Los momentos originales más importantes del espíritu humano nos son desconocidos.
Ninguna noticia cierta poseemos de los momentos primigenios en que el espíritu humano comenzó su andadura histórica. Aquellos instantes en que lo humano se elevó sobre la pura vida natural están envueltos en sombras tan espesas que apenas si podemos aventurar conjetura. El curso mismo de los progresos interiores del alma —la evolución de la conciencia, del sentido, del símbolo— nos es tan desconocido como el instante del primer alba. Solo los resultados, dispersos y mudos, nos son dados, como frutos de un árbol cuyo tronco se halla sumido en las tinieblas del tiempo. Y es de estos frutos, de estas obras, de estas huellas, de donde debemos inferir las raíces invisibles de la humanidad¹.
Preguntamos, pues, por lo esencial: ¿qué fue aquello que en la noche de la prehistoria hizo del hombre hombre? ¿Qué impulso le llevó a producir y articular su propio mundo, a crearlo en lugar de habitarlo meramente? ¿Qué inventó, qué descubrió al enfrentarse al peligro, en la lucha, en el miedo o en la osadía? ¿Cómo se forjaron los vínculos entre los sexos, la relación con la madre, con el padre, con la muerte y el nacimiento? La historia calla. Pero el alma filosófica interroga, y acaso los siguientes signos nos aproximen a lo esencial:
1. El dominio del fuego y del instrumento.
No puede llamarse propiamente hombre aquel viviente que no se sirve del fuego ni fabrica herramientas. En ambos casos se trata de una prolongación de su cuerpo por medio del arte. El fuego —que transforma, cuece, ilumina y protege— representa el primer pacto del hombre con los elementos². Y el utensilio, su brazo alargado, manifiesta una inteligencia que modifica el mundo para sí³.
2. La palabra articulada.
No es mero signo lo que el hombre profiere, ni simple gesto expresivo. A diferencia de los animales, cuya comprensión mutua reposa en la exteriorización instintiva, el hombre introduce el logos: sentido objetivo, pensamiento comunicable, que da nombre a lo invisible y se hace reflejo de lo que hay⁴. El lenguaje es la manifestación eminente de su espíritu⁵.
3. La represión formativa.
El hombre no se limita a seguir sus impulsos, sino que los contiene, los modula, los somete a norma. Así surgen los tabúes, los ritos, las formas. Esta capacidad de artificio —de interponer una figura entre el deseo y su objeto— es signo de su diferencia⁶. El hombre no es solo naturaleza; es, sobre todo, quien puede no serlo. Su esencia es su artificiosidad⁷.
4. La comunidad consciente.
No está edificada la sociedad humana sobre el instinto, como en los insectos, ni sobre la jerarquía efímera, como en muchos mamíferos. La humanidad funda su convivencia en el sentido, en la elección, en la memoria. La camaradería varonil, que vence la rivalidad sexual sin abolir la sexualidad, permitió la constitución de grupos estables que hicieron posible la historia⁸. El varón que se alía a sus semejantes, no por necesidad biológica sino por voluntad de orden, da lugar a la polis⁹.
5. El mito originario.
Finalmente, el hombre habita en imágenes. Su existencia se halla guiada por narraciones, por visiones, por símbolos que articulan familia, trabajo, sociedad, combate. Estas imágenes, aunque puedan interpretarse infinitamente, no son invenciones arbitrarias: conllevan conciencia del ser y de sí, y brindan orientación y seguridad¹⁰. Desde los albores hasta el presente, el hombre vive en ese mundo de mitos. Y aunque las hipótesis de Bachofen sobre el matriarcado puedan discutirse en lo histórico, no por ello dejan de haber tocado algo verdadero y profundo: que el hombre es un ser simbólico, y que sus estructuras no se entienden sin sus relatos fundacionales¹¹.
Notas
- Cf. Leroi-Gourhan, André, Le geste et la parole, vol. I: Technique et langage, Paris, Albin Michel, 1964.
- Véase Eliade, Mircea, El mito del eterno retorno, trad. de J. A. Bravo, Madrid, Alianza, 1991, cap. I.
- Gehlen, Arnold, El hombre. Su naturaleza y su posición en el mundo, Alianza, Madrid, 1993.
- Cassirer, Ernst, Filosofía de las formas simbólicas, vol. I: El lenguaje, FCE, México, 2001.
- Portmann, Adolf, Biología y estructura. Ensayo sobre el hombre y su posición en la naturaleza, Herder, Barcelona, 1965.
- Lévi-Strauss, Claude, El pensamiento salvaje, Fondo de Cultura Económica, México, 1993.
- Gehlen, El hombre, op. cit., pp. 53–59.
- Girard, René, La violencia y lo sagrado, trad. de R. Resina, Anagrama, Barcelona, 2005.
- Vernant, Jean-Pierre, Los orígenes del pensamiento griego, Ariel, Barcelona, 1992.
- Cassirer, El mito del Estado, trad. de J. Gaos, FCE, México, 2005.
- Bachofen, J. J., El matriarcado, Akal, Madrid, 2013 (ed. resumida y anotada por G. Jung).