Se ha elevado a Dugin a la condición de filósofo. Si eso fuera un error, porque él no fuera efectivamente un filósofo, sino un ideólogo, sólo sería un error corriente, porque hoy todo ideólogo pasa por filósofo. También se le ha elevado a la condición de cerebro pensante de Putin. Eso ya no es corriente. Habría que dilucidar si Putin tiene necesidad de un filósofo, o de un ideólogo, que le dé pensadas las cosas que él se trae entre manos. Y parece que sí, pues en cierto momento tuvo que recurrir a conceptos con los que revestir sus acciones.
Son dos cosas que yo no veo con claridad: la primera, si Dugin es en verdad un filósofo y, en caso de serlo, qué clase de filósofo es, y la segunda, qué ideas se le han metido a Putin en la cabeza, procedan de donde procedan. Como es un asunto algo enrevesado y largo, habrá que ir por partes.
Hoy me dedicaré solamente a dar unas pinceladas que acaso sean útiles para delinear la figura, filosófica o ideológica, de Dugin. Luego veré qué hago con lo demás, que en todo esto hay mucho hilo que desenredar.
Lo primero que habría que tener en consideración es que Rusia fue, entre los países europeos, el primero que trató de detener el tiempo, una tarea que emprendieron sus gobernantes a finales del siglo pasado y principios del actual. Detener el tiempo significa no esperar nada del futuro, como prometía el comunismo soviético, porque todo lo esperado resultó ser un fracaso, sino retener lo pasado, incluyendo cosas como la Iglesia Ortodoxa, las tradiciones rusas, el alma eslava, el comunismo soviético (también el fracasado comunismo soviético), etc. Los gerifaltes del Kremlin, o que moraban en sus aledaños, descubrieron de pronto, cuando todo lo anterior estaba perdido, que el pasado es una riqueza que hay que proteger y en esa empresa andan metidos ahora Putin y sus secuaces.
Pero la Rusia oficial no recurrió entonces a Dugin, sino a Iván Ilyin, para tener algo con lo que incorporar esos propósitos en algún mapa de conceptos. Alguna vez habrá que dedicar un tiempo también a este personaje.
Dugin cobró relevancia más tarde.
La detención del tiempo por parte de los antiguos miembros del KGB y los nuevos oligarcas -valga la redundancia- que se han alzado con el poder en Moscú lleva consigo dos ideas: la maldad de Occidente (Europa y Estados Unidos), que pretende destruir la pureza inmaculada de Rusia y la perversión de… los judíos. Sí, de los judíos. Es un recurso que no se agota. Estas ideas han cobrado fuerza después del año 2010, cuando se abrieron paso el eurasianismo, una amalgama de ideas de Gumiliov en defensa del pasado ruso, y el nazismo “a la rusa” de Dugin. Entonces eran distintos.
Dugin no fue uno de los primeros eurasianistas, pero ahora parece haberse incorporado al grupo. De las pinceladas sobre su figura que he anunciado, procedentes de T. Snyder, resalto las siguientes.
La primera es que él era un vástago antisistema de la Unión Soviética que en su juventud rebelde tocaba la guitarra y cantaba canciones cuyo contenido era matar a millones de personas en hornos. ¿Pecados de juventud? Seguramente. En esos años no debía estar entregado a la meditación filosófica.
Luego cayó la URSS y Dugin, además de inspirarse en varios autores «occidentales», viajó a Europa, donde, pese a la integración de las naciones y a su decidido intento de superar las catástrofes del XX, aún pudo encontrar algunos nostálgicos que veían en las nuevas relaciones entre países el resultado de una conjura planetaria. Dio primero con las ideas de Miguel Serrano, un filósofo nazi chileno adepto al ocultismo, que propugaba la superioridad de la raza aria por su origen extraterrestre y negaba el holocausto judío. Este hombre desempeñó cargos como la embajada de de Chile en la India, en Austria, en Yugoslavia, en la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, etc. Valga esto como segunda pincelada.
La tercera pudo ser su relación con el francés (nacido en Rumanía) Jean Parvulesco, un seguidor de la teoría de la conspiración, que le convenció de que las gentes que han fundado su poder en el dominio del mar, como Inglaterra y Estados Unidos (¿también España?) han sido abducidas por ideas abstractas, judías, alejadas de las verdades terrenales. Las gentes que han fundado su poder en la tierra, los eurasianistas, por el contrario, están en la verdad o muy próximos a ella. Según parece, Alain de Benoist, que encabezaba la Nouvelle Droite, un movimiento que muchos califican de neofascista, se encargó de explicarle estas ideas con algo de detalle.
Otra pincelada, un tanto siniestra, es que en aquellos años, los noventa, Dugin escribía con el seudónimo Sievers, tomado de Wolfram Sievers, un nazi alemán que fue condenado en el Juicio de los doctores, el primero de los doce juicios por crímenes de guerra y contra la humanidad habidos en Núremberg, y ejecutado por ahorcamiento el año 1947: conservaba en su poder una colección de huesos de judíos asesinados, llamada Los 86, con cuyos dueños, vivos y no vivos, había hecho no sé qué experimentos delirantes. La colección Los 86 se conserva en el Instituto Anatómico de la Universidad de Estrasburgo.
Armado con los conceptos que entonces fue gestando fundó con Limónov, que decía de él que era el “san Cirilo y san Metodio del fascismo”, el Partido Nacional Bolchevique. Predicaba la necesidad de un fascismo rojo y sin fronteras. El argumentario del partido no era muy sutil, que digamos: las clases medias son malvadas, la democracia es un engaño, síntoma de una catástrofe inminente, Lucifer impera en Europa, USA es malvada, Rusia inocente, etc.
Con estos trazos fue configurándose el cuerpo doctrinal del actual Dugin. Mencionaré otro de la mayor importancia, y es que tanto él como antes Ilyin, habían aprendido mucho de Carl Schmitt, el filósofo político nazi. Lo que prima en Schmitt es la idea de que el concepto de territorio estatal es un concepto vacío y que lo importante es el deseo de un grupo cultural de adquirir más y más tierras, por lo que el poder sobre el inmenso continente euroasiático debe ser para quien se apropie de él. También se halla en él la idea de que los imperios marítimos son portadores de normas judías, abstractas, y de que los grandes espacios terrestres deben prescindir de potencias ajenas. En otras palabras: Estados Unidos debe desaparecer de Europa.
Falta mencionar, por último, el influjo que dice haber recibido de Heidegger, pero como cualquier relación con este filósofo es de mucha mayor enjundia, me referiré a ella en otro momento.
El destino euroasiático incluía a Ucrania, dice el sermoneo de Dugin, así que esta nación debía dejar de ser independiente. En consecuencia, había que desintegrarla y rusificarla. Estas cosas las predicaba mucho antes de que Putin, después del problema en que metió a Rusia el año 2012, cambiara por completo su orientación y empezaran a aparecer en sus discursos conceptos procedentes, entre otros, de Dugin.
A éste, que había fundado en 2005 un movimiento por la destrucción de Ucrania como nación, le cupo la gloria de anticipar en el 2009 la guerra por la conquista de Crimea y el este de dicha nación, lo que sucedió en 2014.
Y en ello sigue. Sus llamadas de estos meses a la guerra y la victoria de Rusia sobre Ucrania son conocidas por todos y secundadas por muchos de dentro y fuera de nuestras fronteras. Todos ellos tiran piedras contra nuestro propio tejado.
(Publicado en Minuto Crucial)