Nunc restat videre per quem modum sit essentia in substantiis separatis, scilicet in anima, intelligentia et causa prima. Quamvis autem simplicitatem causæ primæ omnes concedant, tamen compositionem formæ et materiæ quidam nituntur inducere in intelligentias et in animam, cuius positionis auctor videtur fuisse Avicebron, auctor libri Fons Vitæ. Hoc autem dictis philosophorum communiter repugnat, quia eas substantias separatas a materia nominant et absque omni materia esse probant. Cuius demonstratio potissima est ex virtute intelligendi, quæ in eis est. Videmus enim formas non esse intelligibiles in actu nisi secundum quod separantur a materia et a conditionibus eius; nec efficiuntur intelligibiles in actu, nisi per virtutem substantiæ intelligentis, secundum quod recipiuntur in ea et secundum quod aguntur per eam. Unde oportet quod in qualibet substantia intelligente sit omnino immunitas a materia, ita quod neque habeat materiam partem sui, neque etiam sit sicut forma impressa in materia, ut est de formis materialibus.
Resta ahora por ver de qué modo está la esencia en las sustancias separadas, esto es, en el alma, las inteligencias y la causa primera. Auque todos los filósofos están de acuerdo en que la causa primera es simple, algunos han atribuido composición de materia y forma a las inteligencias y las almas, una posición que, según parece, fue Avicebron, autor del libro Fontis vitae, el primero en mantener. Pero esto es contrario a la doctrina común de los filósofos, pues llaman separadas de la materia a estas sustancias y prueban que existen sin materia alguna; de las pruebas que aducen, la principal es la que parte de la capacidad intelectual que hay en ellas. Pues vemos que no hay formas inteligibles en acto a no ser que estén separadas de la materia y sus condiciones y no se hacen inteligibles en acto si no es por la virtud de una sustancia inteligente cuando son en ella recibidas y por ella actualizadas. Por lo cual es necesario que en toda sustancia inteligente haya una omnímoda inmunidad de materia, de manera que ni conste de componente material alguno ni sea una forma impresa en una materia, como acontece con las formas materiales.
{Avicebron, identificado por fin a mediados del siglo XIX con el judío español Salomón ben Gabirol, cuyo Fontis vitae, fue seguramente traducido por Domingo Gundisalvo, defendió el panteísmo emanatista. Aristóteles y Plotino se conjugan en sus escritos para dar a luz un espíritu cósmico, compuesto de una materia y una forma de las que se hacen todos los elementos de todos los entes. La diferencia entre unos y otros es la materia y la forma particulares de que están compuestos. La Escuela hizo suyas muchas de estas ideas tras depurar el panteísmo que se sostenía sobre ellas. La teoría sobre los ángeles que Tomás atribuye a ben Gabirol en este texto es en realidad más antigua que este filósofo. Los ángeles son seres presentes en la Biblia, por lo que ha solido admitirse su existencia. Muchos Padres de la Iglesia, sobre todo de la latina, creyeron además que son corporales, si bien pensaban que se trataba de un cuerpo luminoso, etéreo y muy superior al nuestro. En el siglo XVI el cardenal Cayetano sostuvo por última vez la corporeidad de los demonios. Lo cual es sorprendente, pues poco tiempo antes se había inclinado por la incorporeidad angélica en su comentario a la Summa theologica de su maestro.
La mayoría de los teólogos del siglo XIII habían abandonado ya la idea de que los ángeles tuvieran cuerpo. Solo se preguntaban si estaban compuestos de una materia y una forma metafísicas. Casi todos ellos respondieron afirmativamente. El más notable de ellos fue San Buenaventura. También Alberto el Magno sostuvo esta tesis. Esta doctrina se debía seguramente a la influencia patrística y al hecho de no distinguir adecuadamente entre el concepto de materia y el de potencia. Fue Santo Tomás el encargado de cambiar las ideas a este respecto, argumentando que las inteligencias angélicas constan de esencia y existencia y no de materia y forma. Pero, en lugar de expresar una opinión contraria a los padres y doctores de la Iglesia, prefirió contradecir a un filósofo gentil heterodoxo. (Cf. Bruneteau, E., op. cit., páginas 88-90)}