La flecha que ha dejado el arco tiene que partir. Si digo que tiene que hacerlo no es porque piense que está bien o que sea conveniente que lo haga. Me refiero al impulso de la flecha una vez que se suelta la cuerda. Tiene que seguir su trayectoria, excepto si la flecha se quiebra o da contra una fuerza mayor capaz de detenerla. Valga esta advertencia como mi último comentario, por ahora, sobre Ayuso y el sentido de su flecha, que no es otro que la Moncloa.
Yo ahora vuelvo a mis cavilaciones. Cavilaciones que pretendo convertir en sondas para detectar las corrientes del fondo, dejando para otros momentos las olas y los días.
Me ocupa ahora, y me preocupa, la relación entre la política y el sexo, y cómo el segundo se viene utilizando para conseguir servidumbre voluntaria, la cual es la mejor y más completa servidumbre que puede haber. Es, de paso, un atisbo de solución a uno de los problemas más difíciles de la filosofía política: ¿por qué obedece la gente? O, volviendo al título de Étienne de La Boétie: ¿cómo es que existe La servidumbre voluntaria, un título que da a entender que no hay tiranía que no sea querida por el pueblo?
Es sabido ahora cómo se viene logrando esto en los regímenes democráticos del presente y cómo debe hacerse, en consecuencia, para acumular un enorme poder sobre la población: proponiendo la felicidad a todos (“No tendrás nada, pero serás feliz”, ha dicho hace poco el tirano de China), haciéndoles sentirse seguros, facilitándoles el goce, más haciéndolo de tal forma que no se preocupen de otra cosa que no sea gozar, convirtiendo el poder en dominio tutelar, en un poder que se asemeja más a los cuidados de la madre que a la severidad del padre. No es extraño que haya tantas mujeres en los gobiernos. Ese poder suele ser más suave, menos brusco, pero no menos efectivo. Procediendo así, en lugar de preparar a los individuos para la edad viril, se les mantiene indefinidamente en la infancia.
A mediados del siglo VI a. C. Ciro el Grande conquistó Sardes, la capital de los lidios. Poco tiempo después, éstos se alzaron contra él. Pero, en lugar de reducirlos por las armas, lo que habría sido fácil, prefirió fundar burdeles en la ciudad, promulgando luego un edicto por el que invitaba a todos los habitantes a visitarlos, cosa que ellos hicieron de buen grado, olvidándose de su rebelión. Así fue como Ciro no tuvo que volver a desenvainar la espada para doblegarlos. Tenía bien averiguado que los hombres van al burdel con agrado y al combate contra su voluntad. Sabía que la obediencia se logra dándoles lo que desean. Es la clave de la tiranía.
(Publicado previamente en Minuto Crucial el 24/02/2022)