La escritura

Aunque el mito de Platón abomina de la escritura, como he contado en el artículo de ayer, su autor dedicó largas jornadas de su vida al prolijo deber del escritor. La verdad no improbable de sus palabras no le impidió ser el primer filósofo en lengua escrita de la Historia. Hubo ciertamente otros, como Anaximandro o Parménides, que también escribieron, pero, aparte de que sus obras apenas existen para nosotros, o no existen en el mismo grado que las de Platón, de ninguno de ellos puede decirse que descubriera y explorara como él el territorio propio de la filosofía, las Ideas. Le precedieron en el tiempo, pero no en la Historia, que, como es sabido, es siempre una invención más o menos acertada y congruente, una reconstrucción del pasado al hilo del criterio presente. Cada nuevo movimiento la reconstruye de nuevo y aunque al hombre no le es dado crear deliberadamente las consecuencias de su acción, sí puede crear sus antecedentes en su memoria.

Quiere esto decir que el historiador no penetra en una época, como si ésta fuera algo existente de antemano que sólo esperara ser examinado, sino que más bien la reconstruye. La mirada hacia atrás es de quien mira, no de quien es mirado. Y en esa mirada nuestra Platón ocupa ahora la primera posición justamente porque escribió. Aunque el arte de la escritura no fue una condición suficiente, sí fue una condición necesaria, para ocupar ese puesto. Si hubiera sido de otro modo, si Platón no hubiera escrito sus diálogos, el recuerdo de su nombre apenas destacaría sobre el de aquellos otros a quienes atribuimos en el presente unas cuantas tesis más o menos imprecisas y escasamente desarrolladas, como Sócrates, Anaxágoras, Demócrito…

El relato inventado por Platón en el Fedro sí es nuestro mito. Lo mismo que el de Prometeo prefigura la superación del estado animal por la posesión del fuego, origen neolítico de las artes de la civilización, el de Platón anticipa un cambio profundo que los siglos posteriores han corroborado: el uso de esta nueva tecnología del intelecto que es la escritura habría ciertamente de modificar desde la raíz los hábitos mentales propios de las tradiciones orales. A partir de ella nada es ya como era. Platón, que había conocido las antiguas tradiciones en el seno de la secta pitagórica, que prohibía divulgar sus conocimientos, es el primero de los modernos, no el último de los antiguos. En rigor, pues, su persona y su actividad son nuestro mito de los orígenes, un mito filosófico que anuncia que el objeto de la filosofía, la razón, indiscernible del orden del lenguaje, se habría de manifestar en adelante por medio de signos menudos trazados sobre diversos materiales.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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