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Cierre de bibliotecas
No es fácil exagerar lo que significa la pérdida de un libro. No se trata de su pérdida física. Un libro se ha perdido cuando reposa en un estante durante largo tiempo sin ser leído. El profesor que abre por primera vez las hojas de uno que fue comprado en su departamento cincuenta años atrás puede aceptar que ha estado perdido durante esos años. La pérdida no se produce en el inventario del instituto, sino en el entendimiento de quien podría haberlo leído y no lo ha hecho. Esa pérdida es irreparable.
En nuestra civilización el libro es una pieza fundamental. No el actual de papel. El papiro, el pergamino, la piel, el papel o el soporte informático son lo de menos. Su importancia reside en ser tecnología del intelecto. Hoy tenemos matemáticas, filosofía, teología, etc., porque tenemos letras impresas en negro sobre blanco desde hace más de dos mil años. Incluso tenemos historia por eso mismo, pues la historia no se refiere a las cosas que pasan, lo cual sucede en todas partes, sino a la reconstrucción de algunas de ellas que se juzgan más significativas. Eso no podría darse si no hubiera libros. Por eso hay pueblos sin historia, como los arunta, los yanomami, los vascos, etc., -los vascos tienen historia en cuanto españoles; en cuanto vascos, sea lo que sea lo que esto quiere decir, tienen solo mitos falsos- porque no poseen textos escritos que, mediante la confrontación entre ellos, atestigüen la existencia de un pasado cierto a los hombres del presente. En su lugar no tienen otra opción que poner algunos mitos e invenciones de hombres posteriores, que las proyectan hacia atrás.
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Impuestos y tiranía
Piensan muchos que el gobernante no debería tener obstáculo alguno ante sí a la hora de poner impuestos y gabelas al pueblo. De ellos, unos lo han defendido con mucha fuerza cuando ha gobernado su sección, como sucedió en la época de Rusia soviética y sucede ahora todavía en algunos otros lugares, como Cuba. Otros, que hacen gala de defensa de la democracia, aducen que es requisito necesario el convocar Cortes. Y todos ponen por delante ideales como el de la justicia social, sin que ninguno sepa decir en qué consiste, y la función social de la propiedad, recogido este último en la Constitución del 78, que tampoco saben lo que es, si es que hay algo que saber aquí.
A lo de convocar el Parlamento para obtener de él su aprobación, pretendiendo así haberla obtenido del pueblo que ha de pechar con los gravámenes, habría que responder aquello que dejó escrito Juan de Mariana en su Sobre la moneda de vellón, cap. II, es a saber:
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La movilidad estudiantil
La palabra “Universidad” resuena ahora a dobles titulaciones, estudio de idiomas nuevos como el alemán y el chino, a los masters, Erasmus, etc. Todo lo cual tiene que ver con la economía, no entendida como el mundo de las altas finanzas, los negocios, la especulación, etc., ni siquiera como administración de la hacienda, según la entendía Aristóteles, sino como la necesidad de organizar la propia vida con vistas a un futuro digno, lo que difícilmente se logra sin asegurarse unos ingresos suficientes. La necesidad de labrarse un futuro en que uno dependa ante todo de sí mismo es una necesidad económica ante todo. Y su satisfacción es una de las cosas más meritorias que pueden alcanzarse.
Lo que no es posible si no se cuenta con las circunstancias del medio y el momento. En el medio abundan las posibilidades. Un joven puede hallarse con la de ser novio de una chica de la que se ha enamorado. También se hallará con la de ir a la Universidad. Podrá parecerle que es más determinante la primera, pero tal vez se esté engañando, porque de la chica se podrá separar si lo ve conveniente, pero de la profesión que elija es casi seguro que no podrá separarse nunca. Eso es algo que no puede arreglar ningún Zapatero con una ley de divorcio exprés.
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La propiedad del súbdito
Dice Juan de Mariana en su Tratado de la moneda de vellón (en Obras del padre Juan de Mariana, tomo II, M. Rivadeneira, Madrid, 1854, páginas 577-591) que la ralea de hombres más perjudicial que hay en el mundo y la que más abunda en la cercanía del poderoso es la que trata de extender el poder de éste. Pero que el poderoso se engaña si se deja convencer por tales sujetos, porque, consistiendo su grandeza solo en “la salud pública y particular de los pueblos”, debido a que el mando es como la virtud, que tiene un exceso y un defecto y deja de ser buena tanto en un extremo como en el otro. Y así como es saludable llevarse alimentos a la boca cuando es menester, pero es sumamente insalubre comer en demasía, así también es bueno ejercer el mando con prudencia y es malo acumular más del que conviene, pues entonces el rey se hace tirano y su gobierno no solo se hace malo y odioso, sino sobre todo débil y poco duradero, pues concita contra sí la enemistad de sus vasallos, contra la que no hay fuerza que valga si se alza contra él.
No debe, pues, el rey, por mucho que se lo barboteen al oído sus aduladores, pensar que es suya la propiedad de los súbditos. Tome de ella lo necesario para la salvaguarda y protección de éstos así en la guerra como en la paz, tanto en asuntos de milicia como de comercio o administración de las haciendas privadas. Pero no tome más de lo necesario para estos fines sin el consentimiento del pueblo si no quiere horadar la base en que se sustenta el reinado. A la verdad, tampoco debe tomar lo necesario para los fines antedichos si el pueblo no lo consiente.
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El impuesto de la inflación
Es creencia común que la inflación, o encarecimiento de los bienes y servicios, se debe al flujo normal de la economía, pero no es así. La inflación es en realidad un impuesto que antiguamente recibía el nombre de señoreaje, porque consistía en la ganancia que el príncipe obtenía de la manipulación de la moneda. Seguiré a Bernanke y Abel –Macroeconomics- para ilustrarlo.
Supóngase que un presidente de gobierno desea gastar 5.000 millones de euros en la financiación de un cierto proyecto -ponga aquí cada lector el que mejor le cuadre. Como las arcas del Estado están vacías y él no puede gravar con más tributos a la población, porque teme una reacción que le restaría votos en las próximas elecciones, recurre a la vieja solución de imprimir billetes.
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El sueldo del legionario
En sus Discursos políticos (1), “Discurso tercero. Sobre el dinero”, Hume se apoya en el libro IV de los Annales de Tácito para traer a colación que un soldado de Roma cobraba un dinero al día, lo que equivale a algo menos de ocho sueldos de su tiempo en Inglaterra. Un emperador mantenía normalmente unas veinte y cinco legiones, que a cinco mil hombre por legión suman un total de ciento veinticinco mil. Había también legiones auxiliares, pero, siendo variables su número y la paga de de sus legionarios, no es preciso tenerlas en cuenta aquí. Si se cuentan solo los soldados rasos, la paga de las veinticinco legiones no iban más allá de 1.600.000 libras esterlinas de la época de Hume, lo que es bien poco en verdad, pues, como él dice, el Parlamento Inglés había concedido para la última guerra 2.500.000 libras. Hay 900.000 de diferencia, que podrían haber bastado para pagar a los oficiales y atender otros gastos de las legiones de Roma. Y habría sobrado a buen seguro, pues en estas legiones había muy pocos oficiales en comparación con los que hay en los ejércitos modernos. Además la paga de aquéllos era muy exigua. Un centurión, por ejemplo, solo cobraba el doble que un solado, según dice Tácito en el libro I de sus Annales. A esas soldadas hay que descontar además el coste de la tienda, las armas y la ropa, que el emperador se cobraba del sueldo del legionario. Luego resultó muy barato mantener un ejército tan poderoso como el de Roma y extender los dominios del Imperio a todo el mundo conocido. Roma no dispuso de grandes cantidades de dinero ni siquiera después de la conquista de Egipto.
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Newton y la bolsa
Newton se sabía capaz, según él mismo dijo, de calcular los movimientos de los astros en el cielo, pero no la locura de la gente en la tierra. Confiado en que las trayectorias de la insania tienen alguna regularidad, el año 1720 vendió sus acciones en la Compañía de los Mares del Sur y ganó 7.000 libras, el 100% de lo que había invertido, pero, yendo en pos de su buena estrella, volvió a tentar su suerte en un momento posterior de máxima efervescencia de la bolsa, lo que le llevó a perder unas 20.000, que equivalen a más de tres millones de dólares actuales. Después de aquel descalabro prohibió que se nombrara en su presencia la Compañía de los Mares del Sur.
El coeficiente intelectual de Sir Isaac Newton ha debido ser uno de los más elevados de la especie. Sin embargo, al dejarse contagiar del entusiasmo bursátil de la gente se portó como un estúpido. Entre la sabiduría y la necedad hay un corto paso que muy pocos son capaces de no dar.
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Salvemos el euro
Los bancos centrales, tanto en Europa como en Estados Unidos, se dedican en gran parte a permitir y fomentar la expansión ilimitada del crédito sin respaldo en el ahorro real, lo cual, alentado por grupos de interés, como los partidos políticos, los sindicatos y las entidades financieras dedicadas a la especulación, tiene que conducir de forma recurrente a que la institución financiera en su conjunto se halle al borde del colapso, a que quiebren muchos bancos y cajas de ahorro y a que se desplome la producción económica. Ésta es la dolorosa lección que estamos aprendiendo en estas fechas. Un sistema financiero así es fuente constante de inestabilidad económica.
Es, por otra parte, un grave atentado contra el derecho de propiedad el hecho de que los bancos no estén obligados por la ley a mantener el cien por cien del coeficiente de caja, lo cual entra en el terreno de la ética. Esto se evitaría volviendo al patrón oro, pues entonces habría una base monetaria que los poderes públicos no podrían manipular y sometería a una disciplina estricta a muchos agentes sociales y sus tendencias inflacionistas. También disciplinaría a los ciudadanos particulares, que no encontrarían el medio de endeudarse y dejar pender su futuro y el de sus hijos del hilo del crédito fácil.
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La voluntad popular
El sentido de los movimientos revolucionarios que eclosionan en Francia el año 1792 y en Rusia el 1917 es el mismo: destrucción de los diques que impiden la expansión sin freno del poder. La lucha contra las fuerzas centrífugas venía de lejos y algunos habían intuido vagamente la marcha auténtica de la historia. En Francia es Felipe el Hermoso el primero en convocar al pueblo llano a los estados generales porque se había percatado del impulso profundo de las aspiraciones plebeyas. En Rusia fue Iván IV, llamado el Terrible por sus enemigos, quien se alió con el pueblo contra los boyardos. Varios monarcas se habían apoyado también en España en el pueblo contra los nobles y los territorios.
Luego será el pueblo el que complete la tarea. En Francia sin Luis XVI, en Rusia sin Nicolás II. Lo que no se había atrevido a hacer la realiza, suprimir los privilegios de antaño, lo hace la asamblea revolucionaria en unas pocas sesiones.
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Ascenso del poder real
El rey antiguo no disponía del poder que la demagogia actual le atribuye con el fin de justificarse a sí misma. Es verdad que su autoridad había crecido, pero con mucha lentitud y penetrando de forma desigual en los diferentes estratos de su reino. Basta leer la biografía de un monarca tan esforzado como fue la reina Isabel de Castilla para comprender las limitaciones de la realeza.
Los impuestos del rey tenían que ser refrendados por las cortes. Su justicia no se aplicaba igual en todas las regiones y provincias de su reino. Venía obligado a guardar respeto en público y en privado a los usos y derechos de los territorios. No tenía más remedio que entenderse con los representantes del clero para los asuntos más importantes. La adjudicación de Brasil a la Corona de Portugal y del resto a la de Castilla hubo de tener lugar por un veredicto papal, que causó profundo disgusto, entre otros, al rey de Francia. Es fama que este rey pidió que se le mostraran las cláusulas del testamento de Adán que daban ese derecho a ambas coronas y privaban del mismo a las del resto de Europa. Con todo, el rey francés acató el dictamen de Tordesillas y las Bulas Alejandrinas.
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