Categorías e ideas

La función de la filosofía. Diferencia entre ideas y categorías

La filosofía es un saber de segundo grado. Esto significa que presupone la existencia previa de otros saberes ya dados: como la lechuza de Minerva, sólo levanta el vuelo al atardecer. La filosofía no pretende conocer la realidad. Esto es tarea específica de las ciencias. Sin embargo, no por ello es un saber vacuo, huero, adjetivo, muy al contrario, es un saber sustantivo. Su objeto lo constituyen las Ideas. La Idea es una categoría que desborda su ámbito de aplicación y cobra un significado trascendental, trasciende y rebasa su ámbito categorial inicial. Las Ideas desbordan los ámbitos científicos, categoriales, y los recorren y atraviesan como hilos de una urdimbre. El tema de la filosofía es la relación entre las Ideas y las categorías. La categoría es un concepto científico, que define el ámbito de esa ciencia y su campo de objetos.

Uno de los postulados o presupuestos teóricos del materialismo filosófico es la afirmación de la conexión objetiva de las ideas por encima e independientemente de la voluntad y de la conciencia de los filósofos. Hay un orden eidético sistemático, arquitectónico, de las ideas. Este orden no equivale a un cosmos, a una armonía aproblemática, monista. Monismo es la postulación de un orden de la realidad omnicomprensivo, la hipostatización de la idea de orden, de unidad. El monismo, como ya vio Platón en El Sofista (251-253), es dogmático y paraliza el discurso racional. Si todo está unido con todo, no podemos conocer nada. Nada se puede decir. Tampoco el extremo contrario, el nihilismo o atomismo es deseable. Tal tesis afirma que todo está separado de todo. También esta vía es intransitable para la filosofía. Platón nos dice que lo correcto es sostener la symploké de los géneros de la realidad. La realidad está en symploké: ni todo está unido con todo ni todo está separado de todo, sino como están entre sí las letras de un idioma, hay conexiones y desconexiones. La función de la filosofía es explorar la symploké de las ideas. La razón filosófica es una razón que se mueve entre dos aguas: entre el monismo y el nihilismo. En este sentido, Bueno obra como Kant: ni dogmatismo ni escepticismo.

Otro postulado de Bueno es la identificación entre filosofía y materialismo. La razón filosófica es solidaria del materialismo. Toda filosofía es materialista. Todo lo que la filosofía académica clásica tiene de recuperable y asumible es materialismo. Conviene realizar una enérgica reinterpretación de la historia de la filosofía desde la perspectiva del materialismo filosófico.

La filosofía es un saber crítico, racional. También las ciencias son racionales y críticas, pero su racionalidad crítica desfallece a la hora de pensar sus propios fundamentos y su significado. En cuestiones trascendentales, muchos científicos caen en el misticismo cuando no en una «filosofía espontánea de los científicos» que casi siempre suele ser el positivismo. La filosofía es necesaria como saber de segundo grado para, como decía Platón, remontarse a las hipótesis y superarlas hacia un saber anhipotético, saber de las ideas trascendentales que atraviesan los diversos campos categoriales enlazándolos entre sí. El problema de la verdad no es un problema científico, categorial, sino filosófico, trascendental.

La filosofía es una praxis que reflexiona sobre las prácticas humanas y tiene una doble dimensión teórica y práctica que son inseparables e ineludibles.

Siendo el objeto de la filosofía las ideas y su relación con las categorías, la filosofía se configura como «taller de las Ideas» y se presupone una conexión estructural, symplokéctica de tales Ideas y por lo tanto, la posibilidad de construir una geometría de las Ideas mediante el doble y circular movimiento de regressus de los fenómenos hacia las ideas y progressus de las ideas a las configuraciones fenoménicas, categoriales.

(Extraído de Historia de la filosofía. 2 Bachillerato, lección 8, siglo XX)

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La esencia en las sustancias separadas

Nunc restat videre per quem modum sit essentia in substantiis separatis, scilicet in anima, intelligentia et causa prima. Quamvis autem simplicitatem causæ primæ omnes concedant, tamen compositionem formæ et materiæ quidam nituntur inducere in intelligentias et in animam, cuius positionis auctor videtur fuisse Avicebron, auctor libri Fons Vitæ. Hoc autem dictis philosophorum communiter repugnat, quia eas substantias separatas a materia nominant et absque omni materia esse probant. Cuius demonstratio potissima est ex virtute intelligendi, quæ in eis est. Videmus enim formas non esse intelligibiles in actu nisi secundum quod separantur a materia et a conditionibus eius; nec efficiuntur intelligibiles in actu, nisi per virtutem substantiæ intelligentis, secundum quod recipiuntur in ea et secundum quod aguntur per eam. Unde oportet quod in qualibet substantia intelligente sit omnino immunitas a materia, ita quod neque habeat materiam partem sui, neque etiam sit sicut forma impressa in materia, ut est de formis materialibus.

Resta ahora por ver de qué modo está la esencia en las sustancias separadas, esto es, en el alma, las inteligencias y la causa primera. Auque todos los filósofos están de acuerdo en que la causa primera es simple, algunos han atribuido composición de materia y forma a las inteligencias y las almas, una posición que, según parece, fue Avicebron, autor del libro Fontis vitae, el primero en mantener. Pero esto es contrario a la doctrina común de los filósofos, pues llaman separadas de la materia a estas sustancias y prueban que existen sin materia alguna; de las pruebas que aducen, la principal es la que parte de la capacidad intelectual que hay en ellas. Pues vemos que no hay formas inteligibles en acto a no ser que estén separadas de la materia y sus condiciones y no se hacen inteligibles en acto si no es por la virtud de una sustancia inteligente cuando son en ella recibidas y por ella actualizadas. Por lo cual es necesario que en toda sustancia inteligente haya una omnímoda inmunidad de materia, de manera que ni conste de componente material alguno ni sea una forma impresa en una materia, como acontece con las formas materiales.

{Avicebron, identificado por fin a mediados del siglo XIX  con el judío español Salomón ben Gabirol, cuyo Fontis vitae, fue seguramente traducido por Domingo Gundisalvo, defendió el panteísmo emanatista. Aristóteles y Plotino se conjugan en sus escritos para dar a luz un espíritu cósmico, compuesto de una materia y una forma de las que se hacen todos los elementos de todos los entes. La diferencia entre unos y otros es la materia y la forma particulares de que están compuestos. La Escuela hizo suyas muchas de estas ideas tras depurar el panteísmo que se sostenía sobre ellas. La teoría sobre los ángeles que Tomás atribuye a ben Gabirol en este texto es en realidad más antigua que este filósofo. Los ángeles son seres presentes en la Biblia, por lo que ha solido admitirse su existencia. Muchos Padres de la Iglesia, sobre todo de la latina, creyeron además que son corporales, si bien pensaban que se trataba de un cuerpo luminoso, etéreo y muy superior al nuestro. En el siglo XVI el cardenal Cayetano sostuvo por última vez la corporeidad de los demonios. Lo cual es sorprendente, pues poco tiempo antes se había inclinado por la incorporeidad angélica en su comentario a la Summa theologica de su maestro.

La mayoría de los teólogos del siglo XIII habían abandonado ya la idea de que los ángeles tuvieran cuerpo. Solo se preguntaban si estaban compuestos de una materia y una forma metafísicas. Casi todos ellos respondieron afirmativamente. El más notable de ellos fue San Buenaventura. También Alberto el Magno sostuvo esta tesis. Esta doctrina se debía seguramente a la influencia patrística y al hecho de no distinguir adecuadamente entre el concepto de materia y el de potencia. Fue Santo Tomás el encargado de cambiar las ideas a este respecto, argumentando que las inteligencias angélicas constan de esencia y existencia y no de materia y forma. Pero, en lugar de expresar una opinión contraria a los padres y doctores de la Iglesia, prefirió contradecir a un filósofo gentil heterodoxo. (Cf. Bruneteau, E., op. cit., páginas 88-90)}

(Extraído de Santo Tomás de Aquino, El ente y la esencia. Edición bilingüe, introducción, comentarios…, capítulo quinto)

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Las falacias

Las falacias, llamadas también paralogismos si se deben a ignorancia, falta de luces o dificultad del asunto, y sofismas si nacen de la mala fe o del deseo de engañar, han sido siempre tenidas en poco o abiertamente despreciadas por la lógica. La razón de ello es que desde el punto de vista de la lógica binaria tradicional son razonamientos formalmente falsos, pero aparentemente verdaderos. Juan de Santo Tomás (1589-1647), reputado como el más completo comentarista de Santo Tomás y uno de los más destacados impulsores de la lógica proposicional hasta el siglo XIX, las definió como defectos de la consecuencia y las agrupó en falacias de la dicción y falacias materiales o de la cosa significada.

a) Falacias de la dicción

1. Homonimia o equivocación: es la confusión debida al uso de un solo vocablo con distinta significación, como en “los males son bienes, pues las cosas que deben ser son bienes y los males deben ser”, donde el verbo “deber”  indica en un caso que es deseable moralmente que existan bienes y en otro que es inevitable que existan males.

2. Anfibología: es el sentido ambiguo producido por la unión de palabras que tienen un sentido preciso cuando están separadas, como en “amor fue el hijo primero que tuvo naturaleza” (Lope de Vega, La boba para los otros y discreta para sí), donde no se sabe si el amor fue el primer ser que engendró la madre naturaleza o si fue el primer hijo –de la naturaleza o de quien fuere– que tuvo ser , es decir, que poseyó una naturaleza determinada.

3. Falsa conjunción: consiste en afirmar reunidas cosas que no tienen sentido si no es separadas, como en “dos y tres son par e impar, ahora bien, dos y tres son cinco, luego cinco son par e impar”. La conjunción de la primera premisa no puede significar que el dos y el tres son par e impar ambos. Por haberse deslizado esa confusión se extrae después una conclusión disparatada.

4. Falsa disyunción: es afirmar separadas cosas que no tienen sentido más que cuando van juntas, como en “es imposible que ande quien está sentado, Tomás está sentado, luego es imposible que Tomás ande”. La primera premisa sólo es verdadera si se entiende que es imposible andar y estar sentado a la vez. Si ambas expresiones conservan el significado que se seguía de su unión, a saber, la imposibilidad de andar, es inevitable que surja el malentendido.

b) Falacias materiales o de la cosa significada

1. De accidente: adscribir el atributo esencial de un ser a cada uno de sus accidentes, como en “si Corisco es otra cosa que un hombre entonces es distinto de sí, pues Corisco es un hombre”. El que sea hombre no le impide ser también moreno, bajo, bizco…, sin dejar por ello de ser hombre.

2. Confusión de lo relativo con lo absoluto: extraer de algo que se usa en sentido restringido una conclusión universal, como en “es lícito matar en defensa propia, luego es lícito matar”. La generalización de la conclusión no tiene fundamento, pues la premisa de la que parte es particular.

3. Ignorancia de la tesis cuestionada o ignoratio elenchi: tomar como opuestas cosas que no lo son, como en “la casa está cerrada durante la noche, y no está cerrada durante el día; luego está cerrada y no está cerrada”. La conclusión se desentiende de la premisa y se pone a hablar de otra cosa.

4. Petición de principio o círculo vicioso: tomar un enunciado no evidente como prueba de sí mismo, si bien bajo otros vocablos, como en “ando averiguando cuál fue primero, la mentira o el sastre, porque si la mentira fue primero, ¿quién la pudo decir si no había sastres? Y si fueron primero los sastres, ¿cómo pudo haber sastres sin mentir?” (Quevedo, Los sueños…) La circularidad consiste en identificar sastre y mentira.

5. Confusión de la causa con lo que no es causa: relacionar como causa y efecto cosas que nada tienen que ver entre sí, como en “si no hubiera tiempo alguno no habría noche, si no hubiera noche habría día, si hubiera día habría algún tiempo, luego si no hubiera tiempo alguno habría algún tiempo”.

6. De (negación del) antecedente: creer que porque una cosa se sigue de otra no sucederá aquélla si ésta no se da, como en “si ando estoy en movimiento; no ando; luego no estoy en movimiento”. Se olvida que la condición expresada en el antecedente es suficiente y no necesaria para que suceda lo dicho en el consecuente.

7. De (afirmación del) consecuente: creer que porque una cosa se sigue de otra, esta última es verdadera porque aquélla lo es, como en “si corro me canso; estoy cansado; luego he corrido”. No es verdad, pues puede estar cansado por otros motivos.

8. De la múltiple interrogación: reunir varias preguntas en una sola, de manera que no es posible dar una respuesta uniforme, como en “¿son buenos o malos los vicios y las virtudes?”. Una pregunta de esta índole no tiene respuesta.

9. Ad baculum: apelar a la fuerza como razón concluyente para establecer una verdad.

10. Ad hominem: pretender refutar una opinión censurando a quien la sostiene.

11. Ad populum: invocar hechos o circunstancias que exciten los sentimientos del auditorio para que adopte el punto de vista del hablante en lugar de aportar razones.

12. Ad verecundiam, o apelación a la autoridad: recurrir al sentimiento de respeto que se tiene por una autoridad para conseguir el asentimiento. No sería raro encontrar ensartadas las cuatro últimas en una sola frase: “Como sigas por ahí te vas a enterar (ad baculum), reacionario, que eres un reaccionario (ad hominem). Nadie con dos dedos de frente piensa esas cosas que piensas tú (ad verecundiam). Y no es que lo diga yo, lo dice todo el mundo (ad populum).

13. Ad ignorantiam: pretender que algo es verdadero porque no se ha probado que es falso. “¿Que no existen extraterrestres? Pruébalo. ¿Que no puedes? Entonces has de admitir que existen”.

14. Tu quoque, o “tú también”: devolver la acusación al acusador en lugar de dar argumentos. “¿Cómo voy a dejar de fumar si mi médico no lo hace?”

(Extraído de Filosofía. 1 Bachillerato, cap. III)

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Acción del entendimiento

Todos saben por experiencia propia que hay dos clases de motivos que despiertan el deseo. Uno es el que da placer o dolor al instante. Otro es lo que se cree que se debe querer porque así se descubre al deliberar sobre lo mejor y lo peor. En muchos casos lo que se quiere porque se ha decidido que es lo mejor tras haberlo deliberado no trae placer hoy, pero sí mañana. Y cuando no es así, porque alguien podría, por ejemplo, decidir sacrificar su hacienda o su vida en aras de un bien mayor, también se prescinde de lo placentero y se lo suplanta por otra cosa. Siempre es algo que se quiere después de haber pensado en las consecuencias de lo que se va a hacer. Entonces llega a convertirse en un deber. El deber se muestra al sujeto en la deliberación.

Importa mucho pensar en lo que se hace, pues quien no piensa está dejando que otro lo haga por él y permitiendo que su vida se oriente hacia su propio daño y perjuicio. Esta es la cosa más corriente del mundo. Llevando esto al extremo, un proverbio latino decía que es menester ser cuerdo o tener una cuerda. La falta de cordura es una de las peores desgracias que un hombre puede labrarse por sí mismo, pues por su causa hacen muchos el mal y se perjudican. Éstos se parecen a los niños y los animales por permanecer atados a los deseos del instante en vez de interponer entre ellos y la acción la deliberación sobre lo que es mejor y más conveniente.

La falta de deliberación es el mayor enemigo de la libertad, si bien no de la libertad entendida negativamente como eliminación de trabas para hacer lo que a uno le apetece en cada instante, que no es otra cosa que seguir el placer que entonces brota espontáneo, sino de otra libertad que consiste en hacer lo mejor, siquiera sea lo mejor para uno mismo. Esto introduce además una diferencia grande entre los animales y los niños, por una parte, y los hombres hechos y derechos, por la otra, toda vez que aquéllos están más sujetos a sus deseos momentáneos, en tanto que éstos pueden aprender a interponer entre el deseo y su puesta en práctica una reflexión sobre lo que es mejor para ellos.

Deliberar es más que razonar, porque quien resuelve teoremas matemáticos está aplicando la razón, pero no la deliberación, dado que de sus pensamientos no se siguen acciones. Puede darse además el caso de quien demuestre una capacidad intelectual elevada, pero sea un necio a la hora de tomar decisiones, porque no sepa calcular previamente las consecuencias que se seguirán de ellas.

Evaristo Galois es un magno y trágico ejemplo de esta clase de personas. Fue un gran matemático cuyos descubrimientos se incluyen en una escala que parte de los primeros siglos de nuestra era. Hacía mucho tiempo que se sabía cómo resolver ecuaciones de primero y segundo grado. Tartaglia y Fiore descubrieron cómo resolver las de tercero a mediados del siglo XVI. Cardano resolvió las de cuarto en el mismo siglo. Galois cerró con broche de oro este capítulo de las matemáticas definiendo la región de racionalidad para las ecuaciones de enésimo grado.

Tenía veintidós años. Corría el año 1832. Fue entonces retado a un duelo por dos provocadores para el treinta de mayo. Su contrincante era el campeón de esgrima del ejército francés. Galois aceptó el desafío. La noche anterior dejó escritos para un amigo suyo sus descubrimientos. En un margen de aquel documento anotó lo siguiente:

L’éternel cyprés m’environne.
Plus pâle que le pâle automne
Je m’incline vers le tombeau[29].

Al día siguiente murió. Una inteligencia teórica luminosa se acompañaba de una inteligencia práctica propia de un necio. Muy diferente fue la conducta de Sócrates, quien un día sufrió en silencio un golpe que le dio alguien en la asamblea porque no hallaba argumentos con que rebatirle y que a la pregunta de un amigo que le recriminaba esta actitud respondió:

-¿Y qué quieres que haga si un asno me da una coz? ¿Llevarlo ante la justicia?[30]

 Tampoco siguió el código de honor del duelo aquel general romano que, tras recibir un mensaje de un jefe bárbaro en que le retaba a un combate entre ambos para decidir de ese modo la victoria por la que se habían de enfrentar los dos ejércitos, le respondió que si tenía ganas de morir se colgara de un árbol y si lo que deseaba era combatir que le enviaría un gladiador.

Una inteligencia práctica bien formada hace caso omiso de muchas cosas y solo se detiene ante algunas. Pero no todos los hombres la poseen. Solo los que con el tiempo y la práctica han adquirido el hábito de hacerlo. Los otros pueden llegar incluso a perder la capacidad de deliberar por falta de ejercicio, pues sucede en estas cosas lo que con los atletas, que tienen que seguir entrenándose si quieren seguir siendo atletas. Unos son prudentes y sabios, los otros son imprudentes y necios. Los primeros no deliberan sobre lo que no está al alcance de su mano ni cae bajo su poder. No, por ejemplo, sobre la salida o la puesta del Sol, sobre las cosas que dependen de la suerte, como que a uno le toque la lotería, ni otras muchas cosas semejantes a éstas. Ciertamente hay quienes caen en ensoñaciones y se hacen la ilusión de estar ya tomando decisiones sobre cosas que no pueden dominar, sean los premios de la lotería u otras cosas por el estilo, pero una persona prudente no pierde el tiempo en deliberar acerca de ello en cuanto comprende que no cae bajo su poder.

Se reflexiona, en fin, sobre lo que a cada uno le toca hacer, no sobre lo que no le toca hacer, lo cual se aprende con la experiencia, a pesar de lo cual hay hombres cargados de experiencia que no lo han aprendido. Y se reflexiona, en general, en las situaciones cargadas de duda e incertidumbre, en los cruces de caminos. Pero, una vez que se conocen suficientemente esas situaciones, el hombre práctico y prudente ya no necesita apenas detenerse a deliberar, porque se ha convertido para él en un hábito.

Esta clase de hombres no deliberan tampoco sobre los fines que ha de lograr, excepto cuando lo hace como filósofo, lo cual ya no es reflexión encaminada a la acción sino a la comprensión. Un gobernante no se para a pensar si debe hacer buenas o malas leyes, ni un médico si debe curar o enfermar a las personas, ni una madre si debe alimentar o no a su niño. No se delibera sobre los fines, que son el objeto de nuestro deseo, tanto si este objeto ha sido fijado dejándose llevar de lo que es momentáneamente agradable o de lo que es bueno, sino sobre los medios y sobre cómo se han de disponer éstos para alcanzar aquéllos. Si los medios de que se puede echar mano para llegar al fin querido son varios entonces hay que averiguar cuál es el mejor y más apropiado, y si se encuentra uno que es imposible, porque no está en poder de uno practicarlo, porque es inmoral, porque daña a otras personas o a uno mismo, entonces se abandona la deliberación y el proyecto. Al menos así procede el hombre que sabe deliberar.


[29] Cit. en DUPUY, P., La vie d’Évariste Galois, 242: El ciprés eterno me rodea. Más pálido que el otoño pálido me inclino hacia la tumba.
[30] DIÓGENES LAERCIO, Los diez libros de Diógenes Laercia sobre las vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, 93


 

(Extraído de Sobre la libertad, cap. 11)

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Dialéctica hegeliana

Que el mundo verdadero es un mundo de ideas o esencias es algo que había sido pensado por Platón. Es sabido que la esencia de una cosa es el ser de dicha cosa, el cual se manifiesta en una definición correcta. Si, por ejemplo, es verdad que los cuerpos son extensión, entonces la esencia de los cuerpos es la extensión. Luego el mundo inteligible comprende el cuerpo extenso. También el guerrero valiente, porque en la definición de guerrero tiene que entrar el valor. Un guerrero cobarde es un falso guerrero. Esto no es así por capricho, sino por la necesidad interna de la cosa. Es cierto que en la realidad sensible existen muchos guerreros cobardes. Podrían incluso serlo todos sin excepción, pero ello no afectaría a la definición. Platón se habría limitado a señalar que lo sensible es falso y carece de existencia.

También Hegel acepta que no son lo mismo la idea de la cosa y la cosa tal como existe. Es de suponer que admitiría asimismo de buen grado que la idea de guerrero incluye necesariamente el valor, aunque en la práctica existan sólo guerreros cobardes. De ahí deduciría él que los guerreros existentes son falsos, pero no porque el valiente esté en el hiperuranio platónico, sino porque la realidad entera es falsa y la idea es abstracta, inexistente, por más verdadera que sea, cuando se separa de ella.

La realidad es falsa por contradictoria: cuando se dice que el guerrero es valiente se dice la verdad, mas cuando se encuentra alguno que es cobarde se comprueba que no es guerrero, lo que es lo mismo que aceptar que A es no–A. Esto se explica porque la Idea se ha distanciado de sí negándose en la realidad sensible, no porque Idea y realidad sensible sean dos mundos distintos. La dialéctica platónica era relación entre ideas generales ajenas a los objetos: no puede haber definición verdadera de triángulo si no la hay antes de polígono, ni de polígono si no la hay de línea recta, ángulo, etc., pero los triángulos y los polígonos concretos son la hojarasca de la que debe prescindir el sabio para comprender el mundo verdadero.

La dialéctica hegeliana exige que lo real sea negado para que exista en su verdad. Para que el guerrero sea auténtico no basta con que lo sea su definición abstracta, sino que si el guerrero ha de ser guerrero tendrá que dejar de ser cobarde. El ser de la Idea existe en su negación, en el no-ser. Para ser lo que es la realidad habrá de retornar a la Idea negándose.

Al borrar la diferencia entre lo existente y lo inteligible y presentar lo segundo realizándose en lo primero, Hegel dota al pensamiento filosófico de la mayor expansión posible. La razón había sido en Aristóteles el dios al que todo tiende, en muchos filósofos medievales el asiento de las ideas divinas que ordenan el mundo, en Kant la suprema legisladora del ser y la acción. Faltaba todavía pensar que es todo cuanto existe, Dios mismo desplegándose en el mundo y reabsorbiéndose después en una unidad absoluta. Ésta fue la tarea que Hegel se impuso. Su filosofía presenta a Dios, o la Idea, mostrándose en las categorías lógicas del entendimiento, la naturaleza externa, la historia humana y el Espíritu Absoluto, donde por fin recobra su ser disperso y lo conoce después de haber recorrido todos los caminos posibles.

(Extraído de Historia de la filosofía. 2 Bachillerato, Lección 7. Siglo XIX)

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Ventajas de la propiedad

37. Es claro que, en el principio, antes de que el deseo de tener más de lo necesario hubiese alterado el valor intrínseco de las cosas, el cual sólo depende de su grado de utilidad para la vida de un hombre, y antes de que los hombres hubiesen acordado que una pequeña pieza de metal amarillo inoxidable e incorruptible tuviese el mismo valor que un gran trozo de carne o todo un montón de grano, los hombres podían apropiarse con derecho, mediante su trabajo, de tantas cosas naturales como fuesen capaces de usar; mas estas cosas no pudieron ser muchas, ni causaron perjuicio a nadie allí donde una cantidad igual fue dejada para uso de quienes estuvieron dispuestos a emplear el mismo trabajo. A lo cual me permito añadir que aquél que, mediante su propio esfuerzo, se apropia de una parcela de tierra, no sólo no disminuye la propiedad común de la humanidad, sino que la acrecienta; pues los frutos en beneficio de la vida humana que son producidos por un acre de tierra cultivada, resultan ser –sin exageración– diez veces más que los producidos por un acre de tierra igualmente fértil que no es aprovechado y continúa siendo terreno comunal. Por lo tanto, aquél que parcela una porción de tierra y mejora su vida, mediante el cultivo de diez acres, mucho más de lo que la mejoraría dejando cien acres en su estado natural, puede decirse que está dando noventa acres al género humano; y ello es así porque su trabajo está proporcionándole frutos sacados de una parcela de diez acres, en cantidad equivalente a la que produciría una tierra comunal de cien. Mas si digo que la productividad de la tierra cultivada es diez veces mayor que la de la no cultivada, la verdad es que estoy calculando muy por lo bajo; más acertado sería decir que la proporción se aproxima al ciento por uno. Pues habría que preguntarse si de verdad en las tierras salvajes de América que no han sido cultivadas y permanecen en su estado natural, sin ninguna mejora, labranza o cultivo, mil acres producen los mismos bienes utilizables para la vida, que los que producen diez acres de tierra igualmente fértil en el condado de Devonshire donde han sido cultivados.
Antes de apropiarse de la tierra, todo aquél que recogía tantos frutos silvestres como era capaz, y mataba, apresaba o domaba tantas bestias como le era posible; y todo aquél que empleaba su esfuerzo aplicándolo a los productos espontáneos de la naturaleza alterando el estado en el que la naturaleza los había dejado, adquiría así la propiedad de ellos. Pero si estos bienes perecían en su posesión sin que él hubiera hecho uso de ellos; es decir, si los frutos sacados de la tierra se corrompían, o si la carne de venado se echaba a perder antes de que él pudiera consumirla, ello constituía una ofensa contra la ley común de la naturaleza. Pues el hombre sólo tenía derecho a aquello que podía serle útil y beneficioso para su vida .

(Locke, J., Dos ensayos sobre el gobierno civil, tratado II, cap. V, sección 37, pág. 230)

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Género y especie

Sic ergo genus significat indeterminate totum id quod est in specie, non enim significat tantum materiam. Similiter etiam et differentia significat totum, et non significat tantum formam; et etiam definitio significat totum, et etiam species. Sed tamen diversimode: quia genus significat totum ut quædam denominatio determinans id quod est materiale in re sine determinatione propriæ formæ. Unde genus sumitur ex materia -quamvis non sit materia-; ut patet quia corpus dicitur ex hoc quod habet talem perfectionem, ut possint in eo designari tres dimensiones, quæ quidem perfectio est materialiter se habens ad ulteriorem perfectionem. Differentia vero e converso est sicut quædam denominatio a forma determinate sumpta, præter hoc quod de primo intellectu eius sit materia determinata, ut patet, cum dicitur animatum, scilicet illud quod habet animam; non enim determinatur quid sit, utrum corpus vel aliquid aliud: unde dicit Avicenna quod genus non intelligitur in differentia sicut pars essentiæ eius, sed solum sicut ens extra essentiam, sicut etiam subiectum est de intellectu passionum. Et ideo etiam genus non prædicatur de differentia per se loquendo, ut dicit Philosophus in tertio Metaphysicæ et in quarto Topicorum, nisi forte sicut subiectum prædicatur de passione. Sed definitio vel species comprehendit utrumque, scilicet determinatam materiam, quam designat nomen generis, et determinatam formam, quam designat nomen differentiæ.

Por tanto el género significa de modo indeterminado todo el contenido de la especie y no solo el de la materia; de modo semejante, la diferencia significa todo el de la especie y no solo el de la forma; también la definición comprende todo el de la especie, aunque de modo distinto; la expresión del todo por parte del género indica, en efecto, la determinación de la materia sin contar con la determinación propia de la forma; por esto es de la materia de donde se toma el género, pese a que éste no es materia. Y así, un cuerpo que es capaz de tener tres dimensiones se comporta como una materia en relación a una perfección más elevada. Lo contrario sucede con la diferencia, que es una determinación generada en la forma por la que se excluye toda materia determinada del primer plan del pensamiento, como es claro al decir “este ser es animado”, pues entonces se designa un sujeto provisto de alma, pero no se indica si es un cuerpo u otra cosa. Por esto dice Avicena que el género no está en la diferencia como una parte de la esencia de éste, sino como un ente externo a la quididad o la esencia; así se encuentra el sujeto de las cualidades en la idea de las mismas; por ello no se predica el género de la diferencia propiamente hablando, según advierte Aristóteles en el libro tercero de la Metafísica y en el cuarto de Topicorum, a no ser como se predica el sujeto de la cualidad. Pero la definición o especie comprende una y otra, es decir, una materia determinada que viene nombrada por el nombre de género y una forma determinada que se nombra con el de diferencia.

[El género, la especie, la diferencia y la definición coinciden en expresar el contenido de la especie y se distinguen por sus significados formales, pues el género indica perfección material, la diferencia perfección formal y la especie ambas, pero sin diferenciar, en tanto que la definición indica lo mismo que la especie, pero diferenciando ambas perfecciones. Así, el animal es la vida sensitiva y hace de materia para la intelectiva, la cual es la forma. Y la especie “hombre” expresa lo mismo que la definición, “animal racional”, pero esta última separa las dos perfecciones y aquella no.]

(Extraído de El ente y la esencia, edición bilingüe, traducción, comentario y notas…, cap. tercero)

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La paz

Es corriente creer que los fines principales del Derecho son la seguridad y la justicia. Seguridad no es otra cosa que paz, pues se refiere a una situación social tal que los hombres puedan entregarse a sus actividades sabiendo que están protegidos contra la violencia. Es indiscutible que el Derecho tiene ante todo la función de garantizar dicha protección y que allí donde no lo hace la situación es de guerra.

La paz es una condición indispensable para la existencia de relaciones sociales. Ello se echa de ver cuando la seguridad de todos salta hecha añicos porque ha estallado una guerra civil o una revolución. Durante ese tiempo se prueba que la necesidad de paz externa es la primera de las necesidades.

Una vez terminada la guerra e instaurada la paz, la exigencia de seguridad adquiere formas progresivamente más refinadas y sutiles. Entre ellas destacan la exigencia de seguridad en las relaciones entre individuos, en las relaciones de los individuos con el Estado y en la protección de los derechos fundamentales, como se indica a continuación.

a) La seguridad en las relaciones entre individuos exige, entre otras cosas, que nadie pueda ser despojado sin más de lo que cree ser suyo, que una demanda judicial se extinga una vez que ha pasado cierto tiempo o que únicamente puedan transferirse a otros los derechos que tenga el donante. En el primer caso sería contrario a la seguridad jurídica que nunca se acabara la incertidumbre por la posesión de algo que un hombre cree de buena fe que es suyo. En el segundo lo sería el que pendiera siempre sobre alguien la amenaza de un procedimiento judicial. En el tercero que alguien pudiera usurpar derechos de los que carece.

b) La exigencia de seguridad en las relaciones de los individuos con el Estado o, mejor, frente a hombres concretos que ostentan el poder estatal, no es otra cosa que la necesidad de poner límites al poder humano más grande que hay, un poder que, puesto en manos de algunos pocos hombres, se presta a los más atroces abusos.

Uno de los medios para evitarlos es que el Derecho pueda ser conocido por todos, de manera que cuando cada cual sabe qué está prohibido, qué permitido y cuáles son las consecuencias jurídicas de sus acciones, deje de estar sometido al capricho de quien detente la autoridad. Un Código Penal no es, según esto, un muestrario de castigos, sino la garantía que se da al delincuente de que la pena por su delito no será la que arbitrariamente estipule un magistrado ni será superior a la fijada por la ley.

Tan importante es este principio que en el Estado moderno una ley no tiene validez si no ha sido previamente promulgada para que pueda ser conocida por todos, exigiéndose incluso que su contenido sea tan simple y preciso que provoque idénticas ideas en el ánimo de todos para así evitar la confusión. Cuando esto no es del todo posible, debido a la complejidad de la vida social actual, que exige un gran número de normas con las que atender a una maraña complicada de casos que en la práctica no pueden ser de todos conocidas, se exige a lo menos que puedan ser libremente examinadas por los juristas y abogados.

c) La seguridad en la protección de los derechos fundamentales exige que el Derecho proteja unos cuantos intereses básicos para una vida humana digna, intereses que encontraron por primera vez su expresión solemne en la Asamblea Nacional Francesa el año 1789 bajo el nombre de Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Los intereses de una vida digna son, pues, reconocidos como derechos que el Estado debe proteger. Tales derechos fueron originariamente los que la primera filosofía liberal formuló en orden a la preservación de la libertad de los ciudadanos, para lo cual todos los actos del Estado debían estar sometidos a normas jurídicas. De ahí el nombre de Estado de Derecho con que se le designa. Pero cuando entró en crisis aquella primera organización estatal, a los derechos originarios se añadió otro nuevo, la protección de los individuos en sus condiciones materiales de vida, asignando al Estado esta nueva obligación. El moderno Estado de Derecho es, por tanto, un mecanismo híbrido que por un lado debe proteger a los individuos de los propios excesos estatales protegiendo sus derechos y no interfiriendo en sus vidas, y por otro debe interferir en ellas para defenderlos en la miseria, la enfermedad y la vejez.

(Extraído del cap. XVII de Filosofía. 1 Bachillerato)

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El asno y el galgo

Luego tampoco merece el nombre de libertad el hecho de que haya o deje de haber varias posibilidades entre las cuales poder elegir, porque la existencia de varias posibilidades se parece más a un impedimento que a una ayuda para la voluntad y la acción. Quienes creen esto añaden a veces que las oportunidades deben ser iguales en atractivo, pero tanto en una forma como en la otra, esta noción no puede mantenerse.

Para empezar, la noción de atractivo es engañosa. Contra lo que suele pensarse, la fuerza de atracción no reside únicamente en el objeto. El motivo principal por el que alguien se siente atraído por algo está en él mismo y no en la cosa. Siendo ya un anciano, el rey David dormía con una muchacha de 16 años, pero no para disfrutar de ella, sino para sentir el calor que su cuerpo no podía ya darle. Es seguro que aquella misma muchacha habría tenido atractivo para el rey cuando, siendo joven, llegó al extremo de hacer matar a Urías para apoderarse de Betsabé, su esposa.

Además de esto, nunca pueden darse dos seres iguales en atractivo. Las mujeres y los hombres sólo son iguales ante la ley, porque la ley no siente atracción por nadie, pero para ninguna mujer son iguales todos los hombres ni al revés. Lo mismo sucede en el campo de la política. La ley, que no siente preferencias e inclinaciones por un partido u otro, debido a que es una entidad impersonal que no está dotada de sentimientos ni inclinaciones, debe tener a todos en la misma consideración, es decir, en ninguna, pero los votantes se inclinarán siempre por una u otra opción. La igualdad política es igualdad ante la ley y debe serlo también ante el funcionario que la representa, que por este motivo está obligado a hacer callar sus preferencias individuales, pero es imposible que lo sea para el ciudadano, pues entonces no podría decidirse por un partido frente a otro.

La ley y el funcionario que la aplica no deben estar determinados por una opción u otra. En este punto no deben existir preferencias, por lo que aquí sí es de aplicación la idea de libertad como indeterminación, porque se trata de una entidad abstracta o de un individuo que finge el silencio de sus sentimientos y obra como si no los tuviera.

Pero ningún hombre es así. Ninguno hay que actúe sin estar determinado a hacerlo. Siempre que haya dos o más opciones una de ellas será deseada por encima de las demás y se inclinará por ella si puede. El tener que elegir no será un momento de goce y disfrute, sino más bien de indecisión y fastidio, un obstáculo, pues, en lugar de continuar la trayectoria deseada, el sujeto se verá forzado a explorar las posibles consecuencias de las otras opciones que se le presentan para ver cuál es la que mejor se ajusta al fin que se haya propuesto alcanzar.

Un galgo que persigue a una liebre por un camino sigue su deseo sin trabas y con decisión. Si el camino se cruza con otro habrá tres ramales de los que no tendrá más remedio que seleccionar uno para continuar persiguiendo a la liebre. El animal se detendrá porque ha perdido el rastro. Elegir el mejor camino no será más que desistir momentáneamente de su propósito. Luego el tener que elegir es un impedimento. Si al olfatear el ramal A no detecta el olor de la liebre, probará el B y si tampoco allí lo detecta entonces se lanzará por el C sin pararse a olfatear de nuevo. El deseo necesita siempre un camino por el que desbordarse. Cualquier cosa que lo impida o retrase es una barrera que se le opone.

En el Diccionario apologético de la fe católica se presenta este ejemplo como una argumento esgrimido por los sensualistas a favor de la inteligencia animal, y se supone que el perro habría tenido que hacer un razonamiento como el siguiente:

La liebre que persigo ha debido pasar por uno de estos tres caminos; es así que no ha tomado ninguno de los dos primeros; luego ha debido necesariamente pasar por el tercero. Allá voy, pues, sin más investigaciones ni vacilaciones.

Y si las opciones son idénticas, de tal manera que no es posible decidirse por ninguna, la voluntad caerá en indecisión y no hará nada. Se dice que Juan Buridán, que seguía las doctrinas nominalistas de Guillermo de Occam, propuso la fábula de un asno que, puesto entre dos haces de heno, morirá de hambre porque no podrá decidirse por ninguno. Ello se debería a que la voluntad elige lo que el entendimiento le presenta. Si un bien se presenta como mayor que el otro, la voluntad se inclinará por el primero. Si es el otro el mayor, se decidirá por él. Y si son iguales no podrá decidirse por ninguno.

El ejemplo del asno no se halla en las obras de Buridán, pero sería una demostración por reducción al absurdo de lo que él sí defendió en sus comentarios a la Ética de Aristóteles: que las elecciones vienen determinadas y que cuando no es así no hay decisión ninguna y, en consecuencia, el sujeto queda sumido en la inactividad.

La causa de la elección no puede estar solo en el sujeto –el perro del ejemplo-, sino también en las alternativas entre las que tiene que elegir. El caso del asno de Buridán, un asno motivado por el hambre, dice que si los dos haces de heno le atraen por igual tendrá que morir de hambre por no poder preferir uno sobre el otro. El asno de Buridán demuestra por reducción al absurdo que uno de los haces, pese a que sean exactamente iguales, estén situados a igual distancia, etc., debe tener una fuerza de determinación superior a la del otro, lo que es otra manera de decir que la elección está causalmente determinada. A quien objetara que eso no es propiamente una elección habría que responderle que en la mayor parte de las ocasiones la determinación no se forma por la causa procedente de la vía elegida, sino por la no elegida. Es lo que enseña el caso del galgo, que no optó por el ramal C porque le resultara el mejor, sino porque el A y el B no eran buenos. El galgo tuvo libertad negativa respecto a A y B y libertad positiva respecto a C. Libertad positiva no quiere decir aquí otra cosa que poder o capacidad de lanzarse por aquel ramal del camino. Ese poder puede ser unas veces capacidad física, como muscular y agilidad para perseguir a la liebre, lo que no se da en un galgo cojo o enfermo, otras puede ser capacidad psicológica, o fuerza de carácter, para mantener un plan previamente fijado y resistir otras sugerencias o presiones, y otras, en fin, capacidad social, política, económica, etc.

Un ejemplo de esta última clase de capacidad es, según Gustavo Bueno, la conducta de los berlineses que en 1990, tras la caída del muro, ensalzaron la libertad al son de la Novena Sinfonía de Beethoven. Pedían ausencia de trabas políticas (libertad negativa) para comprar lo que ellos quisieran, por ejemplo, un Volkswagen, porque creían tener capacidad económica (libertad positiva) para hacerlo. Pero muchos no hicieron bien el cálculo, porque se les quitaron las trabas pero siguen sin poder comprar el Volkswagen.

Los casos del asno y el galgo prueban lo mismo, que es necesario sentir deseo o rechazo de algo para moverse y que en caso contrario no se hace nada. También que, lo mismo que los dos animales, la mayoría de los hombres, si no todos, tomamos muchas decisiones porque perseguimos lo que queremos, pero tomamos más todavía porque procuramos evitar lo que no queremos.

(Extraído de Sobre la libertad)

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Filosofía en el siglo XII

En el siglo XII renace la filosofía con fuerza renovada por causa de la cuestión de los universales, que suscitó una notable controversia. El problema estaba presente en Isagoge, de Porfirio. En esa obra se trataba, entre otras cosas, de dilucidar si los géneros y las especies existen en la realidad o solamente en el sujeto que los concibe. En el primer caso todavía había que decidir si son corpóreos y existen en los objetos o si están separados de ellos. En el segundo si el sujeto los concibe antes o después de tener experiencia de los objetos. No se trataba sólo de dificultades filosóficas, sino también teológicas. Si existe una sola divinidad en tres Personas, parece que lo universal divino, por ser común a las tres, debe ser real, y si la humanidad entera pecó con Adán, parece que lo universal humano, por ser común a todos los hombres, debe serlo también.

Los que negaron la realidad objetiva de los universales recibieron el nombre de «nominalistas». Los que la afirmaron fueron llamados «realistas». Entre los primeros, Roscelino (1050-1125) afirmó que son aire (flatus vocis), meros conceptos que no contienen el ser de las cosas, creyendo así evitar el panteísmo en que, a su juicio, había incurrido el Erígena, pero no pudo eludir el triteísmo. En contra de él, encabezando el partido de los realistas, GuillermodeChampeaux (1070–1120) insistió en que lo universal es lo único real en el particular, que «hombre» es lo mismo para todos los hombres y que lo que distingue a cada uno de ellos es un cierto número de cualidades prescindibles, como la estatura, el color, etc.

PedroAbelardo (1079–1142) entró en la liza aceptando la definición aristotélica de universal, “lo que ha nacido para ser predicado de muchas cosas”, para argüir a continuación que si el universal, así entendido, es lo único real en el individuo, entonces solamente existe el hombre, no los hombres. Además, si la especie es todo en todo, también el género es todo en la especie. ¿Por qué no aceptar entonces que Dios es en todo, como parece que había dicho el Erígena? Aducir que el universal se encuentra en el individuo no resuelve nada, pues no se entiende que los particulares se opongan entre sí, como se opone, por ejemplo, lo bueno a lo malo.

El universal, concluía Abelardo, no es una cosa, porque una cosa no se predica de otra. Tampoco es un simple aire (flatus vocis), como había dicho Roscelino, porque incluso en este caso sería una cosa y no podría ser predicada de otra. Es una palabra (sermo) que, en cuanto tal, tiene existencia individual, pero puede significar lo que hay de común entre los particulares. Un hombre es distinto de otro hombre y no hay una tercera cosa, llamada universal, entre ellos dos. Pero no se sigue de aquí que el universal es nada. Los dos hombres convienen en ser lo mismo, a saber, hombres. Esta conveniencia no es un ser aparte y tampoco un no-ser. Abelardo dice que en las cosas es un status y en la mente un significado subjetivo que captamos en ellas y hacemos entrar en un concepto, pero tal concepto se encuentra en nuestro entendimiento.

Al lado de la filosofía de este siglo, la mística experimentó un vigoroso impulso propiciado por Guillermo de Champeaux en la abadía de San Víctor. Su máximo exponente fue San Bernardo de Claraval (1091–1153), quien, tras negar el valor de la razón y del hombre mismo, utilizó la mística como un arma contra la herejía, en la cual le pareció que desemboca toda filosofía.

La batalla que se estaba librando entre el ala religiosa y la filosófica del Medievo no tuvo un claro vencedor, pues la filosofía habría de tener su momento de esplendor un siglo después y la religión no tuvo que ceder un solo palmo de terreno. La suerte, como veremos, fue muy otra en una batalla parecida que se estaba librando casi al mismo tiempo en el mundo musulmán español.

También reverdecieron durante este siglo los movimientos mesiánicos, extrañamente relacionados con el misticismo de San Víctor. La estructura conceptual de tales movimientos se remontaba a la teoría de Orígenes (185-254) sobre las tres maneras de leer los textos sagrados: la carnal, la anímica y la espiritual. La primera entiende literalmente el texto, la segunda lo interpreta alegóricamente y sólo la tercera desvela el mensaje eterno oculto en el fárrago de las letras. Los místicos de San Víctor habían recogido y transformado la tríada de Orígenes en los tres escalones que conducen el alma a la visión beatífica de Dios: la cogitatio o comprensión de las cosas corporales, la meditatio o reflexión sobre la propia alma y la contemplatio o elevación hasta la divinidad.

La aplicación de estos tres momentos de la ascensión mística a la historia de la humanidad por Joaquín de Fiore (1145–1202) recogió el sustrato profundo de los anteriores movimientos de insurgencia social y legó a los posteriores la trama básica de sus ideas. El transcurso de las sociedades era dividido por él en tres etapas o ascensos, cada uno de los cuales dependía de una de las Personas de la Trinidad. En el primer estadio, el del Padre, habrían reinado la servidumbre y los azotes, en el segundo, del Hijo, la sumisión filial, y solamente en el tercero, del Espíritu Santo, reinaría la libertad. Así se plasmaba el dogma trinitario en la historia. La luz que ilumina a la humanidad emana tres fulgores, cada uno más brillante que el anterior. El postrero es el del Tercer Reino, que precede a la vida eterna en el cielo y será un reinado de igualdad y libertad.

Esta división tripartita de la historia no murió nunca. La pluma de Lessing la rescató de nuevo para la Ilustración alemana. Según Bloch, esta teología de la historia, corrompida y pervertida, fue también la del nazismo. Incluso el término “Tercer Reino”, cambiado en “Tercer Reich”, fue sacado de las cenizas antiguas y, remozado por Moeller van den Bruck, quedó listo para su uso por el Partido Nacional Socialista Alemán. También el marxismo adoptó la tripartición de la historia, pero, también según Bloch, su caso fue netamente distinto de todos los movimientos teológicos anteriores. La utopía milenarista de los primeros tiempos del cristianismo y de los tiempos medios y modernos se habría trocado finalmente en ciencia por obra del socialismo científico, es decir, del marxismo.

(Historia de la filosofía. 2 Bachillerato, Sección II)

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