Las ideologías del siglo XVIII y la mayor parte del XIX procuraban la reorganización del Estado según sus principios. Las que se formaron en torno a la doctrina de la evolución darwiniana procuraron reorganizar la biología de los miembros del Estado. Es como si en la definición aristotélica del hombre como animal político unas hubieran prestado atención exclusiva al segundo vocablo del sintagma, a la pólis, y otras al primero, a la animalidad del hombre.
Los revolucionarios franceses de 1789 predicaban cosas como la liberación de la opresión monárquica, la libertad de imprenta, la supremacía del derecho o la igualdad de los hombres ante la ley. Las ideologías biológicas predican la liberación sexual, el derecho al aborto, el homosexualismo o la salud.
El cambio de tendencia lo marcó el nacionalsocialismo, un movimiento que fue también el máximo representante del biologismo que hoy perdura casi con la misma intensidad, pero sin violencia, al menos de momento. Se diría que el nazismo se ha vuelto pacifista porque su biologismo fue derrotado en el campo de batalla.
El nazismo vio en la selección natural la prueba de la supremacía de unas razas sobre otras y decidió que había que proteger a las superiores mediante programas de eugenesia y de aniquilación masiva de las inferiores. Se trataba de una perspectiva racial que estaba ya presente en la Revolución Francesa, que el abate Sieyès interpretó como la derrota de la opresora raza germánica a manos de la galo-romana. Pocos siguieron ese camino. Uno de ellos no fue Marx, pues, pese al entusiasmo con que recibió el evolucionismo darwiniano, siempre distinguió con claridad los conceptos de naturaleza e historia.
Fueron sus seguidores los que no tuvieron las cosas tan claras. Algunos mezclan el naturalismo racial, defendido hoy por quienes se esfuerzan en propulsar las naciones étnicas –éthnos equivale a raza-, y el socialismo historicista, sirviéndose cuando les conviene de la clase de violencia perpetrada tanto por los nacionalsocialistas como por los comunistas durante los dos primeros tercios del siglo XX. Un ejemplo grotesco e insuperable es la ETA y sus acompañantes.