El revolucionario

Frisaría los veintitantos o treinta cuando, abandonados ya los libros religiosos, había tomado otros. Él estaba seguro de pertenecer a una época de hierro, desgraciada, pero una época de parto. Los dioses, o Dios, habíanse esfumado y estaba próxima la Verdad del Hombre, que caminaba con paso quedo en la oscuridad, cada vez más cerca. Sólo era preciso apresurar su paso.

El nuevo Dios llegaría al rayar el alba y, lo mismo que la luz del Sol difumina las candelas particulares, privadas, con que cada cual creer iluminar su vida y promover su felicidad, apagaría todas las esperanzas ilusorias, subjetivas, y resplandecería la Verdad Universal. Era el nuevo Dios, el definitivo. Su evangelista lo había anticipado ya con el saber propio de la ciencia. Creyó en Él, creyó en la Revolución, en el nuevo Sol que venía a iluminar a todos después de la muerte del viejo Dios. Sigue leyendo

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Las feministas

Habían pasado unos pocos días desde mi última visita a la cafetería de aquel hotel. Me senté a la mesa de siempre. A través de los cristales pude ver el almendro en flor, anuncio de una pronta primavera. En la mesa contigua estaban las dos damas. La que había hablado sobre el feminismo como una forma del resentimiento seguía aduciendo razones, ahora de tipo social y económico.

«Es fácil probar, decía, que el feminismo no es causa, sino efecto, en lo social y económico, de algo que las secuaces de esta ideología desconocen, seguramente de modo voluntario. Sigue leyendo

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Los hombres puros no pecan

Viajero, si vas alguna vez a Münster no dejes de visitar la plaza de san Lamberto, que acoge una bella iglesia-catedral consagrada al santo. Te deseo una mañana luminosa, con una temperatura suave y un cielo azul, para que puedas tomar tranquilamente un café con alguno de los buenos dulces que un camarero cortés te servirá, al aire libre, en una de esas terrazas que te recordarán las de Madrid, Sevilla o Málaga. Te aseguro que no te será fácil hallar un paisaje urbano más grato a los sentidos.

Desde tu mesa, con la taza en la mano, podrás examinar el magnífico templo gótico que tendrás enfrente, con su hermosa torre enhiesta, que se alza por encima de todos los demás edificios. Recorre con tu mirada esa torre, que algo llamará inevitablemente tu atención: encima del reloj, prendidas del campanario, hay tres jaulas de hierro; cada una tiene el tamaño de un ataúd. En esas jaulas se expusieron un tiempo los cadáveres de Juan de Leyden, llamado Jan Bockelson, Bernt Kniperdollink y otro dirigente anabaptista cuyo nombre no ha guardado la historia. Fijaron esas jaulas al campanario el mes de enero de 1536. Ese mes fue el final de una pesadilla que había asolado la ciudad desde febrero de 1534, cuando Bockelson y sus apóstoles comenzaron a proclamar por las ciudad la inminente destrucción del mundo y la salvación exclusiva de Münster, que se había de convertir en la Nueva Jerusalén. En ella, que entonces contaba con unos 10.000 habitantes, habrían de vivir solamente los Santos de Dios durante los mil años que iban a comenzar de inmediato, mil años previos a la entrada definitiva en la eternidad. El poder de la oratoria de Bockelson, su magnífica presencia física y la fuerza de su fe arrastraron a las gentes a arrepentirse de sus pecados y hacer penitencia con el fin de entrar puros y santos en el Nuevo Reino, del que Bockelson era el profeta. Hubo algunos que tenían visiones apocalípticas, otros que se arrojaban al suelo exhalando gritos y espumarajos por la boca, otros que entraban en éxtasis, etc., y casi todos se declararon fieles seguidores de aquel profeta de la Nueva Edad. Sigue leyendo

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La guerra de Ucrania

Las naciones europeas han puesto todo su empeño en liquidarse unas a otras durante demasiado tiempo. Un ejemplo: después de más de cien años de guerra entre mediados del siglo XVI y mediados del XVII, una vez que comprobaron que no podían destruirse, acordaron la Paz de Westfalia, de donde surgió un orden que consistía en vigilarse unas a otras para evitar que ninguna se alzara con la hegemonía sobre las demás. En realidad, seguían estando en guerra, si, como advirtió Hobbes, guerra no es batalla, sino disposición a batallar cuando no hay garantía de paz. Tampoco un día nublado tiene que ser un día de lluvia, sino de amenaza de lluvia.

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La liberación de los hombres

Entre los años 1965 y 1969 el 59% de las novias de raza blanca y el 25% de las de raza negra llegaron embarazadas al altar en los Estados Unidos, según los cálculos de Janet Jellen, Georg Akerlof y Michael Katz. En ese cálculo hay que resaltar dos notas. La primera es una constatación que trasluce en él: que las relaciones prematrimoniales eran generalizadas en aquellos años. La segunda, más llamativa y sólo en apariencia contrapuesta a la anterior, es que llegaban al altar, es decir, que los hombres se declaraban responsables del cuidado de sus novias y del niño que llevaban en su vientre.

El papel de la mujer en el parentesco es biológico. De ahí las él brota un impulso muy fuerte para el cuidado de su prole, impulso que es imprescindible para la continuidad de la sociedad. El del hombre no es biológico, sino social o moral. Es necesario que haya en su medio social un conjunto de principios de conducta que le inciten a cuidar de la madre y del niño, porque si no lo hace corre peligro la continuidad de la sociedad. En algún momento de la historia de la humanidad, dice la antropóloga Margaret Mead, se hizo un grandioso descubrimiento: las sociedades tienen que inducir en los varones el deber de aportar cuidados y recursos a las madres y a sus hijos.

 

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El relato

“Relato” es la palabra clave. Roland Barthes, que la extrajo de las obras estrictamente literarias, la puso en circulación y la aplicó a todas las formas de comunicación. Hay innumerables formas de relatar algo, decía, tanto en el lenguaje oral como en el escrito.

Están las imágenes, los mitos, las fábulas, los cuentos, las ficciones, las narraciones, las leyendas, las historias. Los relatos se hallan en la comedia, la tragedia, el cine, las noticias del telediario (donde suele contarse una historia que empieza mal y acaba bien; observen con atención), los cuadros, etc. Están por todas partes y en todas las sociedades. Todo grupo tiene su historia, que sus componentes usan como señal de identidad. El relato está siempre ahí, por encima de naciones y culturas.

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Ratzinger

Cada hombre es la vida que ha vivido. Cada hombre se completa el día último. Vivir ha sido, para Ratzinger, llevar adelante su tarea, tallar su persona a fuerza de perseverancia y lucidez. Es una de esas personalidades que se cuentan entre las mejor talladas de las sociedades. En el clero católico no escasean. Brillan y se conocen mejor las que han tenido cargos de obispo, cardenal o papa, pero es porque lo que está en algo se ve a lo lejos, en tanto que lo que está más abajo suele pasar desapercibido.

Los individuos de esta clase han logrado una vigorosa excelencia y una atractiva nobleza. Su rostro y sus ademanes reflejan el poder que ejercen sobre su ser y su acción. Su trato es amable. Escuchan a otros con atención y hablan lo preciso. A veces son incluso bondadosos, lo que oculta un carácter firme y una mente enérgica. Pueden sufrir titubeos y vacilaciones, pero a la larga delinean una biografía recta, enderezada a un fin que han logrado no perder de vista, haciendo de ella una obra perfecta. No de otro modo extrae el escultor su estatua del duro mármol, a golpe de martillo y escoplo, limando las asperezas con esmero y sosiego. Sigue leyendo

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Esclavos: ¿indios y negros?

Suele ligarse la esclavitud a la ejercida sobre indios y negros, pero hay motivos para poner en duda esa generalización. La esclavitud ha sido una práctica mucho más extensa e intensa de lo que se suele creer. Casi nunca tuvo que ver con el racismo, sino con necesidades económicas y militares. Un buen ejemplo de esto fueron las antiguas Grecia y Roma, cuyos esclavos no lo eran por ser de otra raza. Otro ejemplo es el de los pueblos del territorio de los actuales Estados Unidos antes de la llegada de los europeos, cuando unas poblaciones indígenas esclavizaban a otras. Muchos pueblos africanos esclavizaron también a otros africanos. Los musulmanes y los árabes hicieron lo mismo durante muchos siglos.  Sigue leyendo

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Ratzinger: creyentes y ateos

Se piensa que hay dos clases nítidamente separadas: a un lado los que tienen fe y al otro los que no, a los que se suman los agnósticos.

Pero Ratzinger piensa que esa no es la realidad de nuestro tiempo. En su Introducción al cristianismo, cap. 1., “La fe en el mundo de hoy”, presenta al creyente como un náufrago sujeto a un madero flotando en la nada, a punto de hundirse en cualquier momento, intuyendo que la cruz es más fuerte, pero que el vacío amenaza su ser. En un mar de inseguridad se mantiene a duras penas el creyente, diana de todas las impugnaciones y negaciones de su fe. Podría pensarse que el que no tiene fe vive en su increencia sin problemas. Es verdad que él no suele estar cuestionado por los demás, por las ideologías del presente, porque hoy es su posición la que recibe aprobaciones y parabienes, porque él no necesita dar razones de su ateísmo o agnosticismo y goza de la aquiescencia general. Sigue leyendo

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Nación y ley

La libertad. Delacroix

Ningún hombre tiene derecho de dominio sobre otro hombre. En el orden natural nadie viene obligado a estar a disposición de otro, dice san Agustín en De civitate Dei. Con todo, es necesario vivir en comunidad, porque el estado de anarquía lleva a la más extremada dependencia y esclavitud.

En un estado así hay que pertenecer a alguno de los grupos que se forman de manera espontánea, pero las normas de los grupos son mucho más crueles que las de una comunidad política. En la banda de los cuarenta ladrones se castigaba con la muerte la simple sospecha de delación y algunos grupos religiosos prometen penas eternas por delitos que la ley civil deja al arbitrio del sujeto. Para no ser matados o esclavizados por cosas de poca monta, pese a lo que cree el anarquista, econveniente y bueno pertenecer a una comunidad política. Sigue leyendo

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