¿Progresismo malthusiano?

La Revolución Francesa parecía una promesa de realización de los ideales utópicos que muchos hombres de letras –philosophes– habían alimentado durante el siglo XVIII: desaparición de los privilegios de la nobleza, igualdad de todos los hombres, difusión de las luces y retroceso de las tinieblas, liberación de los oprimidos, paz perpetua, pan, prosperidad, seguridad, etc. El fervor revolucionario llevó a algunos a creer que a la familia y a la propiedad les había llegado también su hora.

El resultado buscado no coincidió exactamente con el logrado, pues la nueva etapa se abrió con guerras mucho más sangrientas que las anteriores, el poder político culminó la concentración y la potencia que había comenzado a adquirir con Luis XIV, apareció la nación política, la época del terror, etc. Fueron luces y sombras, aunque al principio predominaron las segundas. Los partidarios de la Revolución, muy numerosos hasta que cayeron las primeras gotas de sangre, se escindieron en partidarios y adversarios.

Tomás Roberto Malthus no fue de los primeros. Su principio de la población echaba por tierra los ideales ilustrados. Si tal principio era cierto, la erradicación de la pobreza era imposible. Si además se abolían la familia y la propiedad, la humanidad entera se hundiría en la miseria.

Lo extraño del caso es que las ideas de Malthus, que negaban la realización de los ideales progresistas del siglo XVIII, son hoy el humus del que se alimentan nuestros muy izquierdistas defensores del progreso, que vaticinan la destrucción de la naturaleza por causa de lo que llaman la bomba poblacional. El creced y multiplicaos de la Biblia es hoy la amenaza de una inmensa catástrofe que se cierne sobre la humanidad. Incluso algunos teólogos se hacen eco de la amenaza y preconizan la reducción del número de los humanos. Si toda esta muchedumbre que añora la utopía no pone a Malthus a la cabeza de su procesión es porque los escritos de este clérigo inglés no dejan lugar alguno a los sueños de un futuro feliz.

El padre de Malthus tenía convicciones liberales. Era amigo de personalidades ilustres de la filosofía, como Hume y Rousseau. Pero el hijo se rebeló contra esas ideas, aduciendo el mencionado principio de la población, conocido por él a través de la lectura de La riqueza de las naciones de Adam Smith, un amigo de Hume. Del principio se seguía que una política igualitaria no significaría un progreso en la mejora de la sociedad, sino todo lo contrario. Estas y otras cosas del mismo o parecido jaez pensaba el joven Malthus. Su padre le animó a que diera a sus ideas forma de libro y así lo hizo en su Ensayo sobre el principio de la población.

Argumentó en él contra el ideario progresista que la única defensa frente a la pobreza y el vicio es el matrimonio y la propiedad. No puede discutirse, dijo, que el alimento es necesario para la existencia de los hombres y que la atracción entre los sexos no rebajará nunca su intensidad. Seguía diciendo que el poder de la población era mucho mayor que el poder de la tierra para producir los alimentos necesarios para su subsistencia. La conclusión era contundente: el freno constante ejercido por el segundo poder sobre el primero significa la pobreza para una amplia porción de la humanidad. Nadie será nunca capaz de evitarlo. La miseria será siempre nuestra compañía inseparable y los ideales del progreso son un embuste mayúsculo.

Como estas ideas del clérigo Malthus no casaban bien con su sentido de la Providencia, el libro se publicó de forma anónima. No sucedió lo mismo con su Segundo ensayo sobre la población, que dejó el anterior como el primero. Malthus se había dulcificado un tanto. Había descubierto otra fuerza que, junto a la adversidad y el vicio, serviría de freno al crecimiento poblacional. Se trataba de la disciplina moral, es decir, de la continencia sexual, traducida en que los jóvenes deberían retrasar el matrimonio hasta que fueran capaces de mantener una posición social y económica igual a la de sus padres.

No cabe duda de que los jóvenes siguen hoy por lo general este consejo y apenas se reproducen. Pero no están dispuestos a renunciar a la actividad sexual. Seguramente se habrían mostrado de acuerdo con Malthus cuando éste se opuso a la convicción de Lord Godwin, amigo de su padre, según el cual los ardores genitales irían apagándose conforme se extendieran la civilización y el progreso. Los jóvenes siguen a Malthus, pero en lugar de ser castos, como él aconsejó, hacen uso de los anticonceptivos y, llegado el caso, del aborto. La disciplina moral no cae entre sus propósitos.

Las segundas reflexiones de Malthus, junto a estos hechos y otros semejantes, hacen pensar que las teorías del Primer ensayo no son ciertas. Sin embargo, resulta sumamente interesante saber por qué no lo son. Es verdad, por un lado, que las sociedades preindustriales permanecían irremisiblemente atrapadas en un círculo de restricción poblacional y miseria. La mortalidad infantil era muy alta, la producción agrícola muy baja y si alguna vez había algún periodo continuado de producción abundante era solo para ser seguido de otro de abundante reproducción que consumía pronto las reservas del anterior y retornaba a la miseria.

También es verdad, por otro lado, que las sociedades industriales han escapado de la trampa malthusiana. La liberación del comercio, las mejoras agrícolas, la conversión de la familia extensa en familia nuclear, la protección de la propiedad, etc., han hecho que aparezcan sociedades ricas. El problema que han planteado correctamente los dos ensayos de Malthus no es por qué existe la pobreza en las sociedades primeras, pues en ellas es algo que pertenece a su naturaleza, sino por qué existe la riqueza en las segundas, pues se trata de una anomalía que se ha producido solo en el último periodo de la historia humana y no en todas partes. La miseria aparece sola. La riqueza aparece solo cuando ciertos elementos de la vida social, económica y política la propician.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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