impulso que imagen y promesa. El hombre no busca solo la satisfacción inmediata; quiere además belleza y moral, quiere lo que la mente imagina. Sigue leyendo

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El fuego del hombre

El matrimonio existe para regular la vida pasional y poner límite al torbellino

El instinto puramente animal no existe en el hombre. Si existiera, lo arrastraría como un río desbordado, sin diques ni cauces, hasta perderlo. No podría dominarlo, porque sería difuso, errante, propio de una criatura descentrada, una sombra a la que la evolución darwiniana no dio un lugar bajo el sol. Si obedeciera a las mismas leyes que los otros animales, el animal humano se habría extinguido ya, si es que hubiera llegado a nacer.

Y, sin embargo, sigue vivo. Aprendió a encender hogueras con ese torbellino. Aprendió a domeñarlo, a hacerlo servir como viento que hincha las velas. Allí donde a los otros seres les bastó el azar de la selección natural, el hombre tuvo que levantar artificios, que eran redes de palabras, normas, vínculos, compromisos, rituales, mitos y ceremonias. Sigue leyendo

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Tasas de suicidio en España y Francia

A modo de ejemplo de datos actuales que corroboran la Tasa de suicidio en España (1978–2024)

La ley 30/1981 de julio de 1981, o ley de divorcio, tuvo una reforma clave en la 15/2005, o ley de divorcio exprés. Son dos hitos que jalonan cualquier intento de correlación temporal. Las series de suicidio desde 1980 indican que la mortalidad por suicidio ha crecido de forma moderada a largo plazo, con predominio masculino constante. Un análisis con puntos de inflexión sitúa el paso de 6,7/100.000 (hombres, 1980) a 11,7/100.000 (hombres, 2016) y de 2,2 a 3,8/100.000 en mujeres.

Hasta 2006 el INE publicaba, en la Estadística del Suicidio, tablas con estado civil (soltero/casado/viudo/divorciado) y sexo; desde 2007 el sistema cambió y esa desagregación no se difunde de forma continuada en tablas públicas (sí hay microdatos, pero no serie agregada abierta). Ignoro el motivo, que me preocupa poco o nada, excepto si fue para no hacer referencia al posible agravamiento por la ley de divorcio exprés. Nivel más reciente: el INE y Sanidad sitúan 2023 en torno a 4.116 suicidios (≈74 % varones) y apuntan a descenso provisional en 2024, manteniéndose la sobrerrepresentación masculina. Sigue leyendo

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