En un Foro Económico Mundial se ha hecho énfasis en esa doctrina: “En 2030 no tendrás nada y serás feliz”. Es una conjunción cuyos términos pueden ser verdaderos por separado, pero no juntos. Es posible no tener nada y también es posible ser feliz, pero no las dos cosas a la vez. Lo prueba de modo irrefutable Domingo de Soto, el teólogo dominico que fue confesor de Carlos V.
La argumentación que presenta en su De iustitia et iure sobre el dominio, la libertad y la propiedad difumina como por ensalmo la bruma de la doctrina enunciada en Davos. Empieza distinguiendo entre derecho y dominio, o propiedad, de una cosa. Si bien el segundo envuelve al primero, no sucede al revés, porque, aunque toda propiedad de cosas está contenida en el derecho, no todo derecho puede incluirse en la propiedad o dominio. Los hijos, por ejemplo, no tienen dominio alguno sobre sus padres, pero sí derechos, como el ser alimentados, cuidados y educados. El dominio sobre una cosa es poder de utilizarla a conveniencia, pero el derecho no tiene que ver con esto.
Yerra, pues, algún ministro que ha pretendido denunciar expresiones como “mi hijo”, “mi mujer” y otras así, creyendo que expresan dominio o propiedad, cuando en verdad expresan derechos.
De esta distinción extrajo Domingo de Soto la conclusión según la cual si el príncipe trata a sus súbditos en virtud del dominio que cree tener sobre ellos y no del derecho que a éstos asiste, tal príncipe deviene tirano. El Emperador Carlos oyó estas aseveraciones de boca de su confesor. Es seguro que las que oye de sus consejeros y asesores de imagen un presidente del Gobierno de España son muy diferentes.
Valga esta breve aclaración sobre el derecho. El dominio es cosa muy diferente, pues su raíz, fundamento del derecho de propiedad, está en las propias acciones, de las cuales uno es dueño y señor. Brota, pues, de la libertad, que sólo del hombre es propia. En cuanto es dueño de lo que hace, o, lo que es lo mismo, en cuanto es dueño de sí, en lo cual consiste la libertad, un hombre es dueño de las cosas sobre las que recaen sus actos. El dominio de una cosa, pues, no es más que la libertad puesta en acción.
Es preciso insistir en ello: el fundamento y causa de la propiedad es la libertad. De ahí que solo el ser inteligente y libre es apto para la propiedad. El viento no es dueño de nada, pese a lo que dijo otro presidente del Gobierno de España. El mismo origen de la palabra lo manifiesta. Un latino podía decir ego proprium, (vale decir: yo mismo) queriendo significar su ser personal inalienable. De ahí la proprietas, o propiedad, lo que acompaña a un ser de tal modo que no puede no estar en él. Así, una propiedad del triángulo es que sus ángulos miden 180 grados. No es algo que tiene porque se le haya agregado, sino algo que es.
En conclusión, puesto que un hombre es lo que hace de sí mismo y en eso consiste ser libre, puesto que además se le puede arrebatar cualquier cosa, menos su libertad, las cosas a las que se extiende su acción son también inalienables.
Conviene a veces frecuentar a los sabios antiguos para no dejarse llevar de ideas que parecen nuevas y son muy peligrosas. De otro modo, nunca aprendemos nada.