El movimiento 15-M fue el Movimiento de los Indignados. No era un nombre casual, porque lo primero que tiene que aprender no sólo quien se precie de progre y culto, sino de intelectual, es a indignarse. Intelectual e indignado son dos vocablos inseparables.
¿Qué es un intelectual? Lo aclaro con cita de Tom Wolfe: Noam Chomsky, dijo, era un gran lingüista que hablaba de lo suyo en sus clases, publicaciones y conferencias, pero no era un intelectual. Luego empezó a denunciar la guerra, a hablar públicamente de otras cosas que nada tenían que ver con sus descubrimientos lingüísticos. Entonces fue cuando se convirtió en un intelectual. ¿Qué materia científica, filosófica, teológica, literaria, etc., domina una persona que ha accedido a ese grado? Ninguna. No se es intelectual sobre esto o sobre lo otro. Se es indignado. Es lo que hace la mayoría de los que se dicen de izquierdas y muchos que se les asemejan. En lugar de leer, pensar con sistema y orden, lo que requiere mucha disciplina, mucha constancia y mucho esfuerzo, se indignan.
La indignación, apuntó McLuhan con mordacidad, es la estrategia que adopta el idiota para revestirse de dignidad. Pero dejemos eso ahora y vayamos a lo esencial. ¿Por qué tiene que estar indignado un intelectual? Eso importa poco. Lo que importa es comprender que el intelectual se indigna y que el que se indigna es intelectual. Primero siento mucha indignación. Luego ya veré por qué. Un intelectual es siempre alguno de los doscientos abajo-firmantes de todo manifiesto que sobrevuele la nube. El año 2011 fue un seguidor, consciente o no, de Hessel, ese señor que impuso la extraña obligación de estar indignado, un estado de ánimo que adoptó un nutrido grupo de jóvenes agrupados en la Puerta del Sol. Como parte de su indignación plantaron tomates, desconociendo que no era la fecha, y pidieron “¡Democracia real ya!”
Pero “¡Democracia real ya!” es un lema vacío. Democracia real era ya la forma de organizarse del Estado Español por aquellas fechas. La única, real y existente democracia. La que ellos reclamaban era confusa, utópica e ideal y, por tanto, inexistente. ¿En qué habría consistido si hubieran tenido éxito? ¿En asambleas en las facultades y las plazas de los pueblos y ciudades de España? El movimiento surgió además en un momento de grave crisis económica, con más de cinco millones de parados, pero eso no les preocupaba gran cosa. Para comprenderlo, muchos lo asociaron con otros movimientos de protesta del Norte de África y Oriente Medio, pero éstos eran más bien organizaciones de guerra santa, o yihad, mientras que el 15-M se decía pacifista.
Pese a todo, las televisiones, periódicos y emisoras de radio le prestaron una gran atención -el movimiento no parece que fuera otra cosa que esa atención de los media-, aunque el número de indignados no superaba al de asistentes a un partido de fútbol entre el Madrid y el Barcelona o a una corrida de toros en las Ventas y era desde luego muy inferior al de los peregrinos que se reunieron alrededor del Papa con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, que ascendió a unos dos millones de personas aquel mismo año 2011. El Papa Benedicto XVI sí era y sigue siendo un hombre que no deja de trabajar con el intelecto en hondas cuestiones filosóficas y teológicas, pero no es un intelectual.
¿Por qué se le dio tanta importancia por parte de los medios de comunicación de masas? No por las reclamaciones que enarbolaban, que eran muy trilladas. Tampoco por la profundidad de la filosofía política que exhibieron sus próceres, porque toda la doctrina cabía en un trino de la plataforma del pájaro. Sus partícipes eran analfabetos en política y economía, pero los visitó Joseph Stiglitz, todo un premio nobel de economía. ¿De qué hablaría con ellos? Es evidente: de nada. No era un movimiento que tuviera que ver con la política ni con la economía, sino con la religión, con la política vista y vivida como religión, que es una de las características de nuestro tiempo, aunque hunde sus raíces en un pasado que cuenta ya con unos veinte siglos de antigüedad.
Los movimientos anarquizantes y milenaristas de la Edad Media -albigenses, cátaros, etc.- alardeaban justamente de desconocer las intrincadas razones de la teología y la filosofía. En su lugar manifestaban la religión de la gente sencilla, la más auténtica, según creían. Eran movimientos surgidos del seno de la religión establecida, pero contribuyeron a su destrucción al desembocar en la reforma de Lutero, Calvino, los niveladores, los husitas, los uñas azules, los catarinos, los bogomilos y otros mil movimientos más.
Hoy, cuando la semilla se ha convertido en una planta, podemos ver casi con total claridad en qué consistía el 15-M. Lo mismo que las sectas milenaristas, compuestas de ignorantes teológicos, contribuyeron a la ruina de la institución social de la Iglesia, esta secta religiosa de ignorantes políticos ha contribuido al deterioro de nuestra democracia parlamentaria.
Alguien dirá que ha sucedido por causa de unos oportunistas que han aprovechado esa fuerza para sus fines. Puede que tenga razón. Lo raro es que le extrañe. ¡Ay, el candor del alma bella!