Dios es uno

Que Dios es uno se prueba de tres maneras:

1. Si por lo que Sócrates es este hombre Sócrates fuera hombre, entonces no habría más hombre que Sócrates, pues como no puede haber muchos Sócrates no podría haber muchos hombres. Esto mismo se aplica a Dios, pues es su ser. Luego no es posible que haya varios dioses.

2. Si hubiera varios dioses en algo deberían diferir, algo tendría uno que no tuvieran los demás y ninguno sería perfecto. Pero Dios es perfecto, como se ha probado. Luego no hay varios dioses.

3. Hay unidad en el mundo y todo lo existente está ordenado; pero lo diverso no converge en un orden si no es ordenado por uno, pues lo múltiple es causa de unidad solo por accidente, es decir, cuando es uno de un cierto modo (secundum quid). Luego no hay varios dioses.

En contra de lo cual se aducen algunas razones, como:

1. En Cor., 8, 5: «muchos son los dioses y muchos los señores. Pero aquí se habla de los que tenían muchos dioses, como los planetas, las estrellas y otras partes del mundo.

2. El uno como número no se atribuye a Dios, pues Él no es cantidad; tampoco el uno idéntico al ser, pues indica privación. Lo primero es cierto, pues el uno numérico solo es atribuible a la materia. Lo segundo lo es en cuanto que conocemos a Dios por privación y negación, como al decir que es incorpóreo o infinito, no porque haya en Él privación alguna.

(Vid. Tomás de Aquino, Summa theologiae, q. 11, a. 3)

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Lo uno y lo múltiple son opuestos

Como el concepto de ser uno encierra el de ser indivisible y el de múltiple el estar dividido, hay que convenir en que son opuestos.

Ambos se oponen, en efecto, de varias maneras: igual que la medida a lo medido lo uno como principio del número a lo múltiple, que es número, e igual que lo indiviso a lo dividido el uno idéntico al ser a lo múltiple como privación.

1. Quizá se crea que, como entre realidades opuestas no se atribuye a una lo de otra, pero lo múltiple es en cierto modo uno, no son opuestos, pero no es así. Una privación no anula del todo el ser, sino que le quita algo, cosa que no sucede con la privación de formas especiales, como la ceguera o la negrura. Lo dicho del ser vale también de lo uno y lo bueno: la privación de lo bueno se fundamenta en algún bien y la de lo uno en alguna unidad. Por eso es en cierto modo uno lo múltiple y bueno lo malo. Pero solo en cierto modo (secundum quid), porque en cuanto realidades opuestas es malo en absoluto (simpliciter) lo que lo es en cierto modo (secundum quid), y es uno en absoluto lo que lo es en cierto modo.

2. De modo parecido, se pensará tal vez que entre realidades opuestas el compuesto de una no entra en el de la otra y que, dado que el uno entra en lo múltiple, no son opuestos, pero es también un error, pues hay dos clases de totalidad, una homogénea, que, como el agua, consta de partes de la misma naturaleza, y otra heterogénea, compuesta de partes cuya naturaleza no es la del todo, como la casa. Esta última es lo múltiple, compuesto de unidades. Pero estas unidades no componen lo múltiple por ser unidades, es decir, por ser indivisas, que es como lo uno se opone a lo múltiple, sino por ser entidades: las partes hacen la casa por ser cuerpos, no por ser casas.

3. Como tampoco es cierto que, dado que lo mucho se opone a lo poco y lo uno a lo uno, éste no se opone a lo múltiple, pues lo múltiple puede entenderse de manera absoluta, y entonces se opone a lo uno, o en cuanto contiene un exceso, y entonces se opone a lo poco. Por lo primero, dos son ya muchos, pero no por lo segundo.

4. Hay quien dice que si lo uno se opone a lo múltiple será como se opone lo indiviso a lo dividido, y será entonces como la privación al haber, pero que esto es incongruente, porque el uno seguiría a lo múltiple y se definiría por él, cuando es al revés; luego para no caer en un progreso indefinido, hay que aceptar que lo uno y lo múltiple no son opuestos. Este razonamiento es erróneo. Si el uno se opone a lo múltiple por privación es porque el concepto de muchos implica división. De ahí que la división esté antes en la unidad, no en absoluto, sino en nuestra aprehensión, pues captamos lo simple por lo compuesto: definimos el punto como lo que no tiene partes. Pero también captamos conceptualmente lo múltiple por lo uno, pues no pensamos las cosas indivisas como algo múltiple, sino que les atribuimos unidad. El uno entra en la definición de lo múltiple, pero no al revés, lo múltiple en la de lo uno. Lo primero que concebimos es el ser. La división la entendemos como negación suya: pensamos primero el ser, luego que este ser no es aquel (la división), luego la unidad del ente, luego lo múltiple.

(Vid. Tomás de Aquino, Summa theologiae, q. 11, a. 2)

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El uno nada añade al ser

Quizá aporte algún entendimiento de la argumentación tomista que se exhibe a continuación la lectura del primer capítulo del libro décimo de la Metafísica de Aristóteles. Se encuentra en este enlace.

Tomás empieza la defensa de su tesis recordando que, según Dionisio, todo lo que existe participa del uno, lo que no sería posible si el uno añadiera algo al ser restringiéndolo.

Decir uno, continúa, es solo decir indivisión. Todo ser es simple o compuesto. Si simple, es indivisible en acto y potencia; si compuesto, será ser solo cuando sus componentes formen el compuesto. Se conserva el ser si se conserva la unidad. Luego unidad y ser son lo mismo.

1. Se dirá tal vez que el uno añade algo al ser porque lo que está en un género determinado proviene de agregar algo al ser, que envuelve todos los géneros, y el uno es principio del número, que pertenece a la especie de la cantidad, pero es un error, porque una cosa es el uno idéntico al ser y otra diferente el uno numérico.

Pitágoras y Platón, comprendiendo que el uno idéntico al ser nada añade a éste, creyeron que lo mismo sucede con el uno numérico, y como el número está compuesto de unidades, concluyeron que los números son la sustancia de las cosas.

Avicena, por su lado, creyendo que el uno numérico añade algo al ser, concluyó que el uno idéntico al ser también añade algo a su sustancia, como blanco a hombre. Pero esto no es verdad, pues toda cosa es ya una por su sustancia, y si lo fuera por algo distinta de ella, dado que este algo sería también uno, se entraría en un proceso infinito.

Luego el uno idéntico al ser no añade nada a éste, pero sí el uno numérico, que pertenece al género de la cantidad.

2. Podría parecer que, dado que lo que divide algo común deviene algo añadido, pero el ser se divide en uno y muchos, el uno sí añade algo al ser, pero no es cierto, porque lo dividido de un modo puede ser indiviso de otro: lo diviso en número es indiviso en especie. Algo puede ser uno de un modo y muchos de otro. Así es si es indiviso en absoluto (simpliciter), bien por su esencia, aunque esté dividido por sus elementos no esenciales, como el sujeto, que es uno por su sustancia y múltiple por sus accidentes (Sócrates es ateniense, blanco, filósofo, etc.), o bien por ser indiviso en acto y divisible en potencia, como lo uno en cuanto al todo y múltiple en cuanto a las partes (el animal, que es patas, cabeza, tronco, etc.) Así es como se puede ser uno en absoluto y múltiple de alguna manera (secundum quid)

Pero si se toma un ser indiviso secundum quid y dividido simpliciter, como lo dividido por su esencia, pero indiviso por captarlo así nuestra inteligencia por su principio o causa, será múltiple simpliciter y uno secundum quid. Así es lo múltiple numéricamente y uno en especie.

En consecuencia, el ser se divide en uno y múltiple, pero lo primero simpliciter y lo segundo secundum quid. La multiplicidad no estaría contenida en el ser si no estuviera en el uno de alguna manera. Por esto dice Dionisio que no hay multiplicidad que no participe de la unidad: lo múltiple por las partes es uno por el todo, lo múltiple por los accidentes es uno por el sujeto, lo múltiple por el número es uno por la especie, lo múltiple por la especie es uno por el género, lo múltiple por las derivaciones es uno por el principio.

4. No se diga, por último, que si el uno no añade nada al ser, ser y uno son tautológicos y que, por tanto, algo debe añadir, porque no hay tautología en decir que añade algo conceptual, que es lo que sucede en este caso.

(Vid. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, q. 11, a. 1)

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De la unidad, de su esencia

Hemos dicho precedentemente, en el libro de las diferentes acepciones{370}, que la unidad se entiende de muchas maneras. Pero estos modos numerosos pueden reducirse en suma a cuatro principales que abrazan todo lo que es uno primitivamente y en sí y no accidentalmente. Hay en primer lugar la continuidad, continuidad pura y simple, o bien, y sobre todo, continuidad [272] natural, que no es sólo el resultado de un contacto o de un vínculo. Entre los seres continuos tienen más unidad, y una unidad anterior, aquellos cuyo movimiento es más indivisible y más simple. Hay igualmente unidad, y más fuerte aún en el conjunto, en lo que tiene una figura y una forma, sobre todo si el conjunto es un producto natural, y no, como en las cosas unidas por la cola, por un clavo, por una atadura, resultado de la violencia. Semejante conjunto lleva en sí la causa de su continuidad; y esta causa es que su movimiento es uno, indivisible en el espacio y en el tiempo. Es, pues, evidente que si hay alguna cosa que por su naturaleza tenga el primer principio del movimiento primero, y por movimiento primero entiendo el movimiento circular, esta cosa es la unidad primitiva de magnitud. La unidad de que hablamos es, por tanto, o la continuidad o el conjunto. Pero la unidad se aplica también a aquello cuya noción es una, lo que tiene lugar cuando hay unidad de pensamiento, siendo el pensamiento indivisible. El pensamiento indivisible es el pensamiento de lo que es indivisible, ya bajo la relación de la forma, ya bajo la relación del número. El ser particular es indivisible numéricamente; lo indivisible bajo la relación de la forma es lo que es indivisible bajo la relación del conocimiento y de la ciencia, La unidad primitiva es, por consiguiente, la misma que es causa de la unidad de las sustancias.

Cuatro son, pues, los modos de la unidad: continuidad natural, conjunto, individuo, universal. Lo que constituye la unidad en todos los casos es la indivisibilidad del movimiento en ciertos seres; y respecto de los demás la indivisibilidad del pensamiento y de la noción.

Observemos que no hay que confundir todo lo que tiene la denominación de unidad con la esencia misma y la noción de la unidad. La unidad tiene todas las acepciones que acabamos de decir, y es uno todo ser que tiene en sí uno de estos caracteres de la unidad. Pero la unidad esencial puede existir ya en algunas de las cosas que acabamos de indicar, ya en otras cosas que se refieren aún más a la unidad propiamente dicha; las primeras sólo son unidades en potencia.

Cuando se trata del elemento y de la causa, es preciso establecer distinciones en los objetos y dar la definición del nombre. En efecto, el fuego, el infinito quizá, si el infinito existe en sí, y todas las cosas análogas son elementos bajo un punto de vista, [273] y bajo otro no lo son. Fuego y elemento no son idénticos entre sí en la esencia; pero el fuego es un elemento porque es cierto objeto, cierta naturaleza. Por la palabra elemento se entiende que una cosa es la materia primitiva que constituye otra cosa. Esta distinción se aplica igualmente a la causa, a la unidad, a todos los principios análogos. Y así la esencia de la unidad es, de una parte, la indivisibilidad, es decir, la existencia determinada, inseparable, ya en el espacio, ya bajo la relación de la forma, ya por el pensamiento, ya en el conjunto y en la definición, mientras que, por otra parte, la unidad es sobre todo la medida primera de cada género de objetos, y por excelencia la medida primera de la cuantidad. De esta medida proceden todas las demás; porque la medida de la cantidad es la que hace conocer la cantidad, y la cantidad, en tanto que cantidad, se conoce por la unidad o por el número. Ahora bien, todo número es conocido por medio de la unidad. Lo que da a conocer toda cantidad, en tanto que cantidad, es por consiguiente la unidad, y la medida primitiva por la cual se conoce es la unidad misma. De donde se sigue que la unidad es el principio del número en tanto que número.

Por analogía con esta medida se llama en todo lo demás medida a una cosa primera, por cuyo medio se conoce, y la medida de los diversos géneros de ser es una unidad, unidad de longitud, de latitud, de profundidad, de peso, de velocidad. Es que el peso y la velocidad se encuentran a la vez en los contrarios, porque ambos son dobles: hay, por ejemplo, la pesantez de lo que tiene un peso cualquiera, y la pesantez de lo que tiene un peso considerable; hay la velocidad de lo que tiene un movimiento cualquiera, y la velocidad de lo que tiene un movimiento precipitado. En una palabra, lo que es lento tiene su velocidad; lo que es ligero tiene su pesantez. En todos los casos de que ahora se trata, la medida, el principio, es algo uno e indivisible. En cuanto a la medida de las líneas, se llega a considerar el pie como una línea indivisible por la necesidad de encontrar en todos los casos una medida una e indivisible. Esta medida es simple, ya bajo la relación de la cualidad, ya bajo la de la cantidad. Una cosa a la que no se pueda quitar ni añadir nada, he aquí la medida exacta. La del número es por tanto la más exacta de las medidas: se define, en efecto, la mónada, diciendo, que es indivisible en todos los sentidos. Las otras medidas no son más que imitaciones de la mónada. Si se añadiese o se [274] quitase algo al estadio, al talento, y en general a una grande medida, esta adición o esta sustracción se haría sentir menos que si recayese sobre una cantidad más pequeña. Una cosa primera, a la que no puede quitarse cosa que sea apreciable por los sentidos, tal es el carácter general de la medida para los líquidos y para los sólidos, para la pesantez y para la magnitud, y creemos conocer la cantidad cuando se conoce por esta medida.

La medida del movimiento es el movimiento simple, el más rápido movimiento, porque este movimiento tiene una corta duración. En la astronomía hay una unidad de este género que sirve de principio y de medida; se admite que el movimiento del cielo, al que se refieren todos los demás, es un movimiento uniforme y el más rápido de los movimientos. La unidad en la música es el semitono, porque es el más corto de los sonidos perceptibles; en la sílaba es la letra. Y la unidad en estos diversos casos no es simplemente la unidad genérica; es la unidad en el sentido en que acabamos de entenderla. Sin embargo, la medida no es siempre un objeto numéricamente uno; hay algunas veces pluralidad. Y así, el semitono abraza dos cosas, pues hay el semitono que no percibe el oído, pero que es la noción misma del semitono; hay muchas letras para medir las sílabas; en fin, la diagonal tiene dos medidas{371}, y como ella, el lado y todas las magnitudes.

La unidad es, por tanto, la medida de todas las cosas, porque dividiendo la sustancia bajo la relación de la cantidad o bajo la de la forma, conocemos lo que constituye la sustancia. Y la unidad es indivisible porque el elemento primero de cada ser es indivisible. Sin embargo, no todas las unidades son indivisibles de la misma manera: véase el pie y la mónada. Hay unidades absolutamente indivisibles; otras admiten, como ya hemos dicho, una división en partes indivisibles para los sentidos, porque probablemente toda continuidad puede dividirse. Por lo demás, la medida de un objeto es siempre del género de este objeto. En general, la magnitud es la que mide la magnitud, y en particular se mide la longitud por la longitud, la latitud por la latitud, el sonido por el sonido, la pesantez por la pesantez, las mónadas por las mónadas. Así debe expresarse este último [275] término, y no diciendo que el número es la medida de los números; lo cual debería decirse al parecer, puesto que la medida es del mismo género que el objeto. Pero hablar de esta manera no sería decir lo que nosotros hemos dicho; equivaldría más bien a decir: la medida de las mónadas son las mónadas y no es la mónada; el número es una multitud de mónadas.

Damos también a la ciencia y a la sensación el nombre de medida de las cosas por la misma razón que a la unidad, porque nos dan también el conocimiento de los objetos. En realidad tiene una medida{372} más bien que servir de medida; pero relativamente a la ciencia, estamos en el mismo caso que si alguno nos mide; conoceremos cuál es nuestra talla porque se ha aplicado muchas veces la medida del codo de nuestro cuerpo{373}. Protágoras pretende que el hombre es la medida de todas las cosas{374}. Por esto entiende indudablemente el hombre que sabe y el hombre que siente; es decir, el hombre que tiene la ciencia y el hombre que tiene el conocimiento sensible. Ahora bien, nosotros admitimos que éstas son medidas de los objetos. Nada más hay más maravilloso que la opinión de Protágoras, y sin embargo su proposición no carece de sentido.

Hemos hecho ver que la unidad (entendida esta palabra en su significación propia) es la medida por excelencia, que es ante todo la medida de la cantidad, que es después la de la cualidad. Lo indivisible bajo la relación de la cantidad, lo indivisible bajo la relación de la cualidad, he aquí en ambos casos lo que constituye la unidad. La unidad es, por tanto, indivisible o absolutamente indivisible, o en tanto que unidad.

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{370} Véase el lib. V, 6. Aquí tenemos una prueba positiva, irrefragable de que el quinto libro formaba realmente parte de la Metafísica. Aristóteles designa este libro ‘Εν τοις περι του ποσαχως y no se contenta con la simple expresión: ya lo hemos dicho, como hace ordinariamente; expresión que podría en rigor aplicarse a un tratado diferente de la Metafísica; es más explícito y precisa más: hemos dicho precedentemente, ειρηται προτερον. ¿Cómo se hubiera servido Aristóteles de la palabra precedentemente si el libro quinto fuese, como se ha pretendido, un tratado separado de la Metafísica?

{371} La medida sensible, el dedo, el codo, el ojo, el pie o cualquiera unidad de este género, y la medida inteligible.

{372} Aristóteles se refiere a los límites impuestos a la ciencia y al conocimiento sensible por la naturaleza misma de las cosas. Véase más adelante el fin del capítulo sexto.

{373} Si yo fuese medido por alguno y conociese que yo tenía dos codos, porque se hubiese aplicado dos veces el codo sobre mi persona, podría decir que me he medido, porque sé cuál es mi talla; pero en realidad yo he sido medido. De igual modo decimos que la ciencia sirve de medida, porque nos da a conocer las cosas; pero en realidad ella es medida por las cosas. Alej. Schol., pág. 787; Sepúlv., pág. 271.

{374} Véase el lib. IV, 5.

(Aristóteles, Metafísica, libro décimo, I, 1052 a, trad. de Patricio de Azcárate, págs. 271 y siguientes)

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Hay un solo evo

Dos acepciones recoge el Diccionario de la Real Academia Española para el término «evo»:

«1. Duración de tiempo sin término.
  2. Duración de las cosas eternas.»

Ese vocablo es apenas conocido hoy por la mayoría. Ha sido reemplazado por «Edad». Así, se dice «Edad Media». Pero también se dice a veces «Medievo». Y todavía está en uso un adjetivo derivado: «medieval». Pero en otro tiempo era más común. En la Antigua Grecia designaba el largo tiempo de existencia propio de los astros. Luego se añadió el de los ángeles. Santo Tomás recogió el concepto de sus predecesores y lo distinguió de la eternidad, duración del ser inmutable, y del tiempo, duración de los seres que o bien son cambiantes o bien son el mismo cambio. Lo que viene a continuación trata de expresar sus razones.

El evo es más simple que el tiempo y más cercano a la eternidad; si no hay más que un tiempo no hay más que un evo.

Hay que elegir una de dos opiniones: que hay un solo evo o que hay varios. Para juzgarlas hemos de partir del tiempo, pues vamos a lo espiritual partiendo de lo corporal.

Según unos, como hay un solo número para todas las cosas numeradas y el tiempo es un número, hay un solo tiempo para las cosas corporales; pero este razonamiento tiene poco valor, porque el tiempo no es número en cuanto abstraído de lo numerado, sino en cuanto existente en lo numerado, porque de otro modo no sería continuo: la continuidad de diez codos de paño no se debe al número, sino a lo numerado. El número existente en lo numerado no es el mismo en todos, sino distinto según los distintos.

Por esto hacen derivar otros la unidad del tiempo de la unidad de la eternidad, que es el principio de toda duración. Para ellos todas las duraciones son una sola si se atiende a su principio, pero muchas si se atiende a la diversidad de seres que reciben su duración del primer principio. Otros más ven que el tiempo es único por la materia prima, primer sujeto del movimiento, cuya medida es el tiempo.

Pero ninguna de estas opiniones es satisfactoria, pues las cosas que son una sola en su principio o su sujeto, sobre todo si es remoto, no lo son en absoluto (simpliciter), sino de manera accidental (secundum quid). La auténtica razón de la unidad del tiempo es la unidad del primer movimiento, que, por ser el más simple, sirve de medida a todos los demás, según Aristóteles (Met. X). El tiempo es a ese movimiento no solo lo que la medida a lo medido, sino también lo que el accidente al sujeto; así recibe su unidad de él.

La relación que hay con otros movimientos es la que hay entre la medida y lo medido. La medida es una aunque lo medido sea múltiple. Atendiendo a esto, unos dijeron que las sustancias espirituales procedían todas de Dios con cierta igualdad, otros que solo algunos y otros más que en cierto grado y orden. Para los primeros hay muchos evos, pues hay muchos seres perpetuos e iguales. Para los segundos solo uno, `pues si cada cosa se mide por lo más simple en su género todas se medirán por el primer ser perpetuo, que será más simple cuanto más anterior sea. Esta parece la opinión más verdadera, como se verán (en q. 47, a. 2 y q. 50, a. 4) Se sostendrá, pues, que hay un solo evo.

1. En Esdras se dice que todos los evos dependen de Dios, pero se dice evo como equivalente a siglo.

2. No se objete que si hay seres perpetuos de diferentes géneros, como los astros y los ángeles, debe haber distintos evos, porque esto no es del todo cierto, pues coinciden en ser inmutables.

3. No debe aceptarse que, dado que el evo es duración, no todos los evos tienen la misma duración, como parece que se ve en las almas humanas, pues tampoco las cosas temporales empiezan a existir a la vez y sin embargo se miden todas por el mismo tiempo, pues su unidad viene del primer ser medido temporalmente.

4. Los seres que no dependen unos de otros no parece que tengan la misma medida de duración, como pasa en los seres perpetuos, pues un ángel no causa otro ángel. Esta es una argumentación errónea, pues para que varias cosas sean medidas por una no es preciso que sea una causa de las otras, sino que sea más simple.

(Vid. Tomás de Aquino, Summa theologiae, q. 10, a. 6)

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Diferencia entre evo y tiempo

El evo está entre el tiempo y la eternidad.

Es accidental la diferencia que establecen algunos al decir que la eternidad no tiene principio ni fin, el evo tiene principio pero no fin y el tiempo tiene principio y fin, porque, tanto si el evo fue siempre y siempre será como si deja de ser porque Dios así lo determina, aun así sería diferente la perpetuidad del tiempo y la de la eternidad.

Otros dicen que la eternidad no tiene antes ni después, el tiempo tiene antes y después con novedad y antigüedad y el evo tiene antes y después sin novedad ni antigüedad. Pero esto es contradictorio, pues si el evo tiene antes y después es preciso que una vez se haya cumplido una parte suya sea reemplazada por otra, introduciéndose así la novedad, igual que en el tiempo. Aplicada a lo medido en lugar de a la medida permanecen los mismos inconvenientes, porque las cosas temporales envejecen por ser mutables y si el evo no está sometido a la novedad y la antigüedad será porque es intransmutable, por lo que en su medida no habrá antes ni después.

Habrá que decir, pues, que, si la eternidad es medida de lo permanente, cuanto más se aleje algo de lo permanente más se alejará de la eternidad. Las cosas que se alejan tanto del ser que están en constante cambio o son el cambio mismo son medidas por el tiempo. Las que se alejan menos y su ser no está sometido al cambio constante ni son el cambio mismo, tienen de algún modo el cambio, bien en potencia o bien en acto. Así son los cuerpos celestes, cuya sustancia es intransmutable, pese a estar sometida a la ocupación de un lugar. Los ángeles, que tienen sometido su ser intransmutable a la mutabilidad de la elección, pueden cambiar con respecto a su elección, pensamiento, afecto y lugar, y son medidos por el evo. El ser medido por la eternidad, por último, no es mutable ni está sometido a la mutabilidad.

Luego el tiempo tiene antes y después, el evo ni antes ni después, pero le son aplicables, la eternidad ni una cosa ni otra y tampoco le son aplicables.

1. Aunque San Agustín dice en Super Gen. ad litt que Dios mueve a la criatura espiritual en el tiempo, por lo que parecería que, siendo el evo la medida de tal clase de seres, no debería diferenciarse del tiempo, debe caerse en la cuenta de que, vista desde la sucesión de sus afectos y pensamientos, toda criatura espiritual es medida por el tiempo, y, en cuanto a su ser, está en el evo y en cuanto a su visión de la gloria participa de la eternidad.

2. Se diría quizá que puesto que el tiempo tiene antes y después, la eternidad es totalidad simultánea y el evo no es la eternidad, entonces es lo mismo que el tiempo; pero no es cierto, porque, aunque el evo es totalidad simultánea, no es eternidad, pues está sometido al antes y el después.

3. Parece que como en el evo no hay antes ni después no hay pasado, presente ni futuro y que como no pudo no darse en el pasado, tampoco puede no darse en el futuro; pero esto no es verdad, pues Dios puede reducirlo a nada. El ángel está sometido al pasado y al futuro solo por accidente; si decimos que fue o será estamos introduciendo una diferencia propia de nuestro entendimiento; si decimos que es o fue, suponemos algo opuesto no sometido al poder divino; si decimos que será no decimos nada; debido a lo cual, puesto que tanto el ser como el no ser del ángel dependen de Dios, Él puede hacer que no exista en el futuro, pero no que no sea mientras es o que no fue mientras existió.

4. Dado que la duración del evo es infinita en cuanto al después, si es totalidad simultánea es algo creado infinito en acto, lo cual es imposible; luego no hay diferencia entre evo y tiempo. Quien argumente así se equivoca: como no acaba en el tiempo, la duración del evo es infinita, pues no hay inconveniente en que algo creado exista siempre «si no existe limitado por algo».

(Así argumenta Tomás de Aquino en Summa Theologiae, q. 10, a. 5)

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Diferencia entre tiempo y eternidad

La eternidad es totalidad simultánea, pero en el tiempo hay antes y después, luego hay diferencia.

Que el tiempo tenga principio y fin y la eternidad no es una diferencia accidental, pues incluso en el caso de que el tiempo no los hubiera tenido, como sostienen algunos filósofos, aún habría diferencia, porque la eternidad, medida del existir permanente, es totalidad simultánea, cosa que no puede ser el tiempo, medida del movimiento.

Aplicando esa diferencia a lo medido en lugar de a las medidas, encontramos todavía que con el tiempo solo se mide lo que en el tiempo tiene principio y fin y así, aunque las rotaciones de los astros duraran siempre y no pudiera entonces medirse el tiempo por su duración total, sí podría medirse alguna rotación particular, que tendría principio y fin en el tiempo.

Además, si se toman el principio y el fin en cuanto potencia y se considera que el tiempo dura siempre, todavía será posible señalar principio y fin en el tiempo en cuanto se tome alguna de sus partes, como un día o un año. Pero esto no es aplicable a la eternidad.

1. Solo pueden aplicarse simultáneamente dos medidas de duración si una es parte de la otra. Así es como son simultáneos el día y la hora. Pero eternidad y tiempo son simultáneos. Como la eternidad no es parte del tiempo, el tiempo es parte de ella. Luego no son distintos. Esto sería verdad si el tiempo y la eternidad fueran medidas del mismo género, pero no lo son, como se observa en cuanto se analiza lo medido por uno y lo medido por otra.

2. Según Aristóteles, Phis., IV, el ahora del tiempo permanece idéntico mientras dura, lo cual parece propio de la eternidad, identidad indivisible en el transcurrir del tiempo. Luego la eternidad es el ahora del tiempo y en consecuencia no es distinta de él.

3. Como la medida del primer movimiento lo es de todos, según Aristóteles, Phis., IV, la medida del primer ser lo es de todo ser; esa así que la eternidad es medida del primer ser, luego lo es de todo ser; puesto que el ser de lo corruptible se mide por el tiempo, luego éste es la eternidad o algo de ella. Esta forma de argumentar yerra por lo siguiente. Cierto es que la eternidad es medida del ser como el tiempo del movimiento; por ese motivo, cuanto más apartado esté algo de la permanencia del ser, más apartado estará de la eternidad, por lo que el ser de lo corruptible no puede ser medido por la eternidad, sino por el tiempo, que no solo mide el movimiento, sino también lo estable, que no es más que lo que ha nacido para estar en movimiento, pero no se mueve.

(Así lo explica Tomás de Aquino en Summa theologiae, q. 10, a. 4)

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Dios es eterno

Como el concepto de eternidad viene del de inmutabilidad así el de tiempo viene del de movimiento. Puesto que Dios es lo más inmutable, a Él le corresponde sobre todo ser eterno. Más aún: es su misma eternidad. Además, ninguna cosa es su propia duración, pues ninguna es su propio ser, pero Dios es su mismo ser uniforme. Luego como es su esencia así es también su eternidad.

1. Podría objetarse que nada de lo hecho es atribuible a Dios y que, siendo la eternidad algo hecho, según San Agustín, no es atribuible a Dios, pero es incorrecto, porque, del mismo modo que nuestra noción del tiempo la provoca el fluir del ahora la de eternidad la provoca nuestra idea del ahora permanente. Agustín se refiere a la eternidad participada.

2. Puede también objetarse que lo que es antes o después de la eternidad no es medido por la eternidad y que, puesto que así es Dios, no le corresponde ser eterno; pero también es un error, pues Dios existe antes de la eternidad participada. Es cierto que en el Éxodo (16, 18) se dice que reinará eternamente, pero se refiere al siglo, que es el periodo de duración de una cosa. Incluso si se aceptara con algunos filósofos que el movimiento siempre ha sido, Dios reinará aún más en cuanto que su reino es totalidad simultánea.

3. Se podría además decir que la eternidad es una cierta medida, pero que Dios no puede ser medido, por lo que no le compete ser eterno, pero tampoco en este caso se acierta, porque la eternidad es el mismo Dios y si se dice que es eterno no es porque sea mensurable de alguna manera, sino por nuestro modo de entender.

4. Puesto que es totalidad simultánea, en la eternidad no hay presente, pasado ni futuro, pero en la Escritura se dicen cosas de Dios en pasado, presente y futuro, luego no es eterno. Esto objetan otros, pero también se equivocan, porque los tiempos de los verbos se aplican a Dios en cuanto que su eternidad incluye todos los tiempos, no porque varía por el presente, el pasado o el futuro.

(Vid. Aquino, Tomás de, Summa theologiae, q. 10, a. 2)

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La definición de eternidad

En su De consolatione philosophiae, V, vi, define Boecio la eternidad como interminabilis vitae tota simul et perfecta possesio (posesión total, simultánea y completa de una vida interminable). De lo que se trata en el artículo primero de la cuestión décima de la Summa theologica  es de examinar y dar por buena tal definición. La tarea se lleva a cabo en los términos siguientes.
Al conocimiento de lo simple se llega partiendo de lo compuesto y al de la eternidad partiendo del tiempo, que es el número del movimiento según el antes y el después: como en el movimiento hay sucesión, logramos la noción de tiempo contando el antes y el después. Pero donde no hay movimiento no se puede. Es la eternidad, o uniformidad de lo exento de movimiento. Además, en todo lo que se mueve hay principio y final, pero no en lo que no se mueve.
Luego se entiende la eternidad en dos sentidos, uno referido a lo que carece de principio y fin y otro referido a la simultaneidad o carencia de sucesión.
Queda, por tanto, aprobada la definición de Boecio, a falta de las siguientes observaciones:
1. Podría quizá pensarse que, dado que lo interminable (interminabilis) tiene sentido negativo, no debería poderse aplicar a la noción de eternidad, pero no es así. Lo simple se define por negación, como al decir que el punto es lo que no tiene partes, no porque la negación sea su esencia, sino porque nosotros comprendemos primero lo compuesto y por eliminación llegamos a lo simple.
2. Dado que la eternidad se refiere en cierto modo a la duración y ésta tiene que ver más con el ser que con la vida (vita), podría decirse que es más aplicble a aquél que a ésta. Pero tampoco es así, porque lo verdaderamente eterno comprende el ser y la vida y, por tanto, la acción, de donde se toma la duración. Por eso el tiempo es el número del movimiento.
3. Si se piensa que la eternidad no es total (tota) porque un todo es lo que tiene partes y la eternidad no las tiene, se cae en error, porque no es por no tener partes, sino por no faltarle nada, por lo que se dice que es total.
4. Creer que porque los instantes no pueden ser simultáneos la eternidad no puede decirse que es total y simultánea (tota simul) es también un error, porque estas denominaciones se aplican a la eternidad de manera metafórica.
5. Podría objetarse que todo y completo (tota, perfecta) son lo mismo y que son por tanto redundantes, no siendo necesario añadir que la eternidad es completa, pero no es así, porque el tiempo puede entenderse en sí mismo, que es sucesivo, y como ahora, que es incompleto; si la eternidad se dice totalidad simultánea es para eliminar el tiempo y si se dice completa es para eliminar el ahora.
6. Alguien dirá tal vez que posesión (possessio) no cuadra con duración y que siendo la eternidad una cierta duración, no es posesión, pero se equivocaría, porque posesión significa inmutabilidad e indefectibilidad de la eternidad.
(Vid. Tomás de Aquino, Summa theologica, q. 10, art. 1)

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Es imposible una multitud infinita en acto

En la Summa Theologica, q. 7, a. 4, argumenta Santo Tomás de Aquino contra la existencia actual de una cantidad infinita de cosas de la manera que sigue a continuación.
El libro de la Sabiduría 2.21 dice «Todo lo dispusiste con su número, su peso, su medida».
Avicena y Algacel dijeron que no es posible que haya una multitud esencial infinita, pero sí puede haberla si es accidental.
Como para que haya una multitud infinita por esencia tendría que haber realidades infinitas que no podrían nunca agotarse, no llegando nunca entonces esa esencia a su plena realización, tal cosa es imposible. El cardenal Zeferino González abunda en lo mismo cuando dice:

«Toda multitud es preciso que constituya alguna especie, no siendo posible que exista una multitud indeterminada o en abstracto, como no es posible que exista una sustancia que sea sustancia solamente, sin ser material o espiritual, hombre, ángel, o animal, &c. Es así que toda especie de multitud constituye una especie de número, y por otra parte repugna un número específico que sea infinito, toda vez que cada especie de número es medida y determinada por la unidad: luego es imposible la existencia actual de una multitud infinita» (Filosofía elemental, libro cuarto, Metafísica general, Ontología, Tesis 3ª, 2ª)

 Una multitud infinita por accidente sería la que tendría que darse si el carpintero, para llevar a término su obra, tuviera que hace uso de cierta cantidad de medios, como su arte, sus manos, el martillo, un segundo martillo porque se le rompió el primero, un tercero porque se le rompió el segundo, y así hasta el infinito. Esa multitud de medios resultaría accidental, pues solo accidentalmente se vería obligado a trabajar con infinitos martillos. Parece evidente que Avicena y Algacel no acertaron al pensar que un infinito así es posible, pues el carpintero nunca acabaría su obra.
Esto es así en general porque toda multitud pertenece a una especie y las especies de las multitudes son las de los números, pero ningún número es infinito, pues todos están medidos por la unidad. Luego ni por esencia ni por accidente puede darse un infinito en acto.
Además de esto, toda multitud de cosas es creada, todo lo creado está comprehendido en la mente del Creador, que no hace nada en vano, por lo que todo está comprendido en un determinado número, etc.
Ahora bien, es posible que haya un infinito en potencia, debido a que el aumento de la multitud se logra por división, de manera que cuanto más se divide una cosa, mayor es el número de partes resultantes. En dicha división continua es donde se encuentra potencialmente el infinito.
1. A quien diga que todo lo que está en potencia puede pasar a acto y que, debido a que un número puede multiplicarse hasta el infinito, puede haber un infinito en acto, hay que replicarle que, lo mismo que no se hace de día sino poco a poco, así lo infinito no pasa al acto más que poco a poco, por lo que tras una multitud dada puede añadirse otra y así sin parar.
2. Si se objeta que toda especie tiene algún individuo en acto y que son infinitas las especies de las figuras, por lo que puede haber infinitas figuras en acto, hay que decir que las especies de las figuras, como el triángulo y otras así, son en número infinito, pero no pasan a estar en acto en un solo momento.
3. Otros argumentan que dos cosas que no se oponen entre sí no se anulan una a la otra, que si hay una multitud de cosas pueden oponérsele otras muchas multitudes que podrían entonces darse al tiempo que ellas y otras con éstas, etc., hasta el infinito, y que en consecuencia puede haber infinitas cosas en acto. Pero están en un error porque, aun cuando puede haber cosas que no se opongan a algo ya establecido, establecer cosas infinitas se opone a cualquier especie de multitud, por lo que no puede haber una multitud infinita en acto. (Vid. Summa theologica, q. 7, a. 4)

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