Representa a alguien el que hace algo en nombre y por cuenta de él. El origen de esta peculiar relación humana está en el contrato de mandato entre particulares, por el que el mandante encarga al mandatario que haga por él cierta cosa según su deseo. Sobre esa plantilla se generaron las Cortes, Estados Generales y Dietas de la Edad Media, y todos ellos fueron a parar a los parlamentos actuales, pero no antes de hacer que la soberanía pasara del monarca absoluto a la nación, al pueblo. La soberanía pertenece desde entonces a la totalidad, pero se tiene que expresar a través de alguna parte suya de modo que las acciones de ésta se imputan a aquélla. No otra cosa es la representación política. La cual no pasa de ser un ensueño tan extendido y carente de fundamento como la antigua teología política que dio respaldo a las monarquías absolutas.
Un partido que gana unas elecciones no representa a la totalidad. Si la representara, los partidos de la oposición se estarían oponiendo a la voluntad general. Menos aún la representa el que pasa a la oposición. Ni siquiera corre a cargo de todos los partidos, de todas las facciones que componen la cámara legislativa. Si no la representan cada uno por su lado, ¿cómo es posible que lo hagan todos juntos, puesto que son contrarios entre sí? Si, pese a todo, se concediera que la voluntad de la nación está representada por el conjunto de los partidos, se estaría concediendo que tal voluntad es contraria a sí misma, lo cual es un despropósito. Además, los partidos políticos no hacen lo que hacen por mandato popular. En todo caso, la realidad es justamente la contraria, pues son ellos, o mejor, una camarilla de cada uno, quienes tienen planes que luego ejecutan si pueden, aunque, eso sí, presentándolos como voluntad nacional.
Esta argumentación ha sido llevada hasta su final absurdo por Gustavo Bueno.
Éste es un embrollo en el que se cae por creer en la existencia de algo llamado “voluntad popular” y pensar que los grupos políticos la representan. Más entrado en razón es comprender que en este juego político nadie representa a nadie, que ni el llamado pueblo toma decisiones que luego encomienda a sus delegados o representantes y que ni siquiera las toma el partido que ha ganado unas elecciones, sino una camarilla que la impone a sus correligionarios y luego, si puede, a la cámara legislativa, convirtiéndolas en leyes. Siendo, así las cosas, el gobernante que diga que hace lo que hace por encargo de la nación es un embustero demagogo. En el mejor de los casos un crédulo falaz y en el peor, si es un socialista o un comunista, un aspirante a tirano que aprovecha para sus fines la democracia de masas.