La Idea de nación

El curso del nacimiento de una Nación política se parece al curso de la constitución del Cuerpo Místico de Cristo. En palabras del Apóstol San Pablo: «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3, 28). De un modo semejante, se pudo decir (y Danton lo dijo casi literalmente) cuando se instauró la Nación francesa: “ya no hay normandos, ni corsos, ni burgundios, ni galos, pues somos todos franceses”. También cuando se instauró la Nación española: “ya no hay castellanos, catalanes o navarros, sino solo españoles”. En cierto modo lo dejó dicho el poeta portugués Luís Vaz de Camões o Camoens (1524 – 1580): “portugueses y castellanos, todos españoles”.

Estas reminiscencias teológicas en el terreno político no son casuales, pero no deben ser tratadas ahora. Quede claro en todo caso que para que naciera la Nación francesa había que dejar de lado los orígenes galos, normandos, etc., de los habitantes de Francia. La Nación política ofrecería a todos ellos un terreno nuevo, el terreno de una sociedad política de nuevo cuño de la que todos, clérigos, campesinos, burgueses, nobles, etc., todos los que luchaban contra el rey como soberano, contra la soberanía del rey, fueran miembros por igual.

La nueva sociedad política debería serlo de todos, al menos en proyecto. Tendría que recoger el pasado, pero no se resignarser a él, como la nación étnica, sino que se debería proyectar hacia adelante. Y no debería conservar las divisiones de la anterior sociedad, escindida en naciones étnicas como las de los castellanos, los navarros, los aragoneses, etc., sino que habría de borrar las fronteras entre ellas.

Esta nueva clase de sociedad política no se entiende solamente a partir de una Idea teológica, a la que ciertamente está vinculada a través de los escritos de Mariana, Suárez o Belarmino. Ni siquiera se entiende como opuesta a ella. Su novedad no tiene que ver con el hecho de haber dejado atrás la Idea de Dios como fundamento u origen del poder, poniendo en su lugar al pueblo. Ya en otras ocasiones habían pasado cosas semejantes en la historia. Fue así, por ejemplo, en la democracia ateniense de Solón, Clístenes, Efialtes e incluso Pericles. Allí se entendió que el origen del poder estaba en el demos, pero esto no bastó para pensar que Atenas era una Nación, porque allí subsistieron las diferencias tribales, las de clase, las habidas entre los atenienses y los metecos, entre los esclavos y los libres, entre los hombres y las mujeres, etc. Estos no eran ciudadanos, politai. La República de Platón también asigna el poder a una clase con exclusión de las demás, lo que no era otra cosa que seguir el modelo reinante en la realidad.

La Nación política es diferentes de éstas. Es novedosa por otros motivos, porque, mientras en las demás sociedades el poder político ha sido propiedad de un grupo, casta, familia o clase, con exclusión de todas las demás, que aceptaban y veían como algo natural esta exclusión, y no se les pasaba por la cabeza -ni siquiera a Espartaco, los Gracos, etc.,- subvertir ese ordenamiento, en una Nación política se niega el monopolio del poder político por parte de una sección de la sociedad. La novedad de una Nación política está en negar las aristocracias de sangre o de dinero y en afirmar a todos los individuos como sujetos únicos de la soberanía. Todos tienen, por tanto, derecho a ejercer esa soberanía, que no es de nadie más que de ellos.

Puede admitirse que fueron las burguesías ascendentes las que, para granjearse el apoyo de todas las demás clases, particularmente las más desprotegidas, en su lucha contra la nobleza y el rey, extendieron a todos por igual el derecho a la soberanía. Puede admitirse también que este derecho no garantizaba la igualdad, la libertad y la fraternidad de los miembros de la Nación más que sobre el papel de la ley. También que durante mucho tiempo los que carecían de renta quedaron excluidos por principio. Pero si llegaban a adquirirla podían participar con pleno derecho. También quedaron excluidas las mujeres hasta el general De Gaulle. En España hasta la Primera República (uno de octubre de 1931, con oposición de las izquierdas, que pensaron que las mujeres votarían en masa a la derecha)

Se trataba de limitaciones evidentes, pero de limitaciones que la propia comunidad política, la Nación, tenía que combatir mediante la escuela y el empleo si había de permanecer fiel a su proyecto original.

En todo caso, estas nociones, estos planes y programas podían servir, y sirvieron de hecho, para enmascarar una explotación de los débiles más despiadada que la del Antiguo Régimen, como Marx se encargó de demostrar.

Pero, pese a todo, la Idea de Nación no pertenece al grupo de las ideologías, pese a Marx, porque la exclusión de las aristocracias y la inclusión de todos los ciudadanos en el cuerpo político es más que un mero juego de disfraces. De ello es prueba, por ejemplo, el hecho de que los términos en que el Manifiesto comunista había dibujado la lucha de clases hubieron de ser reformulados cuando se comprobó que la unión entre proletarios apenas existía frente a la unión de proletarios y burgueses de una sola Nación.

La Nación política, en fin, es la refundición de las naciones étnicas, tribus, familias, etc., en una estructura superior. Y, pese a esto, esta nueva entidad podrá ser asimilada a una especie de tribu cuando se reintroduzca en ella la idea de raza, lo cual sucederá con las naciones fragmentarias (o con el nacionalsocialismo)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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