Tomás de Aquino y los tontos

Sé que has decidido leer a Tomás de Aquino y que para empezar has comprado la Summa contra gentiles. Como sabes que tengo afición al buey mudo y que he dedicado largas y gratas horas al estudio de algunas obras suyas, quiero hoy enviarte unas breves consideraciones sobre algo que es de tu interés. Yo las he hallado al pasar. No las echarás en saco roto, habida cuenta de que, socrático como eres, te has mostrado muchas veces convencido de que no hay tonto bueno, aforismo que tú aplicas a toda esa multitud que lucha denodadamente por el poder, entre los que, según tú, abundan ambos géneros de tontos y de malos. Sigue leyendo

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Gustavo Petro

“Y si habla mal de España, es español”. No falla. Pocas verdades hay tan seguras como ésta desde hace varios siglos, desde que España fue un Imperio Generador. La profieren de vez en vez ciertos individuos cuyos antepasados biológicos de hace cinco siglos marcharon a las Américas y las civilizaron, dándoles lengua, religión (la religión verdadera), arte, derecho, arquitectura, universidades y moral. Individuos cuyos antepasados biológicos de hace dos siglos decidieron que era conveniente separarse de la Madre Patria y fundar sus predios propios y exclusivos, unas veces para no tener que aceptar la Constitución liberal de Cádiz, como fue el caso de Méjico, otras para entregarse al Imperio Inglés, como fue el de Colombia y los demás. Sigue leyendo

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Vientres de alquiler

Leni Riefenstahl hizo el año 1934 el mejor documental de la historia del cine, un trabajo de una fascinación perturbadora, como dijo Fernández Santos, “de nazis, para nazis, sobre nazis”, como dijo Hitler. Su título es: El triunfo de la voluntad.

Era un título nietzscheano, lo que no quiere decir que las ideas de Nietzsche, cuya inteligencia se había oscurecido 45 años antes, apuntaran a algo como el movimiento nacional-socialista. Las ideas de un filósofo pueden encontrarse tiempo después en un movimiento social o político posterior porque dicho movimiento así lo haya decidido, no porque él tuviera nada que ver. En la historia son las hijas las que engendran a las madres, dijo Hegel con razón. Sigue leyendo

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De la maternidad subrogada y algún otro grave asunto

Lo primero que llegó a mis oídos fue que la madre había concebido un niño en el vientre de otra mujer con un óvulo propio y esperma de su propio hijo. Yo pensé en Edipo -esposo de su madre, hermano de sus hijos, etc.- y el aviso de Tiresias, el adivino ciego que veía mejor que él: “no quieras saber quién eres”.

La biotecnología, sin embargo, puede haber superado a Sófocles y haber hecho del parentesco algo más intrincado y terrible. Cuando supe que en este caso no había sido así, pues la madre no había puesto su propio material genético para engendrar a la criatura, no dejé de sentir cierta inquietud, porque estoy seguro de que han sucedido muchos casos de los que no tenemos noticia, de aquellos que ponían espanto en el ánimo de los atenienses antiguos. Sigue leyendo

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El viaje como síntoma epocal

Los viajes son hechos de no mucha importancia, pero son símbolos, entre otros que podrían elegirse, que muestran la diferencia esencial entre épocas de la historia. Mencionaré dos que recuerda Azorín en el capítulo IX de El alma castellana y que él extrae de El devoto peregrino, un libro de Fray Antonio del Castillo muy leído en su tiempo, y del Libro de las fundaciones, Vidas, Cartas, de Teresa de Jesús. Luego aludiré a otro que viene en la Wikipedia, que otros llaman Vulgopedia.

Del primero hay impresión en Gerona, el año 1699, que puede hallarse aún en Internet. Es el caso que el año 1626, en Granada, el padre prior del monasterio pide a Fray Antonio que vaya a un convento que la orden tiene en Tierra Santa. El fraile recibe la petición de rodillas, según imposición libremente elegida, y se pone en camino hacia Alicante el dos de julio. Sus avíos son pocos y sencillos: “un hábito, túnica y manto y una alforjilla en que llevaba unos paños menores, dos pañuelos, hilo, pedernal, eslabón y yesca y otras cosillas necesarias para el camino”, según cita de Azorín. El fraile va solo y a pie. No encuentra en Alicante las galeras que podrían llevarlo a través del mar. Marcha hasta Valencia. Tampoco aquí las halla. Va a Vinaroz, con el mismo resultado. Luego va a Barcelona, donde llega el 29 de agosto. Sigue leyendo

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El revolucionario

Frisaría los veintitantos o treinta cuando, abandonados ya los libros religiosos, había tomado otros. Él estaba seguro de pertenecer a una época de hierro, desgraciada, pero una época de parto. Los dioses, o Dios, habíanse esfumado y estaba próxima la Verdad del Hombre, que caminaba con paso quedo en la oscuridad, cada vez más cerca. Sólo era preciso apresurar su paso.

El nuevo Dios llegaría al rayar el alba y, lo mismo que la luz del Sol difumina las candelas particulares, privadas, con que cada cual creer iluminar su vida y promover su felicidad, apagaría todas las esperanzas ilusorias, subjetivas, y resplandecería la Verdad Universal. Era el nuevo Dios, el definitivo. Su evangelista lo había anticipado ya con el saber propio de la ciencia. Creyó en Él, creyó en la Revolución, en el nuevo Sol que venía a iluminar a todos después de la muerte del viejo Dios. Sigue leyendo

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Las feministas

Habían pasado unos pocos días desde mi última visita a la cafetería de aquel hotel. Me senté a la mesa de siempre. A través de los cristales pude ver el almendro en flor, anuncio de una pronta primavera. En la mesa contigua estaban las dos damas. La que había hablado sobre el feminismo como una forma del resentimiento seguía aduciendo razones, ahora de tipo social y económico.

«Es fácil probar, decía, que el feminismo no es causa, sino efecto, en lo social y económico, de algo que las secuaces de esta ideología desconocen, seguramente de modo voluntario. Sigue leyendo

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Los hombres puros no pecan

Viajero, si vas alguna vez a Münster no dejes de visitar la plaza de san Lamberto, que acoge una bella iglesia-catedral consagrada al santo. Te deseo una mañana luminosa, con una temperatura suave y un cielo azul, para que puedas tomar tranquilamente un café con alguno de los buenos dulces que un camarero cortés te servirá, al aire libre, en una de esas terrazas que te recordarán las de Madrid, Sevilla o Málaga. Te aseguro que no te será fácil hallar un paisaje urbano más grato a los sentidos.

Desde tu mesa, con la taza en la mano, podrás examinar el magnífico templo gótico que tendrás enfrente, con su hermosa torre enhiesta, que se alza por encima de todos los demás edificios. Recorre con tu mirada esa torre, que algo llamará inevitablemente tu atención: encima del reloj, prendidas del campanario, hay tres jaulas de hierro; cada una tiene el tamaño de un ataúd. En esas jaulas se expusieron un tiempo los cadáveres de Juan de Leyden, llamado Jan Bockelson, Bernt Kniperdollink y otro dirigente anabaptista cuyo nombre no ha guardado la historia. Fijaron esas jaulas al campanario el mes de enero de 1536. Ese mes fue el final de una pesadilla que había asolado la ciudad desde febrero de 1534, cuando Bockelson y sus apóstoles comenzaron a proclamar por las ciudad la inminente destrucción del mundo y la salvación exclusiva de Münster, que se había de convertir en la Nueva Jerusalén. En ella, que entonces contaba con unos 10.000 habitantes, habrían de vivir solamente los Santos de Dios durante los mil años que iban a comenzar de inmediato, mil años previos a la entrada definitiva en la eternidad. El poder de la oratoria de Bockelson, su magnífica presencia física y la fuerza de su fe arrastraron a las gentes a arrepentirse de sus pecados y hacer penitencia con el fin de entrar puros y santos en el Nuevo Reino, del que Bockelson era el profeta. Hubo algunos que tenían visiones apocalípticas, otros que se arrojaban al suelo exhalando gritos y espumarajos por la boca, otros que entraban en éxtasis, etc., y casi todos se declararon fieles seguidores de aquel profeta de la Nueva Edad. Sigue leyendo

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La guerra de Ucrania

Las naciones europeas han puesto todo su empeño en liquidarse unas a otras durante demasiado tiempo. Un ejemplo: después de más de cien años de guerra entre mediados del siglo XVI y mediados del XVII, una vez que comprobaron que no podían destruirse, acordaron la Paz de Westfalia, de donde surgió un orden que consistía en vigilarse unas a otras para evitar que ninguna se alzara con la hegemonía sobre las demás. En realidad, seguían estando en guerra, si, como advirtió Hobbes, guerra no es batalla, sino disposición a batallar cuando no hay garantía de paz. Tampoco un día nublado tiene que ser un día de lluvia, sino de amenaza de lluvia.

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La liberación de los hombres

Entre los años 1965 y 1969 el 59% de las novias de raza blanca y el 25% de las de raza negra llegaron embarazadas al altar en los Estados Unidos, según los cálculos de Janet Jellen, Georg Akerlof y Michael Katz. En ese cálculo hay que resaltar dos notas. La primera es una constatación que trasluce en él: que las relaciones prematrimoniales eran generalizadas en aquellos años. La segunda, más llamativa y sólo en apariencia contrapuesta a la anterior, es que llegaban al altar, es decir, que los hombres se declaraban responsables del cuidado de sus novias y del niño que llevaban en su vientre.

El papel de la mujer en el parentesco es biológico. De ahí las él brota un impulso muy fuerte para el cuidado de su prole, impulso que es imprescindible para la continuidad de la sociedad. El del hombre no es biológico, sino social o moral. Es necesario que haya en su medio social un conjunto de principios de conducta que le inciten a cuidar de la madre y del niño, porque si no lo hace corre peligro la continuidad de la sociedad. En algún momento de la historia de la humanidad, dice la antropóloga Margaret Mead, se hizo un grandioso descubrimiento: las sociedades tienen que inducir en los varones el deber de aportar cuidados y recursos a las madres y a sus hijos.

 

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