Ucrania entre dos estados depredadores

Estandarte del Presidente de la Federación Rusa.

Dos imperios han tratado de apoderarse de Ucrania en el siglo XX, el soviético y el nazi. Son dos especies de un mismo género, el socialismo, como vio con suma lucidez Vasili Grossman en Vida y destino: pese a que el segundo era odiado y la humanidad miraba con esperanza en dirección a Estalingrado, ambos eran un Estado de Partido, controlaban la producción y se apoderaban de ella, apelaban al trabajo y al nacionalismo (en Rusia con el “socialismo en un solo país”), creían que sólo el Partido y su jefe expresan la voluntad de la nación, etc. Cada uno era espejo del otro. Eran lo mismo y los dos quisieron Ucrania. Dos imperios que entendieron la política como depredación de lo que hubiera más allá de sus fronteras o dentro de ellas.

Primero fue Stalin, bajo cuyo poder la Unión Soviética era un proyecto imperial depredador. No teniendo propiedades territoriales fuera de sus fronteras, trató a Ucrania como una colonia al servicio exclusivo de la metrópoli, obligándole a entregar toda su producción agrícola. Entre tres y cuatro millones de personas murieron de hambre.

Luego fue Adolf Hitler, que también quiso hacer de las tierras negras de Ucrania la despensa de Alemania, ocasionando más de tres millones de muertos, la mitad de los cuales eran judíos. Tres millones más murieron en combate, lo que arroja una cifra total de unos diez millones de muertes causadas en unos diez años por las apetencias imperiales depredadoras de nazis y soviéticos.

Una vez que ambos imperios se desplomaron, uno por implosión y otro en el campo de batalla, surgió un problema de que había que resolver con urgencia: ¿qué hacer después de ellos? Las posibilidades fueron solamente dos para los países que habían caído bajo su tiranía: o bien recurrir a las esencias fijas del pasado histórico o bien tratar de estructurar un modo de vida tal que unos se apoyaran en otros para subsistir.

La primera opción fue la elegida por Rusia. Ha conducido a congelar la historia, en la falsa idea de que basta con ser lo que se es para seguir siendo. Esta opción fue la de la propia Rusia en tiempos de Stalin y posteriores. No se trataba entonces de llegar al socialismo, porque ya se había llegado. Bastaba con permanecer en él. Las naciones pertenecientes a la Unión Soviética habían sido reconocidas como tales por Lenin, pero con la llegada del socialismo real ya habían hallado su realización. No era preciso hacer nada más. Abandonada la estafa de la utopía comunista, las naciones soviéticas se convirtieron en estatuas de sal. Una de ellas fue Ucrania.

La acción de Putin responde ahora a este mismo impulso. Se trata de volver a la Rusia verdadera, al Imperio de toda Rusia y de toda Ucrania, un espacio indivisible que lucha por la historia y por el Génesis, dice uno de los filósofos defensores de la invasión. Fijar un momento del pretérito, parar el tiempo, permanecer en la identidad y tener pavor a los imprevistos del devenir, es la propuesta política. Esta fue la primera opción. La realidad fue que Rusia dejó pasar la oportunidad de convertirse en un Estado real.

En los años que siguieron a la desintegración de la URSS nacieron oligarquías enfrentadas que más tarde dieron lugar a una cleptocracia dirigida por Putin para el control de la administración estatal. Según informes de Credit Suisse, el primer 10% de la población es dueño del 89% de la fortuna total de las familias y unos cien millonarios poseen un tercio del país. Las reformas fueron y siguen siendo imposibles e impensables.

Si, como dicen algunos, el marxismo no consiste únicamente en los escritos de Marx, sino también en su aplicación a la realidad rusa, entonces el actual estado de cosas es también marxista.

La segunda fue la que quiso y no pudo elegir Ucrania. Antes la habían seguido las naciones europeas. Cuando cayeron los tiranos gigantes, extrajeron conclusiones acertadas de la guerra y comprendieron que sólo se salvarían integrándose. Así lograron subsistir como naciones, asociándose unas a otras, estableciendo acuerdos comerciales, financieros, políticos, fiscales, etc. En resumen: dando lugar a mercados en competencia, a administraciones regidas por la ley y a democracias con elecciones libres.

Lo más importante fue que fijaron en caracteres indelebles el principio de legalidad con el que se aseguraron la sucesión de sus oligarquías sin violencia, evitando en lo posible la aparición de caudillos salvadores permanentes. Las naciones europeas son por todo esto las menos corruptas de este mundo tan corrupto. Se entregaron al azar del tiempo y sus imperfecciones. Cada una con su pasado y su identidad, sin duda, mas sin cadenas con las que sujetarse indefinidamente a él.

La oposición entre ambos posibilidades es nítida. No es extraño que Rusia vea las naciones europeas y a Ucrania, por pretender ser una de ellas, como la Anti-Rusia, a lo que sus ideólogos han llamado toscamente nazismo. Tampoco debería serlo que aquellas vieran en la actual Rusia de Putin un peligro para su existencia.

(Publicado en Minuto Crucial)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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