Archivo de la categoría: Política

Regir el Estado correctamente es practicar la virtud de la prudencia política

Siete conclusiones provisionales

Antes de seguir adelante, expongamos las siguientes siente conclusiones provisionales:
1. La primera es que la Nación política es esencialmente republicana. Solamente si se derrotaba a las potencias enemigas se detenía la disolución de la Nación en el agua del Reino Absoluto, que podría haber adquirido la forma de una República Universal de Primates. Las potencias enemigas, no se olvide, apoyaban a la derecha reaccionaria o conservadora del interior. No es una casualidad que el mismo día en que el ejército prusiano era vencido en la batalla de Valmy, el 20 de septiembre de 1792, cuando las tropas de Kellerman gritaron “¡Viva la Nación!”, en vez de “¡Viva el rey!”, como hasta entonces habían hecho, se proclamara la República por una Asamblea de 750 diputados, cada uno de los cuales contaba con el atributo de la soberanía que antes había correspondido al rey.
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La Idea de nación

El curso del nacimiento de una Nación política se parece al curso de la constitución del Cuerpo Místico de Cristo. En palabras del Apóstol San Pablo: «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3, 28). De un modo semejante, se pudo decir (y Danton lo dijo casi literalmente) cuando se instauró la Nación francesa: “ya no hay normandos, ni corsos, ni burgundios, ni galos, pues somos todos franceses”. También cuando se instauró la Nación española: “ya no hay castellanos, catalanes o navarros, sino solo españoles”. En cierto modo lo dejó dicho el poeta portugués Luís Vaz de Camões o Camoens (1524 – 1580): “portugueses y castellanos, todos españoles”.
Estas reminiscencias teológicas en el terreno político no son casuales, pero no deben ser tratadas ahora. Quede claro en todo caso que para que naciera la Nación francesa había que dejar de lado los orígenes galos, normandos, etc., de los habitantes de Francia. La Nación política ofrecería a todos ellos un terreno nuevo, el terreno de una sociedad política de nuevo cuño de la que todos, clérigos, campesinos, burgueses, nobles, etc., todos los que luchaban contra el rey como soberano, contra la soberanía del rey, fueran miembros por igual.
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Nacimiento de la nación

La nación política francesa no surgió de una inexistente humanidad constituída por individuos universales desprovistos de tradición, lengua, religión, etc., sino de la monarquía borbónica, cuyos súbditos eran católicos, hablaban francés, estaban ordenados en grupos como familias, gremios, estados, etc. Lo que sucedió fue que, una vez que la tarea de análisis destruyó las paredes de estos grupos y puso a los individuos frente a frente como iguales entre sí, hubo que emprender la de síntesis, es decir, la vuelta a la composición de tales individuos en unidades mayores, y se halló que la anterior entidad política del Antiguo Régimen ya no existía y no hubo más remedio que refundir el todo en otra unidad, la nación.
Pero la nación no era histórica ni étnica. Esta clase de nación, a la que pretenden volver de manera ridícula los secesionistas españoles de la periferia, no constituye una entidad de orden político. Aunque los nombres coincidan, la nación política es una entidad de nuevo cuño que brotó de la monarquía anterior. Los revolucionarios pudieron quizá pensar que estaban creando una sociedad nueva a partir de la nada, pero era una ilusión. Ni en la historia ni en la naturaleza sucede nunca nada semejante. La monarquía del Antiguo Régimen se transformó en una Nación Republicana por obra de los jacobinos. Ello no significa que fuera nueva en algo más que en la doctrina que apoyó el nuevo orden de cosas, es decir, en la doctrina sobre la fuente de la soberanía, que para el Estado del Trono y el Altar era la teología política según la cual Dios da el poder directamente al monarca y para la nueva república es el pueblo, que ocupa el anterior lugar de Dios, el que lo da a quienes dicen estar en su lugar o representarlo. Ambas doctrinas son sumamente confusas, pero han tenido fuerza suficiente como para justificar regímenes políticos duraderos. La diferencia, con todo, era importante, pero era una diferencia que no traía consigo otras. Así, el nuevo orden conservó el centralismo administrativo que Luis XIV había puesto en marcha con suma eficacia. Los revolucionarios se encontraron con un poder que no habían soñado que fuera tan grande y se dedicaron a administrarlo según su criterio.
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La cuestión crucial

La Monarquía Francesa del siglo XVIII constaba de partes anatómicas que consistían en grupos, familias, estamentos, etc. La fase analítica fue la reducción de tal sistema político, que había llegado a su máxima expansión con Luis VIX, a sus partes atómicas. La finalidad era reducirlo a sus componentes o átomos humanos. Sin embargo, al llevar adelante el proceso se pensó que tales componentes no deberían ser distintos de los de cualquier otra monarquía o entidad política entonces existente. En otras palabras: una vez que el análisis hubiera llegado hasta el extremo de los individuos, tras la disolución de los grupos del Antiguo Régimen, se creyó que éstos habrían quedado diluidos en una Humanidad general, lo que tenía que impulsar a los revolucionarios no solo a eliminar las barreras entre grupos dentro de Francia, sino también las que separaban a la propia Francia de todas las demás Monarquías y Estados existentes. El camino emprendido por la Revolución no podía detenerse en los Pirineos, el Rhin o el Canal de la Mancha y tenía que extenderse a toda la Humanidad. Era la consecuencia lógica de la estructura de razón analítica propia de la Revolución, una consecuencia que hubo de plasmarse en la recliadad con las invasiones napoleónicas. Éstas no son, por tanto, otra cosa que la derivación necesaria del proyecto original de los girondinos.
La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 26 de agosto de 1789 había descubierto a los individuos. Pero sucedía que a partir de ellos era imposible reconstruir la Francia de la que se había partido. Las partes atómicas halladas en el análisis del todo imposibilitaban la reconstrucción de éste. Sucedía con ese hallazgo lo que sucede romper una vasija llena de agua después de sumergirla en un estanque: que las moléculas de agua de su interior no pueden distinguirse de las del estanque. Si los franceses hubieran sido tratados como átomos humanos, si se les hubieran restado todos los accidentes, como la lengua, la religión, las leyes, etc., que habían adquirido a lo largo del tiempo como súbditos de la anterior organización política de Francia, y cada uno de ellos hubiera sido reducido a su mera sustancia personal de ser humano en general, entonces se habrían borrado las fronteras del mapa y los hombres de Francia no se habrían podido distinguir de los restantes hombres del mundo. Pero eso no podía suceder, porque unos hombres reducidos a tal estado ya no son hombres, sino simios, y una república universal de simios es algo delirante.
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Límite del análisis

Las posiciones de izquierda nunca han sido las mismas a lo largo de la historia, pues han dependido de la zona en que en cada ocasión se librara la confrontación con las partes anatómicas de la sociedad política que no se dejaban disolver. Las pertenencias étnicas, gentilicias, nobiliarias, las agrupaciones de oficios, los estamentos, etc., no desaparecen por simple convocatoria. Es preciso reducirlas a la nada superando la fuerza que oponen. Una herramiento formidable para lograrlo fue la guillotina, otra las matanzas en masa a cañonazos. Entre los años 1793 y 1795 fueron empleadas en la liquidación de los átomos que, aun siendo hombres, no podían llegar al rango de ciudadanos por negarse a abandonar las partes anatómicas a que habían pertenecido siempre.
La actuación de estas maneras de convertir a los átomos humanos en partes del todo que entonces se estaba gestando fueron ciegas al principio, pues, siendo propias de la fase analítica, no puede fácilmente tener presente el carácter que debe revestir cada parte del todo. Al romper el jarrón se puede tener el cuidado de no destruir las señales del “orden y posición” que cada trozo resultante tiene en el conjunto o bien se puede romper en trozos tan diminutos como partículas de polvo y entonces se habrá prescindido del todo inmediato y se estará pensando tal vez en un todo universal, cósmico, etc.
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Las racionalizaciones políticas

Las racionalizaciones políticas han seguido escasas veces el canon de la holización. Nunca o casi nunca han pretendido llegar al individuo, pese a las notables incursiones del estoicismo y el cristianismo. Ambos movimientos se dirigen a los hombres en cuanto hombres. Como Antonino, soy romano, como hombre soy cosmopolita, venía a decir Marco Aurelio. Y San Pablo afirmaba que ya no hay griego, ni judío, ni gentil, decía San Pablo. En las ideas del emperador y del apóstol solo hay hombres. Pero, si bien han logrado ser la fuente de inspiración de varias doctrinas políticas, no pueden ser tenidas aquí en cuenta por no constituir el fundamento constituyente de ninguna comunidad política.
Es a finales del siglo XVIII cuando se pone en marcha la primera racionalización política según el modelo atómico, que ha expuesto Louis Dumont en Homo Æqualis I: genèse et épanouissement de l’idéologie économique, Paris, Gallimard/BSH, 1978. Hasta ese momento se había seguido siempre el modelo anatómico de partes diferenciadas y desiguales, expuesto por el mismo autor a propósito del sistema tradicional de castas de la India en Homo hierarchicus. Essai sur le système des castes, Paris, Gallimard, 1971. Aunque en la actualidad nos hallamos todos en un proceso de división atómica, se sigue conservando la nomenclatura anterior. Se dice, por ejemplo que el ejército es la columna vertebral del Estado, que la familia es la célula de la sociedad, etc.
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