Archivo de la categoría: Filosofía práctica

Operaciones que han de ejecutarse sobre las personas con vistas al bien

La revolución auténtica

(De una conversación oída en un café:)
-Convéncete de una vez. Todo lo que huela a marxismo, liberalismo, anarquismo, y socialismo es una antigualla Bien está que todo eso se utilice como fraseología cuando haga falta, pero nada más. Tarde o temprano no quedará ni eso.
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Ideologías biológicas

Las ideologías del siglo XVIII y la mayor parte del XIX procuraban la reorganización del Estado según sus principios. Las que se formaron en torno a la doctrina de la evolución darwiniana procuraron reorganizar la biología de los miembros del Estado. Es como si en la definición aristotélica del hombre como animal político unas hubieran prestado atención exclusiva al segundo vocablo del sintagma, a la pólis, y otras al primero, a la animalidad del hombre.[caption id="attachment_1017" align="alignright" width="300" caption="Logotipo del Segundo Congrego Internacional de Eugenesia de 1921"][/caption]
Los revolucionarios franceses de 1789 predicaban cosas como la liberación de la opresión monárquica, la libertad de imprenta, la supremacía del derecho o la igualdad de los hombres ante la ley. Las ideologías biológicas predican la liberación sexual, el derecho al aborto, el homosexualismo o la salud.
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Laicismo

El laicismo se origina en el humanismo y se transforma en lo que es ahora por la revolución industrial y la revolución tecnológica. Su pretensión es reducir a cero la tensión entre lo divino y lo humano, lo sobrenatural y lo natural, que ha sido siempre el motor de Occidente, para quedarse solo con lo humano y lo natural y expulsar toda fe religiosa, porque, según pregona, las religiones producen el fanatismo y son contrarias a la paz y el progreso.
El laicismo sería, según sus seguidores, la gran aportación de una Europa socialdemócrata a la aldea global del presente. Dios ha muerto. Este espíritu terreno es su sucesor. Apoyado sobre el evolucionismo trocado en dogma, sobre el progresismo y sobre su fe en la tecnociencia, el laicismo tiene aspiraciones totalizadoras. En esto, en su afán por extenderse y abarcar toda vida humana, es igual que el cristianismo que pretende superar.
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Pelagianismo político

La tesis sobre la bondad natural del hombre continúa uno de los frentes abiertos en la disputa teológica sobre el pecado original. Su representante más conocido es Rousseau, ue debe considerarse un pelagiano. El monje britano Pelagio, como es sabido, estaba convencido de que el hombre nace sin pecado original y así lo predicó con notable éxito. San Agustín le opuso la tesis del libre albedrío. Mucho tiempo más tarde Lutero se apoyó en San Agustín para defender la esencial corrupción de la naturaleza humana.[caption id="attachment_979" align="alignleft" width="213" caption="Pelagio"][/caption]
Atribuyendo bondad innata al hombre, Rousseau militó contra San Agustín, Hobbes, Lutero, Maquiavelo, Locke, el protestantismo y el catolicismo. Puso el bien en la naturaleza humana y el mal en las estructuras sociales, sobre todo en la propiedad. Luego si éstas se suprimieran emergería el hombre tal como es, puro e inocente. Hay, pues, que liberarlo de la tradición cristiana, de la armonización de los intereses en el juego de la economía, de los mercados, de la propiedad, de lo político, etc. Esta es la idea matriz de todos los socialismos, lo que sería suficiente para calificarlos también de pelagianos.
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Propiedad privada

Aunque el marxismo ha fenecido en todas partes, menos en la fraseología de los partidos de izquierda cuando hay elecciones y en los manuales de filosofía e historia del Bachillerato, el éxito del vocabulario que introdujo en el lenguaje común sigue vigente.
El vocablo “proletario”, por ejemplo, que evoca una clase social que nunca existió en la realidad, compuesta de individuos despojados de sus bienes y reducidos a la única función de tener prole, señala uno de los triunfos de su propaganda.
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Constitución política

Una muchedumbre cualquiera no es una comunidad de ciudadanos. Tampoco un clan, una tribu, una nación étnica o cualquier otro agregado humano que reclame un progenitor común, sea real o ficticio. Una comunidad de ciudadanos, una nación política, no se identifica siquiera con el territorio que habitan sus miembros, sino con la continuidad en el tiempo otorgada por la seguridad de formar parte de un conjunto al que pertenecen por igual los hombres del presente, los que ya murieron y los que habrán de nacer más tarde. Todos ellos contribuyen en una medida u otra a la construcción de un todo que consta de artes, ciencias, derecho, religión y moralidad. La participación en esta obra y el disfrute de la misma es lo que hace que un hombre sea ciudadano y tenga la oportunidad de ser un hombre completo y realizado.
El hecho de que esta obra, en la que consiste verdaderamente la nación política, haya existido durante muchos siglos bajo diferentes gobiernos es una prueba suficiente de su vigor. Esto solo debería bastar para comprender que no puede haber brotado de una decisión ocasional, por más multitudinaria que haya podido ser, y que no pertenece al orden de lo artificial, sino al de lo natural, pues hunde sus raíces en la naturaleza propia de las cosas humanas. Ahí reside su orden propio. Esto es la constitución natural.
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Partidos políticos

Cuatro son las fases por las que han pasado los partidos políticos desde hace unos ciento cincuenta años. Las cuatro pueden darse juntas, pero en cada ocasión predomina alguna de ellas.
La primera se caracteriza por la presencia de cuadros dirigentes formados por un pequeño grupo de jefes de partido que disponen de una bancada parlamentaria sumisa. Los militantes apenas cuenta, pues no son ellos, sino el erario público, quien financia al partido.
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La venganza

Hablan de venganza y no saben lo que dicen. Más les valdría callar. Ese nombre le viene bien a lo que se llamó “venganza catalana”: el asesinato de Roger de Flor y de cien de sus almogávares de la Gran Compañía Catalana el cinco de abril de 1305 a manos de Miguel IX desencadenó un feroz ataque contra los bizantinos y el saqueo de toda Grecia a los gritos de “Aragó, Aragó”.
Grandes debieron ser la mortandad y las calamidades infligidas por los almogávares para que todavía hoy persista en algunos países balcánicos un monstruo imaginario sediento de sangre llamado Katalan y para que cuando un griego maldice a otro haga uso de un proverbio de su lengua: “así te alcance la venganza de los catalanes”.
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La maldad

He visto en la red varios textos de Ayn Rand sobre el expolio de los impuestos, pero ninguno como el siguiente, que versa sobre la maldad humana. Se trata de algo que muy pocos esperarían, pues hay socialistas en todos los partidos, como dijo Hayek. Se trata de un pasaje en que Dagny, una empresaria animosa y valiente, se encuentra con Ivy Starnes, una rica heredera que junto con su hermano había emprendido un experimento socialista. La novela de Rand, La rebelión de Atlas, presenta a esta última “sentada sobre un almohadón, igual que un Buda panzón”, quejándose de la avaricia humana, que ha arruinado su noble propósito de favorecer a los desheredados de la fortuna aprovechando las habilidades de los más capacidades. Se trata del lema del socialismo del siglo XIX, presente en Proudhon, Marx, etc.: “a cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus capacidades”. Así expone el Buda panzón el fracaso de este noble propósito:
-No me es posible contestar sus preguntas, jovencita. ¿El laboratorio de investigación? ¿Los ingenieros? ¿Por qué debería recordar todo eso? Era mi padre quien se encargaba de esas cosas, no yo; pero mi padre era un malvado que no se preocupó de nada, excepto de sus negocios. No tuvo tiempo para el amor; sólo para el dinero. Mis hermanos y yo vivíamos en un plano diferente. Nuestro propósito no era producir beneficios, sino hacer el bien. Hace once años elaboramos un novedoso e importante plan, pero fuimos derrotados por la codicia, el egoísmo y la bajeza animal de las personas. Era el eterno conflicto entre espíritu y materia; entre alma y cuerpo. No quisieron renunciar a sus cuerpos, que era todo lo que queríamos de ellos. No me acuerdo de ninguna de esas personas, ni me importa. ¿Los ingenieros? Creo que fueron ellos los que provocaron la hemofilia. Sí, digo bien, la hemofilia, esa paulatina hemorragia, esa pérdida de jugo vital imposible de detener. Fueron los primeros en huir, desertaron unos tras otro. ¿Nuestro plan? Pusimos en práctica el noble precepto histórico: de los más capaces a los más necesitados. Todos los trabajadores de la fábrica, desde el personal de limpieza hasta el presidente, recibían el mismo salario, el mínimo que cubriera sus necesidades diarias. Dos veces al año nos reuníamos en asamblea, y cada uno de nosotros presentaba sus reclamos. El voto de la mayoría determinaba las necesidades y las capacidades de cada uno, y las utilidades de la fábrica eran distribuidas según esa modalidad. Las recompensas se basaban en la necesidad, y los castigos, en la habilidad. Quienes, según la votación, tenían mayores necesidades, recibían las cantidades más elevadas, y quienes no habían producido lo señalado por nuestras normas, eran obligados a pagar una multa, trabajando horas extra. Tal fue nuestro plan, basado en el principio del altruismo; requería hombres que actuaran no por la ambición de beneficios, sino por amor a sus hermanos.
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Terrorismo etarra

El año 2002 la Conferencia Episcopal Española publicó una Instrucción Pastoral en que daba una valoración moral del terrorismo de ETA. En ella se argumentaba que la maldad del terrorismo es en sí mayor y más profunda que sus propios actos criminales, pese a ser éstos horrendos. Lo peor, pues, no es lo que hace el etarra, aun siendo horrible. Lo peor es el hecho de ser etarra, terrorista.
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