Política y economía

Suele darse por sentado que la política y la economía son esferas separadas. La distinción ha constituido una tendencia muy notable en la izquierda socialista, marxista y anarquista desde el origen de la misma y ha cobrado cuerpo en una sentencia dotada de un inmenso poder de persuasión.

El sistema socialista que habrá de sustituir al sistema capitalista, dice Engels en el Anti-Dühring, será un sistema en que el gobierno de los hombres será reemplazado por la administración de las cosas. Él mismo atribuye la idea a socialistas utópicos como Saint-Simon. Marx, por su lado, dejó dicho en La miseria de la filosofía que en el tiempo comunista que estaba por venir desaparecería lo político –el gobierno de unos hombres sobre otros- y en su lugar habría una sociedad dedicada a organizar la producción "sobre la base de una asociación libre". La máquina gubernativa quedará relegada al museo de las antigüedades en el final comunista de la historia.

En esta idea no se diferencian marxistas y anarquistas, como advierte incluso Lenin en El Estado y la Revolución. Es, pues, uno de los signos de identidad de la izquierda, al menos de la izquierda tradicional, pues es de suponer que ninguna de las socialdemocracias actuales, aunque proceden de ella, la defiende, salvo si siguen creyendo que la evolución de las cosas dará lugar, sin necesidad de una revolución violenta, a la debilitación progresiva del Estado y a la administración de las cosas de manera que unos hombres no tengan que ser gobernados por otros.

Dejar la política y dedicarse a la economía. Ahí estaría la clave para muchos. Reconózcase que las antiguas generaciones de izquierda pudieron encandilar a millones de individuos con la idea: supresión del Estado, igualdad real en el reparto de las riquezas, organización no coactiva de la producción, dedicación individual a las actividades por las que uno sienta inclinación… Una parte del día para pescar, otra para cazar, otra para hacer filosofía, dijo Marx… Un hombre de bien no puede menos que desear fervientemente este estado de cosas.

Pero se trata de algo completamente falso. Con la administración de las cosas es imposible que se desvanezca el gobierno de los hombres. No hay forma humana de que esto pueda suceder. En la utopía comunista o anarquista es necesario actuar en común, según dicen sus seguidores. Habrá que determinar entonces cómo hacerlo. Queda sentado que se habrá extinguido el gobierno de unos hombre sobre otros, pero cuando haya que dirigir los procesos de producción habrá que colocar a unos hombres en unos puestos y a otros en otros. Además, será preciso que alguien determine qué bienes deben producirse, en qué cantidad, a qué fines deben servir, qué productos son necesarios, qué otros no lo son, etc., todo lo cual es imposible que se ejecute si cada individuo se deja llevar de su libre voluntad y capricho. Puede hacerse, sí, esto último, pero entonces la sociedad tendrá que resignarse a la pobreza más extrema.

Organizar la producción y la distribución de los bienes no es otra cosa que imponer la voluntad de unos sobre otros. Lo económico implica lo político.

En resumen: no hay administración de cosas que no sea gobierno de hombres y la utopía que se encierra en el reverso de esta frase refleja la más completa vaciedad. Lo político –la organización del poder- no forma una esfera aparte de lo económico –la administración de los bienes.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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