Se piensa que hay dos clases nítidamente separadas: a un lado los que tienen fe y al otro los que no, a los que se suman los agnósticos.
Pero Ratzinger piensa que esa no es la realidad de nuestro tiempo. En su Introducción al cristianismo, cap. 1., “La fe en el mundo de hoy”, presenta al creyente como un náufrago sujeto a un madero flotando en la nada, a punto de hundirse en cualquier momento, intuyendo que la cruz es más fuerte, pero que el vacío amenaza su ser. En un mar de inseguridad se mantiene a duras penas el creyente, diana de todas las impugnaciones y negaciones de su fe. Podría pensarse que el que no tiene fe vive en su increencia sin problemas. Es verdad que él no suele estar cuestionado por los demás, por las ideologías del presente, porque hoy es su posición la que recibe aprobaciones y parabienes, porque él no necesita dar razones de su ateísmo o agnosticismo y goza de la aquiescencia general. Sigue leyendo