La eutanasia en tres películas y una derivada española

La primera película es alemana: Ich klage an (Yo acuso), que se estrenó el año 1941. Algunas universidades norteamericanas habían promovido antes la eutanasia. En 1939 Hitler firmó el decreto de autorización para que el jefe de su Cancillería y Karl Bradt, su médico personal, llevaran adelante el plan Aktion T4. El obispo católico de Münster, seguido de otros miembros del clero, promovieron una serie de protestas por toda Alemania durante el verano de 1941. A finales de ese año, Hitler se vio obligado a suspender el programa.

Fue entonces cuando se estrenó esta magnífica película, patrocinada por el Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda de Joseph Goebbels. Es la mejor que nunca se haya hecho en defensa de la eutanasia. Los nazis y los soviéticos fueron y siguen siendo los maestros de la propaganda. Acorazado PotemkinAlexander NevskiEl triunfo de la voluntadOlimpia, etc., son algunas de las mejores obras del séptimo arte.

Ich klage an, de argumento sencillo y realización perfecta, conduce la trama hasta el juicio de un médico que, a petición de su joven esposa, enferma de esclerosis múltiple, la había asesinado “por amor” administrándole una sobredosis de un medicamento experimental. La muerte en escena de la joven es una bella secuencia de los dos esposos abrazados musitando palabras de amor, más parecida al preludio del ayuntamiento carnal que al óbito de ella: el polo opuesto de la vida horrible que le esperaría si siguiera viva. La eutanasia, la buena muerte, es un acto de amor y misericordia, se nos dice. Es fácil aceptarlo si no se está alerta.

Así lo afirma uno de los jueces en el debate habido entre ellos para dictar sentencia: matar puede ser humanitario, una acción nacida de un amor profundo, moralmente digna, aun no siendo reconocida por las leyes. No obstante, la sentencia no se emite, porque habría sido ilegal declarar inocente al esposo y contraria a una moral “superior a las leyes” si hubiera resultado culpable. Se deja que sea el espectador quien juzgue, pero se ha procurado inclinar su juicio de tal modo que vea al homicida como un héroe.

El procedimiento es ya harto conocido. Se piensa que la población no está lista para aceptar una ley de eutanasia y hay que prepararla quebrando sus convicciones morales. Se impulsan con ese fin obras literarias, se convocan certámenes artísticos, se promueven largometrajes, etc., que hagan aceptable lo que el gobierno quiere implantar. Después viene el debate “espontáneo” sobre el asunto. O no viene siquiera. Finalmente, se convierte en ley lo que se ha logrado convertir en un “clamor popular”. Como elemento de convicción para el espectador lo aduce uno de los jueces: ¿acaso no es la actuación moralmente digna el objetivo último de las leyes? ¡Magnífica y perversa razón de juez sectario! De paso se insinúa que la Iglesia predica como buena la muerte después de un sufrimiento insoportable. Otra razón perversa.

La segunda película es norteamericana: Million dollar baby, de 2005. El protagonista, Frankie Dunn (Clint Eastwood), mata a Maggie (Hilary Swank), una chica de su gimnasio que había quedado tetrapléjica. Al revés que la alemana, ésta no muestra una sola razón, sólo sentimiento. Pero sentir no es pensar. Para esto hacen falta conceptos, que normalmente son bloqueados por los afectos e inclinaciones. En esto consiste en gran medida el éxito de la propaganda actual.

No podía faltar tampoco en el film de Eastwood la alusión a los escrúpulos religiosos, acompañados de las burlas del protagonista, que se supone religioso, a propósito de la Trinidad ante un sacerdote poco instruido. Se desliza la idea de que el no matar es una prohibición eclesiástica y no una norma que obliga igual a creyentes y no creyentes. La segunda película es, en fin, más burda que la primera, pero es mucho más efectiva y convincente.

La tercera es Mar adentro de Amenábar. De ella sólo diré que a su estreno asistieron el presidente Zapatero y su gobierno para promocionarla. Fue, pues, un esfuerzo consciente de propaganda de la eutanasia por parte de las autoridades. Propaganda cuyo fruto es la Ley Orgánica 3/2021, de 24 de marzo, de regulación de la eutanasia. Con lo que llego a la derivada española. Hay que hacer notar que el Comité de Bioética de España, en la reunión plenaria del 4 de marzo de 2020, había aprobado por unanimidad un informe oponiéndose a la “muerte dulce” y al auxilio al suicidio porque es el camino que conduce a que pierda valor la protección de la vida humana, “cuyas fronteras son harto difíciles de prever, como la experiencia de nuestro entorno nos muestra”.

Las razones, no los sentimientos, de ese informe se refieren a los fundamentos éticos de la vida, de la dignidad y de la autonomía humanas. Se debe mirar con compasión, dice, a quien, en medio de un gran sufrimiento físico y psíquico, solicita que otra persona o el Estado acaben con su vida, y hay que prestarle toda la atención posible para evitarle de modo eficaz los dolores y procurarle una muerte en paz. Pero esa compasión no justifica ni legal ni éticamente que se atienda su petición, máxime teniendo en cuenta los cuidados paliativos que pueden administrársele y que una tal acción no queda circunscrita al individuo que se halla en ese estado.

Ni el Gobierno ni el Parlamento tuvieron en cuenta el informe. El final de este relato tuvo lugar el pasado 26 de julio, cuando el Gobierno de Sánchez destituyó a todos los miembros del Comité. El sectarismo político, capaz de torcer los principios éticos, ha maniobrado una vez más para silenciar las voces que se oponen.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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